Discurso pronunciado por el comandante Fidel Castro en la
velada solemne en memoria del Comandante Ernesto Che
Guevara, Plaza de la Revolución, La Habana, 18 de octubre
de 1967
Compañeras y compañeros
revolucionarios:
Fue un día del mes de julio o
agosto de 1955 cuando conocimos al Che. Y en una noche
-como él cuenta en sus narraciones- se convirtió en un
futuro expedicionario del «Granma». Pero en aquel entonces
aquella expedición no tenía ni barco, ni armas ni tropas.
Y fue así cómo, junto con Raúl, el Che integró el grupo de
los dos primeros de la lista del «Granma».
Han pasado desde entonces doce años; han sido doce años
cargados de lucha y de historia. A lo largo de esos años
la muerte segó muchas vidas valiosas e irreparables; pero,
a la vez, a lo largo de esos años, surgieron personas
extraordinarias en estos años de nuestra revolución, y se
forjaron entre los hombres de la Revolución, y entre los
hombres y el pueblo, lazos de afecto y lazos de amistad
que van más allá de toda expresión posible.
Y en esta noche nos reunimos, ustedes y nosotros, para
tratar de expresar de algún modo esos sentimientos con
relación a quien fue uno de los más familiares, uno de los
más admirados, uno de los más queridos y, sin duda alguna,
el más extraordinario de nuestros compañeros de
revolución; expresar esos sentimientos a él y a los héroes
que con él han combatido, a los héroes que con él han
caído de ese su ejército internacionalista, que han estado
escribiendo una página gloriosa e imborrable de la
historia.
Che era una persona a quien todos le tomaban afecto
inmediatamente por su sencillez, por su carácter, por su
naturalidad, por su compañerismo, por su personalidad, por
su originalidad, aún cuando todavía no se le conocían las
demás singulares virtudes que lo caracterizaron.
En aquellos primeros momentos era el médico de nuestra
tropa. Y así fueron surgiendo los lazos y así fueron
surgiendo los sentimientos. Se le veía impregnado de un
profundo espíritu de odio y desprecio al imperialismo, no
sólo porque ya su formación política había adquirido un
considerable grado de desarrollo, sino porque hacía muy
poco tiempo había tenido la oportunidad de presenciar en
Guatemala la criminal intervención imperialista a través
de los soldados mercenarios que dieron al traste con la
revolución de aquel país.
Para un hombre como él no eran necesarios muchos
argumentos. Le bastaba saber que Cuba vivía en una
situación similar, le bastaba saber que había hombres
decididos a combatir con las armas en la mano esa
situación, le bastaba saber que aquellos hombres estaban
inspirados en sentimientos genuinamente revolucionarios y
patrióticos. Y eso era más que suficiente.
De este modo, un día, a fines de noviembre de 1956, con
nosotros emprendió la marcha hacia Cuba. Recuerdo que
aquella travesía fue muy dura para él, puesto que, dadas
las circunstancias en que fue necesario organizar la
partida, no pudo siquiera proveerse de las medicinas que
necesitaba, y toda la travesía la pasó bajo un fuerte
ataque de asma, sin un solo alivio, pero también sin una
sola queja.
Llegamos, emprendimos las primeras marchas, sufrimos el
primer revés, y al cabo de algunas semanas nos volvimos a
reunir -como ustedes saben- un grupo de los que quedaban
de la expedición del «Granma». Che continuaba siendo
médico de nuestra tropa.
Sobrevino el primer combate victorioso y Che fue soldado
ya de nuestra tropa y, a la vez, era todavía el médico.
Sobrevino el segundo combate victorioso y el Che ya no
sólo fue soldado, sino que fue el más distinguido de los
soldados en ese combate, realizando por primera vez una de
aquellas proezas singulares que lo caracterizaban en todas
las acciones. Continuó desarrollándose nuestra fuerza y
sobrevino ya un combate de extraordinaria importancia en
aquel momento.
La situación era difícil. Las informaciones eran en muchos
sentidos erróneas. Ibamos a atacar en pleno día, al
amanecer, una posición fuertemente defendida, a orillas
del mar, bien armada y con tropas enemigas a nuestra
retaguardia, a no mucha distancia, y en medio de aquella
situación de confusión, en que fue necesario pedirles a
los hombres un esfuerzo supremo, una vez el compañero Juan
Almeida asumió una de las misiones más difíciles, sin
embargo quedaba uno de los flancos completamente
desprovisto de fuerzas, quedaba uno de los flancos sin una
fuerza atacante, lo que podía poner en peligro la
operación.
Y en aquel instante Che, que todavía era médico, pidió
tres o cuatro hombres, entre ellos un hombre con un fusil
ametralladora, y en cuestión de segundos emprendió
rápidamente la marcha para asumir la misión de ataque
desde aquella dirección.
Y en aquella ocasión no sólo fue combatiente distinguido,
sino que además fue también médico distinguido, prestando
asistencia a los compañeros heridos, asistiendo a la vez a
los soldados enemigos heridos. Y cuando fue necesario
abandonar aquella posición, una vez ocupadas todas las
armas, y emprender una larga marcha, acosados por
distintas fuerzas enemigas, fue necesario que alguien
permaneciese junto a los heridos, y junto a los heridos
permaneció el Che. Ayudado por un grupo pequeño de
nuestros soldados, los atendió, les salvó la vida y se
incorporó con ellos ulteriormente a la columna.
Ya a partir de aquel instante descollaba como un jefe
capaz y valiente, de ese tipo de hombres que cuando hay
que cumplir una misión difícil no espera que le pidan que
lleve a cabo la misión.
Así hizo cuando el combate de El Uvero, pero así había
hecho también en una ocasión no mencionada cuando en los
primeros tiempos, merced a una traición, nuestra pequeña
tropa fue sorpresivamente atacada por numerosos aviones y
cuando nos retirábamos bajo el bombardeo y habíamos
caminado ya un trecho nos recordamos de algunos fusiles de
algunos soldados campesinos que habían estado con nosotros
en las primeras acciones y habían pedido después permiso
para visitar a sus familiares cuando todavía no había en
nuestro incipiente ejército mucha disciplina. Y en aquel
momento se consideró la posibilidad de que aquellos
fusiles se perdieran. Recordamos como, nada más planteado
el problema, y bajo el bombardeo, el Che se ofreció, y
ofreciéndose salió inmediatamente a recuperar aquellos
fusiles.
Esa era una de sus características esenciales: la
disposición inmediata, instantánea, a ofrecerse para
realizar la misión más peligrosa. Y aquello, naturalmente,
suscitaba la admiración, la doble admiración hacia aquel
compañero que luchaba junto a nosotros, que no había
nacido en esta tierra, que era un hombre de ideas
profundas, que era un hombre en cuya mente bullían sueños
de lucha en otras partes del continente y, sin embargo,
aquel altruismo, aquel desinterés, aquella disposición a
hacer siempre lo más difícil, a arriesgar su vida
constantemente.
Fue así como se ganó los grados de comandante y de jefe de
la segunda columna que se organizara en la Sierra Maestra;
fue así como comenzó a crecer su prestigio, como comenzó a
adquirir su fama de magnífico combatiente que hubo de
llevar a los grados más altos en el transcurso de la
guerra.
Che era un insuperable soldado; Che era un insuperable
jefe; Che era, desde el punto militar, un hombre
extraordinariamente capaz, extraordinariamente valeroso,
extraordinariamente agresivo. Si como guerrillero tenía un
talón de Aquiles, ese talón de Aquiles era su excesiva
agresividad, era su absoluto desprecio al peligro.
Los enemigos pretenden sacar conclusiones de su muerte.
¡Che era un maestro de la guerra, Che era un artista de la
lucha guerrillera! Y lo demostró infinidad de veces, pero
lo demostró sobre todo en dos extraordinarias proezas, una
de ellas la invasión al frente de una columna, perseguida
esa columna por miles de soldados, por territorio
absolutamente llano y desconocido, realizando -junto con
Camilo- una formidable hazaña militar. Pero, además, lo
demostró en su fulminante campaña de Las Villas, y lo
demostró, sobre todo, en su audaz ataque a la ciudad de
Santa Clara, penetrando con una columna de apenas 300
hombres en una ciudad defendida por tanques, artillería y
varios miles de soldados de infantería.
Esas dos hazañas lo consagran como un jefe
extraordinariamente capaz, como un maestro, como un
artista de la guerra revolucionaria. Sin embargo de su
muerte heroica y gloriosa pretenden negar la veracidad o
el valor de sus concepciones y de sus ideas guerrilleras.
Podrá morir el artista, sobre todo cuando se es artista de
un arte tan peligroso como es la lucha revolucionaria,
pero lo que no morirá de ninguna forma es el arte al que
consagró su vida y al que consagró su inteligencia.
¿Qué tiene de extraño que ese artista muera en un combate?
Todavía tiene mucho más de extraordinario el hecho de que
en las innumerables ocasiones en que arriesgó esa vida
durante nuestra lucha revolucionaria no hubiese muerto en
algún combate. Y muchas fueron las veces en que fue
necesario actuar para impedir que en acciones de menor
trascendencia perdiera la vida.
Y así, en un combate, ¡en uno de los tantos combates que
libró!, perdió la vida. No poseemos suficientes elementos
de juicio para poder hacer alguna deducción acerca de
todas las circunstancias que precedieron ese combate,
acerca de hasta qué grado pudo haber actuado de una manera
excesivamente agresiva, pero -repetimos- si como
guerrillero tenía un talón de Aquiles, ese talón de
Aquiles era su excesiva agresividad, su absoluto desprecio
por el peligro.
Es eso en lo que resulta difícil coincidir con él, puesto
que nosotros entendemos que su vida, su experiencia, su
capacidad de jefe aguerrido, su prestigio y todo lo que él
significaba en vida, era mucho más, incomparablemente más,
que la evaluación que tal vez él hizo de sí mismo. Puede
haber influido profundamente en su conducta la idea de que
los hombres tienen un valor relativo en la historia, la
idea de que las causas no son derrotadas cuando los
hombres caen y la incontenible marcha de la historia no se
detiene ni se detendrá ante la caída de los jefes.
Y eso es cierto, eso no se puede poner en duda. Eso
demuestra su fe en los hombres, su fe en las ideas, su fe
en el ejemplo. Sin embargo -como dije hace unos días-,
habríamos deseado de todo corazón verlo forjador de las
victorias, forjando bajo su jefatura, forjando bajo su
dirección, las victorias, puesto que los hombres de su
experiencia, de su calibre, de su capacidad realmente
singular, son hombres poco comunes.
Somos capaces de apreciar todo el valor de su ejemplo y
tenemos la más absoluta convicción de que ese ejemplo
servirá de emulación y servirá para que del seno de los
pueblos surjan hombres parecidos a él.
No es fácil conjugar en una persona todas las virtudes que
se conjugaban en él. No es fácil que una persona de manera
espontánea sea capaz de desarrollar una personalidad como
la suya. Diría que es de esos tipos de hombres difíciles
de igualar y prácticamente imposibles de superar. Pero
diremos también que hombres como él son capaces, con su
ejemplo, de ayudar a que surjan hombres como él.
Es que en Che no sólo admiramos al guerrero, al hombre
capaz de grandes proezas. Y lo que él hizo, y lo que él
estaba haciendo, ese hecho en sí mismo de enfrentarse solo
con un puñado de hombres a todo un ejército oligárquico,
instruido por los asesores yanquis suministrados por el
imperialismo yanqui, apoyado por las oligarquías de todos
los países vecinos, ese hecho en sí mismo constituye una
proeza extraordinaria. Y si se busca en las páginas de la
historia, no se encontrará posiblemente ningún caso en que
alguien con un número tan reducido de hombres haya
emprendido una tarea de más envergadura, en que alguien
con un número tan reducido de hombres haya emprendido la
lucha contra fuerzas tan considerables. Esa prueba de
confianza en sí mismo, esa prueba de confianza en los
pueblos, esa prueba de fe en la capacidad de los hombres
para el combate, podrá buscarse en las páginas de la
historia, y, sin embargo, no podrá encontrarse nada
semejante.
Y cayó.
Los enemigos creen haber derrotado sus ideas, haber
derrotado su concepción guerrillera, haber derrotado sus
puntos de vista sobre la lucha revolucionaria armada. Y lo
que lograron fue, con un golpe de suerte, eliminar su vida
física; lo que pudieron fue lograr las ventajas
accidentales que en la guerra puede alcanzar un enemigo. Y
ese golpe de suerte, ese golpe de fortuna, no sabemos
hasta qué grado ayudado por esa característica a que nos
referíamos antes, de agresividad excesiva, de desprecio
absoluto por el peligro, en un combate como tantos
combates.
Como ocurrió también en nuestra guerra de independencia.
En un combate en Dos Ríos mataron al Apóstol de nuestra
independencia. En un combate en Punta Brava mataron a
Antonio Maceo, veterano de cientos de combates. En
similares combates murieron infinidad de jefes, infinidad
de patriotas de nuestra guerra independentista. Y, sin
embargo, eso no fue la derrota de la causa cubana.
La muerte del Che -como decíamos hace algunos días- es un
golpe duro, es un golpe tremendo para el movimiento
revolucionario en cuanto le priva sin duda de ninguna
clase de su jefe más experimentado y capaz.
Pero se equivocan los que cantan victoria. Se equivocan
los que creen que su muerte es la derrota de sus ideas, la
derrota de sus tácticas, la derrota de sus concepciones
guerrilleras, la derrota de sus tesis. Porque aquel hombre
que cayó como hombre mortal, como hombre que se exponía
muchas veces a las balas, como militar, como jefe, es mil
veces más capaz que aquellos que con un golpe de suerte lo
mataron.
Sin embargo, ¿cómo tienen los revolucionarios que afrontar
ese golpe adverso? ¿Cómo tienen que afrontar esa pérdida?
¿Cuál sería la opinión del Che si tuviese que emitir un
juicio? Esa opinión la dijo, esa opinión la expresó con
toda claridad cuando escribió en su Mensaje a la
Conferencia de Solidaridad Latinoamericana que si en
cualquier parte le sorprendía la muerte, bienvenida fuera
siempre que ese su grito de guerra haya llegado hasta un
oído receptivo, y otra mano se extienda para empuñar el
arma.
Y ese grito de guerra llegará no a un oído receptivo,
¡llegará a millones de oídos receptivos! Y no una mano
sino que ¡millones de manos, inspiradas en su ejemplo, se
extenderán para empuñar las armas! Nuevos jefes surgirán.
Y los hombres, los oídos receptivos y las manos que se
extiendan necesitarán jefes que surgirán de las filas del
pueblo, como han surgido los jefes en todas las
revoluciones.
No contarán esas manos con un jefe de la experiencia
extraordinaria, de la enorme capacidad del Che. Esos jefes
se formarán en el proceso de la lucha, esos jefes surgirán
del seno de los millones de oídos receptivos, de los
millones de manos que más tarde o más temprano se
extenderán para empuñar las armas. No es que consideremos
que en el orden práctico de la lucha revolucionaria su
muerte haya de tener una inmediata repercusión, que en el
orden práctico del desarrollo de la lucha su muerte pueda
tener una repercusión inmediata. Pero es que el Che,
cuando empuñó de nuevo las armas, no estaba pensando en
una victoria inmediata, no estaba pensando en un triunfo
rápido frente a las fuerzas de las oligarquías y del
imperialismo. Su mente de combatiente experimentado estaba
preparada para una lucha prolongada de cinco, de diez, de
quince, de veinte años si fuera necesario. ¡Él estaba
dispuesto a luchar cinco, diez, quince, veinte años, toda
la vida si fuese necesario!
Y es que con esa perspectiva en el tiempo en que su
muerte, en que su ejemplo -que es lo que debemos decir-,
tendrá una repercusión tremenda, tendrá una fuerza
invencible.
Su capacidad como jefe y su experiencia en vano tratan de
negarlas quienes se aferran al golpe de fortuna. Che era
un jefe militar extraordinariamente capaz. Pero cuando
nosotros recordamos al Che, cuando nosotros pensamos en el
Che, no estamos pensando fundamentalmente en sus virtudes
militares. ¡No! La guerra es un medio y no un fin, la
guerra es un instrumento de los revolucionarios.
¡Lo importante es la revolución, lo importante es la causa
revolucionaria, las ideas revolucionarias, los objetivos
revolucionarios, los sentimientos revolucionarios, las
virtudes revolucionarias!
Y es en ese campo, en el campo de las ideas, en el campo
de los sentimientos, en el campo de las virtudes
revolucionarias, en el campo de la inteligencia, aparte de
sus virtudes militares, donde nosotros sentimos la
tremenda pérdida que para el movimiento revolucionario ha
significado su muerte.
Porque Che reunía, en su extraordinaria personalidad,
virtudes que rara vez aparecen juntas. él descolló como
hombre de acción insuperable, pero Che no sólo era un
hombre de acción insuperable; Che era un hombre de
pensamiento profundo, de inteligencia visionaria, un
hombre de profunda cultura. Es decir, que reunía en su
persona al hombre de ideas y al hombre de acción.
Pero no es que reuniera esa doble característica de ser
hombre de ideas, y de ideas profundas, y de ser hombre de
acción, sino que Che reunía como revolucionario las
virtudes que pueden definirse como la más cabal expresión
de las virtudes de un revolucionario: hombre íntegro a
carta cabal, hombre de honradez suprema, de sinceridad
absoluta, hombre de vida estoica y espartana, hombre a
quien prácticamente en su conducta no se le puede
encontrar una sola mancha. Constituyó por sus virtudes lo
que puede llamarse un verdadero modelo de revolucionario.
Suele, a la hora de la muerte de los hombres, hacerse
discursos, suele destacarse virtudes, pero pocas veces
como en esta ocasión se puede decir con más justicia, con
más exactitud, de un hombre, lo que decimos del Che: ¡que
constituyó un verdadero ejemplo de virtudes
revolucionarias!
Pero además añadía otra cualidad, que no es una cualidad
del intelecto, que no es una cualidad de la voluntad, que
no es una cualidad derivada de la experiencia, de la
lucha, sino una cualidad del corazón, ¡porque era un
hombre extraordinariamente humano, extraordinariamente
sensible! Por eso decimos, cuando pensamos en su vida,
cuando pensamos en su conducta, que constituyó el caso
singular de un hombre rarísimo en cuanto fue capaz de
conjugar en su personalidad no sólo las características de
hombre de acción sino también las de hombre de
pensamiento, de hombre de inmaculadas virtudes
revolucionarias y de extraordinaria sensibilidad humana,
unidas a un carácter de hierro, a una voluntad de acero, a
una tenacidad indomable.
Y por eso les ha legado a las generaciones futuras no sólo
su experiencia, sus conocimientos como soldado destacado,
sino a la vez las obras de su inteligencia. Escribía con
la virtuosidad de un clásico de la lengua. Sus narraciones
de la guerra son insuperables. La profundidad de su
pensamiento es impresionante. Nunca escribió sobre nada
absolutamente que no lo hiciese con extraordinaria
seriedad, con extraordinaria profundidad, y algunos de sus
escritos no dudamos que pasarán a la posteridad como
documentos clásicos del pensamiento revolucionario.
Y así, como fruto de esa inteligencia vigorosa y profunda,
nos dejó infinidad de recuerdos, infinidad de relatos que,
sin su trabajo, sin su esfuerzo, habrían podido tal vez
olvidarse para siempre.
Trabajador infatigable, en los años que estuvo al servicio
de nuestra patria no conoció un solo día de descanso.
Fueron muchas las responsabilidades que se le asignaron:
como presidente del Banco Nacional, como director de la
Junta de Planificación, como ministro de Industrias, como
comandante de regiones militares, como jefe de
delegaciones de tipo político o de tipo económico o de
tipo fraternal.
Su inteligencia multifacética era capaz de emprender con
el máximo de seguridad cualquier tarea en cualquier orden,
en cualquier sentido. Y así, representó de manera
brillante a nuestra patria en numerosas conferencias
internacionales, de la misma manera que dirigió
brillantemente a los soldados en el combate, de la misma
manera que fue un modelo de trabajador al frente de
cualesquiera de las instituciones que se le asignaron, ¡y
para él no hubo días de descanso, para él no hubo horas de
descanso! Y si mirábamos para las ventanas de sus
oficinas, permanecían las luces encendidas hasta altas
horas de la noche, estudiando, o mejor dicho, trabajando o
estudiando. Porque era un estudioso de todos los
problemas, era un lector infatigable. Su sed de abarcar
conocimientos humanos era prácticamente insaciable, y las
horas que le arrebataba al sueño las dedicaba al estudio.
Los días reglamentarios de descanso los dedicaba al
trabajo voluntario. Fue él el inspirador y el máximo
impulsor de ese trabajo que hoy es actividad de cientos de
miles de personas en todo el país, el impulsor de esa
actividad que cada día cobra en las masas de nuestro
pueblo mayor fuerza.
Y como revolucionario, como revolucionario comunista,
verdaderamente comunista, tenía una infinita fe en los
valores morales, tenía una infinita fe en la conciencia de
los hombres. Y debemos decir que en su concepción vio con
absoluta claridad en los resortes morales la palanca
fundamental de la construcción del comunismo en la
sociedad humana.
Muchas cosas pensó, desarrolló y escribió. Y hay algo que
debe decirse un día como hoy, y es que los escritos del
Che, el pensamiento político y revolucionario del Che
tendrán un valor permanente en el proceso revolucionario
cubano y en el proceso revolucionario en América Latina. Y
no dudamos que el valor de sus ideas, de sus ideas tanto
como hombre de acción, como hombre de pensamiento, como
hombre de acrisoladas virtudes morales, como hombre de
insuperable sensibilidad humana, como hombre de conducta
intachable, tienen y tendrán un valor universal.
Los imperialistas cantan voces de triunfo ante el hecho
del guerrillero muerto en combate; los imperialistas
cantan el triunfo frente al golpe de fortuna que los llevó
a eliminar tan formidable hombre de acción. Pero los
imperialistas tal vez ignoran o pretenden ignorar que el
carácter de hombre de acción era una de las tantas facetas
de la personalidad de ese combatiente. Y que si de dolor
se trata, a nosotros nos duele no sólo lo que se haya
perdido como hombre de acción, nos duele lo que se ha
perdido como hombre virtuoso, nos duele lo que se ha
perdido como hombre de exquisita sensibilidad humana y nos
duele pensar que tenía sólo treinta y nueve años en el
momento de su muerte, nos duele pensar cuántos frutos de
esa inteligencia y de esa experiencia que se desarrollaba
cada vez más hemos perdido la oportunidad de percibir.
Nosotros tenemos idea de la dimensión de la pérdida para
el movimiento revolucionario. Pero, sin embargo, ahí es
donde está el lado débil del enemigo imperialista: creer
que con el hombre físico ha liquidado su pensamiento,
creer que con el hombre físico ha liquidado sus ideas,
creer que con el hombre físico ha liquidado sus virtudes,
creer que con el hombre físico ha liquidado su ejemplo. Y
lo creen de manera tan impúdica que no vacilan en
publicar, como la cosa más natural del mundo, las
circunstancias casi universalmente ya aceptadas en que lo
ultimaron después de haber sido herido gravemente en
combate. No han reparado siquiera en la repugnancia del
procedimiento, no han reparado siquiera en la impudicia
del reconocimiento. Y han divulgado como derecho de los
esbirros, han divulgado como derecho de los oligarcas y de
los mercenarios, el disparar contra un combatiente
revolucionario gravemente herido. Y lo peor es que
explican además por qué lo hicieron, alegando que habría
sido tremendo el proceso en que hubiesen tenido que juzgar
al Che, alegando que habría sido imposible sentar en el
banquillo de un tribunal a semejante revolucionario.
Y no sólo eso sino que además no han vacilado en hacer
desaparecer sus restos. Y sea verdad o sea mentira, es el
hecho que anuncian haber incinerado su cadáver, con lo
cual empiezan a demostrar su miedo, con lo cual comienzan
a demostrar que no están tan convencidos de que liquidando
la vida física del combatiente liquidan sus ideas y
liquidan su ejemplo.
Che no cayó defendiendo otro interés, defendiendo otra
causa de los explotados y los oprimidos de este
continente; Che no cayó defendiendo otra causa que la
causa de los pobres y de los humildes de esta tierra. Y la
forma ejemplar y el desinterés con que defendió esa causa
no osan siquiera discutirlos sus más encarnizados
enemigos.
Y ante la historia, los hombres que actúan como él, los
hombres que lo hacen todo y lo dan todo por la causa de
los humildes, cada día que pasa agigantan, cada día que
pasa se adentran más profundamente en el corazón de los
pueblos. Y esto ya lo empiezan a percibir los enemigos
imperialistas, y no tardarán en comprobar que su muerte
será a la larga como una semilla de donde surgirán muchos
hombres decididos a emularlo, muchos hombres decididos a
seguir su ejemplo.
Y nosotros estamos absolutamente convencidos de que la
causa revolucionaria en este continente se repondrá del
golpe, que la causa revolucionaria en este continente no
será derrotada por ese golpe.
Desde el punto de vista revolucionario, desde el punto de
vista de nuestro pueblo, ¿cómo debemos mirar nosotros el
ejemplo del Che? ¿Acaso pensamos que lo hemos perdido?
Cierto es que no volveremos a ver nuevos escritos, cierto
es que no volveremos a escuchar de nuevo su voz. Pero el
Che le ha dejado al mundo un patrimonio, un gran
patrimonio, y de ese patrimonio nosotros -que lo conocimos
tan de cerca- podemos ser en grado considerable herederos
suyos.
Nos dejó su pensamiento revolucionario, nos dejó sus
virtudes revolucionarias, nos dejó su carácter, su
voluntad, su tenacidad, su espíritu de trabajo. En una
palabra, ¡nos dejó su ejemplo! ¡Y el ejemplo del Che debe
ser un modelo para nuestro pueblo, el ejemplo del Che debe
ser el modelo ideal para nuestro pueblo!
Si queremos expresar cómo aspiramos que sean nuestros
combatientes revolucionarios, nuestros militantes,
nuestros hombres, debemos decir sin vacilación de ninguna
índole: ¡que sean como el Che! Si queremos expresar cómo
queremos que sean los hombres de las futuras generaciones,
debemos decir: ¡que sean como el Che! Si queremos decir
cómo deseamos que se eduquen nuestros niños, debemos decir
sin vacilación: ¡queremos que se eduquen en el espíritu
del Che! Si queremos un modelo de hombre, un modelo de
hombre que no pertenece a este tiempo, un modelo de hombre
que pertenece al futuro, ¡de corazón digo que ese modelo
sin una sola mancha en su conducta, sin una sola mancha en
su actitud, sin una sola mancha en su actuación, ese
modelo es el Che! Si queremos expresar cómo deseamos que
sean nuestros hijos, debemos decir con todo el corazón de
vehementes revolucionarios: ¡queremos que sean como el
Che!
Che se ha convertido en un modelo de hombre no sólo para
nuestro pueblo sino para cualquier pueblo de América
Latina. Che llevó a su más alta expresión el estoicismo
revolucionario, el espíritu de sacrificio revolucionario,
la combatividad del revolucionario, el espíritu de trabajo
del revolucionario, y Che llevó las ideas del
marxismo-leninismo a su expresión más fresca, más pura,
más revolucionaria. ¡Ningún hombre como él en estos
tiempos ha llevado a su nivel más alto el espíritu
internacionalista proletario!
Y cuando se hable de internacionalista proletario, y
cuando se busque un ejemplo de internacionalista
proletario, ¡ese ejemplo, por encima de cualquier otro
ejemplo, es el ejemplo del Che! En su mente y en su
corazón habían desaparecido las banderas, los prejuicios,
los chovinismos, los egoísmos, ¡y su sangre generosa
estaba dispuesto a verterla por la suerte de cualquier
pueblo, por la causa de cualquier pueblo, y dispuesto a
verterla espontáneamente, y dispuesto a verterla
instantáneamente! Y así, sangre suya fue vertida en esta
tierra cuando lo hirieron en diversos combates; sangre
suya por la redención de los explotados y los oprimidos,
de los humildes y los pobres, se derramó en Bolivia. ¡Esa
sangre se derramó por todos los explotados, por todos los
oprimidos; esa sangre se derramó por todos los pueblos de
América y se derramó por Viet Nam, porque él allá,
combatiendo contra las oligarquías, combatiendo contra el
imperialismo, sabía que brindaba a Viet Nam la más alta
expresión de su solidaridad!
Es por eso, compañeros y compañeras de la Revolución, que
nosotros debemos mirar con firmeza el porvenir y con
decisión; es por eso que debemos mirar con optimismo el
porvenir. ¡Y buscaremos siempre en el ejemplo del Che la
inspiración, la inspiración en la lucha; la inspiración en
la tenacidad, la inspiración en la intransigencia frente
al enemigo y la inspiración en el sentimiento
internacionalista!
Es por eso que nosotros, en la noche de hoy, después de
este impresionante acto, después de esta increíble -por su
magnitud, por su disciplina y por su devoción- muestra
multitudinaria de reconocimiento, que demuestra cómo este
es un pueblo sensible, que demuestra cómo este es un
pueblo agradecido, que demuestra cómo este pueblo sabe
honrar la memoria de los valientes que caen en el combate,
que demuestra cómo este pueblo sabe reconocer a los que le
sirven, que demuestra cómo este pueblo se solidariza con
la lucha revolucionaria, cómo este pueblo levanta y
mantendrá siempre en alto y cada vez más en alto las
banderas revolucionarias y los principios revolucionarios;
hoy, en estos instantes de recuerdo, elevemos nuestro
pensamiento y, con optimismo en el futuro, con optimismo
absoluto en la victoria definitiva de los pueblos, digamos
al Che y con él a los héroes que combatieron y cayeron
junto a él:
¡Hasta la victoria siempre!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!