Calentamiento
planetario.
CONFIRMADAS LAS MALAS NOTICIAS.
Y SON PEORES
La "Cumbre" del Clima en París señala que la Tierra se calentará este siglo entre 1.8 y 4 grados. El informe fue elaborado por 2.000 científicos. El estudio además de reducir el margen de error en los cálculos predice que el mar subirá hasta 58 centímetros.
Es común en los diarios y revistas americanos (de toda América) leer sobre estos efectos en el Hemisferio Norte, y así queda señalado en la primera parte de este informe, pero escasean hasta meros indicios acerca de cómo este fenómeno se presenta en América Central, el Caribe y América del Sur y lo que pudiera significar en nuestros territorios.
He aquí un adelanto.
Antonio Madridejos y Manuel Vilaseró*
El calentamiento no es una amenaza a la que se enfrenta la Tierra en las próximas décadas, sino una evidencia científica que ya está en marcha y cuyas consecuencias, aun siendo difíciles de precisar, pueden ser catastróficas. Las dudas se han disipado: el hombre, y no las causas naturales, es el gran responsable del desastre y el único que puede mitigarlo.
Esta es la principal conclusión a la que han llegado tras seis años de trabajo los miembros del IPCC, el grupo internacional de más de 2.000 expertos en clima a las órdenes de la ONU. Los resultados de ese trabajo insisten en que, en caso de que no cambien las cosas, la temperatura aumentará de aquí al año 2100 entre 1.8 y 4 grados, con una estimación media de 3, una situación que no se registraba en la Tierra desde hace muchos miles de años.
Durante los últimos 100 años, la superficie terrestre se ha calentado 0.72 grados.
Pero ¿esto no se sabía ya? No exactamente. El tercer informe del IPCC, publicado en el 2001, era extremadamente cuidadoso con las fórmulas.
Al referirse a la responsabilidad humana, al prever el deshielo o a la hora de cuantificar los récords de calor del siglo XX, el informe empleaba expresiones como "es muy probable, con una fiabilidad de entre el 66% y 90%". El cuarto informe va más allá. Menudean los porcentajes en torno al 90%.
La razón de ello es que en los pocos años transcurridos desde entonces se ha acumulado infinidad de evidencias y se han perfeccionado los métodos de análisis. Por ejemplo, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), los cinco años posteriores al 2001 han entrado a formar parte de los seis más cálidos desde al menos 1850, que es cuando empiezan en todo el mundo las mediciones sistemáticas con termómetro, y además con una desviación enorme sobre la media.
Ciertamente hay excepciones, como algunas zonas de la Antártica, pero en gran parte del planeta se está ya por encima de un grado con respecto al periodo de referencia 1960–1990.
Fenómenos sintomáticos como el deshielo de los glaciares de montaña y de la banquisa boreal, ya apreciados en 2001, se han acelerado, según han confirmado numerosos estudios publicados por los mejores grupos de investigación. En el caso del Ártico, la cubierta de hielo permanente se ha reducido un 3% en la última década. Sin embargo, cómo influirá todo ello en el nivel de los océanos es aún motivo de controversia, hasta el punto de que el informe habla de un margen de entre 19 y 58 centímetros de aumento (en 2001 era de 9 a 95).
En cualquier caso, un estudio que publica la revista Science sostiene que el nivel está subiendo a razón de 3.3 milímetros por año, frente a los 2 citados por el IPCC en 2001.
La mayor recurrencia de los fenómenos extremos, también prevista hace seis años, muestra ejemplos discrepantes, aunque parece ser que aumentan las olas de calor en ciertas zonas (Mediterráneo, buena parte de África, sur de Asia) y las lluvias y las inundaciones en otras (Asia central, Europa oriental. El número de ciclones no se ha incrementado en las últimas dos décadas, pero un reciente estudio norteamericano (EEUU) ha precisado que ahora son más violentos (con independencia del daño generado, un factor muy vinculado a la mala urbanización y la superpoblación).
El análisis de los hielos subterráneos de la Antártica –los sondeos cilíndricos llegan ahora a 900.000 años de antigüedad, frente a los 250.000 del 2001– ha confirmado que nunca desde entonces ha habido en la atmósfera una concentración tan elevada de CO2.
El estudio de los anillos de los árboles, de documentos conservados en monasterios y de conchas acumuladas en los lechos marinos, entre otros indicios indirectos, se han repetido por todo el mundo hasta concluir que no había habido en los dos últimos milenios un periodo tan cálido como el actual. Ni siquiera durante el llamado Óptimo Climático Medieval (siglos X–XIII), cuando las viñas crecían incluso en Gran Bretaña.
Sigamos. Los modelos climáticos, complejos sistemas informáticos dedicados al cálculo a largo plazo, se han perfeccionado hasta el punto de que los programas desarrollados en Alemania, Gran Bretaña y EEUU, entre otros países, ofrecen resultados concordantes. También han mejorado las técnicas de modelización para discernir qué porcentaje del aumento de la temperatura es atribuible a causas antrópicas, que es la mayoría, y qué porcentaje corresponde a dinámicas naturales. Este detalle es clave porque en el 2001 aún se discutía si se debía fundamentalmente a la acción del hombre.
Otros estudios recientes han demostrado que el papel de los bosques como sumideros (absorbedores de carbono) tiene un límite y que no puede ser la única opción contra el calentamiento. Los bosques maduros, por ejemplo, se encuentran en equilibrio con la atmósfera y no consumen más CO2 del que respiran.
En definitiva, todas estas evidencias han permitido limitar el margen de incertidumbre. Si antes se consideraba que el aumento de la temperatura terrestre sería de entre 1.4 y 5.8 grados, ahora se afina a entre 2 y 4.5. Menos de 1.4 se antoja imposible: si de repente se interrumpieran todas las emisiones de CO2, la dinámica atmosférica elevaría la temperatura al menos ocho décimas más, según estudios de la NASA. Para estabilizar los niveles de dióxido de carbono sería necesario emitir un 60% menos que en 1990.
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* Periodistas. En el diario español El Periódico el dos de febrero de 2007. En la misma edición se pueden leer algunas de las consecuencias del fenómeno del calentamiento global.
El deshielo de los polos no solo es el efecto más directo del calentamiento global, sino también el más visible. El pasado mes de septiembre, llegó en el Ártico a su máximo nivel. De hecho, allí el incremento de las temperaturas alcanzó cotas incluso superiores a los del resto del planeta.
En enero, la isla ártica de Spitsbergen registró unas temperaturas máximas superiores en 12.6 grados a las más altas consignadas hasta entonces. En el resto del mundo, los glaciares están también en un más que visible retroceso. Se calcula que, a finales de siglo XXI, el 90% podrían llegar a desaparecer. El deshielo ofrece también espectaculares imágenes, como la del iceberg desgajado de la Antártida que se acercó a Nueva Zelanda el pasado mes de noviembre.
La expansión térmica del agua debido al aumento de temperatura y el deshielo de los polos y de los glaciares de montaña harán inevitable un aumento del nivel del mar. Quienes mejor pueden atestiguarlo son los atolones del Pacífico, como Tuvalu, cuya cota más alta no supera los cinco metros. Pero la amenaza también se extiende a Bangladés, Holanda, todos los grandes deltas del mundo e incluso España, que podría sufrir graves afectaciones turísticas al perder parte de sus playas.
Las autoridades de Tuvalu han elaborado un plan de evacuación para trasladar a Nueva Zelanda a sus 10.200 habitantes. El vecino Kiribati , que es un poco más alto, ya ha empezado a perder sus playas de postal y a ver salinizada su agua potable.
El aumento de la temperatura se traduce también en una mayor frecuencia de los fenómenos climatológicos extremos. Aunque ningún ciclón ni ninguna lluvia torrencial pueden atribuirse directamente al cambio climático, los científicos que participan en el informe de la ONU que se presenta en París sí vinculan su mayor frecuencia o violencia al calentamiento global.
La desolación que dejó a su paso en Nueva Orleans el huracán Katrina, la llegada por vez primera de huracanes a Canarias y las inundaciones que a mediados del pasado mes de enero asolaron la zona desértica del centro de Australia no son por sí solas una señal determinante del deterioro del clima, pero sí síntomas de un planeta que empieza a enfermar.
El Sáhara avanza Los modelos climáticos prevén para las próximas décadas un aumento general de las precipitaciones en el mundo, del orden del 3%, debido a la mayor evaporación y a la aceleración del ciclo del agua. Sin embargo, en el área mediterránea podría suceder al revés puesto que la circulación atmosférica que actualmente cubre los dos trópicos de desiertos (Sáhara, Kalahari, Australia, Arabia) tiende a potenciarse y a avanzar hacia el norte.
Paradójicamente, y pese a la creencia, en España aún no se aprecia una reducción de las precipitaciones, pero sí otro fenómeno también vinculado al cambio climático: quizá llueva la misma cantidad, pero en menos días, lo que se traduce en más sequías e inundaciones.
Animales y plantas ya están viendo trastocado su ciclo vital. La floración de muchas especies se adelanta, los osos reintroducidos en el Pirineo duermen en invierno mucho menos que sus antepasados y las cigüeñas, que eran aves migratorias hasta hace 20 años, se quedan ahora en España y ya no prosiguen su vuelo a África. Les basta con las buenas temperaturas invernales de la Península.
Otros, como el cormorán grande, se quedan en Alemania o Francia cuando los lagos allí no se hielan. Pero la situación más angustiante es la que viven los osos polares. El hielo es su hábitat natural y en él encuentra su medio de vida. Más de 10.000 ejemplares están actualmente amenazados de muerte en el Ártico.
Del
Times de India:
Los
glaciares del Himalaya han perdido el 21% de su superficie desde 1962
(Cable de Agencia EFE)
Los glaciares del Himalaya han perdido un 21% de su superficie desde el año 1962, hasta quedar reducidos a un área de 1.628 kilómetros cuadrados, ha asegurado el glaciólogo, Anil Kulkarni, en una entrevista publicada en la prensa india.
Según el experto, hay informes del retroceso en la cordillera de 466 glaciares, cuya sostenibilidad está amenazada por "la fragmentación de los más grandes, la desaparición de los más pequeños y el cambio climático". La pérdida de masa glaciar es aún más evidente entre los 127 glaciares menores de un kilómetro cuadrado estudiados en el Himalaya por el experto, que han perdido un 38% de su superficie desde 1962.
Expediciones arriesgadas. Para llevar a cabo su estudio, Kulkarni, investigador del Centro de Aplicación Espacial de Ahmedabad, en el estado occidental indio de Gujarat, ha tenido que realizar con su equipo expediciones a más de 4.000 metros de altura en condiciones climáticas extremas.
En la entrevista, publicada en el periódico The Times of India, Kulkarni ha descartado sin embargo una posible desaparición de los glaciares del Himalaya en el año 2035, gracias a que están situados a una "gran altitud" y a que "tardan en responder al calentamiento ambiental".
Por su parte, el IPCC –el grupo de científicos de la ONU que ha elaborado el informe sobre el cambio climático– ha afirmado que, según los cálculos más pesimistas, el 64% de los glaciares chinos se habrán derretido en el año 2050.
No obstante, el comité también ha explicado que un equipo de científicos chinos enviados al Himalaya han asegurado que el ritmo no es tan rápido como parece.
www.elperiodico.com.
Gonzalo Tarrués*
La concentración de dióxido de carbono es la más elevada en 20 millones de años. Debido a la cantidad de emisiones, el CO2 es el gas invernadero que más ha contribuido a incrementar el efecto invernadero. El CO2 proviene básicamente de la quema de combustibles fósiles, la producción de cemento y el cambio en el uso de los suelos.
Hacia el año 2000, América Latina y el Caribe aportaron el 5.5% del total de CO2 del mundo, (excluyendo el cambio en el uso de los suelos). Se calcula que las emisiones totales en el mundo alcanzaban entonces unas 24.000 millones de toneladas.
Las emisiones de CO2 a partir del cambio en el uso de los suelos y forestales en la region, abarcaron el 30% del total. Se atribuye a la destrucción de los bosques pluviales.
(Fuente y gráfico: www.vitalgraphics.net).
El planeta semeja un buque cuyos timoneles han puesto proa al naufragio, mientras los oficiales a cargo exigen de la sala de máquinas más y más velocidad hacia el desastre. Los pasajeros de primera clase –el mundo desarrollado– forman comités para discutir el asunto, pero ninguno de ellos en realidad están dispuestos a cambiar el rumbo mientras la provisión de manjares y bebidas no disminuya.
La familia más rica a bordo, por su parte, se niega a que se adopte cualquier medida porque afectará su "modo de vida", e incluso algunos de sus integrantes –como Exxon– han resuelto que los informes recibidos acerca del naufragio son exageraciones o mera especulación y colocan anuncios en todas las cubiertas ofreciendo buen estipendio a quienes los refuten.
El método lo han probado: las tabacaleras retrasaron más de 25 años la conciencia sobre el daño que hace el tabaco en forma de cigarrillo, por ejemplo, y recién se resignan a considerar el veneno de la "comida chatarra" y de las bebidas gaseosas que en cierto modo obligan a comer y beber a más de medio mundo: las hamburguesas, las galletitas, los dulces y las colas.
Los pasajeros de segunda muestran una triste conducta en general escéptica: tal vez esperan que no haya naufragio o que por merced de alguna de las loterías de a bordo accedan a primera clase; por ahora se contentan con el rol de amanuenses y mensajeros de aquella. A lo sumo piden se disminuya la velocidad, no vaya a suceder que, si suben a las cubiertas doradas, sea ya muy tarde para gozar merecidamente sus privilegios.
La marinería y los hacinados en las cabinas de tercera clase no son escuchados: bastante tienen con vivir y de todos modos los botes y chalupas salvavidas no alcanzan para todos. Oficiales y ricachones consideran seriamente aumentar los "raids" disciplinarios y –¿quién sabe?– usar el espacio que así quede sobrante para instalar otro restorán: aquí y allá algunos bebés y niños podrían quedar bien al horno. Algunos creen que bastará eliminar un 30 por ciento de los revoltosos.
Ajeno a la "batalla del pisco" que mantienen los productores con sus colegas chilenos, Marco Zapata, geólogo de la Unidad de Glaciología y Recursos Hídricos del Instituto Nacional de Recursos Naturales del Perú tiene razones para preocuparse. Si el calentamiento continúa los hermosos, y útiles, glaciares serán nada más que una fotografía que se destiñe con los años.
Zapata viene estudiando desde hace más de 30 años los glaciares de la Cordillera Blanca en Ancash en la ciudad andina de Huaraz. Sabe que "los que tenemos en Perú están experimentando un proceso de deglaciación o retroceso muy acelerado".
Los datos son cuando menos dramáticos: en 1989 el Perú poseía 18 cordilleras nevadas y 3.044 glaciares cuya superficie era de unos 2.042 kilómetros cuadrados. Para 1997 los glaciares se habían reducido a sólo 1.595 kilómetros cuadrados, con una pérdida del 21,85% de superficie.
La desaparición de los glaciares en el Perú –y el mundo– tendría un impacto enorme, pues se verían afectadas las fuentes de energía hidroeléctrica y escasearía el agua para el riego de la agricultura. Los más afectados con las sequías serían los departamentos de Arequipa, Ancash, Cusco, Puno, Junín y Ayacucho. La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió recientemente que la salud de la población sería gravemente amenazada por el aumento de la malaria, la desnutrición y las enfermedades transmitidas, básicamente a través del agua.
(Fuentes:
http://news.bbc.co.uk
www.unmsm.edu.pe).
Post data.
Todo esto no parece importar mucho en la Argentina y Chile, cuyos gobiernos con entusiasmo permiten la destrucción de las cumbres cordilleranas por empresas mineras foráneas, que ahora incluso actúan simultáneamente –como en el proyecto Pascua Lama– en ambos países.
Pese a que en el lado chileno Pascua Lama es motivo de una controversia aun no dirimida, la Barrick Gold acelera la construcción de sus instalaciones en la alta Cordillera y ya selecciona personal. Mamá Oca y asesores varios callan, el valle del Huasco se ensombrece, el país se inmoviliza, como si el Transantiago fuera omnipotente.
En el siglo XX, la temperatura de la superficie global aumentó cerca de 0.60 grados centígrados, lo que produjo la disminución de las áreas cubiertas de hielo y nieve. En América Latina y el Caribe los efectos de ese proceso dejaron huellas en la modificación de los patrones de precipitación, el derretimiento de los glaciares y la vulnerabilidad de costas, bosques y selvas.
Fernando Flores*
Los países posiblemente más vulnerables a los fenómenos hidrometeorológicos son los que tienen costas en la cuenca del Caribe. Otras regiones particularmente vulnerables se encuentran en Suramérica, en especial en el noreste brasileño, en las desérticas costas peruanas y chilenas, y en las zonas áridas de Argentina, así como en la región Andina, las cuales son vulnerables a cambios en los patrones climáticos.
Respecto a los bosques y selvas, abundantes en toda la región, el mayor peligro radica en la deforestación. La mayoría se encuentran en Sudamérica, sobre todo en Brasil y el Perú, que concentran el 92 por ciento de los bosques de la zona.
Estos países se encuentran entre los diez que concentran las dos terceras partes de los bosques y selvas en el mundo. De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) el 88 por ciento de los bosques de la región se encuentra en siete países: Brasil, Perú, México, Bolivia, Colombia, Venezuela y Argentina.
Existen muy altas tasas de deforestación en algunos países pequeños e insulares, como por ejemplo en Santa Lucía y Haití, donde las tasas de deforestación en la década pasada alcanzaron el 4,9 y 4,6 por ciento anual.
En Centroamérica, la deforestación va desde tasas de 4,6% en El Salvador, hasta 0,8% en Costa Rica. Nicaragua y Belice se asemejan más a El Salvador que a Costa Rica en ese sentido, mientras que México y Honduras están por encima del promedio.
Por su parte, en Sudamérica las tasas son más altas en Ecuador, que enfrenta una fuerte presión poblacional, y en Argentina que las pierde debido al incremento en el uso de las tierras agrícolas, mientras que en el resto de los países las tasas se mantuvieron por debajo del promedio subregional.
En tanto, la tala de árboles en la Amazonía brasileña durante la década pasada aumentó 32 por ciento, pasando de 14.000 a más de 18.000 kilómetros cuadrados por año. Las causas principales de deforestación incluyen el desarrollo del sistema de transporte carretero, los incentivos del gobierno para la agricultura, el financiamiento de proyectos a gran escala, tales como presas hidráulicas, y explotación de la tierra.
En cuanto a las energías renovables, América Latina y el Caribe forman una parte importante de la oferta primaria. Según datos de la Agencia Internacional de Energía, mientras que en el mundo las energías renovables incluían un 5,5% de fuentes modernas (de las cuales, 2.3% correspondían a energía hidráulica y 2.2% a nuevas fuentes de energía, eólica y biomasa), y un 9.3% de tradicionales (principalmente leña).
En América Latina esos mismos porcentajes incluían un 8.3% de energía hidráulica y un 14.7% de fuentes tradicionales. Si se considera la producción de electricidad, las cifras son sustancialmente más impactantes, debido a que la energía hidráulica participa en un 67.7% de la producción, el porcentaje más alto en cualquier región.
Las cifras anteriores también ilustran algunos dilemas que el uso de las energías renovables enfrenta en la región. Si bien la energía hidráulica cuenta con un alto nivel de desarrollo, no se han impulsado de igual manera otras.
De acuerdo a un informe realizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, una mayor expansión de las energías renovables en América Latina y el Caribe requiere no sólo de un marco regulatorio que no discrimine a éstas, sino que además proporcione un impulso adicional para su desarrollo.
Ellas compiten directamente con las energías convencionales y enfrentan dificultades de distinto tipo. Las energías renovables no siempre se pueden producir a voluntad, la mayoría de ellas son intermitentes y el recurso hídrico ha sido escaso en algunas subregiones en los últimos años.
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