Antes de la conmemoración del quinto
centenario del descubrimiento o del encuentro o del
encontronazo, se me acercó un aborigen pariente mío y me
entregó un documento que hice publicar hace unos veinte
años y que desde entonces ha dado la vuelta al mundo. El
reciente caso de la niña ecuatoriana secuestrada por las
autoridades en Bélgica demuestra que no ha perdido su
vigencia, por lo que comunico su nueva versión a quien
pueda interesar: Aquí pues yo, Guaicaipuro Cuautémoc, he
venido a encontrar a los que celebran el Encuentro. Aquí
pues yo, descendiente de quienes poblaron América hace
cuarenta mil años, he venido a encontrar a los que se la
encontraron hace quinientos. Aquí pues nos encontramos
todos: sabemos lo que somos, y es bastante. Nunca
tendremos otra cosa.
El hermano aduanero europeo me pide papel escrito con
visa para poder descubrir a los que me descubrieron. El
hermano usurero europeo me pide pago de una deuda
contraída por Judas a quienes nunca autoricé a venderme.
El hermano leguleyo europeo me explica que toda deuda se
paga con intereses, aunque sea vendiendo seres humanos y
países enteros sin pedirle consentimiento. Ya los voy
descubriendo.
También yo puedo reclamar pago. También puedo reclamar
intereses. Consta en el Archivo de Indias, papel sobre
papel, recibo sobre recibo, firma sobre firma, que sólo
entre el año de 1503 y el de 1660 llegaron a Sanlúcar de
Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de
plata provenientes de América. ¿Saqueo? No lo creyera
yo, porque es pensar que los hermanos cristianos faltan
a su séptimo mandamiento. ¿Expoliación? Guárdeme
Tonantzin de figurarme que los europeos, igual que Caín,
matan y después niegan la sangre del hermano.
¿Genocidio? Eso sería dar crédito a calumniadores como
Bartolomé de las Casas, que califican al encuentro de
destrucción de las Indias, o a ultrosos como el doctor
Arturo Uslar Pietri, quienes afirman que el arranque del
capitalismo y de la actual civilización europea se debió
a esa inundación de metales preciosos.
No, esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de
plata deben ser considerados como el primero de varios
préstamos amigables de América para el desarrollo de
Europa. Lo contrario sería presuponer crímenes de
guerra, lo cual daría derecho, no sólo a exigir
devolución inmediata, sino a indemnización por daños y
perjuicios. Yo, Guaicaipuro Cuautémoc, prefiero creer en
la menos ofensiva de las hipótesis. Tan fabulosas
exportaciones de capital no fueron más que el inicio de
un Plan Marshalltzuma para garantizar la reconstrucción
de la bárbara Europa, arruinada por sus deplorables
guerras contra los musulmanes, cultores del álgebra, la
poligamia, el baño cotidiano y otros logros superiores
de la civilización.
Por ello, al acercarnos al Quinto Centenario del
Empréstito, podemos preguntarnos: ¿han hecho los
hermanos europeos un uso racional, responsable, o por lo
menos productivo de los recursos tan generosamente
adelantados por nuestro Fondo Indoamericano
Internacional? Deploramos decir que no. En lo
estratégico, los dilapidaron en batallas de Lepanto,
armadas invencibles, terceros reichs y otras formas de
exterminio mutuo, sin más resultado que acabar ocupados
por las tropas gringas de la Otan, como Panamá (pero sin
canal). En lo financiero, han sido incapaces -después de
una moratoria de 500 años- tanto de cancelar capital o
intereses, como de independizarse de las rentas
líquidas, las materias primas y la energía barata que
les exporta el tercer mundo.
Este deplorable cuadro corrobora la afirmación de Milton
Friedman según la cual una economía subsidiada jamás
podrá funcionar. Y nos obliga a reclamarles -por su
propio bien- el pago del capital e intereses que tan
generosamente hemos demorado todos estos siglos. Al
decir esto, aclaramos que no nos rebajaremos a cobrarles
a los hermanos europeos las viles y sanguinarias tasas
flotantes de interés de 20 y hasta 30% que ellos le
cobran a los pueblos del tercer mundo. Nos limitaremos a
exigir la devolución de los metales preciosos
adelantados, más el módico interés fijo de 10% anual
acumulado durante los últimos trescientos años.
Sobre esta base, y aplicando la europea fórmula del
interés compuesto, informamos a los descubridores que
sólo nos deben, como primer pago de su deuda, una masa
de 185 mil kilos de oro y otra de dieciséis millones de
kilos de plata, ambas elevadas a la potencia de
trescientos. Es decir: un número para cuya expresión
total serían necesarias más de trescientas cifras, y que
supera ampliamente el peso de la tierra. Muy pesadas son
estas moles de oro y de plata. ¿Cuánto pesarían,
calculadas en sangre? ¿Cuánto pesa la sangre de ochenta
millones de víctimas? ¿Cuánto pesa el olvido de diez
millares de culturas? ¿Cuánto pesa el silencio de veinte
millares de lenguas? Aducir que Europa en medio milenio
no ha podido generar riquezas suficientes para cancelar
este módico interés, sería tanto como admitir su
absoluto fracaso financiero y/o la demencial
irracionalidad de los supuestos del capitalismo. Tales
cuestiones metafísicas, desde luego, no nos inquietan a
los indoamericanos. Pero sí exigimos la inmediata firma
de una Carta de Intención que discipline a los pueblos
deudores del viejo continente, y los obligue a
cumplirnos sus compromisos mediante una pronta
privatización o reconversión de Europa, que les permita
entregárnosla entera como primer pago de su deuda
histórica.
Dicen los pesimistas del viejo mundo que su civilización
está en una bancarrota que le impide cumplir sus
compromisos financieros o morales. En tal caso, nos
contentaríamos con que nos pagaran entregándonos la bala
con la que mataron al poeta.
Pero no podrán, porque esa bala es el corazón de Europa.
PD: Tras interminable espera, la Onidex me comunica que
mi pasaporte "no está listo" para la fecha en que lo
ofrecieron. No sólo quisiera saber por qué Guaicaipuro
Cuautemoc no tiene papeles para entrar a Europa; también
me interesaría conocer por qué Luis Britto García no
puede obtener un documento de identidad en su propio
país. Seguiremos informando
|