Editorial Marzo
EL QUE NO CAMBIA TODO, NO CAMBIA NADA
La reciente Cumbre del Grupo Río es una muestra cabal de los aires que hoy se respiran en Nuestra América. Hay una clara postura discursiva antiimperialista, que, si nos detenemos a pensar en la historia de la que viene toda la Región, de las dictaduras militares primero y de las “democracias” neoliberales proyanquis después, aparece como un concreto avance. En Santo Domingo, más allá de la delirante e irracional intención de querer justificar una incursión armada contra un país vecino, no sólo quedó aislado el títere del imperialismo yanqui (Uribe), sino que su marco institucional sirvió de caja de resonancia para denunciar el crónico intervencionismo norteamericano (Chávez, Correa, Evo, Ortega). El hecho de que ninguno de los gobiernos –con la obvia excepción del colombiano- haya querido refrendar la calificación de “terrorista” hacia las FARC, es de gran importancia en el marco de la lucha de clases en Latinoamérica. Junto con ello, valoramos que se haya logrado impedir una guerra entre pueblos hermanos, objetivo que sólo le sirve a los intereses nortemericanos, convirtiendo a Colombia en el Israel de la región y poniendo así en práctica su doctrina de "guerra preventiva".
Sin embargo, y a pesar de lo antedicho, la realidad dista mucho de ser lo que corresponde a la dignidad de los pueblos que habitan esta parte del planeta. Porque no basta una aparente actitud anttimperialista para cimentar las bases de una sociedad justa. La dependencia innegable de la región respecto de la economía yanqui quedó evidenciada en la no condena al Estado Colombiano (tal como ocurrió en la OEA unos días antes) como hubiese correspondido. Nadie quiso adoptar una postura que pudiese perjudicar sus relaciones comerciales con el país del Norte, que apoya a Uribe (sin embargo, en las marchas de repudio contra el accionar del gobierno colombiano realizadas en varias ciudades –incluso en el resto del mundo- han habido expresiones diferentes a las de sus dirigentes: hace rato que los pueblos han dejando de ser indiferentes al accionar de quienes ejercen el poder) Y esa es la característica fundamental de los gobiernos latino-suramericanos. Éstos no están lo suficientemente unidos y mucho menos independientes (fundamentalmente en lo económico) como para, en vez de cantar un merengue y enfriar el partido, prepararse para una represalia de cualquier tipo. Sabemos que el patrón del mundo es capaz de cualquier cosa.
Un ejemplo concreto y lamentable es el del gobierno de nuestro país. La presidenta “antiimperialista” sigue pidiendo que los capitales de las metrópolis se “apiaden” de nosotros e inviertan en Argentina, asegurándoles para ello amplia rentabilidad y poco o nulo control estatal, lo que redundará en bajos salarios y flexibilidad laboral para los trabajadores, y la continuación del saqueo de nuestras riquezas. Es así como Argentina, que es un país con petróleo, no petrolero, permite la exportación del recurso sin siquiera un control serio, cuyos dividendos van a parar a las arcas de Repsol fuera del país; debido a esta política –que viene del menemato y no la han cambiado hasta hoy- ya casi no quedan reservas, por lo que en poco tiempo deberemos importar petróleo a precio internacional, con el impacto que ello va a significar para la economía popular. Es así como, a pesar del discurso, continúan aplicándose las recetas del Banco Mundial en educación, salud y planificación de obras: un ejemplo es el Plan Director de AySA, que continúa la política aplicada por Suez (Aguas Argentinas), que utiliza al Río de la Plata (el 3er río más contaminado del mundo) como letrina y bebedero, obra financiada por el BM que optimizará la distribución de la contaminación entre los 15 millones de habitantes del área metropolitana (Capital-Gran Buenos Aires). Y por supuesto, aumentará la Deuda Externa del país, la que muy a pesar de los anuncios rimbombantes a los que el kirchnerismo nos tiene acostumbrados, hoy es mayor que cuando se realizó el Canje y se le pagó en efectivo al FMI. Todo tan grave como la intervención del gobierno que continúa en el INDEC, cuyos índices nadie se traga, y dan vergüenza ajena además de bronca e indignación. El gobierno K miente, miente, arma su discurso en base a la mentira, le escribe al pueblo un “diario de Yrigoyen”, y con eso le alcanza para andar por ahora, aunque con cada vez mayores dificultades. Pues nada es más aleccionador que la misma realidad. Y ése es el límite de los que les mienten a los pueblos. Son muchos los trabajadores que no se resignan a las privaciones y atropellos a los que los someten quienes los explotan, por más Pactos Sociales que se les quieran imponer. Ahí están las heroicas luchas de los compañeros del Casino Flotante de Buenos Aires, del Hospital Francés, de Maffissa, del Indec, como emblemas de las luchas de miles de trabajadores a lo largo y ancho del país, que el gobierno “popular” no duda en reprimir. Más allá de las representaciones traidoras que acuerdan aumentos salariales muy por debajo de la inflación real. Ejemplo claro es el 19% firmado por el camionero Moyano, que adelantó cuatro meses las paritarias para hacerle un favor al gobierno de la señora Fernadez de Kirchner. En este país gobernado por el doble discurso, los contrastes son el reflejo de la injusticia: mientras el gobierno se apresta a “celebrar” los u$s 50.000 millones de reservas, el promedio del haber jubilatorio sólo es del 37% de los salarios promedio, muy lejos del histórico 82% móvil. Y ni que hablar de la miseria a la que son condenados los que "viven" a expensas de los planes trabajar o del cartoneo entre otras formas. Un párrafo aparte merece la frase de la presidenta “de los derechos humanos” en su alocución de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, donde equipara los crímenes comunes a los cometidos por los genocidas de las dictaduras militares: los calificativos huelgan.
En definitiva, el caso argentino es un claro ejemplo de que una supuesta postura de cuestionamiento a ciertas prácticas imperiales no es suficiente para lograr una sociedad justa ni mucho menos. Además, estas actitudes también suelen ser utilizadas como parte de un disfraz de "progres", con el cual se visten algunos gobiernos burgueses, para así poder seguir aplicando las desprestigiadas políticas neoliberales.
Para construir una sociedad equitativa hay que avanzar en el sentido de la defensa de los intereses de las mayorías, lo que implica terminar con los privilegios de las minorías dominantes. Y para eso es inevitable tocar los intereses que ni éste ni ningún gobierno burgués ha tocado ni tocará jamás.
Queda en nosotros, los que soñamos con un mundo distinto, tener la capacidad de construir la herramienta necesaria para pelear y lograr el poder en nuestro país. Con humildad y sin autoproclamaciones, desde las bases y las organizaciones en lucha, creemos que un movimiento político a nivel nacional con fuertes basamentos antiimperialistas y anticapitalistas puede ser el germen para la definitiva liberación de nuestro pueblo. Sólo a través de la lucha construiremos una sociedad distinta, superior, en consonancia con el desarrollo material que existe, pero que hoy beneficia hasta el hartazgo a los dueños del poder económico.