LOS CAMINOS DE LA UNIDAD
Es muy difícil que hoy día sea puesto en
discusión el concepto de que nuestro país viene atravesando durante décadas una
crisis profunda. Pero de lo que se
trata a estas alturas es el hecho de reconocer que estamos en un escalón más
alto y más serio de esta crisis.
Esta nueva etapa evolutiva nos indica con
mucha más claridad, que se ha cerrado toda posibilidad de desarrollo
independiente en el marco del sistema capitalista.
En la actualidad, el capitalismo en su
faz imperialista y en un momento histórico de alta concentración y expansión
mundial, características que les son inherentes, implica la absoluta
subordinación de los países dependientes a los planes globales de las empresas
multinacionales (EMN). Se aplicaron y
se aplican así fuertes reestructuraciones económicas de acuerdo a sus
necesidades y requerimientos, estableciendo esencialmente la eliminación de
toda legislación laboral y el permanente descenso de los ingresos de los
trabajadores, a fin de asegurarse ganancias extraordinarias.
Como ejemplo de ello, creemos útil
transcribir a continuación algunos datos más destacados del ranking 2005 de la
revista “Forbes”, sobre la evolución de las empresas transnacionales y las
grandes fortunas, sintetizados por el investigador Manuel Freitas:
587 multimillonarios acumularon una
fortuna de casi 2 billones de dólares, lo que significa una cifra similar al presupuesto anual de EEUU y al PBI de
decenas de países dependientes. Es
también casi 100 veces el PBI de Bolivia y cerca de 20 veces el de Argentina.
Bill Gates (dueño de Microsoft), ocupa el
primer lugar entre los grandes magnates, con una fortuna de 46.600 millones de
dólares, dos veces el presupuesto mundial de lucha contra la pobreza.
En el otro extremo del abanico social,
según datos de la ONU, de una población mundial de aproximadamente 6.000
millones de habitantes, 2.800 millones de pobres sobreviven con menos de dos
dólares por día.
Por supuesto que también tenemos en
América Latina nuestros grandes multimillonarios:
Carlos
Slim, mejicano: 13.900 millones de dólares
Joseph
Moise Jafra, Brasil: 4.700 millones de dólares
Gustavo
Cisneros, Venezuela: 4.600 millones de dólares
Convengamos que éstos, como otros grandes
magnates y empresas, tanto en la industria como del comercio, o las finanzas,
cuentan con suficientes fondos como para comprar abundantes conciencias y
digitar gobiernos.
No es casual entonces, que la otra cara
de la realidad nos muestre una América Latina donde unos 200 millones de seres
humanos viven en la pobreza y 95 millones son directamente indigentes.
Esta es la magnífica y “eterna
civilización capitalista”, donde se ha llegado al dominio casi absoluto de un
número reducido de poderosas empresas multinacionales, alrededor de unas
doscientas, mayores a veces que Estados enteros, sobre el conjunto de la
economía global y con peso decisivo sobre la política, la cultura y el destino
de los pueblos de todo el planeta.
Sólo basta citar algunos de las más
grandes EMN, para corroborar como han extendido y siguen extendiendo sus
tentáculos en nuestro país:
Wall-Mart (considerada la empresa más
grande del mundo), Shell, General Motors, Ford, IBM, General Electric, Bayer,
Siemens, Fiat, Philips.
Bancos: City
Group, Bank of America, Deutsche, Tokio.
La
empresa líder en alimentos y bebidas es Nestlé, seguida por Coca Cola,
Danone (La Serenísima), y Cargill
En agroquímicos, diez empresas
monopólicas manejan el 84% de las ventas en el mundo, tres de ellas muy
conocidas por nosotros, en especial por el negocio de los transgénicos: Bayer,
Monsanto y Dupont.
Lo mismo ocurre con la producción de medicamentos,
donde diez grandes empresas manejan el 60% del mercado mundial, entre las que
podemos citar a Pfizer, Glaxo, Jonson o Squibb.
48% de las mayores empresas y bancos son
de EEUU, 30% de la Unión Europea y 10% japoneses; por esta razón tanto la Unión
Europea como Japón no se oponen a las guerras de conquista del imperialismo
norteamericano, haciendo sólo discursos hipócritas en la ONU, como está ocurriendo con la invasión genocida
a Irak y Afganistán, el conflicto de Medio Oriente y los sucesos de Haití, en
el cual es cómplice directo el gobierno argentino que ha enviado tropas para
reprimir a ese pueblo hermano.
En la Argentina, según datos del INDEC, a enero de este año, de las 500 más
grandes empresas que dominan el mercado local, 337 son de capital extranjero.
Entre ellas, el sector que mayores ganancias obtuvo es el minero y el
petrolero, que posee 37 empresas en el país.
Desde que asumió el actual gobierno, en general las utilidades de las
empresas extranjeras se duplicaron, a tono con la productividad laboral que se
incrementó en un 25,7%, desde el año 2003.
Por cierto que todo este crecimiento no se refleja para nada en el
siempre flaco bolsillo de los trabajadores, no obstante los brillantes
discursos presidenciales..
Asimismo, la desnacionalización de la
economía argentina no se ha detenido, incluyendo la venta de empresas
tradicionales, como Cervecería Quilmes, Loma Negra, Acindar o Perez
Companc. Hasta los capitales de origen
brasileño ocupan posiciones importantes en rubros estratégicos como el sector
petrolero (Petrobras), o el cementero
(Camargo Correa). Todo este breve punteo de datos no hace más que reflejar el peso
abrumador y la capacidad de decisión del capital extranjero.
Sería cómica, si no fuera tan trágica
para los pueblos, la actitud de quienes creen que pueden vencer a este
formidable poder concentrado, económico, político, militar y cultural, con la
sola fuerza de un partido político, o con marchas a Plaza de Mayo, sin la
necesidad de constituir un muy vigoroso bloque histórico, político-social,
afincado sus cimientos en las masas populares y a lo largo y lo ancho de nuestro país. Quizás esta sea la mayor enseñanza que nos
dejó Vietnam y ahora Irak, además por supuesto de Cuba, que con una notable
confluencia de fuerzas, derrotaron al mayor imperio guerrerista de la tierra.
Como es habitual y como consecuencia
directa de políticas antinacionales y antipopulares, paralelamente se impulsa
siempre el mantenimiento y desarrollo de los aparatos represivos, sin descartar
la intervención directa a los países rebeldes, que automáticamente entran a
formar parte del “eje del mal”.
Al mismo tiempo y ante el ascenso de
lucha de los pueblos y para asegurar la continuidad de su “modelo económico”, y
en último término del propio sistema, las multinacionales vienen propugnando
algunas modificaciones en su forma de dominación.
Cuando las dictaduras y el terrorismo de
estado generan inevitables resistencias y caen en un total desprestigio, apelan
a gobiernos falsamente progresistas, que con discurso de izquierda aplican los
planes de la derecha, como por ejemplo, Lula, Bachelet, Kirchner o El Frente
Amplio.
Nada mejor para definir a estos gobiernos
y sus dirigentes políticos, que las bellas y exactas palabras de un poeta como
Silvio Rodríguez, cuando los califica como “un eternizador del pasado en copa
nueva”.
De todos modos, estas argucias políticas
no pueden ocultar por mucho tiempo el hecho incontrastable de la crisis del
sistema en las condiciones particulares de la dependencia, probando una vez más
que su superación definitiva sólo es posible con un proceso ininterrumpido de
liberación nacional y social.
Es también un falso camino la llamada
“integración latinoamericana” a través del MERCOSUR, que no es más que una
integración intermonopolista. No hay terceras vías: o solución
revolucionaria, proletaria, o solución burguesa con continuidad maquillada de
la dependencia, con el consiguiente atraso, miseria, saqueo y extrema
explotación de los trabajadores.
Sería en este último caso, como hablar del avance del retroceso.
Además, el curso del desarrollo seguido
hasta el momento, está marcando a fuego
a la superestructura. Los partidos
políticos tradicionales, como la UCR y el peronismo, han perdido su identidad
original y hoy son directos representantes de los grupos monopólicos y sus
políticas liberales.
Esta situación de sumisión genera una
contradicción cada vez más grande entre las cúpulas y las bases de dichos
partidos, conflicto que puede manifestarse más abiertamente si es que somos
capaces de crear alternativas políticas viables para todos o la mayor parte de
estos sectores de la población.
Nadie da saltos en el vacío, así que esta
contradicción no terminará de expresarse en hechos, seguirá latente hasta que
estemos en condiciones de conformar dicha alternativa, con un proyecto claro y
concreto que vaya más allá de las declaraciones generales o los buenos deseos.
Por otra parte, esta contradicción se irá
agudizando cada vez más, teniendo en cuenta que a diferencia de pasadas
experiencias, el modelo económico aún vigente no se apoya en la expansión del
mercado interno y un populismo distributivo, sino en la inserción en el mercado
externo, a lograr un espacio, prefijado por las multinacionales, en la división internacional del trabajo, como
está ocurriendo al habernos convertido en la “patria sojera”. Es lo que en economía se denomina “crecimiento
de burbuja”, derivado de los precios
favorables en el mercado mundial y alguno de nuestros productos de exportación,
en este caso la soja.
Desde ya que en el momento en que se
“pinche” dicha burbuja, volveremos a ingresar en un período de crisis muy seria, con aún más graves consecuencias
para los sectores populares, ya que los problemas de fondo que hacen a un
desarrollo real y sostenido de nuestro país y en beneficio del conjunto de la
población, no se han solucionado ni
podrán solucionarse dentro del sistema, sino rompiendo con él.
Mientras estos planes sigan en funciones,
en lo económico-social significará incentivar un buen nivel de “eficientismo
productivista” y mantener un bajo nivel de salarios, junto con la represión de
toda protesta social.
Se seguirá pretendiendo entonces “superar
la antinomia de la lucha de clases”, estableciendo un pacto social, mitología
tan cara al peronismo, mediante un supuesto acuerdo entre el Estado, los
empresarios y la burocracia sindical (“la Santísima Trinidad”), manteniendo en lo fundamental la
flexibilización laboral y fijando topes a los aumentos de sueldos, frenando a
la vez la lucha de los trabajadores.
Queda aquí expuesta la errónea posición
de aquellas organizaciones políticas o sindicales, como la CTA, que plantean
como solución el llamado “shock distributivo”.
Se deja de lado un concepto básico ya
dilucidado por Marx en sus primeros análisis sobre el funcionamiento del
capitalismo, donde concluye afirmando que el modo de producción determina
inevitablemente el modo de distribución.
El proceso de concentración y
centralización del capital, y la relativa regresión en el ingreso de los
trabajadores, es una ley del desarrollo del sistema capitalista. Por lo tanto, buscar la solución en una
distribución de los ingresos, de las ganancias, por medio del Estado burgués,
al servicio de los grandes grupos económicos, es como pedir que el zorro cuide
de las gallinas. Es solicitar que el
capitalismo deje de ser tal. Se
abandona también así todo análisis clasista y la no vinculación de la base
económica de la razón de ser del golpe del ’76 y las subsiguientes democracias
“controladas”.
En lo político, y a fin de consolidar
este plan económico-social, no dejan de bregar por desarrollar el bipartidismo,
es decir dos grandes fuerzas políticas que congregarán la mayoría del
electorado, con un mismo proyecto y algunas divergencias secundarias, a lo
máximo en sus ritmos de aplicación.
En una lectura muy lineal esto puede
parecer que quieren eliminar a otras organizaciones políticas, pero de lo que
se trata es de permitir la existencia de pequeñas organizaciones políticas,
tanto de derecha como de una izquierda integrada al sistema, a los efectos de
simular que nos encontramos ante una democracia pluralista.
En realidad, se han venido constituyendo
así democracias ficticias, cuya
razón de ser es resguardar el mantenimiento del poder para el capital
financiero internacional y local e impedir de todas las formas posibles que
dicho poder pase a manos de los trabajadores y el pueblo.
En lo ideológico, todo plan debe apuntar
a obtener el consenso de la mayoría de la población. Para ello se parte de poner al servicio de este objetivo el
monopolio, que tienen absolutamente en sus manos, de los grandes medios de
difusión (“dictadura mediática”),
partiendo de hacer creer que esta política es la única posible, ante el riesgo
de volver a dictaduras militares.
Reproducen consecuentemente la “teoría de los dos demonios”, señalando
que en el esquema actual la democracia tendría dos peligros: la derecha
fascista y la izquierda antisistema (o “siniestra”, como la calificara el
inefable Aníbal Fernández). La consigna
actual es entonces: resignación o represión, acompañada por toda una prédica
constante del “posibilismo”.
De tal manera, se ha ido reproduciendo en
nuestro país un fenómeno propio de todos los países neocoloniales o
dependientes: hacer pasar los intereses de las empresas multinacionales (EMN)
como similares al interés nacional. Se
revitaliza de esa forma la vieja concepción desarrollista, sobre la viabilidad de un desarrollo autónomo y sostenido de un
país, incluso con equidad social, sin necesidad de una lucha liberadora,
manteniendo la estructura de la dependencia.
Estos como otros proyectos del bloque
dominante fueron y pueden seguir siendo viables en su aplicación, por la
posición decisiva que ocupan las grandes empresas en los resortes principales
de dirección de la economía y de la política, pero esencialmente por la
debilidad del campo popular para constituir su propio proyecto y su propio
bloque de poder, para frenar y derrotar esos nefastos objetivos. Queda así probado una vez más que en
política, en último término todo depende de la relación de fuerzas sociales en
pugna.
En consecuencia, la aplicación del actual
plan proimperialista, disfrazado de “progre”, no es un hecho ineludible, no tiene carácter fatalista. Hay posibilidad real de derrotarlo,
modificando sustancialmente la correlación de fuerzas existente.
En conclusión, la ya conocida disyuntiva sintetizada en su momento en la
consigna liberación o dependencia, solo puede ser resuelta en forma concreta
con la unidad de los auténticos
combatientes por transformaciones revolucionarias, antiimperialistas y
anticapitalista, conformando en un curso unitario un nuevo poder obrero y
popular.
En este aspecto se hace imprescindible
recordar la frase emblemática de Lenin donde expresa categóricamente que la
conquista del poder político es la cuestión fundamental de la revolución. El problema del Estado, como materialización
del poder de una clase, pasa a ser el centro de la lucha de clases, considerando
que la burguesía cuenta con la maquinaria burocrática o militar, como
instrumento de dominio para perpetuar la explotación. Tener siempre presente que el
salto de la rebelión a la revolución, está dado por la creación y desarrollo
del mencionado bloque de poder.
Es por ello que se hace inevitable
insistir sobre la insoslayable necesidad de una formidable acumulación de
fuerzas, con un amplio y constante trabajo de masas, por lo cual nunca hay que
olvidar, en especial por las duras y tristes experiencias vividas, que la
revolución la hacen los pueblos, no un pequeño grupo mesiánico de “iluminados”,
cargados muchas veces de una fraseología meramente consignista.
El
frentismo, en esta etapa
acumulativa, es un instrumento capaza de ir integrando las fuerzas
revolucionarias y antiimperialistas en un programa, aprobado en común, y en una
acción política compartida, aprovechando para ello incluso un proceso
electoral, como el que trascurrirá este año.
Por tal motivo y más allá de las
dificultades y limitaciones de la actual coyuntura, sería éste un valioso salto
en calidad, aunque sea un primer escalón que nos aproxime a la edificación del
multitudinario ejército de la revolución, y la elevación del factor subjetivo,
cuestión clave en toda transformación de fondo. Junto con cierto crecimiento del conflicto social, se hace
indelegable robustecer la decisión de las organizaciones de izquierda y de los
firmes luchadores populares, de cohesionar sus filas, viendo en ello, como lo
demostró la Revolución Cubana, la única estrategia que puede conducir a la
victoria.
Está demás decir que no es éste un fin en
sí mismo, sino una vía hacia la necesaria movilización de todas las fuerzas
capaces de oponerse con éxito al considerable poder concentrado del capital
financiero local e internacional. Éste
es el camino a seguir, pese a los escollos y tropiezos y demore todo el tiempo que sea necesario.
Vale repetir: cualquier partido político
que quiera por sí solo enfrentar a tan poderoso bloque dominante, dejando de
lado o boicoteando todo intento unitario, además de un lamentable acto de
soberbia y sectarismo, llevará al movimiento a un irremediable fracaso y a un
suicidio colectivo.
Por el contrario, mucho dependerá de la
audacia política de cada organización en saber combinar inteligentemente la
firmeza ideológica con la flexibilidad táctica, reconociendo que ya no hay una
izquierda monopartidista, sino una izquierda multicolor, desplegándose desde distintas
vertientes y experiencias históricas, que es imprescindible reunir en un
torrente único.
Puede producirse de esta manera todo un
viraje histórico, si es que somos capaces de actuar con desprendimiento y
generosidad política. Esta actitud de decidida edificación de un nuevo bloque de poder,
proletario y popular, es la diferenciación básica en torno a la cual se produce
el deslinde radical entre marxismo leninismo y socialdemocracia o
“centroizquierda”, y también de un cierto anarquismo reciclado.
Esta es la razón esencial del nacimiento
del PCT, en busca por un lado de contribuir humildemente a la construcción de una firme y fuerte
organización revolucionaria, conjuntamente con una labor constante, bajo
distintas circunstancias, por la unidad de la izquierda y demás sectores
populares, combatiendo tanto contra las desviaciones reformistas, como
contra el cerrado sectarismo, el hegemonismo autoproclamatorio y la soberbia
excluyente de los “puros”.
Definimos así nuestra tarea principal en
el actual proceso electoral. En este
objetivo pondremos todos nuestros esfuerzos, pues en esta posición de
principios, profundamente leninista, se entrelazan indisolublemente,
dialécticamente, lo táctico con lo estratégico, el rumbo presente con la visión
de futuro, ayudando en lo posible a romper con una historia de fraccionamientos
y frustraciones.
Si alguna lección dejan los
acontecimientos del pasado reciente, es que la lucha por la hegemonía es parte
inalienable de la lucha por el poder, que es la lucha que se apoya en el
conflicto social, pero que no se agota en él, que es la construcción de una
opción política que haga válidas las aspiraciones legítimas de nuestro pueblo,
de una democracia auténticamente popular y participativa, a la justicia social
y a la independencia económica y la soberanía política, que sólo el socialismo está en condiciones de
garantizar.
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