Agosto 1789: apogeo de la
revolución francesa
Fue en este último mes cuando se proclamaron los Derechos
del Ciudadano, que a pesar de sus limitaciones, todavía
superan ampliamente las cotas de libertad que la humanidad
ha conseguido en muchos sitios. La revolución fue producto
de una grave crisis económica, social y política que estalló
el 14 de julio, su gestación fue larga y su desarrollo rico
en acontecimientos y contradicciones. Protagonizada por el
pueblo, su contenido político y social fue -a pesar de los
grandes desbordamientos del 93-, burguesa. La participación
de Babeuf, Marat, de los más igualitarios era más el reflejo
de una vieja aspiración y de una futura realidad, que una
alternativa posible. Dos siglos después, este es un capítulo
de la Historia que hay que rememorar, porque es el principio
de nuestra era.
Los pilares sociales e ideológicos del viejo orden son: la
nobleza como el “Primer Estado» que monopoliza la
administración pública, los mandos del Ejército Real y de la
política, y sobre todo poseen grandes feudos como
terratenientes; después el clero y la Iglesia como el
"Segundo Estado» que abarca todos los resortes de la cultura
como la censura y la enseñanza, amén de poseer grandes
riquezas terrenales en particular agrarias. Ambos « Estados»
que predominan en el Parlamento no vienen a representar
numéricamente más que el cinco por ciento de la población,
siendo por supuesto “manos muertas”, o sea, ociosas e
improductivas. Ellos son el soporte de una monarquía que,
además de anticonstitucional, resulta extraordinariamente
cara, gravando con exacciones fiscales la economía de los
plebeyos, manteniendo un enorme déficit que sólo puede
parchear el inteligente banquero suizo Necker. Los reyes y
más en particular, la reina austriaca Maria Antonieta
llamada “Madame Déficit”, se ganan las iras del «populacho».
La bancarrota nacional producida por la incapacidad de
competir con la industria inglesa será la gota que desborde
el vaso. Será por así decirlo, el inicio del movimiento que
llevará a la «bancarrota» al Sistema.
El terreno para la revolución estaba ya preparándose desde
tiempo atrás. Desde el siglo XI el “Tercer Estado” no ha
dejado de forcejear contra las clases dominantes; las «jacqueries»
(revueltas) urbanas y campesinas llenan las crónicas desde
entonces; todo se confunde con las crisis y guerras
religiosas que manifiestan la repulsa de las masas hacia la
Iglesia buscando otras variantes o «herejías»; la
ilustración con la Enciclopedia ha fortalecido una corriente
de pensamiento basado en el materialismo mecanicista el
ateísmo y la confianza en el desarrollo de la técnica; los
principios de la «soberanía popular», de la razón y el
pragmatismo, con todo ciertas consideraciones propias del
socialismo utópico más primitivo.
Es el tiempo de los Diderot, los Voltaire, Rousseau,
d’Alembert. -.etc., que personalizarian el cenit del
pensamiento democrático. El terreno estaba preparado incluso
incluyendo en sectores de la misma aristocracia, en cuyo
seno cobraban vigor estas ideas y de hecho una franja de
ella se pasó al pueblo y jugaría un papel protagonista entre
el ala más moderada de la revolución. Tal es el caso de La
Fayette y Mirebeau, dos de los grandes del primer momento.
Será el llamado «Tercer Estado», el que aspire a la
consecución de los derechos parlamentarios, y a representar
el «pueblo», a los obreros, campesinos y artesanos con los
que forma lo que Lefevre ha llamado «frente popular». La
burguesía, y en particular su élite política e intelectual,
se mostrarán audaces a la hora de empujar hacia adelante la
revolución política, ya que desde mucho tiempo antes era en
el orden social y económico la auténtica clase dominante. La
revolución era la culminación de este dominio. La llegada
inmediata de la revolución se muestra con una serie de actos
por parte de los parlamentarios burgueses, que obligan a la
aristocracia y al clero a un pacto que da lugar a la
formación de una primera asamblea constituyente, que al ser
amenazada por una concentración de tropas arranca la
movilización de la plebe. El rey muestra su inteligencia
cuando en plena agitación pregunta a la Rochefalcaud: “¿Qué
es? ¿otra revuelta?». A lo que éste responde. «No. Sir. Es
una revolución». Efectivamente, era una revolución, una de
las más decisivas de la historia que abrirá el camino de un
proceso revolucionario cuyas finalidades siguen totalmente
vivas.
La reacción popular contra las maniobras antidemocráticas
confluye el día 14 de julio de 1789 en el asalto de la
fortaleza de la Bastilla, símbolo de la tiranía. Con la toma
de la Bastilla comienza un asalto, sistemático a los pilares
del viejo orden: se liberan los prisioneros; se reconvierte
el Ejército que de Real pasa a ser Nacional, de la
democracia; se levantan las ciudades que modifican las
antiguas comunas medievales en ayuntamientos revolucionarios
sobre la base de asambleas populares; arden las posesiones
de los terratenientes y se expulsa a sus propietarios del
campo. Los campesinos empiezan un ajuste de cuentas
milenario con los «amos”… las masas en manifestaciones
obligan a la Asamblea Nacional a superarse a si misma y
tomar una serie de medidas radicales:
---1. La abolición del régimen feudal, que suprime los
diezmos y privilegios fiscales y los derechos señoriales,
sobre las personas, da los primeros avances en la reforma
agraria.
---2. Aparece (con las manos de Mirebeau, monárquico
constitucional) la Declaración de los Derechos del Hombre
(26 de agosto de 1789), que se inspira en sus antecesores
inglesa y americana (Virginia BilI), que reconoce la
igualdad formal jurídica (que se Iimita en nombre de la
«utilidad común»), la libertad individual, el derecho de la
resistencia a la opresión, aunque se afirma el derecho a la
propiedad como inviolable cuando los bienes de la Iglesia y
de la aristocracia hablan sido confiscados
---3. Se llevan adelante las nacionalizaciones de los bienes
eclesiásticos, de la Corona y de los nobles exiliados, como
medida para neutralizar la ira de las masas y la crisis
financiera, además se emiten «asignados» (papel monada de
curso legal) cuyo respaldo es la venta de bienes nacionales.
Con esta venta surge una nueva franja de burgueses
enriquecidos que jugarán un papel decisorio en el Termidor.
Alrededor de la asamblea constituyente se conforman las
tendencias que más trade serán los partidos desde la derecha
hasta la extrema izquierda. Las masas extienden y
profundizan sus manifestaciones, contra el clero y el
monarca. El 17 de julio una concentración popular en Paris
exige el destronamiento de Luis XVI, el aristócrata liberal
La Fayette aparece en una ventana palaciega con una María
Antonieta temblorosa intentando una inútil conciliación...
El «centro» —entre la Monarquía Constitucional y la
Revolución— por la mano del mismo La Fayette impone la ((ley
marcial» y lleva a cabo las matanzas de la plebe de los
Campos de Marte.
Este “centro” encabeza este primer periodo con una Monarquía
Constitucional, modelo del pacto entre la aristocracia
liberal y la burguesía tal como se había dado en Inglaterra.
El día 3 de septiembre de 1791 se proclama la monarquía
parlamentaria que responderá a este prototipo y que seguirá
siendo el modelo de este pacto durante todo el siglo XIX,
asentado sobre unas libertades formales en beneficio de una
nueva clase, la burguesía, que se ha adueñado de los
resortes del poder en el que la llamada “soberanía popular»
queda enmarcada por el Parlamento. Al tiempo se promueven
una serie de reformas en la justicia y en las libertades,
excepto para los obreros y las mujeres. A los primeros se
les niega los derechos elementales de asociación y huelga, y
a las segundas su inclusión en los derechos y laborales
dentro de los Derechos del Ciudadano, que no son a pesar de
las insistentes propuestas feministas, de las “ciudadanas”.
Lo mismo ocurre con las colonias.
Mas el proceso revolucionario no ha hecho más que empezar.
La dialéctica interna de la revolución alcanzará todavía
cotas más profundas promovidas por las ansias
reivindicativas igualitarias de los «sans culottes». de una
parte y las necesidades de defender la revolución contra el
peligro interior y exterior, frente a la coalición entre la
conspiración aristocrática y las reaccionarias, en primer
lugar la Inglaterra de Pitt que teme por su hegemonía en los
mercados y por los disturbios de la extensión
revolucionaria. La declaración de guerra de Austria da pie a
nuevas movilizaciones contra los enemigas del pueblo y a la
construcción de un auténtico ejército plebeyo, aniquilándose
los últimos focos realistas con el asalto a las Tullerías,
se impone el reino de los comités. Las masas imponen a la
Asamblea un giro hacia la izquierda. La destitución del rey
y la convocatoria de una convención nacional elegida por
sufragio universal en septiembre de 1972.
La lucha contra la conspiración monárquica crea las
condiciones de una impresionante movilización de masas, que
permite la proclamación de la Primera República. En el
camino de esta movilización aparecen bien visibles las
contradicciones entre las distintas tendencias políticas,
que responden a las contradicciones sociales entre la
burguesía y el pueblo.
Durante la Primera República se impone un nuevo calendario;
se ejecuta a Luis XVI y María Antonieta —de la misma manera
que Cromwell lo había hecho con Carlos l—, y la revolución
aparece de una manera más Clara como una amenaza para la
Europa reaccionaria contra los “apólogos de la tiranía» (Condercet),
contra los «realistas» Danton preconiza «la audacia, la
audacia y siempre la audacia». Se forma el Comité de
Salvación Pública... se extiende la amenaza interna con la
revuelta oscurantista y fanática religiosa de la Vendée.
Coincidiendo con esta amenaza el hambre y la inflación hacen
denotar a las masas las notables diferencias en los bienes
existentes entre la burguesía y el pueblo, con lo que cobra
un nuevo vigor el profundo espíritu igualitario. Se
establece con más o menos claridad una relación entre el
peligro exterior y la riqueza que conduce a una moderación
interna de la derecha. El predominio, de derecha democrática
va modificándose a favor de la izquierda jacobina.
Las medidas impopulares de la Gironda, sublevó las masas que
asaltan la Asamblea y obligan al el encarcelamiento de los
líderes girondinos. Con ello la lucha de cIases alcanza su
oleada más potente, en la cima de la cual van a navegar los
jacobinos.
La vanguardia popular armada a través de sus portavoces más
radicales, los «enrages» (rabiosos) como Hebert y Jacques
Roux obligan a la Convención jacobina a dar nuevos pasos en
las reivindicaciones revolucionarias: igualación de las
fortunas mediante los impuestos partición de los
latifundios, reparto equitativo de los víveres que la
población exige. Se promueve una nueva Constitución de
carácter más democrático y un Referéndum Legislativo, al
tiempo que se destituye al Comité de los Doce que comandaba
la Comuna y se renueva el Comité de Salud Pública que
significa la formación de un gobierno revolucionario
dirigido por Robespierre (los jacobinos moderados ven en él
un nuevo Cromwell) que impone su personalidad a los
acontecimientos.
Se modifica el ejército que se estructura bajo el mando del
jacobino Carnot y bajo el programa del partido de éste,
sobre una base de «sans culottes». Nuevas medidas como la
limitación de un tope máximo para el trigo y los artículos
de primera necesidad: se regulan también los salarios,
gracias al ímpetu de las masas que hacen suya la revolución.
La contrarrevolución sin embargo no agacha la cabeza y
reacciona con una serie de asesinatos. En Paris la girondina
Carlota Corday asesina al “Amigo del Pueblo”, Marat que
siendo de la izquierda jacobina vincula a su partido con las
masas radicalizadas. Los nobles promueven nuevos
enfrentamientos. Este estado de cosas da pie en octubre de
1793 al reinado del terror revolucionario que significa: la
suspensión de la Constitución, de la división de poderes y
los derechos individuales Se forma un Tribunal
Revolucionario sumarísimo que juzga y guillotina a los
contrarrevolucionarios que las masas persiguen. El Comité de
Salvación entiende sus poderes a las provincias; se agite su
odio secular contra la Iglesia y el clero que desde el
Vaticano ha desaprobado incluso los actos más moderados de
la revolución (la misma Declaración de los Derechos del
Hombre) y que en el interior forma parte de la avanzada
contrarrevolucionaria; la profundización con la revolución
de las creencias panteístas (que ven a Dios en la
Naturaleza) y del ateísmo, da pie, promovida por los
hebertistas a la campaña de descristianización que clausura
y convierte en mercados los templos.
Pero el anticlericalismo de los dirigentes jacobinos
inspirados en Rousseau no llega a considerar la necesidad
del ateísmo Si bien la Iglesia era un entorpecimiento en las
tareas democráticas burguesas, la creencia es una necesidad
para la burguesía cara a mantener el estado de subordinación
de las masas. Así para Robespierre, este camino pasaba la
raya de su programa y declara que no había que contrariar
directamente los perjuicios religiosos que el pueblo
adoraba», aunque en plena revolución a estos perjuicios se
les trataba de fanatismo, El ateísmo era cosa de los
aristócratas ilustrados e iba a programar un nuevo culto a
la razón, detrás de la cual renació las esperanzas del clero
y la reacción monárquica; con ello Robespierre decía
proclamar a Dios como “una gran idea protectora del orden
social» y de los principios inmutables de la sociedad
humana”, pero en el fondo era un medio de liquidar a Hebert
y los “enrages».
El «incorruptible» se erige pues como un nuevo «centro» que
reprime a la derecha jacobina (Danton y Demoulins que
plantean la conciliación y el entendimiento son
guillotinados Danton grita «Robespierre me seguirá» y la
izquierda hebertista; disuelve el ejército revolucionario
que se transformó en un ejército profesional dentro del cual
se afianzará Napoleón que aparece en esta época como un
«hombre del orden». Las masas desgastadas y desengañadas,
aparecen ante los ojos de Babeuf recién salido de la cárcel
como algo extraño a las que protagonizaron la toma de la
Bastilla, sin unos dirigentes entra en un periodo de
aletargamiento a partir del cual se le corta la yerba bajo
los pies al mismo «centro» jacobino, siguiendo una ley
propia de las revoluciones. Así lo explica Barrow Dunham:
“Si nos fijamos en la difusión de las aplicaciones políticas
en una sociedad, observaremos que las maniobras se
desarrollan fundamentalmente en torno del centro, punto en
el cual generalmente concurren un mayor número de personas.
La derecha trata de convencer al centro de que el máximo
enemigo es la izquierda: la izquierda. A su vez que tal
enemigo es la derecha: y el centro se inclina a denunciar
los extremo, si lo que verdaderamente desea es la
estabilidad”.
El carácter centrista de Robespierre tenía sin embargo su
origen en una operación por la izquierda. Pero esta opción
no desdecía su carácter pequeño burgués entre dos “extremos»
(la aristocracia y los sans culottes) ya que, como dice
también Barrow Dunham: “Constituye un atributo sorprendente
de las revoluciones de la clase media —de aquellas que
sustituyen la riqueza y el poder de la tierra por la riqueza
y el poder comerciales— el hecho de que abarcan más
posibilidades radicales de las que son capaces de realizar”.
Este es el caso de Lutero y el campesinado alemán, de
Cromwell y los «levelers», en la gran revolución francesa
resulta que: la mayoría de los guillotinados fueron al
principio aristócratas, pero al final proletarios. La hoja
que cortó la cabeza de Luis cortó también la de Babeuf». Con
ello, los jacobinos pierden el apoyo de las ((fuerzas vivas»
de la revolución. El Termidor se presenta como un simple
reculo pero en realidad señala el inicio de la reacción
dentro de la revolución. En julio de 1 794 cae Robespierre y
sus más fieles seguidores ante una coalición de la derecha
jacobina y los girondinos ante la más absoluta indiferencia
de las masas. La Convención termidoriana señala el dominio
de la llanura (de “los sapos del Marais” decían los sans
culottes los últimos estallidos de las masas, que llegan a
ocupar la Convención y proclamar “¡La Convención somos
nosotros!». Los llamados «motín del hambre” son reprimidos
drásticamente marcando cada vez más el péndulo hacia la
derecha. Se prohíbe la Marsellesa y se establece el
terrorismo blanco con los petrimetes de la “juventud
dorada”.
Es el comienzo del fin, pero en muchas cosas fundamentales,
ya no hay vuelta atrás. El Antiguo Regimen ya no volverá.
Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en
la Red
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