La deuda externa es una trampa no sólo en Argentina sino en todos los países
no desarrollados. Nació y se multiplicó en las últimas décadas porque los
gobiernos no se atrevieron a investigarla ni a discriminar su pago.
Una vez más la deuda se ha instalado en escenario político nacional. Como
con la Resolución 125 el gobierno ha pagado un costo político pero salió
airoso de su confrontación con la derecha. Ya comenzó a pagar deuda con
reservas y EEUU aprobó el nuevo canje. Pero aunque esté hoy en el centro del
debate político-económico también lo estará por muchos años para adelante,
porque no nació por casualidad ni se cancelará pagando.
El origen
En 1976 el gobierno del terrorismo de Estado coincidió con el cierre de un
ciclo único e irrepetible en el capitalismo, de 1945 a 1975, los llamados 30
años dorados. Lo sucedió otro ciclo, el de la valorización financiera,
caracterizado por la emergencia de una plétora de capital-dinero que no
encontraba donde invertir. El endeudamiento externo de los países fue así
una fuente de colocación para esos excedentes financieros. No sólo los
latinoamericanos, también los africanos y muchos asiáticos.
El endeudamiento fue una tendencia mundial, con formas propias en cada país.
Aquí tuvo que ver con la reforma financiera de Martínez de Hoz y el alza de
tasas; la famosa Resolución 6 de rebaja de aranceles y la oleada de
importaciones; también la tablita cambiaria, un seguro de cambio gratis
garantizado por el Estado. Además se obligó a las empresas estatales a
endeudarse sin necesidad. Las divisas así ingresadas ayudaron a financiar la
fuga de capitales (entre 1978 y 1981 más de 38.000 millones de dólares) y a
balancear las cuentas externas. Por si fuera poco también se endeudaron las
empresas privadas (14.000 millones), este endeudamiento no fue para
inversiones productivas o financiar capital de trabajo, sino para
colocaciones financieras. El círculo se cerró cuando Domingo Cavallo
estatizó esas deudas privadas. Al momento en que la dictadura militar usurpó
el gobierno la deuda no llegaba a los 8.000 millones de dólares, siete años
después ascendía 45.000 millones.
Una hipoteca impagable
En el inicio de los años '80 comenzó en América Latina la crisis de la
deuda, primero México, luego Brasil y Argentina. En el país se dio una
moratoria de hecho, no se la declaró pero desde 1988 hasta 1992 no hubo
pagos ni refinanciaciones. Esta situación dio lugar a una política de Estado
de los EEUU Primero fue el Plan Baker cuyo objetivo no era otro que salvar
de la quiebra a los bancos comerciales. Se trataba de que recuperaran el
capital adeudado mediante mecanismos de capitalización de deuda vía la
privatización de las empresas del Estado.
Luego fue el Plan Brady, el inicio del endeudamiento con bonos. Esta vez
fueron los fondos de inversión y de pensión quiénes pasaron a ser los
grandes financistas de la región. Se inició así la titularización y la
dispersión de los bonos en miles de bonistas y una cantidad enorme de bonos
con distintas características y condiciones. Luego siguieron el megacanje y
el blindaje, finalmente la crisis del 2001 llevó a una suspensión unilateral
de los pagos y a la reestructuración del 2005.
En diciembre del 2001 la deuda era de 143.300 millones de dólares, llegó a
191.300 millones en 2004, en el 2005 luego del canje quedó reducida a
149.800 millones. La quita efectiva fue de 42.000 millones. ¿Cuánto es ahora
la deuda? Según el informe del Ministerio de Economía al 31 de diciembre del
año pasado era de 147.200 millones de dólares, sin tener en cuenta los bonos
que no ingresaron al canje (29.800 millones), no obstante que se le pagó por
adelantado al FMI unos 10.000 millones y se hicieron otros pagos. No puede
haber dudas: más pagamos más debemos.
Cambios en la composición
Normalmente la deuda era mayoritariamente externa y emitida en divisas, lo
que cambió radicalmente luego de la reestructuración del 2005. Al día de
hoy, según el informe citado, de los 147.200 millones de dólares el 46% está
en pesos (de éstos el 60% ajustable por CER) y el resto en monedas de otros
países. El 47,5% es deuda externa, el resto interna. De ésta, alrededor del
46% es intraestatal (con ANSES, BCRA, Banco Nación). El resto es deuda
interna privada, que está en manos de los bancos, de los ahorristas del
corralito, de jubilados que ganaron juicios, de proveedores del Estado.
Probablemente muchos de estos tenedores han malvendido sus bonos a los
bancos.
Como se ve, la deuda interna pesa cada vez más sobre el total de deuda
pública y esto la hace más compleja. Tampoco es un fenómeno sólo local, es
también el caso de Colombia, Brasil, México, incluso Venezuela.
En este contexto es que aparece la reapertura del canje, aprobada por la
oposición de derecha, y el pago con reservas. Es una estrategia de conjunto
de pagar para volver a los mercados voluntarios de crédito, se espera que a
mejores tasas y condiciones. En rigor es desendeudarse para iniciar un nuevo
ciclo de endeudamiento.
En última instancia no es muy novedoso, lo que sí aparece como novedad es el
ropaje progresista con que se intenta revestir el pago. Tradicionalmente
todos los gobiernos pagaban la deuda casi en silencio, como con culpa, en
todo caso le echaban la culpa a otros y ellos no tenían más remedio que
"honrar la deuda". Esta es la primera vez que se hace campaña a favor del
pago, y esto se muestra como progresista.
Suspender los pagos
Quienes no somos participes de "honrar estas deudas" no aceptamos que se
pague sin saber qué se paga, sin saber si se debe o no pagar. Sostenemos que
no se puede seguir pagando, que es imperiosa la suspensión unilateral de los
pagos hasta tanto una investigación profunda actualice la del diputado Olmos
e incorpore el análisis de la nueva composición y un censo de la misma.
Porque tal vez la solución no será igual para los distintos tenedores de
deuda.
No se debe seguir dilapidando recursos. Argentina es un país que generación
tras generación viene produciendo enormes excedentes económicos que
finalmente son sustraídos del proceso local, porque la burguesía está
siempre líquida, siempre dispuesta a sacar dinero del país. Por el contrario
hay otro camino. El país puede autofinanciarse, recurrir a la capacidad de
ahorro interno, bastaría con poner un freno definitivo a la fuga de
capitales; controlar eficazmente los bancos que son los canales que
facilitan la fuga; intervenir en el comercio exterior; poner en marcha un
reforma tributaria que rompa con la regresividad de la política impositiva
actual; revisar la política de subsidios y reformular el presupuesto
nacional.
Recursos hay. Sólo se necesita decisión política para ponerlos al servicio
de las reales necesidades de la Nación.
Eduardo Lucita, integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).