No hubo unanimidad entre los economistas respecto a las causas de las crisis mexicana, asiática, rusa, brasileña, argentina... que asolaron al mundo a partir de los últimos años del pasado siglo. Mientras que para unos (oficialistas ortodoxos) se trataba de crisis localizadas, causadas por el mal manejo de la cosa pública por parte de los gobiernos, para otros (oficialistas no ortodoxos y economistas políticos), las sucesivas crisis no eran más que las primeras manifestaciones de una gran crisis sistémica que conducía al mundo a un desastre de magnitud solo comparable al crack del 29.
El pánico se apodera de los mercados financieros, pese al publicitado plan de Bush.
Los datos del nuevo siglo parecieron dar la razón a los ortodoxos. EE.UU. inició un periodo de auge sin precedentes en su historia y, por primera vez en más de 30 años, logró equilibrar su presupuesto y alcanzar el superávit fiscal. Incluso en el año 1998, la economía estadounidense había crecido un 3,9%, y el 1% de inflación anual había sido la más baja en 40 años.
"LA ECONOMÍA PERFECTA"
Tales cifras hicieron exclamar al entonces economista jefe del Bankers Trust: "si alguna vez hubo una economía perfecta, Estados Unidos parece serlo" y esta fue desde entonces la opinión generalizada entre los economistas ortodoxos del país del norte, muy similares a las prevalecientes antes del fatídico "martes negro" de octubre de 1929.
Lo que hacía "perfecta" a la economía de EE.UU. eran los progresos tecnológicos, la liberación neoliberal, la "nueva economía" y las "burbujas" financieras, las privatizaciones promocionadas por el "Consenso de Washington" y aun la propia sucesión de crisis fuera de sus fronteras, con la consiguiente "fuga de capitales" y bajos precios de las materias primas: hambre y miseria para el mundo subdesarrollado, fuente adicional de riqueza para los consumidores norteamericanos.
Y si por entonces la fuga de capitales desde los países "periféricos" –consecuencia de las crisis– mantenía el doble efecto de provocar escasez de liquidez en los mismos hasta límites insostenibles, al propio tiempo que liquidez abundante, fundamentalmente en EE.UU., la "perfecta" economía funcionaba, de manera excelente, gracias al predominio en el mundo de su moneda nacional, el dólar, símbolo e instrumento de la hegemonía monetaria norteamericana.
Fue la referida condición de la moneda estadounidense la que en buena medida permitió la continua expansión norteamericana, el financiamiento durante decenios de sus déficit fiscales y de balanza comercial y de pagos y el predominio global en las finanzas y las instituciones financieras internacionales.
Pero ya desde entonces abundaban los informes que alertaban sobre los mercados de acciones sobrevaluadas, y el funcionamiento de la "perfecta" economía norteamericana mostraba, a pesar de la euforia, síntomas de crisis.
El más evidente era el de la sobrevaluación de las acciones, "la burbuja", pues al aplicar el indicador propuesto por James Tobin (cotización de las acciones/costo de reemplazo de los activos) quedaba demostrado, ya en junio de 1998, que el mercado se encontraba por encima del doble de su punto de equilibrio, y con una probabilidad del 75% de caer ya en 1999.
Era pues, desde entonces, la hora de abandonar la economía "de casino"; no obstante, lo que hicieron los "ludópatas millonarios" (expresión acuñada por P. Krugman) fue doblar la apuesta y engendrar la "burbuja hipotecaria" con sus ya hoy tristemente célebres "hipotecas subprime". Para EE.UU., abandonar el "casino" de la bolsa implicaba admitir la reducción de los ingresos de los apostadores, la reducción del capital por la baja de las acciones, la disminución masiva del gasto doméstico, de inversiones, del gasto público y de la economía en su conjunto... aunque todo ello fuera apenas riqueza aparente, sin respaldo material real.
LAS TEMPESTADES
La naturaleza expoliadora del capitalismo, los referidos vientos, trajeron las presentes tempestades, y estas a su vez el "rescate" financiero con salvavidas de plomo propuesto por el ejecutivo estadounidense, aprobado por su poder legislativo y hecho ley por el presidente norteamericano, bajo el supuesto de que los responsables de la actual crisis son los ejecutivos que permitieron tales niveles de especulación, vía desregulación y los especuladores (a pesar de que, en la más estricta lógica capitalista, el especulador solo busca incrementar sus ganancias, lo cual es práctica normal en el sistema).
El plan de rescate al que se hace referencia recibió el nombre de "Acta de Estabilización Económica de Urgencia del 2008" –que en su versión final aumentó de volumen más de 100 veces respecto al original– y cuyo elemento más importante es la adquisición de deuda de baja calidad (los llamados "activos tóxicos") por un importe de hasta 700 000 millones de dólares. De ellos se podrá disponer de manera inmediata de 250 000 millones; otros 100 000 millones se utilizarán si W. Bush determina que se necesitan, y queda a discreción del Congreso liberar los 350 000 millones restantes.
Otras medidas que interesa destacar entre las contenidas en el Plan son:
- Con el objetivo de paliar la crisis de confianza en el sistema bancario: el aumento de 100 000 a 250 000 dólares la garantía de depósitos.
- Como estímulo al consumo: exenciones de impuestos y desgravaciones fiscales a contribuyentes y empresas (se incluye aquí la exención a la "Tasa mínima alternativa"), incentivos fiscales a los que inviertan en la producción de etanol o compren autos eléctricos o híbridos, exenciones a empresas que inviertan en nuevos mercados, etc.)
La concepción teórico–conceptual del Plan puede encontrarse en la idea errónea (expuesta en los años 90 del pasado siglo, entre otros, por Ben S. Bernanke, actual presidente de la Reserva Federal de EE. UU.) de que la falta de liquidez, consecuencia de la vigencia del patrón oro, fue decisiva en el inicio, desarrollo y propagación de la llamada "Gran Depresión" de 1929.
Este enfoque explica las continuas inyecciones de dinero –alrededor de 2 billones (millones de millones) de dólares,—que desde que comenzó el apogeo de la actual crisis se realiza por las autoridades norteamericanas (700 000 millones del Plan de Rescate, 149 000 millones de recortes impositivos, alrededor de 900 000 millones para refinanciar y garantizar hipotecas en riesgo de impago, el rescate de AIG, Fannie Mae y Freddie Mac, los créditos para la compra de Bearn Stearns... y también los realizados en euros, libras y yenes por las autoridades europeas y japonesas. Una relación muy incompleta de los rescates incluiría: a la alemana Hypo Real Estate (35 000 millones); a la británica Bradford & Bingley (31 500 millones) a la belga-holandesa Fortis (16 400 millones), a lo que habría que sumar otros centenares de miles de millones de dólares, libras y euros por las intervenciones directas de los Bancos Centrales. Sin duda, en condiciones de patrón oro (en que el dinero debía estar respaldado por el metal) tales inyecciones de liquidez eran imposibles de realizar; la otra cara de la moneda es que tales emisiones de dinero, sin ningún respaldo en la economía real, son solo emisiones de "papel mojado" que necesariamente se reflejarán en los niveles de inflación.
El plan de rescate, además de los 700 000 millones, prevé otros 149 000 millones de reducciones impositivas (estímulo al consumo). Esas ingentes sumas de dinero incrementarán aún más (por el aumento de los egresos y la disminución de los ingresos) el ya deficitario presupuesto norteamericano (para el próximo ejercicio fiscal se estima que el déficit será de 1 billón 500 000 millones de dólares) y aumentará la deuda federal a más de 11 billones de dólares y la deuda total (gubernamental- federal, estatal y municipal, de los hogares y las corporaciones) a cerca de 50 billones.
Es evidente que el aumento del endeudamiento norteamericano hará que el resto del mundo se haga más reacio a confiar en la economía estadounidense y en su sistema financiero y ello llevará, necesariamente, al replanteo de todo el sistema financiero internacional basado todavía hoy fundamentalmente en el de Nueva York, pero cuyo descalabro ha contagiado ya al resto del mundo, sumiéndolo en una crisis global. Es en este contexto que se inserta la afirmación del financista George Soros en la última cita de Davos: "La era del dólar ha terminado"
Y si el plan de rescate iba dirigido a resolver la liquidez y la desconfianza en los mercados (que no resolvió ni podía resolver), dejaba sin abordar los problemas relacionados con la caída de la capitalización de los bancos, los del descenso de los precios inmobiliarios (relacionado con el anterior) y los de la economía real. Pero todo ello requeriría un análisis aparte, que sobrepasa los límites del presente artículo.
Jorge Casals Llano,Doctor en Ciencias Económicas, Profesor Titular del Instituto Superior de Relaciones Internacionales "Raúl Roa García" (ISRI).