En estos últimos días se han producido dos hechos que unen la memoria de dos
países que marcaron mi vida: Argentina y Alemania. A los dos, por desgracia,
los une el espanto. Recordar ese espanto es sufrir el peor de los dolores y
las vergüenzas. Dos países, dos sociedades que tienen manchas en su pasado
por las cuales ha sido protagonista el horror. El horror más cruel y
despiadado. Uno, las cámaras de gas; el otro, la desaparición. Es como para
salir a caminar por estas calles plenas de nieve y preguntarse, sin jamás
poder obtener una respuesta: ¿por qué?, ¿por qué tanta crueldad?, ¿por qué
tanta insensibilidad? Lo atroz. El ser humano convertido en bestia, una
bestia perversa. Uno, las cámaras de gas, el otro, la desaparición de
personas, después de las más bestiales torturas, volverlas anónimas y
arrojarlas vivas desde aviones al mar.
Sí, en estos días resonó la voz de la Justicia. Nuremberg, otra vez, en esta
ocasión para los criminales uniformados argentinos. La Justicia alemana pide
la extradición de Videla, el general argentino. Su rostro apareció en todos
los diarios. El verdadero retrato de la Muerte. Los artistas plásticos ya
tienen un modelo para inspirarse cuando dibujen esa muerte como símbolo. Al
anunciarse aquí, en Alemania, el pedido de extradición, compré todos los
diarios para mirarlo: el rostro de la Muerte. No nace otra sensación. Y por
esas fantasías que tiene la realidad, en la misma página apareció el juicio
que se lleva a cabo en Nuremberg al torturador nazi John Demjanjuk, de 89
años, el mejor torturador de Auschwitz. Que entra a la sala de juicio en
camilla, se hace el enfermo para originar compasión. Con los ojos cerrados,
aunque abre las pestañas, a veces, para cerciorarse de que engaña a los
presentes. Demjanjuk, el brutal torturador, la bestia humana y, más arriba
de la página del diario, el retrato de la Muerte, Videla, la muerte
argentina.
Entre los miles de desaparecidos en la Argentina durante la dictadura hay 76
alemanes, todos jóvenes. Una de ellas, Elisabeth, la estudiante que fue a
Buenos Aires para hacer labor solidaria en las villas miseria. Secuestro,
torturas, campo de concentración “El Olimpo” y asesinato a balazos en un
simulacro de tiroteo. Con la televisión alemana y bajo la dirección de
Frieder Wagner hicimos un film sobre ella. Hija del pastor evangélico Ernst
Käsemann, uno de los más brillantes ensayistas de Europa, sobre ética. En
Alemania, el film Elisabeth fue mostrado por el principal canal televisivo
nacional. En la Argentina, ningún canal quiso mostrar ese film testimonio.
Es que todo tiene su explicación. Nada es casual. Como justo ahora, en
momentos en que Alemania pide la extradición del desaparecedor Jorge Rafael
Videla, los diarios publicaron las declaraciones del político argentino
Eduardo Duhalde, en El Salvador, donde pide que se deje tranquilos a los
militares argentinos. Lo sabemos, es para crear el clima de manera que la
Justicia argentina deniegue la extradición de Videla. Aunque la reacción de
la verdadera democracia argentina no se hizo rogar. Y fueron justo militares
los que salieron a definir lo que es la ética profunda. Por supuesto, se
trata de los militares agrupados en Cemida, el Centro de Militares
Democráticos Argentinos. Mientras el político Duhalde dejaba escapar ante el
periodismo aquello de “no humillar a las Fuerzas Armadas”, los del Cemida le
respondieron que ellos consideran “muy favorable que al fin se esclarezca
quiénes fueron culpables de delitos aberrantes, y que ésos reciban las
sanciones que las leyes determinan y así el resto de los militares queden
libres de toda sospecha y hayan recuperado la admiración y respeto de la
ciudadanía a las fuerzas que San Martín instruyó aferradas a su ejemplar
código de conducta”. Firman el comunicado los coroneles Horacio Ballester y
José Luis García.
Cuando uno lee esto se pregunta cómo si hay militares que defienden la
democracia hubo políticos que usaron de todos los subterfugios para que todo
se olvidara y los criminales de la desaparición y la tortura quedaran
libres. Para recordar: las leyes de obediencia debida y punto final de
Alfonsín y el indulto para los comandantes, firmado por Carlos Saúl Menem.
Cuando se formó el Cemida con los militares que pidieron una verdadera
democratización del Ejército, escribimos que era hora de que esos oficiales
fueran los que dieran los lineamientos para el futuro de las Fuerzas Armadas
argentinas. Siguiendo el ejemplo del gobierno de la nueva Alemania
posnazista, que justamente eligió a los pocos oficiales que se habían jugado
contra Hitler, para dar las bases de lo que iba ser la actual Bundeswehr.
Pero ni Alfonsín ni Menem recurrieron a ellos. Al contrario, se los aisló;
los medios de prensa apenas si los mencionaban, a pesar de que dieron
conferencias de alto valor donde se resaltaba la ética que debía tener un
nuevo ejército en la democracia. Y ocurrió lo increíble, doy un ejemplo: en
el gobierno de Alfonsín se ascendió a “general de la Nación” al coronel
Gorleri, el quemador de libros de 1976, que se explicó diciendo que lo hacía
“por Dios, Patria y Hogar”.
Y ahora Duhalde tiene como palabra de propaganda la consigna “no humillar a
las Fuerzas Armadas” y quiere que ellas se encarguen de la reeducación de
nuestra juventud en los cuarteles militares. No, señor Duhalde: la juventud
se educa a través de la docencia y de crearle una sociedad justa, con
porvenir, con trabajo, y no con la violencia de la desocupación, del alcohol
o de las villas miseria.
Si aquí, en Alemania, un político de cualquier color propusiera la
eliminación de la inseguridad dándoles a las fuerzas armadas y sus cuarteles
un papel preponderante, tendría que irse del país por el repudio general.
Justamente Alemania hizo esa experiencia durante los años del nazismo, la
militarización de la juventud, y ya vimos el resultado. La juventud deja la
violencia con las herramientas de un oficio, en el aula ante la ciencia y
las artes, en el trabajo, con un techo digno y una naturaleza plena de
colores y sensaciones. Y no con el cuerpo a tierra, ni el paso de ganso. Y
los oficiales que se merecen una verdadera democracia no surgen de un
instituto donde se aprende a obedecer y a mandar sino donde todos sus
docentes hayan sido probados defensores de la democracia y de los derechos
humanos durante su vida, y que sean capaces de enseñar los ideales de aquel
glorioso Mayo, totalmente pisoteado por los generales de la desaparición y
la tortura.
Duhalde, un politiquero digno de ésos de la escuela del famoso Barceló de la
Avellaneda de los años ’30, supone crear un ambiente más democrático
dándoles más importancia a los militares. Y aquí, justamente, los militares
democráticos del Cemida le recuerdan: “¿El declarante no se estará curando
en salud, ya que aún no se han terminado de investigar sus responsabilidades
en los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, ocurridos
durante su presidencia?”. Hechos. Esperamos aquí la respuesta del doctor
Duhalde. Porque fue un crimen que conmovió al pueblo, en plena democracia.
Tiene la palabra.
Volvamos a Alemania. Esta semana asistí en Berlín al estreno de la pieza
teatral Elsa, del dramaturgo alemán Jürgen Berger. Es una historia que une
las dos tragedias vividas por ambos pueblos. Es la vida de Elsa, que cuando
joven debe huir con sus padres, por persecución racial, de la tierra donde
había nacido: Alemania. El destino llevará a esa familia a la Argentina.
Allí Elsa se educará, se casará y tendrá hijos. Una de ellas, Lilli, apenas
salida de la adolescencia, será secuestrada por los militares argentinos
acusada de actividades subversivas. La madre, Elsa –ya actriz de teatro–,
luchará por su vida. Pero Lilli no volverá más, pasará a ser desaparecida.
Dejará un bebé que criará Elsa. Una historia que se repitió muchas veces en
esos años de la dictadura militar. La protagonista es justamente Ellen Wolf,
en persona, que encarna a Elsa. Es su verdadera vida. Ahí está todo el
dolor, la inmensa pena ante la injusticia, primero, de haber tenido que
dejar su tierra natal, perseguida por algo tan irracional como el racismo; y
luego, en el país que le dio refugio, ser protagonista como víctima de la
desaparición de su hija.
La sala del Teatro Gorki de Berlín se llenó de emoción. Un destino y dos
países donde se desarrollaron la irracionalidad y la muerte. La emoción
aumentó más sabiendo que Ellen Wolf, de 83 años, que encarnaba a Elsa, se
interpretaba a ella misma y su destino. Haber vivido en la Alemania de los
años ’30 y luego en la Argentina de los ’70. La misma persona. Que ahora lo
decía todo, desesperación, pero lucha; muerte, pero sí a la vida. El
público, más que emocionado, ovacionó a la actriz.
Al día siguiente leí en los diarios las declaraciones de Duhalde. Me
pregunté: ¿es que los argentinos, mejor dicho, los que se dicen nuestros
pensadores políticos, no han aprendido nada?
Aunque siempre los enfrentaremos con la palabra, en la polémica, en el
diálogo. Pero, por sobre todo, con la Justicia. Demjanjuk y Videla mataron.
Para ellos la justicia, que debe apuntar siempre a la vida. La justicia es
el arma principal de una verdadera democracia.
Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania