Cuando en
febrero de este año Alan Greenspam, ex titular de la
Reserva Federal, anunció la posibilidad de que los Estados
Unidos entre en recesión antes de fines de 2007 (su observación
coincidió con el derrumbe bursátil desatado por la caída de la
bolsa de Shangai) llovieron los desmentidos de expertos y
autoridades monetarias de los países centrales. Pero la realidad
no puede ser exorcizada con manipulaciones mediáticas, la
acumulación de déficits, la degradación del dólar y sobre todo
el desinfle de la burbuja inmobiliaria hacían inevitable el
desenlace. La burbuja inmobiliaria, pieza maestra de la
estrategia económica de la administración Bush junto a la
avalancha de gastos militares (con la locura militarista que la
acompañó) y las reducciones fiscales; consiguieron sacar a la
economía estadounidense del estancamiento inflando un consumo no
respaldado por el desarrollo productivo local (la decadencia del
sistema industrial norteamericano ya lleva muchos años).
Se sumaron
las deudas internas y externas, los créditos fáciles, en
especial los destinados a las viviendas crecieron de manera
desmesurada, el déficit energético se expandió... hacia finales
de 2006 la deuda total estadounidense (pública, empresaria y
personal) llegaba a los 48 billones de dólares: más de tres
veces el Producto Bruto Interno norteamericano y superior al
Producto Bruto Mundial. Las deudas con el exterior trepaban a 10
billones de dólares... la cuerda no podía ser estirada
indefinidamente.
Todo mal
La
estrategia del gobierno de Bush puede ser sintetizada como la
combinación de dos operaciones que apoyándose mutuamente
deberían haber relanzado y consolidado el poderío imperial de
los Estados Unidos: la expansión rápida de una burbuja
consumista-financiera para producir un fuerte despegue
económico asociada a una ofensiva militar sobre Eurasia que le
daría la hegemonía energética global y desde allí la primacía
financiera arrinconando a las otras potencias (China, Unión
Europea, Rusia). Apostó a partir de 2001 a una
contundente victoria de sus fuerzas armadas que le permitiría
controlar militarmente la franja territorial que va desde los
Balcanes en el Mediterráneo Oriental hasta Pakistán, atravesando
Turquía, Siria, Irak, Irán, la ex repúblicas soviéticas de Asia
Central, la Cuenca del Mar Caspio, Afganistán,
tapizándola de implantaciones militares que vigilarían una
complejo abanico de protectorados.
Los
preparativos de la ofensiva se habían desarrollado a lo largo de
los años 1990 bajo gobiernos republicanos y demócratas: la
primera Guerra del Golfo, los interminables bombardeos sobre
Irak durante toda la década, la guerra de Kosovo. Se trató de
una "política de estado" que incluyó a los dos partidos
gobernantes y al conjunto del sistema de poder. Ellos sabían que
la burbuja económica lanzada paralelamente a la ofensiva militar
no podía sostenerse mucho tiempo, los desajustes financieros se
acumularían y la burbuja de créditos apuntalando la especulación
inmobiliaria terminaría por desinflarse: 2005-2006 aparecía como
una barrera temporal infranqueable. Pero en ese momento,
apostaban los halcones, la victoria militar del Imperio
permitiría redefinir las reglas de juego económicas del planeta,
los cowboys del Pentágono llagarían justo a tiempo para auxiliar
a los magos de las finanzas. Pero todo salió mal; los cowboys se
empantanaron en Irak, la ofensiva fulminante sobre Eurasia
fracasó en la primera batalla importante, mientras tanto el
globo especulativo entró en crisis y ningún puño de hierro pudo
salvarlo.
Señal de alarma,
desaceleración, interrogantes
Desde 2005,
expertos de muy diverso signo ideológico comenzaron a alertar
acerca del próximo desinfle de la burbuja inmobiliaria, en
agosto de ese año "The Economist" señalaba las consecuencias
mundiales de la inevitable contracción del globo especulativo
(1). Pero en Estados Unidos, donde la brecha entre los préstamos
inmobiliarios y los ingresos personales crecía sin cesar, la
fiesta financiera siguió imperturbable a las alertas dictando el
ritmo de las otras potencias económicas, el contagio llegó a
regiones muy extendidas de la periferia.
Finalmente
en 2006 los precios de las viviendas comenzaron a descender, la
burbuja estadounidense se contraía inexorablemente, a partir de
ese momento su impacto negativo sobre la demanda y luego sobre
el conjunto del Producto Bruto Interno era solo cuestión de
tiempo.
Hacia fines
de 2006 aparecieron los primeros síntomas de desaceleración
económica que se tornaron dramáticos durante el primer trimestre
de 2007. En febrero se produjo un sacudón bursátil internacional
afectando en primer lugar a China, país extremadamente
dependiente de la capacidad de compra del mercado
norteamericano. Ahora al promediar el año 2007,
independientemente de altibajos y efímeras recuperaciones, el
interrogante central es cómo y a qué ritmo se propagará el
enfriamiento al conjunto de la economía mundial. Por ejemplo,
como afectará a los precios de las materias primas, en primer
lugar el del petróleo, empujado hacia arriba por el proceso de
reducción de reservas (la cercanía de la cima productiva global)
y presionado hacia abajo por la desaceleración de los
grandes sistemas industriales. ¿Afrontaremos pronto una recesión
con caída general de precios o bien una combinación de recesión
e inflación parecida a la estanflación de los años 1970?
¿Asistiremos a grandes contracciones de negocios financieros o a
su combinación con nuevos brotes especulativos (por ejemplo
euforias en los mercados de metales preciosos)? En fin, ¿cuales
serán las consecuencias políticas, militares e ideológicas de
esta gran perturbación del capitalismo mundial? De algo debemos
estar seguros: esta crisis no se parece a ninguna de las
anteriores, este nivel de hipertrofia financiera nunca antes
había sido alcanzado, también es inédito el grado de
interdependencia entre todas las grandes economías y además se
mezclan peligrosamente aspectos característicos de una crisis de
sobre producción con otros propios de una situación de
subproducción de productos decisivos para la supervivencia del
sistema. Esto último se expresa por ahora solo en el tema
energético pero el mismo está impulsando otras penurias, por
ejemplo la de alimentos debido al uso de tierras cultivables en
la producción de biocombustibles.
Más allá de las
conspiraciones
Sería
ingenuo atribuir la crisis a la aplicación de una estrategia
errónea por parte de la Casa Blanca.
Debemos insertar dicha estrategia en el contexto más amplio de
la decadencia de la sociedad norteamericana y la misma como
parte (decisiva) de un proceso de crisis global. Si enfocamos el
mediano plazo, desde comienzos de los 1990 (fin de la guerra
fría) observaremos como la economía estadounidense se fue
convirtiendo en un sistema basado en la especulación financiera
y el déficit comercial al que se agregaron el déficit fiscal y
las deudas de todo tipo en un proceso general de concentración
de ingresos. En suma; una dinámica elitista y parasitaria cuya
primera etapa tuvo una cierta apariencia productivista en torno
de las llamadas industrias de alta tecnología, su centro motor
fue la euforia bursátil y las célebres “acciones tecnológicas”
expresadas en el índice Nasdaq que crecía vertiginosamente. Los
expertos-comunicadores de la época señalaban que se había
puesto en marcha un círculo virtuoso que empujaba a la economía
norteamericana hacia una suerte de prosperidad infinita. Según
ellos, la expansión del consumo alentaba nuevos desarrollos
tecnológicos que impulsaba la productividad y en consecuencia
los ingresos y luego el consumo, etc. En realidad lo que estaba
ocurriendo era una euforia bursátil que proporcionaba ingresos
financieros presentes y futuros a empresas e individuos
incitándolos a gastar más y más.
La fiesta
concluyó a comienzos de la década actual y la economía se
estancó, la nueva administración republicana no encontró
otra vía de salida que una nueva burbuja mucho más grande que la
anterior, esta vez basada en una avalancha de créditos
inmobiliarios.
Junto al
delirio financiero se desarrollaron otros fenómenos como la
criminalidad y la criminalización estatal de las clases
bajas, en especial de algunas minorías como la de los
latinoamericanos y afronorteamericanos pobres o la degradación
del sistema político (corrupción, sometimiento a los grupos de
negocios ascendentes). En especial, se afianzó una
convergencia de intereses que fue reconfigurando al tradicional
“complejo militar industrial” para transformarlo en una
extendida red de grupos financieros, petroleros, industriales,
políticos, militares y paramilitares mafiosos. A comienzos de la
presente década se produjo un salto cualitativo representado por
la llegada de George W. Bush y sus halcones.
En un
enfoque de más largo plazo, desde el fin del patrón dólar-oro
(1971) y la crisis planetaria que le siguió, observamos una
crisis de sobreproducción global que fue postergada,
emparchada, sobre la base de la expansión de los negocios
financieros y del superconsumo norteamericano inscripto en una
corriente mundial de concentración de ingresos.
La aventura
militar-financiera no fue un exabrupto o una desviación
neofascista del sistema de poder norteamericano sino un
despliegue estratégico lógico (fuertemente impregnado de
componentes fascistas) del núcleo central de poder de los
Estados Unidos que de ese modo prolongaba, acentuaba, las
tendencias económicas, ideológicas y políticas dominantes. Que
fueron creciendo hasta devenir hegemónicas desde la presidencia
de Reagan, pasando por Carter, Bush padre, Clinton hasta llegar
a los auto atentados del 11 de septiembre de 2001 y la invasión
de Irak.
El fin de las
ilusiones
La
prosperidad ficticia del Imperio forjó sobre todo en los 1990 la
ilusión de un Poder mundial avasallador ante el cual solo era
posible adaptarse. Surgió una derecha global triunfalista que
cubrió con un discurso “neoliberal” la orgía financiera, pero
también un progresismo cortesano que sobre la base del
sometimiento al capitalismo pretendía adornarlo con matices
humanistas. Tanto para los unos como para los otros la victoria
del universo burgués era definitiva o por lo menos de muy larga
duración. Pero cuando al iniciarse la presente década comenzaron
a despuntar las primeras fisuras del sistema optaron en general
por negar fanáticamente la realidad: la declinación del dólar o
el súper endeudamiento norteamericano eran presentados como
expresiones de una recomposición positiva en marcha del
capitalismo global, el desquicio financiero como el ocaso de la
especulación superado por una próxima reconversión productivista
de la economía de mercado, en fin, cada muestra de fracaso era
transformada en demostración de rejuvenecimiento. Es posible que
eso siga todavía un cierto tiempo más, incluso la declinación de
los Estados Unidos y de otras potencias arrastradas por el
gigante puede dar lugar a ilusiones pasajeras acerca del ascenso
de capitalismos nacionales o regionales autónomos en la
periferia o a reconversiones milagrosas de algunas economías
centrales. El truco de remplazar realidad por deseos ilusorios
suele dar buenos resultados a corto plazo, el problema es que
las grandes tendencias de la historia terminan por imponerse.
Nota:
(1) “The global housing boom. In come the waves”, The Economist,
Jun 16th 2005
15 de junio de 2007
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