“El problema no es la desobediencia civil, sino la obediencia civil”.
Howard Zinn
Los ataques perpetrados por la industria mediática al servicio del
imperialismo estadounidense y europeo, así como de la burguesía y la
oligarquía a nivel mundial forman parte de la estrategia político-militar de
estas fuerzas con el objetivo de desestabilizar a los gobiernos progresistas
y de izquierda en América Latina, así como criminalizar y estigmatizar a los
movimientos revolucionarios, en armas o no, y a sus líderes y seguidores.
Estos grupos de poder están conscientes de que en los últimos años se ha
producido un declive, una pérdida relativa de su hegemonía política e
ideológica, por lo cual han desarrollado y ejecutado un sinnúmero de planes
para recuperar el espacio perdido y, de ésta manera, penetrar con más fuerza
en la mente de las personas para así mantenerlas alienadas y enajenadas.
Las técnicas utilizadas para llevar adelante los procesos de enajenación
mental han sido elaboradas por expertos militares, con la asistencia de
profesionales de diversas ramas como psicólogos, psiquiatras, sociólogos,
especialistas en marketing, publicidad y propaganda, para así direccionar
las ideas que las personas tienen sobre los hechos que se dan en cada una de
sus naciones, así como a nivel mundial. Esto forma parte de lo que Francisco
Sierra denomina como “guerra psicológica de baja intensidad”, en la cual se
utilizan mecanismos para adoctrinar, manipular, engañar a las personas y, de
esa manera, hacerlas ver como real algo que no es.
A mediados de la década de 1980 el gobierno de Ronald Reagan elaboró el plan
Santa Fe II, en el cual se establecía como uno de los pilares fundamentales
en el combate contra los enemigos de los EE.UU. la lucha en el plano
cultural, para lo cual se fijó el fortalecimiento de sus aparatos de
penetración ideológica, entre ellos la radio la Voz de América, con el
objetivo de transmitir sus mensajes e ideas en todo el planeta.
Marx explicó como la ideología burguesa, entendida como falsa conciencia,
tiene como propósito presentar a la realidad en forma invertida, deformada,
para así impedir que los pueblos conozcan y tengan conciencia de lo que
realmente sucede en el mundo.
A lo largo de la historia de las sociedades donde han existido la propiedad
privada, las clases sociales antagónicas y la explotación social, varios han
sido los instrumentos de los que se han valido los detentadores del poder
para pretender “domesticar” a los pueblos. La apropiación ilegítima de los
conocimientos que antes eran de propiedad común de los colectivos, el
surgimiento, desarrollo y fomento de las creencias religiosas, el
establecimiento de las instituciones educativas, con la elaboración de
programas de estudio afines a los intereses de los grupos de poder, fueron
inicialmente los aparatos ideológicos que el Estado clasista utilizó, y
sigue utilizando, para mantener su dominación ideológica y cultural.
Posteriormente este papel en la construcción y consolidación de la hegemonía
de la clase dominante lo llevarán adelante, con mayor poder de penetración
en diversos rincones del mundo, los denominados medios de “comunicación”
masiva.
La burguesía, aparentemente con fines altruistas, propició durante el siglo
XIX la alfabetización de la población. Pero sus objetivos eran muy distintos
a los de favorecer el mejoramiento de la condición humana de las personas.
Necesitaban obreros mayormente calificados para que manejen las máquinas y
lleven adelante el proceso productivo. Pero además requerían que un mayor
número de personas accedieran a la lectura de lo que en los diversos
periódicos de la burguesía se publicaba, para de esa manera hacer que la
gente asuma como propio el discurso de la clase explotadora. A finales del
siglo XIX el naciente imperialismo norteamericano había comprendido ya la
importancia de la prensa para lograr el control de la conciencia de las
personas. William Randolph Hearts manipuló la información sobre los
acontecimientos que se estaban dando en Cuba para así justificar la
intervención yanqui en ese país, esgrimiendo como justificación de que el
imperio español había afectado los intereses de EE.UU. A partir de ese
entonces, hasta el triunfo de la revolución cubana en 1959, la isla fue
convertida en una neocolonia estadounidense, en cierta forma también gracias
a los servicios de este magnate de la prensa.
Vicente Romano cita a Lord Nordcliffe, dueño de uno de los consorcios más
poderosos de periódicos a inicios del siglo XX, quien decía: “Dios enseñó a
los hombres la lectura para que yo puede decirles a quién deben amar, a
quién deben odiar y lo que deben odiar”.[1] Esta frase no ha perdido
sentido, ni vigencia para la industria mediática, que hoy ya no solamente
direcciona los gustos e ideas de las personas a través de la lectura que
hacen de los periódicos, sino también por medio de lo que escuchan en la
radio o ven y oyen en la televisión y el cine.
Con el ascenso del nazifascismo en Alemania e Italia, esto se hizo todavía
más evidente. Goebbels, el maestro de propaganda del régimen hitleriano,
decía que hay que “mentir, mentir y mentir, porque mientras más grande es la
mentira, algo queda como verdad”. Este axioma ha sido elevado a la máxima
expresión por el imperialismo yanqui, la burguesía y oligarquía a nivel
mundial que, además, para aparentar que no son mentirosos contumaces,
permiten la filtración de algunas verdades que en cierta forma les son
incómodas, siempre y cuando no afecten a la integridad del sistema y su
clase, además que jamás las presentan en su totalidad.
A través de la exposición de estas medias verdades, la industria mediática
al servicio de los grupos de poder en la sociedad capitalista se presenta
como pluralista, democrática. Ellos dicen ser equilibrados en el tratamiento
de la información, con cual demuestran su absoluto respeto por la libertad
de expresión y pensamiento, afirmación que la hacen sin sonrojarse.
La realidad demuestra todo lo contrario. Sin embargo, muchas personas asumen
como real el discurso de falsimedia.
¿Por qué sucede esto? ¿Por qué las personas no le hacen frente a ésta
industria de la mentira?
Jesús García Blanca dice que “[e]l problema crucial es buscar las raíces de
la dominación y actuar sobre ellas en lugar de limitarnos al desgaste
permanente de luchar contra un producto ya hecho.”[2]
Uno de los instrumentos que ha permitido que ésta dominación suceda es la
educación. Si bien es cierto que las personas hoy tienen un bagaje más
amplio de conocimientos gracias a los procesos de alfabetización y a la
creación de instituciones educativas en todos los niveles, no es menos
cierto que las y los educandos son objeto de un permanente bombardeo de
informaciones que, disfrazadas de pensamientos y reflexiones
filosófico-científicas, no tienen otro propósito que crear sujetos acríticos,
areflexivos, obedientes y sumisos a la autoridad para que actúen como
verdaderos esclavos felices del sistema explotador capitalista.
En su libro “El rapto de Higea”, García Blanca dice:
La educación no es una panacea de liberación; es un instrumento que puede
ser utilizado –y de hecho lo es– con fines radicalmente opuestos. Es cierto
que la ignorancia de los pueblos facilita su esclavitud; pero en los tiempos
de la globalización nos enfrentamos con otros modos de dominación que no
utilizan la ignorancia, sino precisamente lo contrario: necesitan inculcar
en las masas conocimientos y habilidades básicas que permitan la
manipulación bajo una capa ilusoria de libertad.[3]
La educación en la sociedad capitalista tiende a eliminar la capacidad de
indagar, de cuestionar, de interrogar, de descubrir las contradicciones que
se dan en la realidad social y natural.
De este proceso de embrutecimiento educativo se aprovecha la industria
mediática para alienar a la población y así mantenerla esclavizada ante lo
que ella produce.
Para conseguir sus objetivos, falsimedia, al igual que las instituciones
educativas, pretenderá apoderarse del biotiempo de las personas,
principalmente del de la niñez y la juventud.
Vicente Romano dice:
El poder de unos seres humanos sobre otros comienza con la apropiación del
biotiempo de los muchos por parte de los pocos. El tiempo es un factor de
poder. Se suele decir que es el poder el que manda y no la opinión. Pero el
poder sólo puede imperar mientras las personas le entreguen su biotiempo y
crean que deben someter su tiempo individual a ese poder.[4]
Mediante la apropiación y control del biotiempo de las personas, los medios
ambicionan convertirse en los guías políticos y espirituales de un público
que por diversas razones, entre ellas justamente la carencia de un verdadero
tiempo libre, no va más allá de lo que falsimedia le propone, no acude a
otras fuentes distintas a las expuestas por la industria mediática,
aceptando, en cierta forma, como válido, cierto y real lo que se dice
precisamente en esos medios.
La sociedad capitalista no posibilita a la niñez y a la juventud los
espacios necesarios para poder desarrollar actividades culturales y
deportivas; el sistema educativo en todos los niveles absorbe a las y los
educandos saturándoles de tareas, de deberes. El único escape que en muchas
ocasiones encuentran estos grupos, es el consumo adictivo de los programas
enajenantes y alienantes que pasan por la televisión. El “Mundo de Disney”,
como lo ha hecho desde su creación, juega un rol fundamental en el proceso
de estupidización de la niñez y la juventud, sometida a sus brutales
creaciones que transmiten mensajes consumistas, colonialistas y
neocolonialistas, sexistas, machistas y racistas.
Las y los adultos, en cambio, encuentran como mecanismos de escape luego de
una extenuante jornada de trabajo el sentarse frente al televisor para ver
las novelas, los noticieros, los programas deportivos o las películas del
cine hollywoodense.
En 1880, Paúl Lafargue escribió un ensayo titulado “El derecho a la pereza”,
donde hizo una crítica contundente de las condiciones laborales de la clase
trabajadora y los mecanismos de sometimiento y explotación utilizados por la
burguesía, a la vez que señalaba la necesidad de que las y los trabajadores
luchen por su verdadera liberación para tener efectivamente un tiempo libre
que les permita dedicarse a actividades relacionadas con las ciencias, el
arte y la satisfacción de las necesidades elementales del ser humano. Los
capitalistas, a través de sus industrias de la mentira, repiten hasta la
saciedad que los pueblos deben laborar más y más para progresar. Lo que no
dicen es que en la sociedad capitalista sólo un grupo de personas trabajan y
que de el resultado de esa actividad se apoderan las clases que detentan el
poder político y económico que, además, a lo largo del proceso de producción
obtienen la mayor parte de sus ganancias por medio de la extracción de la
plusvalía, es decir del trabajo no remunerado a las y los obreros.
La industria mediática aparece así como una fuente fundamental para
proporcionar a las personas el entretenimiento y las informaciones adecuadas
con el objetivo de que puedan disipar sus momentos de tensión laboral,
además de nutrirse de las ideas necesarias para tener un amplio conocimiento
de la realidad y el mundo. ¿Quién puede entonces oponerse a tan altruista
tarea?
Las y los periodistas, o las y los que fungen como tales sin serlo, puestos
al servicio de falsimedia, no se cansarán de repetir una y otra vez lo
indispensables que son las producciones de su industria para los colectivos
humanos, porque a través de ellas la gente puede divertirse, reír, llorar,
elevarse académica y espiritualmente.
Lo que no les conviene exponer es quiénes se encargan de determinar,
seleccionar y manipular los contenidos que cada medio va a dar a conocer a
la gente.
Vicente Romano señala que “lo que importa no es que los medios y los
mensajes de la industria de la conciencia sean manipulados o no, sino quién
los manipula y en provecho de quién, al servicio de qué intereses.” [5]
El comunicólogo español dice además que:
En lo que se llama “sociedad libre de mercado”, el cometido de la industria
de la comunicación […] estriba en producir beneficio, más aún, en
estimularlo y, sobre todo, en manipular a la mayoría de la población de
manera que no emprendan acciones contra el sistema de economía privada, sino
que lo apoyen y extiendan […] Dicho en otros términos, la función primordial
de la industria de la comunicación, la conciencia, el entretenimiento o como
quiera que se la denomine, en la sociedad capitalista estriba en
desorganizar y desmoralizar a los sometidos. Neutraliza a los dominados, por
un lado, y consolida, por otro, la solidaridad con la clase dominante y sus
intereses.[6]
Las pirañas informativas, que dicen defender la libertad de expresión y
pensamiento, buscan, a toda costa, imponer las ideas que defienden los
intereses políticos y económicos del imperialismo, la burguesía y la
oligarquía a nivel mundial. Pluralistas como son, atacaran diaria y
permanentemente todo proyecto social que exprese teórica y prácticamente su
oposición al capitalismo. Las palabras socialismo o comunismo son
presentadas como sinónimos de totalitarismo, represión e ineficacia. En la
selección informativa, no sólo de carácter noticioso, aunque principalmente
en ella, los medios constantemente ponen énfasis en señalar que sólo bajo un
régimen de economía de mercado se puede vivir en plena libertad, en
democracia. La explotación social, el saqueo de los recursos naturales por
parte de las transnacionales capitalistas, la polarización cada vez mayor
entre ricos y pobres, la inexistencia de espacios reales de participación
política y de expresión para los colectivos sociales, no son hechos dignos
de ser señalados en los medios de la mentira.
Para imponerse y lograr en cierta forma el control hegemónico ideológico y
cultural, acuden a la utilización del terror como un mecanismo de cooptación
y amedrentamiento de las personas que, en determinadas circunstancias pueden
verse impelidas al ejercicio de la violencia o a la parálisis social.
Las cadenas televisivas venezolanas RCTV y Globovisión, así como los
periódicos El Nacional, El Universal o el líbelo Tal Cual son ejemplo del
poder de los medios para provocar psicosis colectivas, lo cual constituye un
problema de salud pública, debido al daño mental que han causado
principalmente en la niñez y juventud venezolana. Incitar al magnicidio del
presidente Chávez, propiciar el odio hacia Cuba, mentir sobre la situación
económica venezolana, fabricar informaciones para que la gente ataque al
gobierno venezolano, etc. es la forma perversa como lleva adelante su tarea
falsimedia.
El film de Silvester Stallone, The Expendables, que se estrenará en el mes
de agosto de 2010, refleja que la industria mediática trabaja conjuntamente
con el aparato militar y de espionaje estadounidense para, a través del
cine, justificar sus futuras acciones criminales o las que ya han cometido.
En esta película se hace referencia a la intervención de un comando
estadounidense para asesinar a un “dictador” latinoamericano que ya lleva
veinte años en el poder, así como para neutralizar a las naciones que lo
apoyan. El film, aunque no hace una referencia directa a Chávez y a
Venezuela, deja expuesto en forma sutil que precisamente de quien están
hablando es del presidente venezolano y de su país.
Los ataques de falsimedia a nivel mundial contra el presidente Hugo Chávez
son despiadados. El gobernante bolivariano es presentado como un
autoritario, prepotente, ambicioso, chabacano y grosero, el mismo que
mantiene sometido al pueblo venezolano a un feroz control y que ha conducido
a ese país a la debacle económica. Los logros alcanzados por su gobierno en
materia política, económica, social, cultural, etc. son silenciados, así
como los ataques de los que es objeto por parte de la oposición golpista.
En el programa “Día siete” transmitido el domingo 28 de febrero de 2010 por
la cadena televisiva ecuatoriana Teleamazonas, Jorge Ortiz “informaba” que
“mientras Chávez quiere perpetuarse en el poder, Uribe había aceptado
calladamente la decisión de la Corte Constitucional de Colombia”. Sobre la
forma en que fue reelegido por primera vez el presidente de Colombia,
gracias a la acción de los narcoparamilitares, falsimedia no dice nada. Por
el contrario, Uribe es presentado como un gobernante democrático, con una
alta aceptación popular, olvidando los crímenes que ha cometido contra el
pueblo colombiano, su servilismo al imperialismo yanqui, así como su
vinculación directa con el narcotráfico y el paramilitarismo.
Los terroristas mediáticos son fabricantes de demonios. Desconociendo la
lucha de los pueblos, su historia de resistencia y rebeldía, falsimedia
ataca a las organizaciones revolucionarias, en armas o no, así como a las y
los luchadores sociales, estigmatizándoles para transformarles en los seres
y agrupaciones más nefastas para los pueblos. Esa es la estrategia que por
ejemplo lleva adelante el gobierno narcoparamilitar colombiano respecto a la
insurgencia armada en ese país, así como con relación al presidente Chávez.
Y son los medios, no sólo colombianos, sino en el mundo entero que, en
unidad de acción, ponen en ejecución la propaganda negra elaborada por el
imperialismo yanqui y la oligarquía santanderista.
Falsimedia descontextualiza, desinforma, deja de lado las contradicciones
sociales, oculta las causas reales que producen determinados hechos tanto
sociales como naturales. No les interesa que la gente se detenga a pensar
sobre lo que le están diciendo. Su objetivo es formar seres acríticos,
autómatas. Basta que a través de la industria mediática se diga algo, para
que se considerado como real. El público debe asumirlo así. No deben darse
el trabajo de investigar si en realidad las cosas son como propone o no la
industria de la mentira.
“El régimen cubano es el que mayor número de presos políticos mantiene en el
mundo”, afirman. Luego de que se conoció sobre la muerte del ciudadano
cubano Orlando Zapata, falsimedia no perdió la oportunidad para, una vez
más, atacar al gobierno revolucionario y publicar un sinnúmero de
falsedades. Jorge Ortiz de Teleamazonas,
lfonso Espinosa de los Monteros de Ecuavisa, Andrés Carrión de Canal UNO,
mediocres exponentes del periodismo ecuatoriano, no dudaron en ningún
momento en utilizar todo tipo de epítetos para referirse al gobierno de la
Isla. “Régimen tiránico, cruel y despiadado”, “dictadura que mantiene
encerrados a 200 presos políticos, de conciencia, muchos de los cuales son
periodistas, poetas e intelectuales, los mismos que se hallan en condiciones
infrahumanas, a la vez que la población vive una pérdida constante de la
libertad y está sometida a una vigilancia constante”, son las maliciosas
aseveraciones que esos nefastos personajes, aprovechándose de la impunidad
que gozan por estar tras cámaras, dicen respecto a Cuba. De la política
criminal norteamericana contra la Isla, del financiamiento a los mal
llamados disidentes, que no son otra cosa que mercenarios al servicio de una
potencia extranjera, de los crímenes perpetrados por terroristas como Posada
Carriles contra el pueblo cubano, el mismo que vive tranquilamente en EEUU,
falsimedia prefiere mantener silencio.
Hipócritas, cobardes y serviles como son, no se atreven a rectificar las
mentiras que exponen.
Orlando Zapata era un delincuente común, cooptado por la contrarrevolución,
la misma que lo condujo al suicidio. Nunca recibió malos tratos. Por el
contrario, recibió atención médica de primera con el objetivo de salvarle,
tras mantener una huelga de hambre de 85 días para exigir que en su celda
haya una televisión, cocina y teléfono personal, cosas que en cualquier
régimen carcelario hubiesen sido rechazadas. Fue la madre de Zapata la que
expresó a los médicos su gratitud por la atención que le estaban
proporcionando, para luego cambiar su versión y así continuar cobrando los
dineros que la mafia de la gusanera de Miami le seguirá proporcionando
mientras le sea útil a la campaña de difamación contra la Revolución Cubana.
¿Por qué no exponen y dan a conocer eso Ortiz, Espinosa de los Monteros,
Carrión? ¿Por qué en los superficiales “análisis” del periódico Hoy o en los
escritos banales de Thalía Flores no se señalan estos datos?
Mientras sobredimensionan y falsifican los hechos sucedidos alrededor de la
muerte de Zapata, a falsimedia no le interesa dar a conocer que en Colombia,
país al que ponen como uno de los modelos de democracia, se hayan encontrado
en La Macarena, departamento del Meta, una de las mayores fosas comunes en
la historia reciente de América Latina, en la cual yacían dos mil cadáveres
de personas asesinadas por fuerzas militares y paramilitares de ese país. De
igual manera, para falsimedia el asesinato de líderes populares en Honduras
por parte de escuadrones de la muerte que son instrumento del régimen
espurio de ese país, tampoco merece ser expuesto al público.
La doblez de la industria política-mediática y sus lacayos que fungen como
periodistas es tal, que pretenden aparecer como defensores del medio
ambiente o estar preocupados por su destrucción, claro está sin identificar
las causas reales de estos hechos que están en la existencia del irracional
sistema capitalista. Mientras exponen sus preocupaciones, estos mentirosos
no tienen ningún escrúpulo en ser los defensores de un modelo económico que
se sostiene en base al fomento del consumismo por medio de la publicidad de
todo tipo de productos inservibles, para lo cual fabrican en la mente de las
personas todo tipo de necesidades. En vez de atacar al sistema, a las
transnacionales capitalistas y a las clases que detentan el poder, la
industria mediática acusa a la naturaleza de ser causante de desastres, de
catástrofes, cuando ella es víctima de la destrucción causada por este
modelo económico depredador. Estos farsantes son los que ocultaron al mundo
el nefasto papel de la administración de Barack Obama en la Cumbre de
Copenhague sobre el clima, celebrada en diciembre de 2009 en Dinamarca,
escenario en el cual los países ricos, causantes en gran medida de la
destrucción ecológica, querían hacer que las naciones pobres asuman los
mayores sacrificios frente a lo que ellos han provocado, deslindándose de
sus responsabilidades en cuanto a la destrucción del planeta.
Los marrulleros mediáticos dicen estar preocupados por lo que pasa en el
mundo, por los fenómenos naturales que se están sucediendo unos a otros,
cada vez con más fuerza, provocando que muchas poblaciones sufran los
estragos del ecocidio al que hoy se enfrenta el planeta provocado por el
capitalismo, el cual pone en serio riesgo la propia existencia de las y los
seres humanos.
Pueblos y países que a lo largo de su historia han sufrido la explotación
colonial y neocolonial capitalista, el saqueo de sus recursos, la
intromisión en sus asuntos políticos, sólo aparecen en falsimedia cuando han
sido devastados por algún ciclón, terremoto u otro fenómeno natural. El caso
más reciente es el de Haití, nación a la que desde el siglo XIX el
imperialismo francés y luego estadounidense sometieron a un brutal bloqueo,
rapiña y explotación por el delito de haber sido el primer país de América
Latina y el Caribe en haber alcanzado su libertad. De la dominación
imperialista los medios no hablan. Se conmueven por lo sucedido tras el
terremoto que tuvo lugar allí el pasado 12 de enero de 2010, que provocó la
muerte de más de 200 mil personas, la destrucción del país y pérdidas
millonarias. Pero del terremoto social provocado por la dominación
imperialista o el respaldo de EE.UU. a los corruptos gobernantes haitianos
como lo fueron los criminales François Duvalier, “Papa Doc”, y su hijo Jean-Claude
Duvalier, no explican mayor cosa. En Haití el 85 % de la población vive por
debajo de los niveles de pobreza.
Por otro lado, el tratamiento mediático llevado a cabo por las cadenas de
televisión CNN y Fox sobre el terremoto y la situación del pueblo haitiano
fue morboso y atentatorio contra la dignidad de las y los haitianos, al
pretender elevar su rating de sintonía por medio de la espectacularización
de los hechos y la conversión de sus enviados en una especie de “salvadores”
y “caritativos” héroes que frente a las cámaras cumplieron bien ese papel.
Mientras esto sucedía y se hacía referencia a la “humanitaria ayuda militar”
gringa, se dejaba de lado la valiosa e importante asistencia de las y los
médicos cubanos que desde antes del terremoto ya cooperaban con el hermano
pueblo de Haití, en las condiciones más difíciles.
Falsimedia, responsable de la intoxicación y envenenamiento masivo de la
población, pretende imponer a los colectivos sociales sus gustos culturales
en todos los campos. Si ella dice que tal o cual cantante son buenos, la
gente debe oír lo que le proponen. Igual sucede con el cine. El más reciente
caso es el de la película Avatar. Los noticieros de la televisión
ecuatoriana en sus espacios dedicados a la farándula y el “entretenimiento”,
no perdieron la oportunidad para inducir a la gente a que vean, la que según
palabras de los “expertos” periodistas del séptimo arte es una magnífica
película, en la cual, además, se hace una defensa del medio ambiente. ¡Ahí
se aprecia lo que es el Yasuní! exclamaban conmovidos los “ecologistas”
mediáticos, refiriéndose a esa región maravillosa de la Amazonía ecuatoriana
que se halla en peligro.
Un film en el que se invirtió 150 millones de dólares, aburrido, predecible
y reiterativo en su argumento, en el cual en ningún momento el sistema
capitalista es presentado como responsable de la catástrofe ecológica, donde
la destrucción del ecosistema de Pandora es el resultado de la acción de
individuos crueles (civiles y militares), donde los pueblos indígenas (Navis),
en un cambio discursivo de la industria hollywoodense, son presentados como
tribus de seres místicos, inocentes, llenos de sabiduría, aunque sin dejar
de expresar celos, egoísmo, machismo y mecanismos de dominación interna
cuando ven que sus hembras se enamoran de un extraño, al estilo de
Pocahontas, producción en la que como señala Nicolás M. Rey no hay
propiamente una defensa de la ecología, sino un cambio de estrategia del
imperialismo para apoderarse de los recursos naturales[7], pretende ser
presentada como un película de calidad.
No es nuevo. La industria mediática tiene que defender sus mediocres
producciones y hacerlas pasar como buenas. Un mecanismo para resaltarlas es
la entrega de los premios Óscar, espectáculo diseñado por los poderosos de
la industria cinematográfica estadounidense para, en la mayoría de casos,
premiar precisamente a los filmes de mala calidad que producen y así
posibilitar que se promocionen, difundan y comercialicen en el mercado,
acompañados de toda serie de productos destinados a idiotizar principalmente
a la niñez y la juventud.
Para no morir envenenados por el consumo de estos tóxicos mediáticos, los
pueblos deben organizarse y luchar no sólo por el establecimiento de
legislaciones que regulen lo que la industria mediática hace o para tener un
acceso limitado a los medios, sino fundamentalmente para cambiar este
sistema alienante, embrutecedor y explotador y así lograr el control
efectivo de la tecnología mediática para que los colectivos sean los
verdaderos hacedores de sus producciones comunicacionales.
Dax Toscano Segovia
[1] Vicente Romano. Comunicación, poder y democracia, Cuadernos de
Pensamiento Marxista No. 31, p. 57
[2] Jesús García Blanca. El Rapto de Higea, Virus Editorial, Barcelona,
1999, p. 76
[3] Ibid, p. 77
[4] Vicente Romano. Op. Cit., p. 54
[5] Ibid. p. 56
[6] Ibid.
[7] Nicolás M. Rey. Avatar y el discurso ambientalista. http://www.lahaine.org/index.php?p=43372