Otra vez tengo que repetir algo que siempre sostengo con aire de triunfo:
“puede tardar mucho, pero finalmente en la Historia triunfa la Etica”. Acaba
de ocurrir algo que tal vez para muchos es un “hecho menor”. Pero que tiene
una honda significación emocional. Acaban de ser devueltos al pueblo Aché,
pueblo originario del Paraguay, los restos mortales de Damiana.
El acto de la entrega se llevó a cabo en el Museo Antropológico de La Plata,
por iniciativa del Grupo Universitario de Investigación en Antropología
Social en la Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena en la
Argentina. ¿Pero quién era Damiana?
Los datos sobre ella fueron posibles de obtener debido al trabajo de la
antropóloga Patricia Arenas. El 25 de septiembre de 1896, los científicos
norteamericanos Ten Kate y Charles de la Hitte viajan al Paraguay a estudiar
a un pueblo originario de esa región conocido con el nombre de Guayaquí. Ese
mismo día, unos colonos blancos de la zona de Sandoa (Paraguay oriental)
realizan una expedición porque les ha sido robado un caballo e
inmediatamente acusan a un grupo cercano de guayaquíes. El colono y tres de
sus hijos marcharon con armas de fuego y descubrieron a un grupo de
guayaquíes que estaba almorzando y, sin dar preaviso, los balearon. Cayeron
tres muertos, entre ellos una mujer. Los demás huyeron espantados. En el
lugar había quedado una niña guayaquí que tenía un año “más o menos”, a la
que se llevan los asesinos. Cuando llegan a esos parajes, los investigadores
norteamericanos se posesionan de la niña. Según ellos, que empiezan a
estudiarla, ésta solía pronunciar las palabras “caibú, aputiné, apallú” de
las cuales no se conoce ningún significado guaraní. Se supuso que la palabra
Caibú, nombre propio guaraní usado en tiempos pasados, sería como esa niña
llamaba a su madre. Por esas ironías sarcásticas de la historia, la niña
aché es bautizada Damiana, con el nombre del santo del día de la matanza de
su familia: San Damián. Dos años después, la indiecita fue llevada a la
provincia de Buenos Aires donde fue entregada a la madre del doctor
Alejandro Korn, director del hospicio Melchor Romero. Esa señora la utilizó
de sirvienta y luego se la entregó a su hijo, quien la hizo ingresar al
establecimiento que dirigía para luego entregarla a una casa de corrección.
En 1907, cuando Damiana tenía 14 años, el investigador alemán Lehmann-Nietzsche
la fotografía desnuda, foto que luego será mostrada durante años en el Museo
de La Plata. Luego, ese científico escribirá: “En el mes de mayo de 1907,
gracias a la galantería del doctor Korn pude tomar la fotografía y hacer las
observaciones antropológicas e hice bien en apurarme. Dos meses después
murió la desdichada de una tisis galopante cuyos principios no se
manifestaban todavía cuando hice mis estudios”. Y agrega: “Bien se cumplía
el pronóstico del doctor Ten Kate”. Justamente ese norteamericano en 1897
diagnostica: “Esta niña porta un aire enfermo y triste. El aspecto general,
las manchas simétricas sobre los incisivos superiores, junto al vientre
prominente, indicarían una diatosis escrupulosa”.
La cabeza de Damiana fue enviada al investigador Johann Virchow, de Berlín,
para el estudio de su musculatura facial y del cerebro. Sobre esto escribe
Lehmann-Nietzsche, en 1908: “Su cráneo ha sido abierto en mi ausencia y el
corte del serrucho llegó demasiado bajo. Aunque, por este motivo la
preparación de la musculatura de la órbita ya no será posible, lo que quería
hacer el profesor Virchow. El cerebro se ha conservado de una manera
admirable. La cabeza ya fue presentada a la Sociedad Antropológica de
Berlín”.
No hace mucho, el grupo Guías, durante el inventario de las colecciones del
Museo Antropológico de La Plata, encontró en las vitrinas de la sala de
Antropología Biológica un pequeño cajón sin número con el esqueleto de
Damiana dentro de una bolsa y envuelto en tela, con una inscripción en
papel: “Esqueleto (sin cráneo) de una india guayaquí, Damiana, fallecida en
el Melchor Romero en 1907. La cabeza con el cerebro fue remitida al profesor
Virchow, Berlín”.
Todavía no acaba esta historia, que muestra cómo se actuó en el trato con
los pueblos originarios siguiendo la línea establecida por Julio Argentino
Roca. En marzo de 2007, una organización indígena paraguaya reclamó a la
Argentina “la restitución de todos los restos mortales pertenecientes a
miembros de la etnia Aché que yacen desde hace más de un siglo en las
colecciones del Museo de La Plata”. También exigieron la “devolución de
todas las piezas aché de las colecciones etnográficas de dicho museo que
fueron obtenidas en forma ilegal o violenta como así los objetos
provenientes del saqueo de un campamento aché”.
Desde el jueves último, los restos de Damiana descansan en su tierra
guaraní. En el acto en que se entregaron los huesos que habían quedado de
ella a los representantes del pueblo Aché hablaron los antropólogos Fernando
Miguel Pepe, Miguel Añón Suárez y Patricio Harrison, la historiadora Diana
Lentor y el profesor Marcelo Valko, de la cátedra de Antropología de la
Universidad de Madres. Todos dieron detalles históricos de lo que fueron los
principios de ese Museo del Perito Moreno en el cual los representantes de
los pueblos originales fueron exhibidos al público como fieras de zoológico,
entre ellos los caciques Inacayal, Foyel y Sayhueque, sus mujeres y sus
hijos. Ya los restos del cacique Inacayal descansan en sus tierras
chubutenses, en Tecka, luego de ser exhibidos al público durante décadas.
Clemente Onelli ha descripto la última noche del cacique Inacayal en el
museo, con las siguientes palabras: “Un día, cuando el sol poniente teñía de
púrpura el horizonte apareció Inacayal sostenido por dos indios allá arriba,
en la escalera monumental del museo. Se arrancó su ropa, la del invasor de
su patria, desnudó su torso dorado como metal corintio, hizo un ademán al
sol y otro larguísimo hacia el sur; habló palabras desconocidas y, en el
crepúsculo, la sombra agobiada de ese viejo señor de la tierra se desvaneció
como la rápida evocación de un mundo. Esa misma noche, Inacayal moría”.
En el libro del grupo Guías, que se llamará El racismo argentino y será
publicado por la editorial Madres de Plaza de Mayo, se describe paso a paso
la prisión “científica” que sufrieron tantos representantes de los pueblos
originarios y los escritos altamente racistas del famoso Perito Moreno y de
los denominados “científicos” de la época que igualaban a los indios con los
judíos, en cuanto a sus rasgos fisonómicos. En el mismo libro se cita la
frase que Inacayal dijo más de una vez: “Yo jefe, hijo de esta tierra,
blancos ladrones, mataron a mis hijos, mataron a mis hermanos, robaron mis
caballos y la tierra que me vio nacer. Yo, prisionero”.
El diario La Nación del 20 de septiembre de 1883 publicaba: “A fines del
corriente mes podrá verse el esqueleto del cacique Orkeke, preparado
convenientemente. Después de haber sido descarnado en el Hospital Militar se
colocaron los diversos fragmentos del cuerpo en un gran tacho de agua y cal,
para hacer desaparecer las pequeñas cantidades de carne que habían quedado
adheridas a los huesos. Terminada que sea la disección del cuerpo del
cacique, se procederá a armar el esqueleto...”
La absoluta falta de respeto al muerto. Para esos “científicos” esos seres
humanos sólo servían para mostrarlos, aun muertos, como espectáculo.
Pero, paso a paso, se va sabiendo la verdad de nuestra historia. El porqué
la historia de la crueldad argentina que va a terminar, en su punto
culminante, con la dictadura militar de la desaparición de personas y el
robo de niños.
Pero del pasado pasemos al presente. Los obreros de las minas de Río Turbio
piden reivindicación. Recordaron el jueves en un emocionante acto a los
catorce mineros muertos en la catástrofe de hace seis años. En él se pidió
“juicio y castigo para todos los responsables políticos y operativos que
permitieron de una u otra forma que se produjera esta tragedia minera”. No
se olvida así a los mártires del trabajo diario, a los que ponen el rostro
ante el peligro al que se ven sometidos en esas tareas. Un acto para tener
en cuenta.
Todos, esfuerzos en busca de una sociedad que se conduzca con los principios
de la Etica. Por eso, no olvidar las injusticias del pasado y del presente.
No olvidar a Damiana, la indiecita.
Osvaldo Bayer