Exactamente hace cinco años, se habría una etapa en el país por cuyos efectos aún transitamos en la actualidad. La rebelión popular que estalló en aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 puso en cuestión la gobernabilidad de la nación, y en descrédito a las instituciones del sistema; pero al no haber una alternativa que pudiera dirigir toda esa energía popular hacia un horizonte de poder para la clase trabajadora y el pueblo, no alcanzó para poner en jaque al sistema en sí. Tanto es así que las clases dominantes hasta la gobernabilidad han recompuesto, para asegurar sus enormes tasas de ganancias a costa del sufrimiento de la mayoría del pueblo. Después de aquel atronador “¡Qué se vayan todos!”, no se fue nadie: los que hoy gobiernan son los mismos que contribuyeron al saqueo del patrimonio del pueblo argentino. Sin embargo, esa recomposición la han logrado de la manera que aquel estallido y sus secuelas les permitieron: han tenido que reciclar a los partidos tradicionales (PJ= Frente para la Victoria, UCR=ARI, UCD=PRO, y todas las transversalidades que de su interrelación surgen permanentemente), y debieron recurrir a una retórica más acorde a lo que el humor popular podía tolerar. Así surgió el kirchnerismo, adalid del doble discurso, cuya verborragia nacionalista y progresista, con la que por el momento logró en apariencia tranquilizar el clima social, se da de cabeza contra su propia política: y es que hoy, cinco años después, sólo pueden exhibir como banderas el crecimiento económico que va a parar al bolsillo de unos pocos, y la defensa de los derechos humanos de los compañeros que combatieron hace treinta años, mientras viola sistemáticamente los del pueblo y los luchadores de hoy.
Comparada con la de aquel 2001, la realidad objetiva en la actualidad no es mejor:
1) en el 2001, la deuda externa representaba el 54% del PBI; hoy, después de haber pagado decenas de miles de millones de dólares y haber “cancelado” la deuda con el FMI a costa del empobrecimiento de las mayorías populares, representa el 65%. Y lo peor de todo, es que el gobierno legitimó esa deuda ilegítima, ilegal, fraudulenta e inmoral.
2) La brecha entre los que más ganaban y los que menos tenían era de 26 veces en el 2001. Hoy es de 29.
3) En el reparto del PBI, al 10% más pobre le toca, en el 2006, el 1,2%, la cifra más baja de la historia.
4) En los últimos tres años, el 20% más pobre de la población resignó el 20% de su participación en el reparto del PBI
5) El salario promedio real es 10% más bajo que en el 2001.
Estos son los logros del trío Kirchner – Duhalde – Lavagna.
Es decir que a pesar del tan
mentado crecimiento económico, el reparto de la torta es peor que el de hace cinco años. Evidentemente algo de razón
tiene uno de los voceros más conocidos de la derecha, Andrés
Oppenheimer (columnista de The Miami Herald, de El Nuevo Herald y de la CNN),
quien asegura que Kirchner está llevando a cabo con éxito la política
neoliberal instaurada por el golpe de 1976, consistente en mantener en lo
fundamental el consenso de Washington y profundizar las privatizaciones de los
recursos naturales de nuestro suelo. Por lo pronto, más del 90% de los
genocidas están en libertad y el indulto menemista sigue vigente, a pesar del
discurso presidencial; al mismo tiempo, más de cuatro mil compañeros están
procesados por luchar por una vida digna. Para colmo de males, los verdaderos
autores intelectuales y beneficiarios del genocidio y las políticas económicas
surgidas de él, pasean soberbios su impunidad y aumentan cada día su poder y
sus ganancias: sigue vigente la ley de entidades financieras impuesta por la
dictadura, al igual que la de radiodifusión; no se tocó ninguna privatización
(salvo las que dejaron caer los propios licenciatarios, como Aguas y el
Correo), reciben cada vez más subsidios de parte del estado, y su influencia es
cada vez mayor en la educación y la salud de la población, las que cada vez son
menos derechos y más mercancía. Los hidrocarburos continúan en manos extranjeras,
nos han vaciado las reservas de petróleo y las utilidades económicas se han ido
al exterior. Se convalidaron las concesiones de Menem a los medios de
comunicación, dejándolos por décadas en manos como las de Moneta, Manzano,
Hadad, Tinelli, o el Grupo Clarín, con todos los entramados entre las grandes
empresas que conforman un verdadero oligopolio comunicacional, que forma
opinión en favor de sus intereses, contrarios siempre a los de los
trabajadores. La jubilación sigue en manos privadas y ya ni se habla de
reestatización, mientras miles de millones de dólares siguen trasladándose
hacia las cajas empresariales. Los dueños del capital siguen en su paraíso y
quieren más, y Kirchner está dispuesto a complacerlos: por algo tocó
alegremente la campanita en Wall Street, y ya acordó el aumento de tarifas
eléctricas para el año que viene. Tal vez la muestra más acabada de la
verdadera cara del gobierno sea su actitud frente al conflicto del Hospital de
Clínicas: mientras alardea de tener más de 30.000 millones de dólares de
reservas y un ministro (Alberto Fernández) con superpoderes para hacer con el
presupuesto lo que se le antoje, ante la peor crisis de una de las
instituciones más prestigiosas de la salud pública, ofreció una cifra para su
salvataje que sólo le permitiría funcionar por algunas semanas. Queda claro que
el costo del superávit fiscal lo pagan los trabajadores.
Al mismo tiempo, el clima social del país se enrarece cada vez más, con el gobierno dispuesto a reprimir cualquier expresión de descontento popular, como recientemente a los estudiantes de la FUBA o más atrás en La Plata o Córdoba. Y la obscena mano de la derecha más rancia sigue haciendo de las suyas amenazando y agrediendo a compañeros del campo popular (como el Pollo Sobrero, de Izquierda Socialista), y Julio López cumplió tres meses sin aparecer.
Este cuadro de situación no puede cambiarse con tibieza, ni intentar “humanizarlo”. Quienes eso se plantean aspiran, a lo sumo, a ser “la pata izquierda” del sistema. Y resulta difícil pensar en humanizar un sistema que está basado en la legalización de la explotación. Las construcciones electoraleras de los llamados “progresistas” (figurones cuestionados como los Bonasso, Ibarra, Telerman, a los que quieren arrimarse quienes inventaron la fantochada del Encuentro de Rosario, los que, dicen, no son ni pro ni anti kirchneristas) no hacen más que dorarle la píldora al pueblo para seguir estafándolo en sus aspiraciones. Si no se opta claramente por la defensa de los intereses de los hoy explotados, se queda directamente del lado de la vereda de los explotadores. Eso es el “progresismo”, un socio vergonzante de los patrones.
El Partido Comunista de los Trabajadores
propone crear otra cosa, a partir del compromiso y la unión de todos los que
nos declamamos revolucionarios: una herramienta política capaz de recuperar de
la historia y sus luchas la conciencia de clase, la cual no se adquiere ni se
logra por decreto, sino a partir de experiencias históricas, tradiciones y
luchas políticas. Nunca está dada. Jamás preexiste. Se va construyendo en la
lucha. La mayoría de las veces se genera a saltos. Cuando se logra, la clase
trabajadora puede pasar de la necesidad
económica a la voluntad política.
La conciencia de clase es la parte beligerante en la lucha de clases. Empezar
a construirla es comenzar a ganar la lucha. En ese sentido, debemos ver
como un dato sumamente alentador el hecho de la regeneración de espacios
asamblearios, tanto a nivel de la defensa de los derechos humanos, de la salud
y el medio ambiente, como en todo orden donde existan conflictos sociales,
donde la población empieza nuevamente a tomar los problemas y las posibles vías
de solución en sus manos. Debemos apoyar y alentar esas prácticas de
participación popular, bregando por su coordinación en un solo puño.
Debemos
ser capaces entonces de edificar la herramienta política que nuestro pueblo
necesita, que le dé un “norte”, un objetivo claro en la pelea contra la
burguesía. No debemos ser más cómplices de aquellas propuestas de carácter
reformista que aún pululan en algunos partidos llamados de izquierda.
Es por todo lo expuesto que, coherentes con nuestra prédica, encaramos junto a los compañeros de Refundación Comunista un proceso que esperamos concluya con la fusión de nuestras fuerzas en una sola organización, en el plazo más corto posible. Seguramente será un soplo de aire fresco en medio de tanta división.
Estamos
convencidos de que en nuestro pueblo hay material humano de sobra, para
construir desde abajo una fuerte y sólida unidad obrera y popular, y el partido
de la revolución que necesitamos. Por último, proponemos elevar nuestra
sensibilidad colectiva, apelar con pasión a nuestro amor por la humanidad, endurecernos frente al enemigo de clase, y revalorizar nuestro
espíritu de lucha.
Se
avecinan momentos muy difíciles, ya anunciados por los organismos financieros
internacionales: la economía argentina va a decrecer en los próximos años; esto
quiere decir que sin lugar a dudas habrá otros 2001, y no podemos permitirnos
que nos encuentre igual que en el “Argentinazo”, desunidos y desorientados;
apelamos a la subjetividad y la moral revolucionaria, para encarar con
coherencia la más hermosa de las tareas, hacer la revolución.
Esa,
como decía el Che, es nuestra obligación
De lo contrario, el juicio de la historia caerá inexorable sobre nosotros.
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