Por ANRED
Las últimas estadísticas oficiales son del año 2006. La Superintendencia de Riesgo de Trabajo dice que mueren tres trabajadores por día: 995 compañeros/as. Como todas las estadísticas brindadas desde las instituciones del régimen, reflejan distorsionadamente la realidad: son 636 mil notificaciones de muertes y lesiones en relaciones laborales legalizadas. Es decir, en el 2006 casi un 10% de los asalariados registrados sufrió un "accidente de trabajo" y unos 36 mil trabajadores/as quedaron con algún tipo de incapacidad laboral. Son 100 trabajadores/as que diariamente quedan con alguna secuela permanente, lo que no sólo disminuye su capacidad de trabajo sino que también incrementa su sufrimiento diario y el de sus familias. Sin embargo, el propio Ministerio de Trabajo reconoce que este sector "formal" de la economía sólo abarca a una porción de trabajadores y trabajadoras: 6.600.000 personas. Mientras el 60% de los trabajadores se encuentra en la "informalidad". Son unos 10 millones de personas en un limbo legal con distintas calificaciones técnicas pero bajo riesgo absoluto: sus muertes y lesiones no figuran en ningún lado. En esta guerra de clases cotidiana, en donde los muertos los pone la clase trabajadora, el caso de los fleteros en motos/bicicletas son el ejemplo más brutal y descarnado de estas situaciones. Día por medio muere un joven motoquero en las calles de Buenos Aires y la mayoría aparece en las estadísticas como accidente de tránsito porque el trabajador no tiene relación de dependencia legal, por lo tanto no se lo considera trabajando sino "circulando por la vía pública".
Los porcentajes de muertes laborales en el trabajo formal aplicados a la economía informal, aún sin ponderar la incidencia de mayores riesgos, sumados a las cifras oficiales, nos dan la casi certeza de que los "accidentes de trabajo" nos están matando siete hermanos de clase por día: 2.500 compañeros y compañeras por año. En el mismo período, más de un millón y medio trabajadores/as sufre algún tipo de "accidente de trabajo" dejando 130 mil compañeros/as con "heridas del trabajo" permanentes. Es un verdadero genocidio laboral.
Por todo esto, la muerte por asfixia de catorce mineros del carbón en Río Turbio, la muerte a consecuencia de una explosión de tambores de combustible de seis universitarios en la Universidad de Río Cuarto, la muerte de los trabajadores de la construcción en Puerto Madryn por caída desde 20 metros de altura al ceder una losa, tienen todos una misma base material: la codicia empresaria que ahorra aportes de capital en medidas de prevención. Es una actitud conciente que busca beneficiar a la parte patronal. Tan sólo por esto, calificar como "accidente de trabajo" a la causa de una muerte que está inevitablemente anunciada por negligencia es una calificación "de clase", pero burguesa, en tanto el capitalista es considerado inicialmente inocente en todos los casos.
Para nosotros la carga de la prueba debería invertirse: en casos de muertes en el lugar de trabajo el capitalista debería ser considerado culpable, y por lo tanto debería demostrar su inocencia en un juicio de tipo penal por "homicidio laboral".
Las Aseguradoras de Riesgo de Trabajo: patrón cubre patrón con auxilio sindical
Las ART son empresas que aseguran a otras empresas para que no tengan que "correr con los gastos" que les ocasiona la lesión o muerte de un trabajador en relación de "dependencia" con éstas. Pero como empresas, hacen lo mismo que todas: la inversión menos costosa es el costo del trabajador "asegurado". La ganancia está en invertir lo menos posible para la cobertura. Considerado desde el capitalismo, en esto no hay nada nuevo. Lo verdaderamente nuevo tiene tremendas consecuencias: directa o indirectamente, las comisiones directivas de los sindicatos se encuentran asociados a las ART. Es decir, son socios de una patronal para engañar trabajadores con el verso de la cobertura del "seguro por accidente de trabajo". Este aspecto novedoso del sindicalismo argentino es una de las herencias más siniestra que nos dejó el período "menemista". Pero llegó para quedarse porque hace a los aspectos nuevos del momento actual del sistema capitalista consolidado a fines de los '80. La mundialización/globalización del capital, impuesta gracias a la desaparición de los países en donde los medios de producción habían sido completamente estatizados, llevó a las grandes estructuras sindicales del mundo a asociarse al gran ganador de la pulseada mundial: el capital imperialista.
Debido a este proceso, con más o menos porcentaje, la burocracia sindical ingresó como socia menor en los negocios empresarios. Su separación y autonomía respecto a la clase trabajadora creció proporcionalmente: un sindicato como socio-capitalista de una ART, de una AFJP o directamente en la explotación de empresas (son cada día más las organizaciones sindicales que explotan mano de obra asalariada) queda enormemente liberado del condicionante del aporte individual del afiliado para generar su base económica. Así, la mayoría de los dirigentes sindicales burocráticos pasaron a cumplir un rol de "socios empresarios", y no sólo de "servidores" de la patronal. Hasta fines de los '80, como todos lo "lacayos" o "sirvientes", podían tener contradicciones porque en última instancia también establecían una relación de explotación y opresión bajo dependencia indirecta de la parte patronal. Aunque a veces era casi imperceptible, la relación material era de dependencia. A diferencia de esto, los socios capitalistas -por pequeña que sea su parte- adquieren una relación material condicionante de naturaleza distinta. Por eso, las direcciones sindicales de estos tiempos no sólo no se ocupan seriamente de enfrentar a la patronal o al propio Estado, sino que además facilitan la no cobertura de las ART.
El papel del régimen: el Ministerio de Trabajo
Las fuentes de las estadísticas son las propias empresas y si eventualmente son fuentes propias se toman sin la elaboración, seguimiento y evaluación de la información por parte de los propios trabajadores. El régimen, cualquiera sea su gobierno, sólo considera a los trabajadores involucrados en sus estadísticas e investigaciones como "objetos de investigación", no como sujetos de la misma. Al culminarse un trabajo y presentarse el producto de la investigación, deja por fuera de la elaboración de las evaluaciones y conclusiones al sujeto central: el propio trabajador. Como consecuencia, el uso central de las investigaciones es el crecimiento de los "currículum vitae" de los funcionarios actuantes en beneficio de sus crecimientos individuales mientras que a las empresas los datos les sirven para ir midiendo y justificando sus acciones.
El papel del trabajador para nosotros debe ser otro: actor, director, guionista, escritor, iluminador y camarógrafo de una película: "Riesgos del trabajo y trabajos de riesgo". Estamos planteando que tenemos que comenzar por considerarnos a nosotros mismos como sujetos principalísimos del trabajo de la evaluación, fiscalización, control y modificación de las condiciones de seguridad e higiene en el lugar de trabajo. Y desde esta perspectiva avanzar hacia la modificación de toda la normativa y legislación que regula este aspecto fundamental de la producción, distribución y consumo de mercancías. Estamos planteando que la explotación del trabajador se verifica no solamente en la constante disminución del salario, nominal y social, sino también en la constante disminución de los aportes de capital en resguardo de la integridad psíquica y física del trabajador/a. Y por lo tanto está en nuestras propias manos la defensa y el ataque.
Por Marcos Britos. Gentileza de Rompiendo Cadenas
Fotos: Lizbeth Arenas Fernández