“La nueva E.S.M.A”: Un gran imaginario urbano
por José Manuel Oroña
Una columna inagotable de manifestantes, diseminados a lo ancho y largo de la avenida del Libertador, se perfilan hacia la entrada del ex centro clandestino de detención de la armada. Unos cientos de ellos ya se encuentran en el interior del predio, mientras que la muchedumbre espera ansiosa ese inevitable desenlace. Una heterogeneidad de estandartes políticos preludian una jornada a puro tinte oficialista, y un delicado cerco perimetral, ahora forrado con algunos de los cinco mil rostros que pasaron por este ex Gulag de Massera y sus secuaces, se esparce por el frente de la E.S.M.A. Mientras tanto, la multitud se escurre por el portón principal, y lentamente se orienta hacia el frente del histórico edificio. Finalmente, en la parte superior del plano, escoltado por unos pinos descomunales, se encuentra la puerta de entrada al ex campo de concentración, símbolo del “proceso de reorganización nacional”
Ahora examinemos la fotografía despojando de ella el carácter puramente descriptivo de la primera exposición. Este ejercicio consiste en inspeccionar la imagen desde la óptica de los actores sociales involucrados en el acto. Así, podremos observar un rotundo escenario de combate en el que mientras un conjunto de activistas se encuentran apostados en la puerta de entrada listos para el asalto final sobre el reducto insignia del enemigo, un numeroso grupo de reserva los espera en la retaguardia. Las “esperanzas” del presente se encaminan a sepultar de un golpe final los “vestigios” del terror en la Argentina, y de este modo, empezar a escribir una nueva página de la historia en la que el sueño de sus compañeros caídos se convierta en realidad de una vez por todas.
Esta última apreciación permite desprenderse de la inocencia de la primera descripción, y saca a la luz la penetración del discurso hegemónico en un sector apreciable de la población. Esta circunstancia permitió la consolidación de un imaginario urbano con la conversión del ex centro clandestino de detención en un espacio para la memoria.
Quizá el hecho de que la muchedumbre ocupe más de la mitad de la fotografía en este acto oficial, no se debe solamente a la bronca acumulada por varias gestiones que basaron su política en el perdón y olvido, sino a la expropiación por parte del gobierno del símbolo del genocidio que vivió nuestro país en el período de 1976-1983. Ahora, ¿la recuperación por parte de la ciudad de un espacio para la memoria, se puede considerar como el fin de una etapa y el comienzo de otra?
Néstor García Canclini, en “imaginarios urbanos”, sostiene que mientras transitamos por la ciudad creamos deducciones sobre lo que vemos, sobre quienes se nos cruzan, etc. La fotografía en cuestión nos deja la sensación de que una nueva etapa, alejada de los elementos residuales de la última dictadura, ya está en marcha. Se podría decir que la conquista y entrega del predio a las abuelas de plaza de Mayo es un indicio irrefutable de la debilidad de las fuerzas represivas y de la eliminación de sus prácticas aberrantes en el seno de la sociedad. Sin embargo, el nuevo espacio para la memoria aparece como la coartada perfecta para no realizar las transformaciones estructurales que la sociedad en su mayoría demanda. Así, quienes transiten por el ex dominio de la Armada creerán estar contemplando, en síntesis, el fin de la eliminación física del oponente ideológico. Dicho de otra forma, se estaría sellando el triunfo definitivo de la tolerancia política por sobre el autoritarismo, y por lo tanto, la posibilidad de un nuevo extermino masivo de individuos desaparecería por completo.
Ahora, ¿cómo es posible sostener esta aparente realidad cuando un docente neuquino es acribillado en defensa de sus derechos por una maquinaria represiva que no dista mucho de su predecesora en lo que respecta a su accionar? En un estudio sobre los medios mexicanos, Miguel Ángel Aguilar ya revelaba que el mensaje de los medios es un 50% lo que los sectores dominantes dicen sobre la ciudad. La concentración de los multimedios en manos del poder dominante ha conducido indudablemente a un incremento de este porcentaje, lo que permite un mayor índice de manipulación sobre las masas. De esta manera, quien ejerce el poder de turno no hace más que desvincular la realidad actual respecto de un orden estructural heredado, y atribuye ésta a la iniciativa individual de ciertos personajes. Por lo tanto, ese presentimiento que nos viene a la cabeza cuando observamos nuestro propio Auswitch sería insuficiente sin un discurso periodístico previamente elaborado que corrobora las conclusiones preliminares de los individuos.
Así, el impacto que produce ver a la E.S.M.A bajo el control de los organismo de derechos humanos, sumado al accionar de los medios origina una metamorfosis del capital simbólico de este patrimonio histórico, puesto que, de ser el símbolo por excelencia del horror en nuestro país se transforma en el signo distintivo de la política de derechos humanos de la actual gestión. Esto permite la creación de un imaginario urbano que el gobierno utiliza para justificar su carácter innovador respecto de sus predecesores. De esta manera, el nuevo espacio para la memoria es exhibido ante los ojos de la sociedad como la punta del ovillo del gran “proyecto nacional”.
Mientras que un sector de la población cree haber superado con éxito los embates del pasado más negro de nuestra historia, no se da cuenta de que la “nueva E.S.M.A” es solo un lavado de cara sobre una estructura que aún sobrevive, pero debilitada. O acaso la desaparición forzosa de Julio López no es un indicio irrefutable de un sistema represivo, que ante los juicios por crímenes de lesa humanidad que están afrontando algunos de sus viejos integrantes, no duda en ostentar ante la sociedad su capacidad de maniobrabilidad.
Una fotografía que apela al sentimiento más profundo de cada argentino termina desbaratando la lógica de la estrategia política oficialista. Una táctica que, bajo la denominación de proyecto nacional, intenta mostrarnos una ruptura respecto del pasado, y en realidad lo residual sobrevive como elemento constituyente de la hegemonía vigente.