Queridos compañeros: niños y adolescentes de hoy, hombres y mujeres de mañana;
héroes de mañana, si es necesario, en los rigores de la lucha armada; héroes,
si no, en la construcción pacífica de nuestra nación soberana.
Hoy es un día muy especial, un día que llama a la conversación íntima entre
nosotros, los que de alguna manera hemos contribuido con un esfuerzo directo a
la Revolución , y todos ustedes.
Hoy se cumple un nuevo aniversario del Natalicio de José Martí, y antes de
entrar en el tema quiero prevenirles una cosa: he escuchado hace unos
momentos: ¡Viva el Che Guevara!, pero a ninguno de ustedes se le ocurrió hoy
gritar: ¡Viva Martí!... y eso no está bien...
Y no está bien por muchas razones. Porque antes que naciera el Che Guevara y
todos los hombres que hoy lucharon, que dirigieron como él dirigió; antes que
naciera todo este impulso libertador del pueblo cubano, Martí había nacido,
había sufrido y había muerto en aras del ideal que hoy estamos realizando.
Más aún, Martí fue el mentor directo de nuestra Revolución, el hombre a cuya
palabra había que recurrir siempre para dar la interpretación justa de los
fenómenos históricos que estábamos viviendo, y el hombre cuya palabra y cuyo
ejemplo había que recordar cada vez que se quisiera decir o hacer algo
trascendente en esta Patria... porque José Martí es mucho más que cubano; es
americano; pertenece a todos los veinte países de nuestro continente y su voz
se escucha y se respeta no sólo aquí en Cuba sino en toda América.
Cúmplenos a nosotros haber tenido el honor de hacer vivas las palabras de José
Martí en su Patria, en el lugar donde nació. Pero hay muchas formas de honrar
a Martí. Se puede honrarlo cumpliendo religiosamente con las festividades que
indican cada año la fecha de su nacimiento, o con el recordatorio del nefasto
19 de mayo de 1895.
Se puede honrar a Martí citando sus frases, frases bonitas, frases perfectas,
y además, y sobre todo, frases justas. Pero se puede y se debe honrar a Martí
en la forma en que él querría que se le hiciera, cuando decía a pleno pulmón:
«La mejor manera de decir, es hacer.»
Por eso nosotros tratamos de honrarlo haciendo lo que él quiso hacer y lo que
las circunstancias políticas y las balas de la colonia se lo impidieron.
Y no todos, ni muchos -y quizás ninguno- pueda ser Martí, pero todos podemos
tomar el ejemplo de Martí y tratar de seguir su camino en la medida de
nuestros esfuerzos. Tratar de comprenderlo y de revivirlo por nuestra acción y
nuestra conducta de hoy, porque aquella Guerra de Independencia, aquella larga
guerra de liberación, ha tenido su réplica hoy y ha tenido cantidad de héroes
modestos, escondidos, fuera de las páginas de la historia y que, sin embargo,
han cumplido con absoluta cabalidad los preceptos y los mandatos del Apóstol.
Yo quiero presentarles hoy a un muchacho que quizás muchos de ustedes conozcan
ya, y hacer una pequeña historia de aquellos días difíciles de la Sierra.
¿Ustedes lo conocen o no lo conocen? Es el comandante Joel Iglesias, del
Ejército Rebelde y el jefe de la Asociación de Jóvenes Rebeldes. Ahora les voy
a explicar por qué razones está en ese puesto y por qué lo presento con
orgullo en un día como hoy.
El comandante Joel Iglesias tiene 17 años. Cuando llegó a la Sierra tenía 15
años. Y cuando me lo presentaron no lo quise admitir porque era muy niño. En
aquel momento había un saco de peines de ametralladora -la ametralladora que
se usaba en aquella época- y nadie lo quería cargar. Se le puso como tarea y
como prueba el que llevara ese saco por las empinadas lomas de la Sierra
Maestra. El hecho de que esté hoy aquí indica que lo pudo llevar bien.
Pero hay mucho más que eso. Ustedes no habrán tenido tiempo, por el poco
espacio que caminó, de ver que cojea de una pierna; ustedes no han podido ver,
no han podido oír tampoco, porque no los ha saludado, que tiene la voz ronca y
que no se le escucha bien. Ustedes no han podido ver que tiene en su cuerpo 10
cicatrices de balas enemigas, y que esa ronquera que tiene, esa cojera
gloriosa, son los recuerdos de las balas enemigas, pues siempre estuvo en
primer lugar en el combate y en los puestos de mayor responsabilidad.
Yo recuerdo que había un soldado -que después fue comandante- que murió hace
poco por una equivocación trágica.
Ese comandante se llamaba Cristino Naranjo. Tenía cerca de cuarenta años, y el
teniente que lo mandaba era el teniente Joel Iglesias, de quince años.
Cristino le hablaba de tú a Joel, y Joel que lo mandaba, le hablaba de usted.
Sin embargo, Cristino Naranjo nunca dejó de obedecer una orden, porque en
nuestro Ejército Rebelde, siguiendo las orientaciones de Martí, no nos
importaban ni los años, ni el pasado, ni la trayectoria política, ni la
religión, ni la ideología anterior de un combatiente. Nos importaban los
hechos en ese momento y su devoción a la causa revolucionaria.
Nosotros sabíamos también, por Martí, que no importaba el número de armas en
la mano, sino el número de estrellas en la frente. Y Joel Iglesias, ya en
aquella época, era de los que tenían muchas estrellas en la frente, no esa
sola que hoy tiene como comandante del Ejército. Por eso quería presentárselo
en un día como hoy, para que supieran que el Ejército Rebelde se preocupa de
la juventud, y de darle a esa juventud que hoy asoma a la vida, lo mejor de
sus hombres, lo mejor de sus ejemplos combatientes y de sus ejemplos de
trabajo. Porque creemos que así se honra a Martí.
Quisiera decirles a ustedes muchas cosas como ésta hoy. Quisiera explicarles,
para que me entiendan, para que lo sientan en lo más hondo de sus corazones,
el porqué de esta lucha, de la que pasamos con las armas en la mano, de la que
hoy sostenemos contra los poderes imperiales, y de la que quizás tengamos
todavía que sostener mañana en el campo económico, o aún en el campo armado.
De todas las frases de Martí, hay una que creo que define como ninguna ese
espíritu de Apóstol. Es aquella que dice: «Todo hombre verdadero debe sentir
en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre.»
Eso era, y es, el Ejército Rebelde y la Revolución cubana. Un Ejército y una
Revolución que sienten en conjunto y en cada uno de sus miembros, la afrenta
que significa el bofetón dado a cualquier mejilla de hombre en cualquier lugar
de la tierra.
Es una Revolución hecha para el pueblo y mediante el esfuerzo del pueblo, que
nació de abajo, que se nutrió de obreros y de campesinos, que exigió el
sacrificio de obreros y de campesinos en todos los campos y en todas las
ciudades de la Isla. Pero que ha sabido recordarlos en el momento del triunfo.
«CON LOS POBRES DE LA TIERRA QUIERO YO MI SUERTE ECHAR», decía Martí,... y
asimismo, interpretando sus palabras, lo hicimos nosotros.
Hemos venido puestos por el pueblo y dispuestos a seguir aquí hasta que el
pueblo quiera, a destruir todas las injusticias y a implantar un nuevo orden
social.
No le tenemos miedo a palabras, ni a acusaciones, como no tuvo miedo Martí.
Aquella vez que en un primero de Mayo -creo que de 1872- en que varios héroes
de la clase obrera norteamericana rendían su vida por defenderla y por
defender los derechos del pueblo, Martí señalaba con valentía y emoción esa
fecha, y marcaba el rostro de quien había vulnerado los derechos humanos,
llevando al patíbulo a los defensores de la clase obrera. Y ese primero de
Mayo que Martí apuntó en aquella época, es el mismo que la clase obrera del
mundo entero, salvo los Estados Unidos, que tienen miedo de recordar esa
fecha, recuerdan todos los años en todos los pueblos, y en todas las capitales
del mundo, y Martí fue el primero en señalarlo, como siempre era el primero en
señalar las injusticias. Como se levantó junto con los primeros patriotas y
como sufrió la cárcel a los quince años; y como toda su vida no fue nada más
que una vida destinada al sacrificio, pensando en el sacrificio y sabiendo que
el sacrificio de él era necesario para la realidad futura, para esta realidad
revolucionaria que todos ustedes viven hoy.
Martí nos enseñó esto a nosotros también. Nos enseñó que un revolucionario y
un gobernante no pueden tener ni goces ni vida privada, que debe destinarlo
todo a su pueblo, al pueblo que lo eligió, y lo manda a una posición de
responsabilidad y de combate.
Y también cuando nos dedicamos todas las horas posibles del día y de la noche
a trabajar por nuestro pueblo, pensamos en Martí y sentimos que estamos
haciendo vivo el recuerdo del Apóstol...
Si de esta conversación entre ustedes y nosotros quedara algo, si no se
esfumara, como se van las palabras, me gustaría que todos ustedes en el día de
hoy... pensaran en Martí. Pensaran como en un ser vivo, no como un dios ni
como una cosa muerta; como algo que está presente en cada manifestación de la
vida cubana, como está presente en cada manifestación de la vida cubana la
voz, el aire, los gestos de nuestro gran y nunca bien llorado compañero Camilo
Cienfuegos. Porque a los héroes, compañeros, a los héroes del pueblo, no se
les puede separar del pueblo, no se les puede convertir en estatuas, en algo
que está fuera de la vida de ese pueblo para el cual la dieron. El héroe
popular debe ser una cosa viva y presente en cada momento de la historia de un
pueblo.
Así como ustedes recuerdan a nuestro Camilo, así deben recordar a Martí, al
Martí que habla y que piensa hoy, con el lenguaje de hoy, porque eso tienen de
grande los grandes pensadores y revolucionarios: su lenguaje no envejece.
Las palabras de Martí de hoy no son de museo, están incorporadas a nuestra
lucha y son nuestro emblema, son nuestra bandera de combate.
Esa es mi recomendación final, que se acerquen a Martí sin pena, sin pensar
que se acercan a un dios, sino a un hombre más grande que los demás hombres,
más sabio y más sacrificado que los demás hombres, y pensar que lo reviven un
poco cada vez que piensan en él, y lo reviven mucho cada vez que actúan como
él quería que actuaran.
Recuerden ustedes que de todos los amores de Martí, su amor más grande estaba
en la niñez y en la juventud, que a ellas dedicó sus páginas más tiernas y más
sentidas y muchos años de su vida combatiendo. Para acabar, les pido que me
despidan como empezaron, pero al revés: con ¡Viva Martí!, que está vivo.
28 de Enero de 1960
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