Como corriente militante rotundamente inconformista y negadora, el anarquismo
en sus diversas variantes, ha carecido de cualquier posibilidad de expresión
en un medio tan “comercial” como el cinematográfico. Los testimonios existente
abundan sobre todo en el rechazo de las una industria que busca halagar los
sentimientos más banales, en tanto que los propuestas de un cine diferente,
esperaban tiempos mejores. Además, no abundan las aportaciones teóricas sobre
la cuestión, de entrada porque se atienden antes temas de la lucha de clases,
y luego, porque hasta fechas relativamente recientes, el cineclubismo y
actividades como la crítica, apenas si encontraron un lugar en el movimiento
social. De lo que no hay duda es que a la masa de afiliados le gustaba el
cine, y que, en el caso de la CNT, se dio una implantación sindical en el
medio laboral relacionado con el cine. Esto sería notorio entre los
“acomodadores”, y la influencia cenetista persistió hasta los años ochenta,
realidad de la que el que escribe pueda dar testimonio. La imagen del veterano
“acomodador” atento y vigilante contra cualquier intromisión por parte del
público, era mucho más habitual de lo ahora podamos creer.
En julio de 1936, las 116 salas de exhibición cinematográfica de Barcelona son
incautadas por los propios trabajadores del sector, afiliados en su mayoría al
Sindicato Único de Espectáculos Públicos de la CNT, creándose seguidamente un
Comité Económico de Cines, máximo organismo rector de la exhibición. Este
Comité durará hasta 1938, año en que comienza a actuar la Comisión
Interventora de Espectáculos Públicos. En los dos primeros años de guerra, la
CNT tiene un predominio total sobre el sector del espectáculo. Tal predominio,
sumado a la huída de muchos empresarios hacia el extranjero o hacia la zona
franquista, culminó con la colectivización de los medios de producción y de la
mayor parte de las cadenas exhibidoras; muchas salas cambiaron de nombre: El
Coliseo Imperial de Girona pasó a ser la Sala Bakunin y al cine Dorado de
Barcelona se le llamó Salón Durruti.
Cabría pensar que en este momento histórico tan representativo de la
revolución social, las masas afiliadas mostrarían una mayor inquietud y
exigencia como espectadores, y que el cine producido por la CNT fuera más
exigente que el convencional tanto temática como estéticamente. Sin embargo,
no fue así. Dicha producción fue muy reducida, la propia de un primer
aprendizaje, y su contenido no fue en absoluto más allá que el de otras
películas distribuidas comercialmente como lo pudieron ser El pan nuestro de
cada día, de Vidor, o Carbón, de Pabst. El Comité Económico de Cines, la
entidad de adscripción anarcosindicalista descubrió que no podía programar al
margen del tipo de cine que ya se daba antes, y que además, esta programación
era la que le permitía sostener el sistema de socialización desarrollado
después de las jornadas de julio del 36. Tanto es así que el durante este año
1 de la revolución, un 80 por ciento de las películas programadas era de
procedencia norteamericana en tanto que la producción hispana apenas si
alcanza un 7 por ciento, y no se trata precisamente de un cine socialmente más
avanzado.
Entre las películas españoles programadas se citan unos pocos títulos de
interés, entre ellos dos fábulas morales con ciertos aires progresistas El
deber y Nuevos ideales, ambas de 1936. Fueron dirigidas por Salvador Alberich
que había trabajado en Hollywood en la época del cine mudo, y producidas por
el productor y exdiputado de ERC Daniel Magrané. Sobre la primera se sabe poco
más que entre sus protagonistas se encontraban dos importantes característicos
hispano: Félix de Pomés y José Maria Lado. En cuanto a la segunda, su estreno
suscitó una cierta controversia ya que se hacía una crítica muy dura a la
República, y se omitían las contradicciones sociales. Su ambigüedad era tal
que acabó siendo distribuida en la “España nacional”. Llama la atención
Hombres contra hombres (1936), escrita, producida y dirigida por Antonio
Momplet, film pacifista insólito para la época, ambientado en la Gran Guerra
aprovechando imágenes de archivo, en una línea que intenta seguir los trazos
de sin novedad en el frente, pero no era momento.
En 1938, Momplet acabará -después de un rodaje desigual y accidentado- La
Farándula, un homenaje a la zarzuela, con guión del sindicalista Valentí
R.González e interpretada por Amalia de Isaura y Marcos Redondo...que no se
estrena hasta 1949, cuando Momplet hace tiempo que está exiliado y dirige cine
en Argentina. Regresará a España en los años sesenta realizando varias
películas anodinas. Uno de los pocos éxitos del cine español fue Los héroes
del barrio (1936), de Armando Vidal, que permaneció tres semanas en cuartel,
aunque su contenido no debió de ser nada especial ya que fue distribuida en la
postguerra.
En todo esto resulta muy representativo el pequeño folleto Para una concepción
del arte: lo que podría ser un cinema social, escrito por José Peirats (Vall
de Uxó, Castellón, 1908-1989), editado por La Revista Blanca seguramente en
1935. Peirats era ya conocido en los medios libertarios, y será uno de los
ensayistas e historiadores más considerados del exilio.
Su obra principal (La CNT en la revolución española) se ha erigido en uno de
los referentes bibliográficos más inexcusables sobre la guerra y la
revolución.
Peirats descarta duramente tanto al Hollywood frívolo y burgués que favorece
la explotación del hombre por el hombre como al cine fascista que utiliza la
maquinaria del Estado contra los principios sociales y democráticos más
elementales. Tampoco salva el cine soviético aunque en este caso matiza y
valora algunas muestras de calidad artística, cree que está pleno de demagogia
y mitifica las masas de la misma manera que Hollywood lo hace con las
estrellas, además, sufre una censura que no ve diferente a la del fascismo.
Al mismo tiempo que establece una crítica de “tabla rasa” a la industria
imperante, no puede por menos que valorar positivamente unas películas sobre
otras. Y esto no tanto, porque puedan considerarse anarquistas, sino porque
reflejan en alguna medida una aproximación hacia dicho ideario. El
voluntarioso autodidacta ladrillero distingue un canto a la independencia
personal en la muy discutible Viva la libertad (A nous la liberté, Francia,
1931), de René Clair; Sin novedad en el frente (All quiet on the the wstern
front, USA, 1930), de Lewis Milestone; Carbón (Kamaradschat, Alemania,
19311931); Eskimo, de W.S. Van Dyke (USA 1933; y Éxtasis (Ekstase/Eum spieva,
Checoslovaquia, 1932), de Gustav Machaly…
La primera es seguramente la película más avanzada de René Clair, lo cual no
es decir mucho. Y aunque está conectada con un cierto anarquismo, lo cierto es
que fue vapuleada por los surrealistas por su idealismo y blandura. En su
momento fue considerada como un panfleto contra las normas burguesas tales
como “el dinero hace la felicidad” y “el trabajo la libertad”. Clair lleva la
historia a un mundo imaginario pero reconocible, a medio camino entre el sueño
y la realidad, pero tomo el enfoca la amistad entre los protagonistas, dos
presos que tratan de escapar, pero solamente uno lo consigue con el sacrifico
del otro. Muy sobrevalorado en su momento, lo cierto es que Clair se muestra
ajeno a las luchas obreras para desarrollar una fantasia sobre u mundo sin
trabajo descrito como un “impulso lúdico”. Porton lo acusa de una “combinación
de inclinaciones casi anarquistas y conformismo anodino (que) ignora las
consideraciones históricas concretas” (2001; 145). En las casi cuatro páginas
que le dedica cita a Murray Boockchin, que refunfuña viendo esos “obreros de A
nous la liberté…obtienen su libertad en un país de Jauja altamente
industrializado: sus funciones pasan por completo a las máquinas, mientras
ellos no hacen más que juguetear en los campos cercanos y pescar en masse a
orillas de ríos que muestran su extraño parecido con sus líneas de montaje.”
Según cierta crítica A nous la liberté fue una película “que convierte ritmos
e imágenes en película-opereta, en ballet cinematográfico, en anfiteatro” (Larousse,
19991; 136), sin embargo sería la única en la que su autor se asoma un poco a
los problemas de su tiempo. En el resto de su obra –que le llevó a ocupar un
sillón en la Academie Française-, su mayor inquietud fue la de mostrar que
“joie de vivre” se podía lograr con un poco de “savoir faire”.
La célebre –y formidable- adaptación de la novela de Eric Mª Remarque (que fue
un éxito editorial en los primeros años de la República española), sigue
siendo uno de los mayores clásicos del cine antimilitarista, una denuncia
radical de los sentimientos y proclamas patrioteros, y una de las pocas
películas que no concede la menor virtud a la guerra, demostrando con vigor la
locura del frente con sus combates, la miseria, la estupidez y la muerte de
una tropa menospreciada por sus oficiales. Realizada al principio del sonoro,
consiguió el reconocimiento de la crítica y del público, y todavía sigue
manteniendo su vedad y su frescura. De esta misma época (1932), data otra obra
maestra antimilitarista muy poco conocida, Remordimiento (Broken lullaby,
USA), uno de los pocos dramas realizados por Ernest Lubitsch, que de
desarrolla una idea presente en la de Milestone: la del soldado que proclama
que irá ocupar el lugar del “enemigo” muerto. Tras el armisticio, un soldado
es acogido por una familia que ignora que él fue el que mató a su hijo. Este
sencillo esquema tan profundo por otro lado, es llevado por Lubitsch con tacto
y elegancia sin renuncia a sus habituales toques sardónicos. Es un cine que
confírmale principio de todo pacifismo: el más valiente de todos los soldados
es el desertor.
La más cercana al espíritu revolucionario que trata de teorizar nuestro
estimado José Peirats como una posible alternativa de cine social, es sin duda
Carbón, también conocida como La tragedia de la mina (1931), obra del
socialista George Wilhem Pabst en su mejor momento. Se trata de una versión
única roda en alemán y francés como corresponde a la historia. Narra una
historia auténtica ocurrida de una tragedia en 1919 en la que murieron más de
1.100 mineros franceses, y como la solidaridad entre los mineros alemanes
acabó siendo mucho más importante en las tareas de salvación, que la
intervención de las autoridades nacionales. La película es una vibrante
ilustración de una frase que se dice bien fuerte: “¡Todos los trabajadores
somos uno¡ ¡Nuestros enemigos son el grisú y la guerra¡”. Aunque actualmente
pueda parecer un tanto ingenua, todavía sigue siendo una obra cinematográfica
importante. Pabst es uno de los grandes cineastas de su tiempo. Previamente
había realizado Cuatro de infantería (Westfront, Alemania, 1930), un verdadero
clásico del cine antimilitarista, y ulteriormente una de las mejores
adaptaciones de Cervantes, Don Quijote (Don Quichotte, Francia, 1932). De
George Wilhem Pabst habrá que hablar más detenidamente ya que se está editando
en DVD.
La naturista Eskimo (USA, 1933) es la última entrega de una veta documental
exótica especialmente afortunada en la trayectoria de W(illiard) Van Dyke
iniciada después de que en 1928 tuvo que sustituir a Robert Flaherty para
acabar Sombras blancas que había comenzado Flaherty. Está compuesta por los
siguientes títulos: El pagano (Tahiti he Pagan, 1929), Prohibido (Never the
Twain Shall Meet, 1931), Bajo el cielo de Cuba (The Cuban Love Song/Rumba,
idem), y Eskimo, que está considerada como la mejor de todas. Se trata de un
paréntesis que poco o nada tiene que ver con lo que Van Dyke hizo antes, ni
con lo que hará después, cuando ejerció de cineasta con oficio al servicio de
las productoras fuese en arriesgados rodajes de aventuras colonialistas (y
racistas) rodadas de manera casi heroica en escenarios naturales como Trader
Horn (aunque se dijo por entonces que varios nativos fueron devorados por los
cocodrilos de verdad en unas tomas), antecedente de todo el cine de safari de
los años cincuenta, Van Dyke también realizó una película tan monárquica como
Maria Antonieta, cuyo rodaje fue casi a la par que La Marsellesa de Renoir
(19379, pero situada ideológicamente en las antípodas. Como amante de otras
formas de vida más libre, Peirats también se entusiasmaba con el naturismo
de), un documental en loor del “buen salvaje” que sigue la estela de Flaherty,
Viendo Éxtasis, Peirats sueña con la libertad sexual que se desprendía del
celebrado debut de una Hedy Lamar que hizo soñar eróticamente a una
generación. La película destacaba por su gran belleza poética, por su
franqueza al tratar una relación adúltera y erótica, además produjo verdaderos
ensueños entre los varones, tanto es así que mi papa, que la vio de muchacho,
ponía cara de embeleso cuando hablaba de ella. Masacrada por la censura, la
película fue perseguida por el rico marido de la actriz que trató de destruir
todas las copias, una anécdota que sería duramente satirizada en una magnífica
comedia italiana, Los complejos (Il complessi, Italia, 1965), en concreto en
el episodio protagonizado por Ugo Tonazzi.
De la época revolucionaria existe una lista elaborada por la solidaridad
Internacional Antifascista (SIA) destinada para que las agrupaciones locales
que programaban películas para recaudar fondos para el frente, y en ella, en
ausencia de títulos afines reconocibles, se inclina por títulos antifascistas
incluyendo los soviéticos más apreciados, amén de un buen porcentaje de
productos norteamericanos. Cierto es que ésta es una época en la que Hollywood
conoce una cierta radicalización de la que será expresión uno de los mayores
éxitos de la época, El capitán Blood (Captain Blood, USA, 1935), una de los
grandes del cine de aventuras dirigida por Michael Curtiz al frente de un
equipo de técnicos y artistas que quedaran para la historia, y en la que
muchos críticos han querido distinguir un claro aliento libertario. También se
menciona El ángel de las tinieblas (The Dark angel, USA, 1935), un melodrama
con trasfondo antimilitarista obra del interesante pionero Sidney Franklin
cuyo guión fue escrito por Lillian Hellman, y con interpretaciones memorables
de Fredric March, Merle Oberon y Herbert Marshall.
De hecho, esta es una lista en la que sobresalen títulos de bastante interés,
situados al límite de lo que era posible en el cine comercial de la época,
obras con un sentido social básicamente progresista. Entre ellos podemos
encontrar dos importantes adaptaciones tolstonianas como Vivamos de nuevo (We
live again, USA, 1934), de Rouben Mamoulian que parte de la novela
Resurrección, o la Ana Karerina (USA, USA, 1933), de Clarence Brown con Greta
Garbo, y con Fredric March, también presente en la anterior. Está la mejor de
todas las adaptaciones de la reputada obra de Víctor Hugo, Los miserables
(USA, 19359, la de Richard Boleslawski, interpretada por Fredric March y
Chales Laughton, también la primera (y mejor) versión de Rebelión a bordo (Mutiny
on the Bounty, USA, 1935), de Frank Lloyd, en la se ofrece una vigorosa
representación de la lucha social en una navío-fábrica en el que los marineros
(los trabajadores), son obligados a servir y maltratados por un capitán Bligh
de rasgos claramente fascistas. Encontramos un Capra, el de El secreto de
vivir (Mr. Deeds goes to town, USA), y en la que Longfellow Deeds (Garty
Cooper) desea repartir entre las víctimas de la depresión los veinte millones
de dólares que ha heredado. Destacan también la vibrante adaptación de William
A. Wellman de la novela de Jack London, La llamada de la selva (Call of the
wild, USA, 1935), igualmente la mejor de las muchas realzadas. Está también
!Viva Villa¡ (1934), de Jack Conway y Howard Hawks, una exaltación del líder
revolucionario encarnado por un Wallace Beery en la cima de su prestigio. No
olvidemos el tremendo alegato contra las cárceles, Soy un fugitivo (tratada
más adelante), ocupa un lugar preferente. También se citan otros títulos
menores como Semilla (Seed, USA, 1932), de John M. Stahl, con una incipiente
Bette Davis,
Luego, aparte de una magnífica coproducción checoalemana, Así es la vida (Sot
ist das leben, 1929), de Carl Jungham, obra de carácter social y obrerista que
cuenta con sobriedad las penalidades de una lavandera que debe de llevar su
casa adelante con el marido en el paro y abocado al alcoholismo, una estampa
que resultaba familiar en los ámbitos obreros, tenemos una buen número de
películas referidas a la revolución rusa comenzando por la norteamericana
Rasputin y la zarina (Rasputin and the empress, USA, 1932), del olvidado
Richard Boleslawski que tenía el punto añadido de reunir a los cuatro
Barrymore, John, Ethel y Lionel en una película que apuesta por una
reconstrucción seria de un capítulo histórico sobre el que el cine ha
producido muchas “fantasías”, baste señalar que en una basura propagandística
en dibujos animados sobre la presunta princesa “Anastasia” (USA, 1997), se
atribuye al famoso monje nada menos que la responsabilidad…de la revolución.
Tenemos además El acorazado Potemkin, y las menos conocidas El camino de la
vida (Putevka V Gizn, URSS, 1931), de Nicola Eck, y Los marinos de Kronstadt (My
iz Cronstadia, URSS, 1936), dos producciones muy ambiciosas que relatan sendos
episodios de la resistencia proletaria contra el ejército blanco durante la
guerra civil, y que gozaron de una popularidad enorme en el campo republicano.
Un cine soviético que ha quedado fuera de los circuitos de distribución en
tanto que el resto resulta por lo general bastante asequible.
Podemos hablar de una serie de películas que podríamos situar en una extensa
“frontera” que va desde el cine comercial más digno al más de vanguardia
social y moral, y que logra el favor del público socialmente más avanzado que
lo aprecia por sus propios valores cinematográficos y sociales más moderados
que los de un presunto cine anarquista que en el caso de existir en otra
sociedad, requeriría un largo tiempo de aprendizaje, un tiempo de transición.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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