Después del primer paro general contra el kirchnerismo

LAS RAZONES DE LA CLASE TRABAJADORA


 

Si alguien se pregunta si la clase trabajadora tiene motivos para hacer un paro general al gobierno de Cristina Fernández, debería bastar la realidad que sufren diariamente millones de trabajadores como argumento: sobreexplotación, bajos salarios, inflación, flexibilidad laboral, prepotencia empresarial y estatal, trabajo precario y carestía son algunos de los flagelos. Sin embargo, hay quienes necesitan que les demuestren que el agua moja. Para ello, no hace falta recurrir a algún documento de la 5ta Internacional Comunista (si existiera), sino simplemente... a los números que exhibe el propio gobierno. Baste con entrar al sitio del Indec (http://www.indec.gov.ar/) para comprobarlo

Muy bien, pasemos y veamos. En el ítem “Población total según escala de ingreso individual”, podemos observar datos muy interesantes. Por ejemplo, que después de casi diez años de kirchnerismo, el salario promedio de los trabajadores argentinos es de.... ¡$3315!

Sí, sí, leyó bien: el promedio salarial de los trabajadores argentinos es de $3315, reconocido por el gobierno. Es cierto que los números que nos bajan del oficialismo no son nada confiables, pero si ellos mismos lo dicen... A confesión de parte, relevo de pruebas

Por supuesto que la cosa no queda ahí. Según el Indec:


Hay que repetirlo: todos estos números, según el Indec, después de 10 años de kirchnerismo ¿En serio alguien puede hablar de “justicia social” con estas cifras?

Según el mismo estudio, el 10% que más gana se lleva el 29,4% de la masa salarial, y el 10% más pobre, el 1,5%

¿Así reparten la riqueza los K?

Veamos ahora el ítem “Incidencia de la pobreza y la indigencia en los centros urbanos”. Según el Indec, 6,5% de la población es pobre y 1,7% es indigente, es decir 2.600.000 y 680.000 seres humanos respectivamente. Ahora bien... ¿cómo mide la pobreza el organismo de estadísticas del Estado? Pues, estableciendo arbitrariamente (aunque lo “disfracen” para que no parezca así) un límite para ambos casos. La “línea de pobreza”, medida a partir de la “Canasta Básica Total”, la establecen para una familia tipo (4 individuos) en $2055,16 y la de “indigencia” (a partir de la “Canasta Básica Alimentaria”) para el mismo caso en $923. Es decir, aquel grupo familiar que tiene ingresos por $2056 no es considerado pobre, y aquél que gana $924 no es considerado indigente. De ahí salen las cifras tan comentadas de lo que se necesita por día para no caer en esas tremendas categorías sociales: $68,50 pesos diarios para no ser pobre, $30,76 para no ser indigente, lo cual, por persona y por día, da $17,12 y $7,69 ¿Alguien puede creer que aquél que gana $18 diarios no es pobre, u $8 por día no es indigente?

 

La realidad es otra, muy lejos de la mentira y la insensibilidad social del gobierno. Es una patada a la dignidad obrera plantear que alguien puede al menos comer con $8 diarios. Por eso hay quienes hablan de muchos más pobres en Argentina. Y si tomamos como medida las aspiraciones básicas que todo ser humano tiene, debería tomarse como línea de pobreza no la “canasta alimentaria” humillante que propone el gobierno, tampoco la “canasta básica”, sino la “Canasta Familiar”, que los sindicatos calculan en alrededor de $6500.

Bien, si así fuese, la realidad que el mismo gobierno reconoce deja al 90% de los asalariados por debajo de esa línea.

A todos esos datos hay que agregarle:

Por supuesto, todo esto se da en el periodo en que los empresarios, financistas, banqueros y buitres de la Bolsa se llenaron los bolsillos como nunca antes, según palabras de la propia presidenta. El manejo de los números que describen la realidad social deja bien en claro los intereses que defiende el gobierno. Y justamente no son los de los trabajadores

¿Hay entonces razones para parar?

Por supuesto que sí, más allá de las reivindicaciones puntuales que se esgrimieron en el paro del 20/11, como la suba o la eliminación del mínimo no imponible por el cual este gobierno cobra un “impuesto al salario” (una verdadera herejía para un gobierno que se declama “de los trabajadores”), o las universalizaciones de las asignaciones familiares a las que el kirchnerismo le puso techo. O la vergonzosa ley de ARTs que el oficialismo votó junto con el PRO para hacerla más antiobrera que la que rigió desde los nefastos 90.

Esas razones sobran para haber adherido al paro del 20 de noviembre pasado, por más que la presidenta despotrique y muestre su bronca, rodeada de felpudos aplaudidores, ante la protesta. Después, por supuesto, podemos hablar de la composición de los convocantes, de los cuales nadie podrá decir -más allá de las simpatías u odios que despierten- que no tienen influencia en las masas obreras. Es obvio que las aspiraciones o posicionamientos políticos de quienes encabezaron la jornada de protesta son de lo más disímiles, muchos son impresentables e incluso la mayoría van detrás de opciones patronales. Sin embargo, lo importante que en aquella ocasión produjeron, fue reivindicar la inapelable realidad que el mismo modo de producción capitalista genera: y es el poder de la clase trabajadora, que puede paralizar una sociedad cuando se harta de ser humillada.

Por eso, lo fundamental de estas últimas semanas, es que la clase obrera se ha puesto otra vez en el centro de la escena. Dependerá de quienes soñamos con una sociedad sin explotadores ni explotados lograr la unidad política para sí, de quienes producen la riqueza que otros disfrutan