El próximo 12 de febrero se conmemorará una fecha que es grata al común de la cultura toda: los dos siglos del nacimiento de Charles Darwin, el gran naturalista inglés que dio forma definitiva a la teoría de la evolución de la vida y la selección natural. Hacia fines de año, en noviembre, habrá una recordación complementaria: la de la aparición del libro clave del pensamiento darwiniano: "El origen de las especies", quizás el texto más mencionado en la historia de la ciencia.
En el devenir de la cultura humana hay un conjunto de nombres, no muchos, cuyo aporte fue realmente revolucionario al pensamiento por haber aportado una idea, una visión absolutamente nueva y científica de algún aspecto de la realidad; el de Darwin es uno de ellos. A partir de sus estudios y de su libro, texto que propone la teoría de la evolución por selección natural como la explicación científica del discurrir de la vida en nuestro planeta, el ser humano cambió radicalmente su visión del mundo, de la biología y de sí mismo, así como con Galileo, Newton, Kepler y Einstein había cambiado la del universo.
Aunque no fue el único científico de su época en arribar a la conclusión evolutiva (hubo otros que fueron coetáneos) la crítica reaccionaria se ensañó largamente con aquel apacible pastor metodista que había dado la vuelta al mundo con el capitán Fitz Roy, nutriendo sus conclusiones en una aguda observación de la naturaleza. Los creacionistas -mayoría en el mundo occidental por entonces- cayeron sobre su teoría como aves de rapiña, denigrándola y burlándose de ella y de su autor, pero sin poder refutarla en términos científicos. Las iglesias se opusieron y denigraron sus estudios y algunas de ellas, como el caso de la Católica, continúan todavía en esa postura. En las últimas décadas han surgido voces que pretenden conciliar ambas posturas, pero la ciega obstinación de los grandes movimientos religiosos sigue apuntando a la fe y la revelación divina como valores absolutos para explicar la biología humana y animal.
Con relación a lo dicho anteriormente hay que destacar que, en uno de los países con mayor desarrollo científico del mundo, Estados Unidos de Norteamérica, todavía en 1999 -ayer nomás- el Consejo de Educación del Estado de Kansas decidía eliminar toda referencia a la teoría de la evolución en los programas de estudio escolares. En el mismo país hubo en 1921 un famoso caso de un profesor llevado a juicio público por enseñar a sus alumnos la teoría evolucionista.
El fantástico avance de la ciencia en el último siglo fue reforzando los cimientos de la idea general darwiniana. La investigación en el campo de la genética, "ha demostrado en forma concluyente que todos los seres humanos son esencialmente idénticos y que estamos genéticamente relacionados con el resto de los seres vivos en este planeta" y que "la validez de la teoría de la evolución por la selección natural, se apoya hoy en nuestra comprensión de los mecanismos moleculares de la genética."
Vale la pena recordar que Darwin y su teoría no fueron ajenos a nuestra región. En su ameno libro "Viaje de un naturalista alrededor del mundo" detalla su paso por las pampas argentinas; también por la Patagonia a la que dedica un hermoso y sentido párrafo que, lamentablemente malinterpretado, sirvió para atribuirle falsamente el haberla calificado de "tierra maldita". Observador de profunda raigambre humanista lo impacta su conocimiento de uno de los "árboles del gualicho" que encuentra a su paso.
El aniversario de su nacimiento y el de la aparición de su libro fundamental deberían ser buenos motivos para que se recuerde el paso por tierra argentina de una de las personas que ampliaron y dinamizaron el horizonte del pensamiento.
LA ARENA