Hace cien años, del 26 al 31 de julio de
1909, se produjo en Barcelona la, denominada por la burguesía, "Semana
Trágica". La historia oficial relata una insurrección anarquista motivada
por la guerra en Marruecos que derivó en el incendio y saqueo de decenas de
iglesias y conventos y en la profanación de tumbas. Sin embargo, los
círculos obreros de la época la llamaron "Revolución de julio" e incluso
"Semana Gloriosa". Los acontecimientos de aquellos días, producidos al calor
del desastre colonial de 1898 y del impacto que entre los obreros causó la
revolución rusa de 1905, demostraron el potencial revolucionario del
proletariado catalán, siendo un anticipo de la revolución del 19 del julio
de 1936.
La clase obrera en Barcelona
En 1898 en una ignominiosa guerra contra los Estados Unidos, la monarquía
española perdía sus últimas colonias de ultramar: Cuba, Filipinas y Puerto
Rico. Fue toda una demostración de la putrefacción y decadencia del
imperialismo español, un régimen atrasado, bárbaro, cuya clase dominante era
incapaz de llevar adelante la modernización que se producía en otros países
del mundo. Fue el punto de partida de un proceso de ascenso revolucionario
que, con sus alzas y bajas, terminará provocando la proclamación de la II
República y la guerra civil.
A la crisis y descomposición del régimen, se sumó el desastre económico que
la derrota provocó. Afectó sobre todo a la industria catalana, especializada
en la producción textil y el comercio con las ahora ex colonias (suponían el
95% de sus ventas al extranjero), pero sobre todo reveló cuáles eran sus
bases: una industria obsoleta, donde no se hacían inversiones en tecnología,
y que obtenía sus beneficios de los privilegios coloniales, la política
proteccionista del gobierno, y, sobre todo, la sobreexplotación de la clase
obrera.
La clase obrera barcelonesa se había nutrido con la llegada de miles de
inmigrantes, sobre todo del Levante español, de Aragón y de la Catalunya
rural. Sus condiciones de vida eran dramáticas. Más del 40% de la población
era analfabeta (el 60% en los barrios obreros). El salario medio de los
obreros era de cuatro pesetas al día -siendo de 3, e incluso de 2,5 pesetas
en numerosos sectores- y las jornadas laborales se extendían más de 12 horas
al día. Los salarios contrastaban con la suba dramática de los precios que
la política de aranceles provocaba: el costo medio mínimo de una familia
obrera sólo en alimentación y alojamiento era de 112 pesetas al mes.
Como hoy sucede con las favelas latinoamericanas, los barrios obreros eran
enormes barriadas chabolistas sin agua corriente ni gas. Se calcula que sólo
en Barcelona (en aquel momento con 550.000 habitantes) había más de 10.000
prostitutas, fundamentalmente mujeres obreras en el paro y con hijos, o
jóvenes del servicio doméstico desprestigiadas por sus antiguos señores. Por
supuesto, la explotación infantil era una práctica común: en torno a 20.000
menores -excluyendo el servicio domestico y tareas como recaderos, etc.-
trabajaban sobre todo en la industria textil. Para colmo, en 1908 los
industriales textiles habían despedido al 40% de sus plantillas y algunas
empresas practicaron en 1909 el lock-out.
Antes de que comenzara la aventura militar en Marruecos, las condiciones
para una huelga general ya estaban dadas en Barcelona.
Solidaridad Obrera, los anarquistas y el PSOE
A pesar de la crudeza de la represión y la persecución policial a la que el
movimiento obrero se veía sometido, desde finales del siglo XIX la clase
obrera trata de crear sus primeros sindicatos. En 1903 en solidaridad con
los obreros metalúrgicos, la clase obrera barcelonesa protagoniza su primera
huelga general, que durará toda una semana. Sin embargo, sin una dirección
centralizada y sin objetivos concretos, la huelga se extinguió por
agotamiento. La represión fue terrible y la mayoría de los nacientes
sindicatos fueron destruidos.
No será hasta 1907 cuando el movimiento obrero muestre los primeros síntomas
de recuperación. Será con la formación de Solidaridad Obrera, el primer
intento serio de unificar los distintos sindicatos gremiales y de fábrica en
una sola central sindical, primero de ámbito local y posteriormente de toda
Catalunya. Su manifiesto fundacional fue suscrito por 35 de las 70
sociedades obreras existentes en ese momento en Barcelona. En mayo de 1909
el sindicato contará con 15.000 afilados en toda Catalunya, fundamentalmente
en Barcelona y las localidades cercanas.
Aunque tradicionalmente se considera que Solidaridad Obrera era de
inspiración anarquista, lo cierto es que en su interior, los anarquistas no
dejaban de ser una minoría y además muy dividida. La mayoría del sindicato
estaba compuesto por sociedades obreras sin una filiación política e
ideológica clara.
Los viejos anarquistas bakuninistas habían dirigido una oleada de atentados
terroristas en la última década del siglo XIX de la que no se habían
recuperado, diezmados por la represión policial y por la visible inutilidad
de sus acciones. Además muchos de estos viejos anarquistas se habían pasado
a las filas republicanas. Pero también habían sufrido el impacto de la
revolución rusa de 1905: la práctica clásica del anarquismo de la
"propaganda por el hecho" había demostrado su ineficacia en contraste con el
movimiento de masas revolucionario de la clase obrera rusa. Sería el origen
de los "anarcosindicalistas" y "sindicalistas".
Por otro lado, el PSOE y la UGT jugaban un importante papel dentro de
Solidaridad Obrera, hasta el punto de que uno de sus principales dirigentes,
Fabra Ribas, era el portavoz del PSOE en Catalunya.
La UGT, que había nacido precisamente en Barcelona, no había logrado
desarrollarse como en otros lugares del Estado fundamentalmente por el papel
que jugó en la huelga de 1903, oponiéndose frontal y violentamente a la
huelga general considerándola aventurera e inadecuada.
En ese momento, la política de la dirección socialista se caracterizaba por
el rechazo frontal a la política de huelgas generales por considerarlas
desviaciones anarquistas. Además, tenía una posición sectaria hacia las
reivindicaciones democráticas (caracterizándolas de pequeño-burguesas) y
centraba toda su acción en potenciar el Instituto de Reforma Social, creado
por el gobierno, para conseguir mejoras económicas. De esta manera, lejos de
debilitar a los republicanos pequeño-burgueses, el PSOE les entregaba el
monopolio de la lucha contra algunos aspectos que realmente preocupaban a
los trabajadores como era el anticlericalismo o la lucha por una educación
pública laica. Esta política por un lado sectaria y a la vez conciliadora
con el gobierno llevó al movimiento socialista a una crisis importante y a
desafiliaciones masivas.
Esa crisis y, una vez más, el impacto de la Revolución rusa y, en ella, el
uso de la huelga general revolucionaria, provocaría un giro dentro del PSOE.
Sin embargo, la dirección socialista no sacaría todas las conclusiones de
1905. Aunque formalmente aceptaron el uso de la huelga general, limitaban su
uso a demostraciones pacíficas. En Catalunya finalmente optarían por
orientarse a Solidaridad Obrera entrando en el nuevo sindicato. Pero además,
también adoptaron una política de colaboración con los republicanos
pequeño-burgueses que tendría nefastas consecuencias.
El Partido Radical
En 1909 el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux era una fuerza
con gran influencia en el panorama político catalán. La mayoría de la clase
obrera con derecho a voto apoyaba a este partido pequeño-burgués, hasta el
punto que en las elecciones municipales de mayo de 1909 fue el partido
ganador en Barcelona, con mayoría absoluta, con más de 35.000 votos para
concejales. Se cree que de esos, unos 20.000 eran votantes obreros.
Alejandro Lerroux, el "emperador del Paralelo" y futuro presidente del
gobierno republicano durante el Bienio Negro, llegó a Barcelona en 1901 con
la cartera llena de dinero del gobierno central. Su objetivo era formar un
partido que, por un lado limitara la influencia de los regionalistas
burgueses catalanes, pero que, sobre todo, lograra captar la atención de un
movimiento obrero en ascenso para apartarlo de la senda revolucionaria.
El Partido Radical fundó la primera Casa del Pueblo en la Península Ibérica
imitando las desarrolladas por los socialistas en Bélgica (modelo que
posteriormente adoptaría el PSOE), creó redes sociales de alimentos,
protección social y educación orientadas a los trabajadores más precarios.
Contaba con una organización juvenil compuesta de milicias armadas, los
Jóvenes Bárbaros, que defendían los mítines del partido -las llamadas
"meriendas radicales"- y atacaban los de los demás grupos políticos. También
con dos organizaciones femeninas, las Damas Rojas, de extracción obrera, que
combinaba acciones reivindicativas con asistenciales, y las Damas Radicales,
donde se agrupaban las mujeres pequeño-burguesas que sobre todo realizaban
una acción cultural.
Sin embargo, tras esa red social sólo había un intento de desviar la energía
revolucionaria de la clase obrera hacia la arena del parlamentarismo.
Lerroux, aunque hacía demagógicos llamamientos a la revolución social,
centraba su discurso en denunciar el catalanismo -utilizado por la burguesía
catalana para dividir a los trabajadores entre catalanoparlantes y
emigrantes- y, sobre todo, en un violento anticlericalismo: "alzad el velo
de las novicias y elevadlas a la categoría de madres", exhortaba Lerroux a
los Jóvenes Bárbaros.
El surgimiento de Solidaridad Obrera supuso un duro golpe para las
aspiraciones de los radicales. Desde el primer momento la táctica de Lerroux
fue tratar de controlar el sindicato o destruirlo: "He destruido Solidaridad
Catalana -en referencia a la coalición electoral catalanista- y destruiré
Solidaridad Obrera" - explicaba el líder radical. Desde octubre de 1908
hasta la Semana Trágica, se produjeron constantes enfrentamientos entre
anarquistas, socialistas y sindicalistas por un lado, y radicales por otro,
por el control del sindicato.
"La guerra de los banqueros"
En este contexto se produce la guerra en Marruecos. Tras la pérdida de las
colonias de Ultramar, la burguesía española necesitaba un nuevo campo de
acción y nuevos mercados. La burguesía catalana era precisamente de los
sectores más interesados en la guerra en Marruecos. Asociados al conde de
Romanones, el marqués de Comillas y el empresario Eusebi Güell eran
propietarios de una sociedad minera que operaba cerca de Melilla. Además el
propio Comillas era dueño de la compañía marítima encargada de transportar
las tropas desde la península hasta Marruecos (por eso el transporte de
tropas se hacía desde Barcelona), entre otros negocios.
A esto se sumaba la propia situación en el mando militar, humillado en la
guerra contra Estados Unidos, que exigía un nuevo conflicto en el que poder
recuperar el honor perdido. Los Borbones habían recuperado el trono en 1874
gracias a los militares, así que para Alfonso XIII era prioritario mantener
contento al generalato.
Francia había utilizado a la monarquía española en el juego colonial para
asentar su poder en Marruecos frente a las aspiraciones de Alemania y las
cautelas del Reino Unido. Así se había llegado al acuerdo de dividir
Marruecos en dos áreas de influencia: una francesa (con la mayoría del
territorio) y otra española, con la costa mediterránea y algún que otro
enclave. Sin embargo, aunque el sultán de Marruecos era un títere del
imperialismo, las distintas tribus rechazaron el dominio colonial. El
gobierno español era incapaz de garantizar el orden en su zona de influencia
y las presiones del imperialismo francés para una intervención militar se
sumaron a las causas antes citadas.
Finalmente el gobierno, presidido por el conservador Antonio Maura, preparó
los planes militares. El 4 de junio cerró el parlamento y días después
amplió el presupuesto dedicado a gastos militares comenzando el envío de
tropas a Melilla. El 9 de julio los rifeños atacan las minas españolas dando
la excusa perfecta para comenzar la guerra. El gobierno movilizó
inmediatamente a los reservistas del ejército.
Los reservistas eran en su mayor parte obreros que ya habían terminado su
servicio militar pero que en caso de guerra podían ser movilizados por el
ejército. Se trataba por tanto de cabezas de familia de las que dependían
mujeres y niños y que en muchos casos no contaban con ninguna otra fuente de
ingresos. El gobierno no daba ninguna ayuda a las familias afectadas. Pero
además la propia formación del ejército era profundamente clasista. Los
burgueses podían librarse de ingresar en el ejército pagando 1.500 pesetas o
enviando un sustituto. Desde antes de su inicio, la guerra fue conocida
popularmente como "la guerra de los banqueros".
Hacia la huelga general
La orden de movilizar a los reservistas radicalizó aún más el ambiente, no
sólo en Barcelona sino en todo el Estado. A partir del 25 de junio, el PSOE
iniciará una campaña pública de denuncia de los planes bélicos del gobierno.
El 18 de julio, con la guerra ya en marcha, Pablo Iglesias en un mitin en
Madrid para denunciar el carácter imperialista de la guerra plantea, por
primera vez, la idea de una huelga general para detener la guerra. Sin
embargo, los acontecimientos se acelerarían.
Ese mismo día se producía en Barcelona el embarque de los regimientos
compuestos por reservistas. A la ceremonia acudieron numerosas mujeres de la
burguesía que tenían por costumbre despedir a los soldados entregándoles
tabaco y escapularios. Para las mujeres de los reservistas la actitud de las
damas burguesas fue inaceptable. Era insultante que aquellas acaudaladas
señoras acudieran a despedir a sus maridos, padres e hijos cuando los de su
clase se libraban del ejército. Las mujeres improvisaron una protesta que
marcó el inicio de las movilizaciones callejeras contra la guerra. A duras
penas pudieron embarcar a los reservistas en los barcos, pero los
escapularios y el tabaco acabaron arrojados en el mar. Durante toda la tarde
se sucedieron manifestaciones callejeras por el centro de la ciudad
encabezadas por las mujeres.
Toda la semana estuvo marcada por manifestaciones callejeras, no sólo en
Barcelona, sino también en Madrid y otras localidades. El martes llegan las
noticias de los primeros enfrentamientos bélicos en Marruecos y la muerte de
los primeros reservistas, lo que enciende aún más los ánimos. Al día
siguiente, un mitin del PSOE en Tarrasa con 4.000 obreros aprueba una
resolución a favor de la convocatoria de una huelga general. Finalmente, la
enorme presión obligará a la dirección de UGT a convocar huelga general en
todo el Estado para el 2 de agosto.
Sin embargo, el sábado llegará una nueva noticia desde Marruecos: el
ejército español había sido derrotado por los rifeños en Ait Aixa. 26
soldados habían muerto y otros 230 estaban heridos. Las masas no podían
esperar al 2 de agosto para luchar contra la guerra. Presionados por el
ambiente, los dirigentes de Solidaridad Obrera se ven obligados a conformar
un Comité Central de Huelga y a lanzar la movilización para ese mismo lunes
en Barcelona. La dirección del Comité estaría conformada por un
representante socialista (Fabra Ribas), un representante sindicalista y un
representante anarquista. El domingo, la decisión sería ratificada en una
asamblea con 250 delegados fabriles de toda la comarca de Barcelona.
Aunque se calcula que en ese momento vivían en Barcelona más de 150.000
obreros, excluidos de esta cifra el servicio domestico y las profesiones
"informales", de los 550.000 habitantes de Barcelona sólo 140.000 tenían
derecho a voto. La mayoría de los inmigrantes, o los que vivían en chabolas
no podían votar.
II
La huelga general del lunes 26 fue secundada masivamente. Los delegados de
la asamblea del domingo se habían distribuido por la madrugada para preparar
grupos de piquetes en las principales fábricas de la ciudad. Al grito de
"¡Cerrad por nuestros hermanos de Melilla!" los trabajadores secundaban la
huelga. Una vez más, el papel más activo en los piquetes corrió a cargo de
las mujeres. El paro se extendió como la pólvora desde los suburbios hasta
el centro. A media mañana toda la economía catalana estaba paralizada.
Muchos empresarios, por miedo a los obreros, decidieron directamente cerrar
sus negocios lo que añadió más amplitud a la protesta. Los pequeños
comercios, unos por miedo a los piquetes, otros por simpatía a los motivos
de la huelga, cerraron sus puertas. El gobierno trató de proteger el
servicio de tranvías, un sector clave para la vida económica de la ciudad,
sin embargo tras varios enfrentamientos entre la Guardia Civil y los
manifestantes tuvieron que desistir de su empeño.
Por la tarde la ciudad estaba en manos obreras. Los trabajadores habían
conseguido armas y se enfrentaron a la Guardia Civil y a la policía. También
asaltaron algunas comisarías para liberar a presos políticos. Para evitar la
llegada de refuerzos se cortaron las líneas férreas, al tiempo que en los
barrios obreros se alzaban cientos de barricadas. La policía se había
dispersado incapaz de frenar el movimiento. El aparato del Estado se dividió
entre los partidarios de reprimir el movimiento para que no fuera a más (el
Ministro de la Gobernación) sacando al ejercito, y el gobernador Ossorio que
no quería utilizar las tropas temiendo que confraternizaran con los
trabajadores. Esa misma tarde, finalmente el gobierno de Madrid obligó a
dimitir al gobernador civil, Ossorio, incapaz de frenar a los trabajadores,
y declaró la ley marcial en Barcelona.
Sin embargo, el general Santiago, ahora al mando de la ciudad, tampoco pudo
reprimir al movimiento, cuando los soldados acuartelados, muchos de ellos
reservistas, salieron a la calle, efectivamente confraternizaron con los
trabajadores. Los trabajadores diferenciaban entre ellos y los policías y
los recibían con vivas al ejército, y consignas contra la guerra. El poder
del Estado estaba suspendido en el aire.
El ánimo de victoria impulsó a los trabajadores a continuar la movilización.
Además hasta ese mismo día las noticias que habían llegado del resto del
Estado era que la movilización no se limitaba a Barcelona. Sin embargo, la
huelga sólo afectaba a Barcelona y a las localidades cercanas como Sabadell,
Terrassa, Granollers, Badalona o Palamós. En algunas de estas localidades
surgieron Juntas Revolucionarias que se hacían con el poder municipal.
Sin embargo, este proceso no se dio en Barcelona. El Comité Central de
Huelga se vio rápidamente desbordado por los acontecimientos. Habían
concebido la huelga como una movilización pacífica de la clase obrera para
presionar al gobierno a detener el conflicto. En ningún caso habían visto la
posibilidad de hacerse con el poder a través de una insurrección obrera.
Tampoco los dirigentes anarco-sindicalistas, que creían que con sólo
prolongar la huelga general el gobierno caería. La pequeña minoría de
anarquistas "puros" agrupados alrededor del periódico Tierra y Libertad no
jugarían tampoco ningún papel, de hecho, muchos de sus miembros pasarían
toda la semana en prisión.
Tras el éxito de la huelga del lunes los trabajadores por sí mismos
decidieron continuarla el martes, pero el Comité Central de Huelga no jugó
en esa decisión ningún papel, ni siquiera emitió algún manifiesto o
proclama.
El Comité Central de Huelga había dado el pistoletazo de salida, pero lo que
se estaba expresando iba mucho más allá de una movilización antibélica. Era
el producto de décadas de explotación y de energía revolucionaria contenida
por parte de la clase obrera. Las organizaciones obreras tenían que haber
impulsado en Barcelona una Junta Revolucionaria, Consejo Obrero o Soviet que
se hiciera con el poder, tomar el control de las fábricas y extender la
revolución al resto del Estado. Sin embargo nada de esto hicieron. En su
lugar, los dirigentes de Solidaridad Obrera y del Comité Central de Huelga
trataron de convencer a los dirigentes republicanos, tanto radicales como
catalanistas para que se pusieran a la cabeza del movimiento y proclamaran
la república, sino en todo el Estado, al menos en Catalunya. El martes,
radicales y republicanos se reunieron en el ayuntamiento de Barcelona y tras
muchas deliberaciones decidieron volver a sus casas.
Las organizaciones obreras tampoco extendieron la lucha fuera de la
provincia de Barcelona. El martes en Madrid Pablo Iglesias refrendó la
convocatoria de huelga general para el 2 de agosto (que nunca se
celebraría), sin organizar ningún movimiento de solidaridad con los obreros
barceloneses. Mientras tanto el Ministerio de la Gobernación corrió la bola
de que la insurrección en Catalunya formaba parte de un movimiento
separatista, lo cual influyó en algunos sectores más proclives a creer al
gobierno.
Ante la ausencia de una dirección revolucionaria que marcara una orientación
a los trabajadores y objetivos concretos hacia la insurrección, el Partido
Radical trató de ocupar ese vacío y de paso alejar el movimiento de la senda
revolucionaria. Con las fábricas cerradas y el aparato represivo del Estado
aparentemente impotente, los dirigentes radicales (Lerroux estaba en el
extranjero, el líder radical tenía la curiosa virtud de desaparecer del mapa
cuando la situación se complicaba) lanzaron a las masas contra las Iglesias
y Conventos.
Barcelona arde
La Iglesia católica era una institución profundamente odiada por las masa en
el todo el Estado. No sólo recibía impresionantes subvenciones del Estado
(más de 20 millones de pesetas de entonces todos los años), sino que sus
posesiones y vínculos económicos eran tremendos. Aún en 1912 la patronal
catalana, Fomento del Trabajo, reconocía que la Iglesia controlaba un tercio
del capital en España. Numerosos bancos, negocios, industrias pertenecían
directa o indirectamente a la Iglesia. Su fusión con los capitalistas y
terratenientes era total. Pero además no hacían ningún intento por no
demostrar tal poder. Sólo en Barcelona había 348 conventos. Pero además la
iglesia contaba en régimen casi de monopolio con todas las instituciones
asistenciales, cuidado de ancianos, de huérfanos, comedores sociales y sobre
todo el sistema educativo. Desde luego la iglesia no dudaba en utilizar a
esos mismos huérfanos para hacer lucrativos negocios, empleándolos en
talleres.
Para la clase obrera la educación no es un tema secundario. El que sus hijos
pudieran salir de las condiciones de vida bárbaras en las que ellos se
encontraban pasaba por que recibieran una educación de calidad. La iglesia
cerraba ese camino. Los trabajadores eran conscientes del papel de policía
espiritual que jugaban las instituciones religiosas. Por eso, precisamente,
los pedagogos anarquistas que trataron de impulsar una educación laica como
Ferrer i Guardia contaban con gran prestigio entre las masas.
Con un movimiento en marcha sin ninguna dirección, consigna u orientación,
los políticos radicales, a través de la Juventud Bárbara o las Damas Rojas y
Radicales, trataron de canalizar toda la fuerza revolucionaria hacia un
frente que no cuestionara el orden capitalista. Para los radicales era mejor
que los obreros quemaran conventos a que ocuparan las fábricas o
establecieran sus propios órganos de poder obrero. El primer convento ardió
en Barcelona el lunes por la noche, pero sería precisamente el martes y el
miércoles, con la ciudad controlada por los trabajadores, cuando se
desataría la oleada de incendios. Hasta 80 edificios religiosos resultarían
pasto de las llamas.
Sin embargo, cabe señalar que los obreros que participaron en los asaltos a
las Iglesias y conventos lo hacían con el ánimo de "rescatar a los frailes y
monjas". La creencia popular era que muchos de los novicios y novicias
entraban obligados en las órdenes religiosas. No sólo se garantizó la
integridad física de los religiosos, sino que las riquezas encontradas en su
interior fueron incendiadas junto con los edificios. No hubo pillaje.
La escena más esperpéntica se produjo el miércoles por la tarde. Numerosos
rumores señalaban que bajo los huertos de los conventos había enterrados los
cadáveres de novicias torturadas y de los bebés no deseados de las monjas.
Dirigidos por radicales y por lúmpenes contratados por los radicales, una
masa descontrolada profanó las tumbas. Y encontraron lo que buscaban:
cadáveres de mujeres con las manos y pies atados y cadáveres de bebés, así
que procedieron a llevarlos a la Plaza de Sant Jaume en una macabra
procesión a través de las Ramblas para que las autoridades municipales
comprobaran las pruebas.
Estas escenas sacrílegas serían denunciadas con violencia por la burguesía
catalana al término de la Semana Trágica, pero ese histerismo contrasta con
la actitud mostrada por esos fervientes católicos. Según relatan testigos
directos, lejos de acudir al rescate de los religiosos, los burgueses se
asomaban con curiosidad y satisfacción a los balcones de sus casas para ver
con interés como se quemaban los edificios religiosos y no sus propiedades.
La verdadera tragedia
Poco a poco la energía revolucionaria se fue extinguiendo. Además, a partir
del jueves el general Santiago recibió a cientos de Guardias Civiles de
refuerzo con los que pudo recuperar el control de la ciudad. Para el sábado
el Estado había logrado acabar con la insurrección aplastando las últimas
barricadas en los barrios obreros de Clot y Horta.
Tuvieron no obstante los empresarios que garantizar que el 1 de agosto los
trabajadores cobrarían con normalidad sus salarios para lograr restablecer
el orden. Los dirigentes del impotente Comité Central de Huelga, de
Solidaridad Obrera y del PSOE lograrían huir. Los dirigentes del Partido
Radical se eximirían de cualquier culpa y responsabilidad.
Durante la semana más de 70 obreros habían sido asesinados por policías y
francotiradores instalados por el gobierno en las azoteas o en el combate
defendiendo las barricadas (algunas fuentes elevan la cifra a más de 104).
Más de 500 obreros habrían resultado heridos. Muchos de ellos morirían en
sus casas conscientes de que si acudían a las autoridades para recibir
asistencia sanitaria serían encarcelados.
Pero fue entonces cuando se desató la represión. Para comenzar, los
sindicatos empezando por la propia Solidaridad Obrera fueron destruidos.
Hasta noviembre no se levantaría la ley marcial. Más de 2.500 personas
fueron detenidas (tuvieron que habilitar barcos para almacenar a los presos
porque excedía la capacidad de las cárceles barcelonesas) de las cuales se
procesó a 1.725. 175 fueron condenados a destierro, 59 a cadena perpetua, 18
a reclusión temporal, 13 a prisión mayor y 39 a prisión correccional. 5
personas fueron ejecutadas por el gobierno, uno de ellos un joven con
síndrome de Down acusado de bailar con el cadáver de una monja.
La ejecución más conocida fue el del pedagogo anarquista Ferrer i Guardia,
fundador de la escuela moderna, que, sin embargo, no había participado en
los acontecimientos (se encontraba en su finca de recreo fuera de la
ciudad). Su juicio fue una de las mayores farsas de la historia de la
justicia burguesa y su muerte provocó movilizaciones en varios países del
mundo. Sin embargo también demostró la cobardía de los republicanos, tanto
catalanistas como radicales. Nadie de la intelectualidad progresista salió
en defensa del pedagogo.
El gobierno buscaba con estas sentencias sobre todo dar un escarmiento al
movimiento obrero para que nunca más se levantara. Por supuesto no lo
lograrían, en 1917 esos mismos trabajadores protagonizarían el Trienio
Bolchevique.
Consecuencias de la Semana Trágica
La Semana Trágica marca un punto de inflexión en la lucha de clases en el
Estado español. Para empezar, el sistema político de la llamada Restauración
borbónica comenzó a descomponerse. La oleada de movilizaciones
internacionales denunciando la represión contra los trabajadores
barceloneses forzó a Alfonso XIII a destituir al impopular Antonio Maura.
Desde entonces, los dos partidos políticos dinásticos, los liberales y los
conservadores, que se alternaban pacíficamente en el poder amañando las
elecciones a través de las redes caciquiles, entrarán en crisis y sufrirán
numerosas escisiones. Ya no se recuperarían.
Por otra parte, la guerra en Marruecos sería un fiasco. Finalmente en
diciembre el gobierno dio por terminada la campaña, sin embargo no se había
conseguido ninguno de los objetivos militares. El control colonial español
seguiría siendo tremendamente inestable, preparando una nueva guerra (la
guerra del Rif, 1911-1926).
La burguesía catalana, que antes de la Semana Trágica había coqueteado con
la idea del regionalismo catalán para conseguir cierto autogobierno, se
fusionará políticamente con el gobierno de Madrid formando parte de futuras
coaliciones ministeriales. El terror a la clase obrera convencería a estos
"patriotas" de que ante todo, se trataba de preservar sus intereses de
clase.
También la Semana Trágica marca el principio del fin de los partidos
republicanos burgueses. La clase obrera haría pagar al Partido Radical su
demagogia. Muchos de sus militantes habían participado en las barricadas y
en los enfrentamientos con la policía y el ejército, sin embargo sus
dirigentes habían "escurrido el bulto" una y otra vez. Toda su autoridad
entre la clase obrera colapsó al desvelar su demagogia hueca. Pero al igual
que la burguesía se había aterrado al ver a la clase obrera en movimiento,
estos "representantes políticos" de la pequeña burguesía también cerraría
filas en torno a la reacción. La propia dirección radical girará hacia la
derecha abandonando cualquier tipo de discurso populista (hasta el punto de
que Lerroux llegará al poder en 1933 de la mano de la reaccionaria CEDA
durante el Bienio Negro).
Será el PSOE el que salve a los republicanos. Tras la Semana Trágica, Pablo
Iglesias conformará una coalición con los partidos republicanos (Conjunción
Republicana-socialista). Con ese paraguas, el líder socialista conseguirá el
primer escaño en el Congreso de los diputados para la clase obrera en 1910.
Ésta política de colaboración de clases, buscando que los líderes
republicanos se pongan a la cabeza del movimiento revolucionario de la clase
obrera, será, en esencia, mantenida durante el resto de la historia del
PSOE, en especial durante la II República.
La influencia del PSOE y de la UGT fuera de Catalunya crecerá utilizando
precisamente campañas estatales de solidaridad con los represaliados de la
Semana Trágica. Sin embargo, dentro de Catalunya los socialistas pagarán las
vacilaciones y la falta de dirección de la que habían hecho gala.
Precisamente eran ellos los que podían haber dado una orientación política a
la insurrección, así como extenderla fuera de Catalunya. PSOE y UGT eran las
únicas organizaciones estatales que existían en aquel momento.
Acusando a los anarquistas de que la Semana Trágica no fuera un movimiento
pacífico, la UGT abandonará Solidaridad Obrera y tratará de construir por su
cuenta en Catalunya. Esa ruptura dejará el control político del sindicato a
los anarcosindicalistas. Éstos, si bien tampoco habían ofrecido ninguna
alternativa durante la insurrección, sí habían mostrado un perfil más
combativo que los dirigentes socialistas. Conscientes de su limitación en
comparación con la UGT por no contar con una organización estatal,
utilizarán los restos de Solidaridad Obrera (muy mermada por la represión)
para lanzar una organización anarcosindicalista en todo el Estado. En 1910
nacería la CNT, siendo desde el principio la fuerza hegemónica entre el
proletariado barcelonés. La fuerza de masas con que contará el
anarcosindicalismo hasta 1939 estará, desde el principio, absolutamente
vinculada a la práctica oportunista y reformista de los dirigentes del PSOE
y de la UGT. Aunque la dirección de la CNT, enfrentada a los acontecimientos
revolucionarios de los años 30 y careciendo de una alternativa marxista
caería también en la política reformista de colaboración de clases.
Cien años después, muchos de los problemas por los que lucharon los heroicos
revolucionarios barceloneses siguen presentes. El capitalismo es un sistema
incapaz de desarrollar la sociedad y condena a la miseria y a la degradación
a millones de personas en todo el mundo. También en el moderno Estado
español, se reproducen, al calor de la actual crisis del capitalismo, muchas
de las plagas que parecían extintas: el paro, los desahucios, la
precariedad... Otras plagas, como el poder de la iglesia, los conflictos y
guerras imperialistas, el carácter represivo del Aparato del Estado o la
demagogia y la corrupción entre muchos dirigentes reformistas, siempre se
han resistido a desaparecer.
Contar con una organización proletaria -precisamente lo que faltó en la
Semana Trágica-, que confíe en las propias fuerzas de la clase obrera, que
tenga una estrategia clara para tomar el poder y acabar con el capitalismo y
que no busque supuestas burguesías progresistas sigue siendo la tarea
fundamental del proletariado en Catalunya, en todo el Estado y a nivel
mundial.
Bibliografía:
- La Semana Trágica, Joan Connelly Ullman, 1972, Ediciones Ariel.
- La Semana Trágica, Dolors Marín, 2009, La esfera de los libros.
- Los anarquistas españoles, Murray Bookchin, 1980 Editorial Grijalbo.
- El movimiento obrero en la historia de España, Tuñón de Lara, 1972. Taurus
ediciones.
Jaume García
viernes, 17 de julio de 2009