Oliver Law fue el primer afroamericano al
mando de un batallón norteamericano enrolados en la defensa de la República
Cumplidos ya los setenta años del fin de la Guerra Civil, quedan todavía
episodios oscuros de aquella contienda que apenas son conocidos. Entre
estos, la peripecia de los brigadistas negros que, procedentes de Estados
Unidos, se enrolaron para luchar en defensa de la República española. La
fotógrafa, ensayista y crítica de arte Mireia Sentís (de cuya obra se
presenta una retrospectiva en el Arts Santa Mònica, hasta el 10 de enero)
descubrió el rastro de estos brigadistas en Nueva York, investigó su
historia y la relata ahora para 'Cultura|s'.
En el año 2002, en un garaje de bicicletas del Lower East Side de Nueva York,
encontré un par de cajas abarrotadas de libros. Un letrero de cartón, con
letras a lápiz, rezaba: "50 centavos". Entre ellos, descubrí Mississippi to
Madrid. Memoirs of a black american in the Spanish Civil War. A lo largo de
sus páginas, James Yates (1906-1993) relata el camino que le condujo desde
las tierras sureñas estadounidenses hasta la guerra civil española. Polizón
a bordo de un tren, llegó a Chicago en plena adolescencia. El intenso frío
que padeció como trabajador en las cámaras frigoríficas de un matadero le
enseñó la primera lección de supervivencia.
Pero el interés de su libro no radica únicamente en la singular peripecia de
Yates, ni en sus comentarios acerca de personajes como Carrillo, Negrín,
Companys, Durruti, la Pasionaria o Malraux, sino en su propósito de rastrear
la participación de los afroamericanos alistados en la brigada Lincoln,
primera fuerza armada estadounidense no segregada de la historia. Muy al
contrario de lo que ocurría en la vida diaria de su país, los brigadistas
negros no se hallaban apartados de la colectividad.
En busca de documentación, acudí a la sede de la brigada Lincoln en Nueva
York, un pequeño despacho decorado con carteles de la España republicana.
Allí me recibió Mosess Fishman, secretario de la organización, uno de los
muchos judíos - casi un tercio de sus integrantes-que combatieron en la
Lincoln. Mientras seleccionaba libros y desgranaba recuerdos, sonó el
teléfono. Al cabo de un rato, leoí transmitir su pésame y unas palabras de
consuelo: "Dedicó toda su vida a luchar en favor de causas justas". Tras
colgar el auricular, se levantó de su silla cojeando - otro recuerdo
español-y se dirigió hacia el lugar donde colgaba la lista con los nombres
de los veteranos. Tachó uno de ellos, y suspiró: "Pronto me tocará a mí".
Fishman murió en el 2007, a los 92 años.
La participación de los negros estadounidenses en la contienda española
apenas se comenzó a investigar a mediados de los años ochenta, coincidiendo
con la publicación de Mississippi to Madrid. Hasta entonces, fueron los
brigadistas menos visibles, no sólo en España, sino en su propio país. Desde
una perspectiva histórica, las Brigadas Internacionales representan la
primera experiencia de una fuerza voluntaria global movilizada por un mismo
ideario. En total, cruzaron nuestra frontera unos 38.000 soldados,
procedentes de 53 países. Los norteamericanos, congregados en la brigada
Lincoln, sumaban unos tres mil. Su media de edad, 27 años, hacía de ellos
los más jóvenes e inexpertos. Alrededor de un centenar eran negros, y
aproximadamente la mitad de estos murieron o desaparecieron en las batallas
del Jarama, Brunete, Belchite, Teruel y el Ebro. Unos cuantos reposan para
siempre en tierra española.
Oliver Law fue sin duda el más destacado brigadista negro. Había luchado en
la Primera Guerra Mundial y marcó un hito en la historia de su país cuando,
en el curso de la Guerra Civil, se convirtió en el primer afroamericano al
mando de un batallón norteamericano. Durante su visita a la brigada Lincoln,
un coronel del ejército estadounidense le miró extrañado: "Veo que lleva
usted uniforme de comandante". Hasta 1950, en la guerra de Corea, Estados
Unidos no procedió a la integración de sus tropas. Law murió en uno de los
episodios más sangrientos de la batalla de Brunete, cuando al frente de sus
voluntarios intentaba tomar el cerro del Mosquito, en julio de 1937. Su
sucesor, Doug Roach, no logró sobrevivir a la pulmonía que contrajo en
España.
Cuando Franco encabezó el golpe de Estado contra la República, Estados
Unidos continuaba sumido en la Depresión. Por todo el país proliferaban las
hunger marches, manifestaciones contra el hambre, en solicitud de trabajo y
ayudas estatales. En tales circunstancias, el Partido Comunista crecía con
rapidez. Dentro de él, los afroestadounidenses constituían un grupo
relativamente pequeño, pero muy comprometido. La mayoría de los voluntarios
que combatieron en España procedían de sus filas. Los comunistas estaban
convencidos de que toda posición radical contra la explotación exigía la
unidad internacional.
En 1927, tras la celebración en Bruselas de una conferencia de la Liga
contra la Opresión Colonial, en la que intervino una delegación
afroamericana, no fueron pocos los que se pasaron a las filas comunistas.
Además, el partido prestaba apoyo jurídico a la comunidad negra -como en el
famoso caso de Scottboro Nine, en el que nueve jóvenes negros fueron
acusados de violar en 1931 a dos mujeres blancas en Scottboro (Alabama)-, y
auxiliaba a los desahuciados que de la noche a la mañana perdían su hogar y
pasaban a poblar las aceras de las ciudades industriales. Por último, el
partido patrocinaba la publicación de The Liberator, portavoz de los
internacionalistas afroamericanos, cuyas páginas ponían de manifiesto las
raíces comunes de la pobreza y el racismo.
El bombardeo de Etiopía durante la invasión de Mussolini en 1935 -poco antes
de que Hitler rehusara entregar la medalla de oro al atleta negro Jesse
Owens durante los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936- supuso la plataforma
de unión definitiva para la gente negra. El avance del fascismo en la
antigua Abisinia afectaba directamente al conjunto de la comunidad
afroamericana. La Iglesia Baptista Abisinia de Harlem, fundada en 1809, era
una de las más importantes, y la invocación al país africano figuraba
también en el himno de la Universal Negro Improvement Association,
instituida en 1917 por Marcus Garvey bajo el lema "Regreso a África".La
decisión de no intervención adoptada por la Sociedad de Naciones impulsó a
muchos afroamericanos, ya fuesen nacionalistas, panafricanistas,
internacionalistas, socialistas o comunistas, a alistarse como voluntarios.
Sin embargo, Selassie, emperador de Etiopía, desistió de la idea de aceptar
tropas extranjeras, al mismo tiempo que Estados Unidos declaraba ilegal,
bajo pérdida de la ciudadanía norteamericana, el alistamiento en ejércitos
de otros países. Los voluntarios decidieron entonces recaudar medicinas y
alimentos, pero pronto comprobaron que tampoco la ayuda llegaba a su
destino.
Aunque algunos líderes rechazaban la idea de que España y Etiopía formasen
parte de la misma lucha, muchos intelectuales y artistas afroamericanos
acogieron la causa republicana como propia. Veían a nuestro país como una
extensión del problema etíope: el avance del fascismo. Periódicos negros -The
Courrier, de Pittsburgh; The Afro-American, de Baltimore; The Daily World,
de Atlanta; The Defender, de Chicago, The Amsterdam News, de Nueva York…- se
declararon partidarios de la República española. Las colectas y campañas de
apoyo a Etiopía fueron desviadas hacia nuestro país, y famosos músicos -Cab
Calloway, Fats Waller, Count Basie, W. C. Handy, Eubie Blake…- celebraron
conciertos benéficos. Incluso Paul Robeson se trasladó a España en 1938,
para dar ánimos a unas tropas ya por entonces bastante agotadas. Acerca de
la revolución española, fue el título del primer escrito de James Baldwin,
con sólo 12 años; al igual que Noam Chomsky, con apenas 10, oficiaría su
bautismo literario con un artículo dedicado a la caída de Barcelona.
El corresponsal más seguido por los afroamericanos fue Langston Hughes,
quien publicaba en The Afro-American, pero colaboraba también en el boletín
de las Brigadas Internacionales, Volunteer for Liberty. Hughes se interesó
especialmente por los marroquíes que peleaban al lado de Franco. Su poema
Carta desde España muestra la perplejidad que le causaba el hecho de que un
pueblo colonizado luchara junto a los insurgentes: "Hoy capturamos a un moro
herido / Era tan oscuro como yo / Le dije, chico qué haces aquí / peleando
contra gente libre?". Conoció a Lorca, a quien tradujo, y a Nicolás Guillén,
junto al que viajó por primera vez a España; hablaba castellano, pues vivió
parte de su adolescencia en México, país en el que residía su padre. Tras
visitar Barcelona, Valencia y algunos frentes, se instaló durante seis meses
en Madrid, donde coincidió, bajo las bombas, con Hemingway, Lillian Hellman,
W. H. Auden, Stephen Spender...
Aparte de Yates, otro brigadista afroamericano publicaría una autobiografía
centrada en su experiencia española: Harry Haywood, autor de Black bolshevik.
Se conserva, además, una importante colección epistolar de Kanute Frankson,
nativo de Jamaica, así como un libro de poemas póstumo: Take no prisoners,
de Ray Durem, a quien Hughes incluyó en la antología New negro poets. Durem
se enamoró de una enfermera norteamericana en el hospital que la brigada
instaló en Villa Paz, la antigua residencia de verano de Alfonso XIII en
Saelices (Cuenca). Tuvieron una hija nacida en España, a la que llamaron
Dolores, en honor de Dolores Ibárruri, la Pasionaria.
Alonzo Watson, el primer brigadista afroamericano caído en combate, fue
rebautizado por sus compañeros como Crispus Attucks, nombre del primer negro
caído en la guerra de la Independencia norteamericana de 1776. Algunos
soldados procedían de familias mixtas de afroamericanos y nativoamericanos,
como Oscar Hunter o Frank Alexander, siouxhablante. Salaria Kee, la única
mujer negra presente en España, era una enfermera a quien la Cruz Roja había
rechazado por prejuicios raciales. Hubo dos pilotos afroamericanos: el
universitario Jim Peck y el diseñador aeronáutico Paul Williams. George
Waters, el más joven, tenía 18 años y conducía ambulancias. Luchell
McDaniels se ganó el sobrenombre de el Fantástico, porque lanzaba granadas
como si se tratara de pelotas de béisbol. Burt Jackson, topógrafo y
dibujante, colaboró a su regreso en las mejores publicaciones
afronorteamericanas. Admiral Kilpatrick, que había estudiado durante cuatro
años en la escuela Lenin de Moscú, perdió la pierna izquierda. A Tom Brown
le salvó la vida el ser confundido con un soldado marroquí cuando por error
se introdujo en las líneas enemigas.
Además del contingente afronorteamericano, unos dos mil afrocaribeños se
integraron en diferentes batallones de las Brigadas Internacionales,
incluida la Lincoln, caso de Pierre Duval -considerado cubano, a pesar de
nacer en el sur de Francia, de padre africano y madre vasca, emigrantes
primero a Cuba y luego a EE. UU.- o el puertorriqueño Carmelo Delgado,
capturado y ejecutado por los sublevados. Arnold Donowa, odontólogo oriundo
de Trinidad, fue el único médico negro de la brigada, y cuando regresó a
Norteamérica continuó arreglando gratis los dientes a los veteranos. No
quiero dejar de mencionar al californiano-nipón Jack Shirai, un cocinero
sumamente apreciado, capaz de preparar los invariables garbanzos de tan
diversas maneras que parecían cada vez un plato diferente. "Cuando volvamos
a casa, montaré un restaurante en el que ninguno de vosotros tendrá que
pagar", decía. Pese a las protestas de sus camaradas de la Lincoln, Shirai
quiso probarse en la línea de fuego, encontrando la muerte en su primera
contienda.
Acerca del trato que recibieron en España, los brigadistas negros coinciden:
aunque por todas partes despertaban la curiosidad de la población nativa,
nunca fueron tratados de modo diferente a sus compatriotas de piel blanca.
Vaughn Love, oriundo de Chatanooga (Tennessee), relata que en cierta ocasión
un campesino le ofreció un pañuelo para que se limpiara la cara. Cuando le
explicó que era negro, el campesino le abrazó con estas palabras: "¡Ah, sí,
los esclavos negros! Nosotros sólo estamos a un paso de serlo".
La perspectiva que aguardaba a los supervivientes -regresar a un país
segregado, con un historial izquierdista y casi siempre sin pasaporte- no
era precisamente halagüeña. Sin embargo, los ex combatientes de la brigada
Lincoln formaron un grupo cohesionado, que ayudó a resistir el intenso acoso
sufrido por sus miembros durante la era McCarthy. Los valb (Veterans of the
Abraham Lincoln Brigade) mantuvieron una línea política clara y constante:
permanecieron en contacto con los prisioneros políticos republicanos, se
implicaron en la lucha contra el ejército nazi, combatieron por los derechos
civiles, se opusieron a la guerra de Vietnam, a las intervenciones militares
en Latinoamérica, al apartheid de Sudáfrica…
Al enrolarse, Yates lo hizo como los demás, es decir, de forma ilegal, e
incluso con mayor dificultad que otros: "En Mississippi, a los negros no nos
daban pasaporte". Ante la imposibilidad de obtener el visado norteamericano
para España, la mayoría de los voluntarios pasaban por el despacho de las
Brigadas Internacionales en París, dirigido por Josip Broz, el futuro
presidente Tito de Yugoslavia. Luego, cruzaban clandestinamente los Pirineos
al amparo de la noche. Aparte de conducir ambulancias y camiones de víveres,
Yates fue chófer de Hughes y de Hemingway. Repatriado junto a otros heridos,
tenía previsto alojarse con sus compañeros en unas habitaciones reservadas
por la brigada Lincoln en Manhattan.
Al ser rechazado por el color de su piel, el resto del grupo, en
solidaridad, se negó a alojarse en el hotel. La dura realidad del retorno,
confiesa, le golpeó más fuerte que una bala española. Yates llegaría a
dirigir la sede neoyorquina del Greenwich Village de la Asociación Nacional
para el Progreso de la Gente de Color (NAACP), en la que Obama pronunció en
julio del 2009 un importante discurso con motivo del centenario de su
fundación. El autor de Mississippi to Madrid aún regresó en 1986 a España,
donde pudo besar a una Pasionaria de 91 años y decirle: "¡Aquí estamos!".
Era su respuesta a las palabras que la dirigente comunista pronunció en
otoño de 1938 como despedida a las tropas internacionales: "Volved a nuestro
lado. Aquí encontraréis patria los que no tenéis patria".
Mireia Sentís
La Vanguardia