El objeto de esta breve nota es analizar la situación del imperialismo
contemporáneo. Se trata de un fenómeno que tenemos que examinar y seguir muy
de cerca, muy cuidadosamente, para contrarrestar los discursos confusionistas
con los cuales se bombardea permanentemente a nuestros pueblos para fomentar
el conformismo y la resignación. Uno de esos discursos es el de la
globalización, concebida como la interdependencia económica de todas las
naciones, sin relaciones asimétricas entre ellas; otro argumento, igualmente
pernicioso, se encuentra en las tesis de algunos autores como Michael Hardt y
Antonio Negri que, a nuestro entender, pertenecían hace muchos años a la
izquierda europea (sobre todo Negri) pero que luego fueron víctimas de una
impresionante confusión teórica al punto tal que su libro, Imperio, llega a
sostener como tesis central que la edad del imperialismo ha concluido: hay
imperio, pero ya no hay más imperialismo.[1] Imperio sin imperialismo parece
ser un inocente juego de palabras. Sin embargo es mucho más que eso porque el
efecto político de ese argumento es la desmoralización, la desmovilización y
el desarme ideológico de los pueblos ante una teorización que proyecta la
imagen de un imperio convertido en una mera entelequia, en una vaporosa
abstracción que, por eso mismo, aparece como inexpugnable e imbatible. El
único camino que quedaría abierto ante la omnipotencia del imperio es el de la
lúcida adaptación, con la esperanza de que las multitudes nómadas puedan
encontrar en sus entresijos la falla geológica que, algún día, provoque el
estallido del sistema.
Curiosamente estos autores salen con esta tesis en momentos en que el
imperialismo está más vivo que nunca, y es más agresivo y violento que nunca.
No por casualidad la publicación de su libro gozó de una extraordinaria
repercusión en la prensa burguesa de todo el mundo. Y en cuanto a la renovada
agresividad del imperio “realmente existente” sólo basta con detenerse un
momento a pensar lo que significa la reactivación de la Cuarta Flota, las
siete bases militares en Colombia, el desembozado apoyo al golpe militar en
Honduras y su fraudulenta “legalización” a partir de la convalidación de las
ilegítimas elecciones presidenciales del 29 de Noviembre, las amenazas de
Hillary Clinton contra Venezuela y Bolivia por su acercamiento a Irán, amén de
la carnicería practicada (ante el estruendoso silencio de Washington) por
Israel en la franja de Gaza, el martirio interminable de Irak y la redoblada
presencia militar norteamericana en Afganistán.
Cabría preguntarse por las razones que impulsan a muchos autores a olvidarse
de la existencia del imperialismo. Sin ánimo de profundizar ahora en un tema
harto complicado podría decirse que dicha actitud refleja la crisis ideológica
en que se debate la izquierda. Una izquierda que, sobre todo en el Norte, ha
claudicado y renunciado a la lucha por la construcción de una buena sociedad.
Por supuesto, muchos también hicieron lo mismo en América Latina, pero la
resonancia de los “conversos” y “renegados” del Norte es mucho mayor de la que
disfrutan sus homólogos de esta parte del mundo. Hay gente que viene de un
pasado de izquierda y que ahora dice que ya no hay más izquierda y derecha;
según ellos ahora sólo habría “realistas” y “dogmáticos.” Obviamente, para
quienes sostienen tesis como éstas el imperialismo es un molesto recuerdo del
pasado que en la actualidad carece por completo de importancia.
Sin embargo, no serán las confusiones teóricas o la imaginación discursiva las
que acabarán con el imperialismo. Se trata de un rasgo esencial del -e
inherente al- capitalismo contemporáneo y si algo ocurrió con la globalización
neoliberal es que la presencia del imperialismo se tornó más opresiva y
omnipresente que antes. En los años noventas aquél había desaparecido de la
escena, no sólo como teoría explicativa de la economía mundial sino también
como componente del discurso político. El término simplemente había sido
enviado al ostracismo por los académicos, los comunicadores sociales, los
políticos y los gobernantes. Recién se comenzó a hablar nuevamente de
imperialismo a comienzo del siglo actual, sobre todo luego de la fulgurante
aparición del ya mencionado libro de Hardt y Negri.
La molesta y desagradable supervivencia del imperialismo, inmune a las modas
intelectuales y linguísticas, hizo que en los ochentas y los noventas aquél se
ocultara tras un nuevo nombre: “globalización.” Ahora bien: ¿qué es la
globalización si no la fase superior del imperialismo? La globalización no es
el fin del imperialismo sino un nuevo salto cualitativo del mismo, al cual nos
referiremos a continuación. Representa un cambio del imperialismo clásico
hacia otro de nuevo tipo, basado en las actuales condiciones bajo las cuales
se desenvuelve el modo de producción capitalista. La palabra “imperialismo”
había desaparecido, pero los hechos son porfiados y tenaces, y a la larga este
vocablo renació desde sus cenizas. La razón es muy simple: casi todo el mundo
está sometido a los rigores de una estructura imperialista, y los Estados
Unidos desempeñan un papel esencial en el sostenimiento de esa estructura,
sobre todo en América Latina. Nos guste o no nos guste, lo nombremos o no, el
animal existe. Y por eso, como la cosa estaba y no se había ido la palabra no
tuvo más remedio que reaparecer.
Uno podría decir: “bien, pero, ¿por qué desapareció?” Desapareció, primero,
como producto de cambios muy importantes que tuvieron lugar en la escena
internacional. Desapareció porque en los años ochentas y noventas el avance
del neoliberalismo fue arrollador. Esto queda muy claro en 1989, cuando se
derrumba el Muro de Berlín, y un par de años después desaparece la Unión
Soviética. Es decir, lo que había sido el gran eje de confrontación económica,
política, ideológica, militar, a lo largo de gran parte del siglo XX, se
esfumó sin dejar rastros. A partir de ahí, se llegó a la conclusión de que una
vez borrada del mapa la Unión Soviética, el imperialismo (que era, según la
equivocada opinión de algunos autores, un fenómeno eminentemente militar) no
tiene más razón de ser. Los hechos mostraron que sí tenía razón de ser, y que
tal como correctamente lo había señalado V. I. Lenin las raíces del fenómeno
imperialista son económicas, aunque se manifiesten el terreno político, en el
militar y también en el terreno de las ideas, donde el éxito de la prédica
neoliberal promovida por el imperialismo y sus aliados ha sido extraordinario.
Téngase presente, como una nota adicional, que en el plano de las ideas el
papel de los medios de comunicación es esencial, y estos se encuentran
concentrados en manos de los grandes monopolios en una proporción aún mayor
que la que encontramos, por ejemplo, en la banca internacional.
Decíamos más arriba que una serie de cambios en el proceso de acumulación
capitalista pusieron en cuestión algunos preceptos de la teorización clásica
del imperialismo. En primer lugar, porque según aquéllas el imperialismo
reflejaba la crisis de las economías metropolitanas, que por eso mismo debían
salir agresivamente a buscar mercados externos. Pero el período posterior a la
Segunda Guerra Mundial mostró una tremenda expansión imperialista en el
contexto de un auge económico sin precedentes en la historia del modo de
producción capitalista: el célebre “cuarto de siglo de oro” del período
1948-1973, todo lo cual sumía en la perplejidad a los adeptos a la teoría
convencional. Segundo, las teorías clásicas pronosticaban que como resultado
de la competencia inter-burguesa las guerras entre las potencias capitalistas
serían inevitables. Nada de eso volvió a ocurrir luego de 1945. Hubo guerras,
por supuesto, pero estas han sido del capital contra los pueblos de la
periferia del sistema. Tercero, las teorías clásicas decían que para la
reproducción del imperialismo se requería la presencia de vastas regiones
“agrarias”, o “pre-capitalistas”, que proporcionaban el espacio para la
expansión económica que ya no se podía encontrar en las metrópolis. Fue Rosa
Luxemburg quien insistió sobre este asunto. Sin embargo, una vez que esos
espacios de la periferia fueron incorporado a las relaciones capitalistas el
imperialismo siguió avanzando más allá de los límites impuestos por la
geografía mediante la mercantilización de sectores de la vida económica y
social antaño preservados al margen de la dinámica predatoria de los mercados,
como los servicios públicos, las jubilaciones, la salud, la educación y otros
por el estilo.
La respuesta de algunos autores ante los desafíos que planteaban estos cambios
fue el abandono de la noción de imperialismo. De ahí el auge de las teorías de
la globalización, de la teoría de la inter-dependencia y, posteriormente, del
imperio, entendido como lo hacen Hardt y Negri como “un régimen de soberanía
global.” Y en ese régimen, en el cual no hay centro ni periferia, no hay
posibilidad alguna de relaciones imperialistas. El imperialismo fue, para
estos autores, una expresión de la dominación nacional, pero ahora los
estados-nación están en vías de desaparición. Su soberanía se ha desplazado
hacia grandes organizaciones supra-nacionales, como el Banco Mundial; la OECD;
el FMI, las grandes empresas transnacionales, etcétera. En su ofuscamiento
Hardt y Negri no alcanzan a visualizar que todas estas supuestas
organizaciones globales reflejan la asimetría “inter-nacional” de los mercados
mundiales, en donde un puñado de naciones (bajo la supremacía de Estados
Unidos) dominan aquellas organizaciones mientras que el resto está sometido a
su abrumadora influencia. Tampoco ven que las así llamadas empresas
transnacionales lo son sólo por el alcance de sus operaciones, pero que su
base nacional existe en todos los casos y casi invariablemente se encuentra
situada en los países desarrollados. En otras palabras, seguimos estando en un
mundo de estados nacionales.
El imperio tiene un centro, irreemplazable, que es Estados Unidos. Sin su
estratégico papel, el imperialismo se derrumbaría como un castillo de naipes.
Hagamos un simple ejercicio mental y eliminemos a los Estados Unidos del
tablero mundial: ¿de qué manera se sostiene una situación como la de Medio
Oriente, o el predominio militar de Israel?, ¿quién garantiza, en última
instancia, el sometimiento y la expropiación del pueblo palestino?, ¿quién es
el gran promotor de todas las políticas neoliberales en el Tercer Mundo, a
través de la diplomacia y del manejo sin contrapesos de instituciones como el
FMI, el BM o la OMC? ¿Quién domina a su antojo el Consejo de Seguridad de la
ONU, provocando la crisis de la organización? Sin el rol decisivo de Estados
Unidos no hay respuesta posible. El mundo de hoy, el sistema imperialista
signado por el predominio del gran capital financiero es impensable al margen
de un estado-nación muy poderoso, que dispone de la mitad del gasto militar
del planeta y que impone esas políticas a veces “por las buenas”, haciendo uso
de su fabuloso arsenal mediático; pero, si por las buenas no convence, lo
impone por la fuerza de las armas. Tanto el soft power como el hard power
están en manos de los Estados Unidos. ¿Quién podría reemplazarlo: Alemania,
Francia, Japón, China, Rusia?
Ahora bien, cabría preguntarse: ¿cómo es que las políticas del imperio se
imponen en nuestros países, considerando que ya no existen las antiguas
dictaduras de seguridad nacional y que aún la derecha se maneja dentro de los
cauces institucionales, con presidentes propios en países como Colombia,
México, Perú, Panamá y ahora Honduras?
La pregunta es muy pertinente, porque la operación del imperialismo pasa
necesariamente por las estructuras nacionales de mediación. Nada más erróneo
que suponer al imperialismo como un “factor externo”, que opera con
independencia de las estructuras de poder de los países de la periferia. Lo
que hay es una articulación entre las clases dominantes a nivel global, lo que
hoy podríamos denominar como una “burguesía imperial” -es decir, una
oligarquía financiera, petrolera e industrial que se articula y coordina
trascendiendo las fronteras nacionales- que dicta sus condiciones a las clases
dominantes locales en la periferia del sistema, socias menores de su festín,
que viabilizan el accionar del imperialismo a cambio de obtener ventajas y
provechos para sus negocios. Pero más allá de la coincidencia de intereses
entre los capitalistas locales y la “burguesía imperial” lo decisivo es que
los primeros controlan al estado y es a través de ese control que garantizan
las condiciones políticas que posibilitan el funcionamiento de los mecanismos
de exacción y saqueo que caracteriza al imperialismo. Entre otros, el más
importante, es garantizar el eficaz funcionamiento de los aparatos legales y
represivos del estado para con los primeros someter a la fuerza de trabajo a
las condiciones que requiere la super-explotación capitalista (precarización
laboral, extensión de la jornada de trabajo, abolición de derechos sindicales,
etc.) y con los segundos reprimir a los descontentos y los revoltosos y de
este modo sostener el “orden social”.
Como es evidente a partir de estos razonamientos, la realidad del imperialismo
contemporáneo nada tiene que ver con la imagen divulgada por los teóricos de
la globalización o la vaporosa concepción que del sistema imperialista
desarrollan los autores de Imperio a lo largo de más de cuatrocientas páginas.
El imperio tiene un centro, Estados Unidos, lugar donde se concentran los tres
principales recursos de poder del mundo contemporáneo: Washington tiene las
armas y el arsenal atómico más importante del planeta; New York el dinero; y
Los Angeles las imágenes y toda la fenomenal galaxia audiovisual, y los tres
se mueven de consuno, obedeciendo a las líneas estratégicas generales
dispuestas por su estado mayor. ¿O es que Washington no está siempre,
invariablemente, detrás del mundo de los negocios, respaldando a cualquier
precio a “sus” empresas, en cuyos directorios se produce una permanente
circulación entre los funcionarios gubernamentales que reemplazan a gerentes
mientras que éstos pasan a ocupar un elevado puesto en el gobierno de turno?
¿O alguien puede creer que Hollywood produce sus películas, series de
televisión y toda clase de productos audiovisuales ignorando (para ni hablar
de contradiciendo) las prioridades nacionales dictadas por la Casa Blanca y el
Congreso?
Quisiéramos concluir estas breves notas planteando unas pocas proposiciones
que sintetizan nuestra visión del imperialismo a comienzos del siglo
veintiuno:
a) Pese a todos los discursos que pretenden negar su existencia, el
imperialismo continúa siendo la fase superior del capitalismo. Una fase que
por su insaciable necesidad de acrecentar el pillaje y saqueo de las riquezas
de todo el mundo adquiere rasgos cada vez más predatorios, agresivos y
violentos, colocando objetivamente a la humanidad a la puertas de su propia
destrucción como especie. Criminalización de la protesta social;
militarización de las relaciones internacionales y del espacio exterior;
guerras, extorsiones y sabotajes por doquier; intensificación de la
depredación medio-ambiental y el sometimiento de pueblos enteros de la
periferia y en la propia “periferia interior” de las metrópolis son datos que
caracterizan tenebrosamente la fase actual del imperialismo.
b) Es posible por eso mismo afirmar que los cinco rasgos fundamentales
identificados por Lenin en su clásico trabajo conservan su validez, si bien no
necesariamente se manifiestan del mismo modo en que lo hacían un siglo atrás.
Es decir: (a) la concentración de la producción y el capital, y los
oligopolios que ellas precipitan, continuó a ritmo acelerado, llegando a
escalas insospechadas para aquel autor; (b) perdura también la fusión del
capital bancario con el industrial, generando un capital financiero cuyo
volumen crece día a día hasta adquirir las proporciones descomunales que
exhibe en nuestros días; (c) se confirma también el predominio de la
exportación de capitales sobre la exportación de mercancías, siendo la
circulación de capitales de un orden de magnitud incomparablemente mayor que
el comercio de mercancías; (d) la puja por el reparto de los mercados a escala
planetaria entre los grandes oligopolios, respaldados por sus estados,
prosigue su devastadora marcha; (e) por último, continúa también el reparto
territorial del mundo entre las grandes potencias. Estados Unidos quiso
apoderarse de América Latina y el Caribe mediante el ALCA. Como su empeño no
tuvo éxito ahora trata de hacerlo por la vía militar, apoyándose en las bases
militares en territorio colombiano, la Cuarta Flota y la política guerrerista
impulsada por la Administración Bush.
c) Al ser la fase superior del capitalismo las instituciones, reglas del juego
e ideologías que el capitalismo global impuso en las últimas décadas
permanecen en la escena y, lejos de desaparecer, acentúan su gravitación. El
Banco Mundial, el FMI, la OMC, la OECD, el BID, la OEA, la OTAN y otras
instituciones por el estilo siguen firmes en sus puestos, redefiniendo sus
funciones y sus tácticas de intervención en la vida económica, social y
política de los pueblos, pero siempre invariablemente al servicio del capital.
Esto fue ratificado por el G-20 en su reunión de Londres, cuando le encargó,
sobre todo al FMI, el papel de “guía” intelectual e ideológico para sacar al
mundo de la profunda crisis en que se encuentra. El liberalismo global, en su
versión actual “neoliberal” codificada en el Consenso de Washington sigue
siendo la ideología del sistema. La “democracia liberal” y el “libre mercado”
continúan siendo los fundamentos ideológicos últimos al actual orden mundial.
Nada de esto ha cambiado.
d) Contrariamente a lo que ocurría en su fase clásica, el imperialismo actual
es unipolar o unicéntrico. Europa es un socio menor del sistema imperialista,
sin capacidad política, económica o militar para impedir siquiera los abusos y
los atropellos que Estados Unidos hizo, y continúa haciendo, en su propio
territorio. Basta recordar lo ocurrido en los Balcanes con la ex –Yugoslavia o
la aberrante “independencia” de Kosovo días pasados para comprobar que Europa
es apenas un nombre que designa a una zona geográfica de gran importancia
económica pero sin unidad política alguna. Es más, las políticas del
imperialismo han sido muy efectiva en acelerar el desmembramiento de Europa en
más de medio centenar de “naciones” independientes y autónomas, la mayoría de
ellas impotentes e insignificantes, y algunas de las cuales, como Polonia y
República Checa, fueron convertidas en simples correas de transmisión de los
intereses norteamericanos en la región. Y Japón, apretado entre Rusia y China,
y amenazado económicamente por ambos y además por Corea del Sur y Taiwán, ha
optado por refugiarse en el paraguas militar y político norteamericano y de
ninguna manera puede cumplir el papel de un socio principal en el sistema
imperialista. Las reciente reformas de diversos artículos de la constitución
japonesa (en 2005) que prohibían las operaciones militares de sus fuerzas
armadas fuera de su propio territorio, exigida por los Estados Unidos a cambio
de su protección, demuestra fehacientemente los escasísimos márgenes de
autonomía con que cuenta ese país dispuesto, aparentemente, a cumplir un papel
bélico regional para mantener el “orden mundial” en el Sudeste asiático.
e) Tal como se señalaba más arriba, la concentración monopólica, uno de los
rasgos centrales del imperialismo clásico, no sólo se ha mantenido sino que se
ha profundizado en la fase actual. Según lo plantea Samir Amin, son cinco los
monopolios (en verdad, oligopolios) que caracterizan al funcionamiento del
capitalismo contemporáneo: el tecnológico; el control de los mercados
financieros mundiales; el acceso oligopólico a los recursos naturales del
planeta; el de los medios de comunicación y, por último, el de las armas de
destrucción masiva. ¿Es concebible plantear el fin de las relaciones
imperialistas ante la renovada vigencia y protagonismo de los oligopolios en
estas cinco áreas estratégicas de la economía mundial?
f) En la etapa actual el eje fundamental del proceso de acumulación a escala
mundial se encuentra en la financiarización de la economía. Por algo se trata
del sector en donde la desregulación y la liberalización han avanzado con más
fuerza y penetrado más profundamente en la economía mundial. La gran crisis
que estallara en 2008 es el resultado directo de la escandalosa desregulación
del sistema financiero, propuesto e impulsado sobre todo por los Estados
Unidos. Hay que recordar también que en los capitalismos desarrollados el
liberalismo financiero se combina con el proteccionismo y la estricta
regulación de los demás mercados mediante subsidios, aranceles, trabas al
comercio, políticas de promoción de diverso tipo y, por supuesto, un muy
estricto control de la movilidad de la fuerza de trabajo mundial, para lo cual
la supervivencia de los estados nacionales de la periferia es un elemento de
decisiva importancia.
g) La financiarización acentúa los rasgos más predatorios del capitalismo, al
imponer un “norma” de rentabilidad que obliga a todos los demás sectores a
incurrir en la super-explotación de la fuerza de trabajo y los recursos
naturales. Un solo dato basta para confirmarlo: en el sistema financiero
internacional aproximadamente el 95 % de todas las operaciones se realizan en
un plazo igual o inferior a siete días, en donde además hay posibilidades de
obtener tasas de ganancia muy significativas en un muy corto plazo. Esto hace
que los sectores no-financieros del capital tengan que extremar sus
estrategias para succionar excedentes en la mayor cantidad y en el menor
tiempo posibles para compensar lo que de otro modo podrían obtener en el
sistema financiero. Este, por ser mucho más volátil, implica mayores riesgos,
pero ejerce una influencia muy grande sobre las estrategias de inversión en
todos los demás sectores de la economía.
h) La expansión del imperialismo se acrecienta día a día, con total
independencia del ciclo económico. Lo hace por igual en épocas de expansión
como en fases recesivas. La creciente mercantilización de los más diversos
aspectos de la vida social le permite expandir su dominio de una manera
impensada hasta hace pocas décadas atrás.
i) La supremacía militar de los Estados Unidos es incontestable pero no por
ello deja de tener límites. Las experiencias recientes demuestran que puede
arrasar países enteros, como lo ha hecho en Afganistán e Irak, pero no puede
llegar a normalizar su funcionamiento para normalizar el saqueo de sus
riquezas y garantizar la previsible succión de sus recursos. Ganar una guerra
es algo más que destruir la base territorial del adversario. Significa
recuperar ese territorio para provecho propio, cosa que no puede hacerse tan
sólo con base en la superioridad aérea o misilística en el terreno militar.
Noam Chomsky ha planteado que hasta ahora los Estados Unidos han demostrado
una fenomenal incapacidad para eso, algo que, por ejemplo, un déspota infame
como Hitler supo hacer en las condiciones mucho más complicadas de la Europa
ocupada de comienzos de la década de los cuarentas. De ahí que la idea de un
imperio invencible sea falsa en grado extremo: es cierto que puede arrasar con
un territorio, pero no puede vencer militarmente sino hasta un cierto punto
muy elemental. Fue derrotado en Vietnam, en Cuba (Playa Girón), y está siendo
derrotado por las milicias de Afganistán e Irak. De todas maneras no se puede
subestimar la importancia militar de los Estados Unidos: según el experto
norteamericano Chalmers Johnson es el único país que mantiene casi ochocientas
bases y/o misiones militares en unos 130 países del globo, un verdadero
ejército imperial sin parangón en la historia y una amenaza sin precedentes a
la paz y la seguridad mundiales.
j) En el terreno económico la situación del imperialismo es aún más
complicada. No pudo imponer el Acuerdo Multilateral de Inversiones, lo que
habría significado institucionalizar la dictadura del capital a escala
mundial. En América Latina y el Caribe su proyecto insignia, el ALCA, fue
derrotado bochornosamente en el 2005. Las rondas de la OMC van de fracaso en
fracaso, y la aparición de China como un gran actor de la economía mundial,
unida a los avances de la India, plantean serios desafíos a la permanencia del
sistema imperialista tal cual lo conocemos. Los teóricos neoconservadores del
“Nuevo Siglo Americano”, que soñaban para los Estados Unidos con una hegemonía
mundial de largísimo plazo, manifiestan ya su desilusión ante lo que perciben
como claros signos de una decadencia. Lo ocurrido con el dólar, cuya
depreciación está llegando a niveles impensados hasta hace apenas pocos años,
es apenas uno de los componentes de esa decadencia.
k) En el sistema político internacional el imperialismo se encuentra aún más
debilitado. Sus gobiernos amigos están cada vez más desprestigiados, cuando no
irreparablemente deslegitimados: caso de las dinastías teocrático-feudales del
Golfo Pérsico, Uribe en Colombia, Calderón en México; o debe acudir a
personajes como Berlusconi en Italia, García en Perú, Aznar en España,
Musharraf y sus secuaces en Paquistán o Karzai en Afganistán para sostener sus
“esferas de influencia.” El surgimiento de vigorosos movimientos de la
alterglobalización, si bien todavía no articulados a escala mundial, es otro
ejemplo de una oposición que cada vez toma más cuerpo y que erige nuevos
límites a la dominación imperialista. Todo lo cual conduce hacia un espiral en
donde el imperio acude cada vez más a la represión, que a su vez potencia la
resistencia de los pueblos, lo que a su turno requiere incrementar la dosis
represiva en una espiral que no tiene otro destino que el derrumbe final del
sistema.
Terminamos esta nota reafirmando que el sostenimiento del gigantesco,
planetario, “desorden mundial” que provoca el capitalismo en su actual fase
imperialista exige la muerte prematura por enfermedades perfectamente curables
y prevenibles, o simplemente a causa del hambre, de 100.000 personas por día,
en su mayoría niños. Sostener este sistema, en donde unos pocos miles de
multimillonarios disponen de un ingreso equivalente al del 50 % de la
población mundial; en donde mientras la quinta parte de la población mundial
derrocha energía de origen fósil y no renovable el 20 % restante prácticamente
no tiene posibilidad alguna de consumir algún tipo de energía, y sobrevive al
borde de la extinción; en donde los avances científicos y tecnológicos se
concentran cada día más en un puñado de naciones; todo esta auténtica
barbarie, con sus ganadores y perdedores claramente identificados, todo esto
sólo es posible porque el imperialismo sigue teniendo su capacidad de aplastar
a sus adversarios y co-optar, engañar, chantajear a los dóciles o
acomodaticios. No se trata de un benévolo imperio virtual, como alucinan Hardt
y Negri, sino de un sistema de una infinita crueldad en donde el sacrificio de
miles de millones de personas se realiza, día a día, en la más absoluta
impunidad y a plena conciencia de sus perpetradores.
Atilio A. Boron
* Texto a ser publicado en las próximas semanas por la Revista CEPA, de
Bogotá, fundada por el eminente sociólogo colombiano, recientemente fallecido,
Orlando Fals Borda.
[1] He demostrado lo absurdo y reaccionario de toda la argumentación de esos
autores en mi Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y
Antonio Negri (Buenos Aires: CLACSO, 2002). Hay una edición cubana de Casa de
las Américas. El libro de Hardt y Negri, Imperio, fue publicado, en su versión
en lengua castellana por la editorial Paidós de Buenos Aires, en 2002. La
versión original es del año 2000, y fue publicada por la Harvard University
Press en los Estados Unidos
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