Después de estos últimos días argentinos, Manuel
Belgrano hubiera repetido esas palabras que escribió en el Correo de
Comercio el 21 de julio de 1810: “Vivimos en un país nuevo”. Sí,
presenciamos por primera vez marchas de pueblos originarios en todo el país
y una presencia de masas increíble en el recuerdo de los patriotas de Mayo y
muchos casos de salir y poner el rostro ante las constantes transgresiones
de la dignidad humana que se han registrado en nuestra historia.
Pero no debemos contentarnos con citar a Manuel Belgrano y sentirnos ya
conformes con el apoyo popular –la gente en la calle– en los festejos de
Mayo. Hay que seguir en la calle para ahondar ese curso y llegar al sueño
que desde 1813 ponemos en nuestros labios al cantar el Himno Nacional: “Ved
en trono a la noble igualdad, libertad, libertad, libertad”.
Vayamos a los hechos. La colectividad armenia en Buenos Aires nos ha dado a
todos los argentinos un ejemplo de cómo hay que actuar frente a lo injusto.
No se olvida del genocidio que Turquía hizo con los armenios. Uno de los
gobernantes turcos, el llamado Ataturk Mustafá Kemal fue el más encarnizado
verdugo del pueblo armenio, que continuó la matanza iniciada en 1915. Fueron
exterminados un millón y medio de armenios. El historiador Pascual O.
Ohanian –residente en la Argentina– ha detallado en voluminosos tomos, con
documentación irreprochable, las diversas acciones de ese genocidio. Entre
las víctimas se hallan decenas de miles de niños. Justamente en estos días
el citado historiador presentó el sexto tomo de su obra. Ojalá los
argentinos logremos tener una crónica tan detallada y profunda de todos los
crímenes del sistema de “desaparición de personas” de nuestra dictadura
militar. Los documentos oficiales son de una claridad que dejan al desnudo
toda la crueldad de la matanza realizada por los turcos. Leo uno que se
refiere a una de las tantas acciones: “La cantidad total de muertos alcanzó
a 60.000 armenios, de los cuales 30.000 eran hombres, 15.000 mujeres, 5000
niños y 10.000 niñas”. Una de tantas masacres. O este documento del teniente
coronel británico Rawlinson, testigo de cómo miles de hombres armenios
fueron explotados como esclavos por los gobernantes turcos. Transcribimos un
párrafo: “Al salir vimos prisioneros armenios, esclavos sería la palabra
exacta. La apariencia de estos hombres me produjo un shock como el que nunca
había experimentado y un recuerdo que perdurará hasta el fin de mis días.
Era invierno, la nieve caía densamente, la fuerza y temperatura del viento
estaban más allá de toda descripción. Aquellos míseros espectros estaban
vestidos en agusanados andrajos, plenos de podredumbre e inmundicia, a
través de los cuales eran visibles sus descarnados huesos, tanto, que
parecía imposible que la humanidad pudiera ser reducida a tales extremos y
aún viviera”.
A los extremos de crueldad que ha llegado el ser humano. Pues bien. A ese
Kemal Ataturk se le quiso levantar un monumento nada menos que en los
bosques de nuestro Palermo, a pedido del actual gobernante de Turquía y se
pensó en su inauguración justo a la llegada de ese político con la
asistencia del intendente Macri y del visitante, señor Erdogan. Apenas se
supo la noticia, se movilizó la colectividad armenia a través de sus
representantes, con visitas a las autoridades responsables argentinas y
mediante solicitadas en nuestros medios. Lo consideraban un insulto y una
provocación. Los armenios constituyen una parte importante de la población
argentina. En cambio casi no existe colectividad turca, apenas se cuentan
unos cientos de esos ciudadanos. La movilización dio resultados. El triunfo
fue absoluto. El pedestal en Palermo se quedó sin la estatua. Como no se
ratificó que la ceremonia se iba a realizar, el premier turco desistió de su
viaje. Muy bien, que aprenda.
Nosotros tenemos un Kemal Ataturk propio. Se llama general Julio Argentino
Roca. Dos figuras similares. Roca fue el genocida de la llamada Campaña del
Desierto. A Kemal se lo pondera porque creó la nueva Turquía. A Roca,
intérpretes de la Sociedad Rural y sus historiadores afines lo consideran el
estadista que organizó la Argentina y la orientó hacia la civilización
europea. Los principios morales no sirvieron en los dos casos, lo que vale
es el “progreso”, claro, el progreso de algunos.
Pero, pese a que pasó más de un siglo, la conciencia sigue actuando y no se
conforma con esa interpretación histórica y lucha por la verdad. Es hasta
conmovedor que en pequeñas ciudades argentinas, la gente de pueblo se agrupa
para terminar con el conformismo que da vergüenza. Cito, por ejemplo, un
caso. El de la ciudad cordobesa de San Francisco. La organización Somos
Viento de esa ciudad me escribe que luchan desde hace dos años por quitar el
nombre de Julio Argentino Roca a una avenida para que pase a llamarse
Pueblos Originarios. Me dicen que ya han logrado una reunión con los bloques
de concejales del Concejo Deliberante a los cuales les van a hacer ese
pedido porque –escriben– “es una reivindicación a todos, que nos merecemos
una vergüenza menos, y por sobre todo es una reivindicación a ese
sufrimiento causado por más de cinco siglos a nuestros hermanos nativos,
originarios, y a su cultura que también es la nuestra por más que seamos
winkas y con apellidos traídos de Europa, que desde siempre los ha obligado
a acallar, a ocultar: tener sangre aborigen era vergüenza. Desde Somos
Viento queremos gritar, decir de viva voz que somos más de lo que pensamos
los que pertenecemos a una tierra mixta, diversa, diferente”. Muy bien, que
gente joven luche por más dignidad desde la base.
Como ha sido el episodio de Casilda. El coraje civil salió nuevamente a
relucir. En los festejos del 25 de Mayo, en el palco principal ocupó un
lugar de preferencia nada menos que quien había sido capellán de la policía
de Rosario, el cura Eugenio Zitelli, implicado en la causa Feced por estar
presente en la tortura de detenidos durante la dictadura de la desaparición
de personas. Está, por ejemplo, el testimonio de las ex detenidas Olga
Cabrera Hansen e Inés Luchetti, quienes –ya presas– se quejaron ante Zitelli
porque las torturaban y él les respondió: “Sin tortura no hay información”.
Se ha demostrado que el citado sacerdote avaló todos los procedimientos de
la dictadura. El comisario Feced reconoció que el cura Zitelli actuaba con
ellos en los llamados “procedimientos”. Pues bien, el 25 de mayo estuvo
mostrándose en primera fila en el palco oficial.
Pero no la sacó barata. Una mujer, una docente, Sandra Michelón, tuvo el
coraje de acercarse al palco y decirle en voz bien alta que repudiaba su
presencia. Las autoridades que lo rodeaban se sintieron molestas por esta
valiente actitud y uno de ellos le dijo a la docente “que no arruinara la
fiesta”. Es decir, que la que “arruinaba la fiesta” era la docente que
denunciaba el cura represor y no la presencia de éste, codeándose con todos
los altos funcionarios de la democracia.
Al día siguiente, en el acto del Instituto del Profesorado, Sandra Michelón
fue invitada a hablar y comenzó preguntándose: “¿Cómo es posible una plaza
con Zitelli?”. Sí, ¿cómo es posible recordar a los hombres de Mayo teniendo
al lado a un represor y defensor todavía hoy de ese sistema, el más
despiadado de la historia nacional?
Por supuesto que a Sandra Michelón la criticaron por “no respetar la
diversidad de opiniones”, como si la picana eléctrica y la desaparición
fueran una “opinión”. Pero hechos así quedarán para siempre en la historia
de Casilda. Se recordará por mucho tiempo este gesto de la docente, mientras
que los que miraron para otro lado pasarán como los de siempre, los que se
acomodan a las circunstancias. Y el cura de manos secas por aplaudir a los
torturadores quedará como figura del desprecio eterno. Casilda, así, quedó
apartada, en ese momento, del sueño de Manuel Belgrano: “Estamos en un país
nuevo”. O tal vez sí, pensando en la docente Sandra Michelón.
Claro, también está el otro caso, la maestra pampeana que alabó nada menos
que a Roca y a Galtieri. Es explicable, mentalidades paralelas: Roca,
verdugo de pueblos; Galtieri, desaparecedor que para salvarse inventó la
insensatez de una guerra para recuperar las Malvinas. Más de seiscientos
jóvenes muertos. En plena vida, en plenos sueños. El monarca de la tortura
convertido en liberador de islas. ¿Con qué derecho? El era un dictador
asaltante del poder. Y esas islas se recuperarán sólo con el camino
constante de la palabra y la paz, porque finalmente la razón triunfa
siempre. Vemos, paso a paso, cómo Latinoamérica va transformándose, pese a
pasos atrás como los de Honduras, Chile y Colombia.
Honduras, al nombrarla me acuerdo de un film documental que acaba de
estrenarse: ¿Quién dijo miedo?. Jamás he visto el protagonismo del pueblo
como en esas imágenes. La reacción contra el golpe que sufrió Zelaya por
Micheletti y la mentira que significó la “solución democrática de Lobo”.
Cómo lucha ese pueblo, en la calle, en todos lados. Qué presencia tiene la
mujer, pese a los balazos, los palos uniformados, la cárcel, el exilio.
Escena por escena: los rostros, las voces que no se callan, el combatir con
las manos contra las armas represivas importadas del Norte. Una filmación
que va a pasar a la historia, que servirá de guía para el futuro. El pueblo
no se rinde. Los pueblos no se rinden. Y las cámaras de la indignación están
en todos lados, en primera fila, no se pierden ningún detalle, cada rostro
queda como documento. La directora de este documento, Katia Lara, hondureña,
merece un premio internacional por su valentía, su precisión y su denuncia
total. Un testimonio de que, pese a todo, Latinoamérica no se rinde.
El sistema que domina al mundo está mostrando su incapacidad de resolver los
problemas que se le presentan. No, el ser humano tiene que recapacitar y ver
que el futuro no está en defender los intereses de uno y tapar la miseria de
otros. ¿Dónde quedaron aquellos teóricos que nos decían que el capitalismo
iba a solucionar por sí mismo todos los problemas del orbe? No ha resuelto
ni siquiera los problemas de los países denominados más ricos, que han sido
siempre los más explotadores. Veamos hoy Europa. Alemania, la joya del
capitalismo europeo, con sus millones de desocupados y el terror propio a
que el euro se desmadre para siempre. La gran mentira ha quedado al
descubierto en estos días. Con la renuncia del presidente alemán Köhler. Por
decir la verdad, decir lo que es la esencia del sistema, tuvo que renunciar.
Dijo que las tropas alemanas –nada menos– intervienen en la guerra de
Afganistán para proteger los intereses económicos y las vías comerciales de
Alemania.
Nada menos. Así que no es para “defender los ideales de libertad y asegurar
la paz en el mundo”, sino solamente por sus propios intereses económicos. Es
decir, repetimos, dijo la verdad y con eso dejó al desnudo el egoísmo y la
inmoralidad de todo un sistema político y económico de Estados Unidos y de
todas las naciones obedientes al sistema.
Demasiado ingenuo el señor presidente. Dicen los defensores del sistema que
en política no debe decirse nunca la verdad. Así le fue. Las críticas le
llovieron como un aguacero y tuvo que irse. Porque la receta que se aplica
es: miente, miente que al final te creen. El presidente alemán tendría que
haber dicho, en vez de la verdad, esto: “Enviamos tropas a Afganistán para
asegurar los principios de la libertad y la democracia hasta el último
rincón del mundo”. Y sonreír. Parece ser que hasta Obama ha aprendido esta
lección porque sigue sonriendo y ya pronuncia esos principios en todos los
lugares que visita.
Köhler va a pasar a la historia por no haber aprendido la lección. Se hace
la guerra por “los intereses económicos y comerciales propios”. Qué
ingenuidad. Le recomendaríamos que haga un curso en una escuela publicitaria
de artículos suntuarios y entonces va a aprender a saber vender la “cosa”.
Realidades y verdades, cada vez más alejadas. Pero la verdad no se rinde.
Osvaldo Bayer