La cruz, que recuerda a los peones huelguistas fusilados en la estancia San José por el Ejército Argentino, lleva la inscripción: “A los caídos por la livertá, 1921”.
Sí, fue todo realidad. Una semana, desde Puerto Santa Cruz hasta Jaramillo en plena Patagonia. Una a una fuimos marcando definitivamente las tumbas masivas de los peones rurales fusilados por el Ejército Argentino en aquel l921 de sangre. En una democracia, gobernaba Yrigoyen. Lo hicimos 87 años después. Tumba por tumba. Con una placa en la que, en todas, figuraba la frase “A los muertos por la livertá”. Sí, justo la frase que leí en la cruz que se hallaba en la tumba masiva de la estancia San José. Livertá, así, con v corta y acento, sin d. Escrita por un peón libertario, aquellos que creían que alguna vez iban a tocar el cielo con las manos para conseguir la igualdad en libertad.
El viaje lo hicimos con representantes del Gobierno y de los Concejos Deliberantes, titulares de organismos culturales, docentes y luchadores por los derechos humanos: todo por iniciativa de Uatre, la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores. Comenzó la histórica y emocionada marcha en Puerto Santa Cruz con la inauguración del monumento a Ramón Outerello, obra de la escultora Ruth Viegener. Ramón Outerello, gallego y anarquista, fue el dirigente que servía de nexo entre las columnas huelguistas: con Antonio Soto, al sur; Albino Argüelles, al centro y don José Font, el gaucho entrerriano, al norte. Outerello fue traído engañado por el Ejército y muerto a tiros en la estancia Bella Vista, en Gobernador Gregores, nombre de la ciudad que antes se denominaba Cañadón León. De Puerto Santa Cruz, en una larga hilera de vehículos, partimos a recorrer las distintas estancias donde están situadas las tumbas masivas que hablan de la injusticia, el terrorismo estatal y la impudicia y perversidad con que fueron fusiladas todas aquellas peonadas que se atrevieron a decir basta a la explotación humillante a que eran sometidos por los dueños de la tierra.
El momento culminante de nuestro viaje hacia la reivindicación histórica de una atrocidad por la cual nunca hubo ninguna autocrítica de los gobiernos radicales ni del comité nacional de ese partido, fue cuando el doctor Dafinotti depositó las cenizas de su abuela y de su madre en la tumba masiva donde yace Albino Argüelles, dirigente obrero de San Julián fusilado por el capitán Elbio Carlos Anaya. Allí, cerca de la estancia María Esther, en la tapera de Casterán, perdieron la vida Argüelles y sus compañeros por el delito de pedir más dignidad. Justo en ese lugar de nuestro viaje se detuvo su nieto, el doctor Dafinotti, médico porteño, y puso las cenizas de quien había sido la compañera de vida de Argüelles y de la hija de ambos. Argüelles, ese luchador social, no llegó a conocer a su hijita porque ella nació en Buenos Aires pocos días antes de su fusilamiento en la Patagonia. Ante la tumba de ese luchador, limpio y valiente, leímos la poesía que él le escribió a su compañera de vida, días antes de ser fusilado.
En esta poesía, Argüelles saludaba la noticia que le había dado su compañera en una carta donde le decía que había nacido la hija de ambos. Argüelles le dice así a su amada compañera:
A ti te queda el consuelo
de nuestro fruto adorado
en cuyo rostro esmaltado
se emitían tus desvelos
teniendo siempre presente
a nuestra hijita en la memoria
que de tus besos la gloria
la cubre constantemente.
Sí, los huelguistas patagónicos fusilados como perros también sabían escribir versos.
En la ciudad de Gobernador Gregores se detuvo nuestra columna en el conocido lugar denominado por la población “El cañadón de los muertos”, ya que allí, en un lugar bien marcado, se encuentran los restos de los peones fusilados. Al regreso, uno de los momentos más significativos. Dimos una clase de Historia en el colegio secundario que hoy, con orgullo, lleva el nombre de José Font, el gaucho que dio su vida para dignificar a sus amigos, los humildes peones de campo. Luego, marcha a Jaramillo, al monumento a ese gaucho pura nobleza y coraje para recordarlo con palabras de elogio y profundo respeto. Y luego, en el viaje de regreso a Gobernador Gregores, una sorpresa: el bautismo de una calle que conduce a una isla cercana con el nombre del autor de la investigación histórica La Patagonia Rebelde, medida tomada por una iniciativa de un edil del Partido Radical, hombre que fue capaz así de ser el primero de proceder a la autocrítica de haber sido un gobierno de ese partido el que ordenó el fusilamiento de trabajadores rurales. Al agradecer el homenaje el autor de La Patagonia Rebelde, señaló: “Agradezco la distinción pero más me hubiera gustado que en vez de mi nombre esta calle llevara el nombre del peón más joven fusilado en las heroicas huelgas del ’21.
Y a los homenajes de ahora se adhirió el arte. En Puerto Santa Cruz y en Pico Truncado se dio Patagonia de Fuego, la cantata de Sergio Castro sobre las huelgas rurales patagónicas. El arte ha sabido ser reflejo de las injusticias y la denuncia con la misma fuerza con que aquellas peonadas cantaban “Hijos del pueblo” antes de morir, y con la frase gaucha de José Font “Facón Grande” que gritó ante sus fusiladores de uniforme: “Así no se mata a un criollo”.
La gira histórica terminó con un acto final en el Monumento al Peón Rural en Pico Truncado. Maestros, ediles, el intendente, representantes de la Federación Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores y Analía Pérez, la anciana hija de Maximiliano Pérez, fusilado en Las Heras en enero de l922.
Una vez más, en la historia triunfa finalmente la ética. Esas tierras sureñas tienen ya sus héroes: los que murieron por la dignidad. Y a sus represores no los recuerda ni una placa ni siquiera en un cuartel. Pasaron para siempre al capítulo de la carroña de la historia.
Por Osvaldo Bayer
Desde Puerto Santa Cruz