Jorge Oller Oller
La tarde del jueves 8 de enero de 1959 entraban en La Habana Fidel Castro y su victorioso ejército de hombres sencillos y valientes de largas cabelleras y barbas. Vestían el glorioso uniforme verde olivo con el polvo de cien batallas. Los vehículos en que viajaban: camiones, autos militares y tanques fueron arrebatados al enemigo a sangre y fuego.
La foto de Fidel y las palomas tomada por Altuna el 8 de enero de 1959.
La Caravana de la Libertad, así se le llamó, había partido de Santiago de Cuba por la Carretera Central el 2 de enero. El recorrido de 1 000 kilómetros hasta la capital duró seis días y millones de hombres, mujeres y niños aguardaron horas y horas a lo largo del trayecto, en las calles o parques para ver pasar y saludar a aquellos héroes legendarios.
Solo hubo dos desvíos en el trayecto. El que se hizo en la ciudad de Cienfuegos donde la Marina de Guerra y el pueblo se habían sublevado contra la tiranía; y el de Cárdenas para depositar unas flores en la tumba del querido héroe universitario José Antonio Echeverría.
Paco Altuna.
Aquel kilométrico desfile no era de esas revistas tradicionales donde las tropas, separadas del pueblo, demuestran en unas horas su disciplina y marcialidad, acompañadas con sus relucientes y mortíferas armas. Era todo lo contrario, hombres, mujeres y niños abrazaban y besaban a aquellos combatientes y les brindaban dulces y refrescos. Una ancianita de Ciego de Ávila regalaba algunas banderitas del 26 tejidas a hurtadillas en los tiempos de la dictadura. Era una demostración sincera de la unidad que había entre los barbudos y el pueblo y que resumiría más tarde Camilo con su histórica frase "nuestro ejército es el pueblo uniformado".
Al llegar a La Habana no quedaban espacios vacíos para ver, desde muchas horas antes todo estaba ocupado. Banderas cubanas y del 26 de Julio flameaban por dondequiera. Desde los balcones las muchachas vestidas con los colores del 26, rojo y negro, regalaban besos y lanzaban flores. Muchos estaban subidos en árboles, muros, farolas o cuanta cosa pudiera darle una panorámica mejor. Reinaba la alegría, el entusiasmo y los vítores por las calles y avenidas, en el Malecón y los parques.
A Fidel le esperaban grandes emociones. En el Cotorro, Almeida le llevó a su hijo Fidelito. Subió al yate Granma atracado en el Malecón y allí recordó la difícil travesía de Tuxpan a Las Coloradas; su primer combate en Alegría de Pío, donde su tropa quedó diezmada, y su encuentro con Raúl en Cinco Palmas. Recordó que al pasar revista a aquella pequeña, bizarra, y agotada tropa de siete hombres le había preguntado a Raúl: ¿Cuántos fusiles traes? Y cuando le contestó que tenía cinco, convencido de que las ideas martianas jamás serían vencidas exclamó: Y dos que tengo yo son siete. Ahora sí ganamos la guerra!
Pasados aquellos recuerdos siguió hasta el Palacio Presidencial y habló desde la Terraza Norte, abajo la plazoleta estaba repleta de pueblo hasta el Malecón. Después continuó su recorrido hasta la Ciudad Militar de Columbia acompañado siempre de una muchedumbre que lo vitoreaba.
En Santiago los fotógrafos no se perdían ningún detalle de los acontecimientos que ocurrían allí. En la caravana venían César Fonseca y Perfecto Romero, que eran combatientes; Isaac Astudillo, Eduardo y Raúl Hernández, Eddo Ruiz de Lavin, Paco Altuna y otros más. También algunos extranjeros llegados especialmente para reportar la victoria revolucionaria y que se habían incorporado a la caravana. Pero en La Habana esperaba un verdadero ejército de fotógrafos, camarógrafos y enviados especiales de más de 300 publicaciones extranjeras. Además, 150 fotógrafos, camarógrafos de cine y televisión de los periódicos y noticieros de La Habana.
En Columbia una compacta multitud aguardaba desde hacía muchas horas. Atravesar aquella masa compacta para situarse delante del podio y retratar a Fidel no era tarea fácil, tampoco lo fue para el Comandante en Jefe a quien todos ansiaban darle un abrazo o por lo menos un apretón de manos y como era imposible se contentaban con verlo lo más cerca que pudieran. Alrededor de las ocho de la noche pudo subir al podio y comenzar su discurso. En una parte dijo: "Los actos del pueblo de La Habana hoy, las concentraciones multitudinarias de hoy, esa muchedumbre de kilómetros de largo — porque esto ha sido asombroso, ustedes lo vieron; saldrá en las películas, en las fotografías—, yo creo que, sinceramente, ha sido una exageración del pueblo, porque es mucho más de lo que nosotros merecemos" . Alguien le respondió: "Fidel tú te lo mereces" . Otro: "Eso y mucho más" . Y después aplausos y vivas que solo paraban cuando pedía silencio para continuar hablando.
Y decía: "Se ha andado un trecho, quizás un paso de avance considerable. Aquí estamos en la capital, aquí estamos en Columbia, parecen victoriosas las fuerzas revolucionarias; el gobierno está constituido, reconocido por numerosos países del mundo, al parecer se ha conquistado la paz; y, sin embargo, no debemos estar optimistas. Mientras el pueblo reía hoy, mientras el pueblo se alegraba, nosotros nos preocupábamos; y mientras más extraordinaria era la multitud que acudía a recibirnos, y mientras más extraordinario era el júbilo del pueblo, más grande era nuestra preocupación, porque más grande era también nuestra responsabilidad ante la historia y ante el pueblo de Cuba" .
Tres palomas de una casa cercana despertaron por la algarabía y los aplausos del pueblo. Atraídas por la luz de los reflectores que iluminaban fuertemente a Fidel comenzaron a revolotear alrededor de él. Una de ellas se posó en su hombro izquierdo mientras que las otras dos caminaban por el borde del podio. Los flashs de las cámaras se sucedían uno tras otro y los aparatos de cine funcionaban sin parar para captar aquella increíble escena. Para los creyentes era una bendición de Dios, un milagro. Para otros simbolizaba la paz. Pero la mayoría sabía que era un capricho de la naturaleza y presagiaba el destino de la Revolución y de Fidel: construir una sociedad culta, saludable, justa, libre y soberana, digna de aquella merecida demostración de confianza y cariño que le había dado el pueblo.
El acto terminó alrededor de las dos de la madrugada del día 9. El cansancio estaba compensado por el honor de haber disfrutado de aquella inolvidable jornada. El colofón del desfile militar más grande, espontáneo y popular de la historia de Cuba. Quizá del mundo.
De las miles de imágenes que se tomaron aquel día una de las que sobresalió fue la del fotorreportero Paco Altuna. Se trataba de Fidel y Camilo con las palomas. Con ella obtuvo el codiciado primer premio de Reportaje Gráfico Juan Gualberto Gómez de 1959. Altuna nació en La Habana en 1918 y murió a los sesenta años siendo fotógrafo de Prensa Latina. Comenzó de reportero gráfico en 1947 en el periódico Hoy y la Cuba Sono Films. Colaboraba regularmente en la revista Bohemia. En 1958 ingresó en El Mundo y en 1962 en Prensa Latina. Obtuvo otros premios Juan Gualberto Gómez. En 1952 por la foto titulada Desempleo, miseria y hambre; y el segundo premio de 1953 con Divorciar al hombre de la tierra es un atentado monstruoso, ambos publicados en la revista Bohemia. Fue uno de los primeros fotógrafos de La Habana en llegar al Moncada después del asalto al cuartel por Fidel y sus hombres, y retrató los lugares del combate y los funerales de los soldados muertos.
Firmaba sus fotos con el nombre de Paco Altuna y eso le salvó la vida en Santiago de Cuba. Ocurrió que después de retratar el entierro de Frank País, se enteró de que el Frente Cívico de Mujeres Martianas y las madres de los mártires, unas 400, estaban en el parque Céspedes frente a la Casa Consistorial donde estaba invitado a un almuerzo el embajador norteamericano Earl T. Smith. Tan pronto llegó las mujeres comenzaron a cantar el Himno Nacional desplegando carteles de repudio al Gobierno y gritando Batista asesino!
La bestialidad de los esbirros de Chaviano no se hizo esperar. Golpes y detenciones. Todo delante del Embajador y de Altuna que aprovechó para captar los momentos más dramáticos y escabullirse como pudo para ir a casa de su amigo Ernesto Ocaña, fotógrafo del Diario de Cuba. Allí reveló e imprimió las fotos y las mandó con un periodista amigo a Bohemia y fueron publicadas esa misma semana. El fotógrafo decidió quedarse unos días porque la situación en Santiago estaba muy caliente y no quería perderse aquellos momentos. Y más caliente se puso Chaviano al ver la revista con las fotos de Altuna. Quería saber dónde estaba y movilizó a sus agentes. Un chivato le dijo que en la casa de Ocaña había un fotógrafo de La Habana y allá fue el militar con sus esbirros. La puerta estaba abierta y dentro estaban los dos amigos hablando, Chaviano entró con una fusta en la mano. El sabía quién era Ocaña por eso se dirigió al desconocido y preguntó ¿Tú eres Paco Altuna, el de Bohemia? Con la mayor naturalidad le respondió: Mire coronel, yo trabajo en la revista Bohemia pero no soy Paco Altuna sino Francisco Díaz. Paco es mi amigo y se fue anoche porque llevaba muchos días aquí y me mandaron a relevarlo. Para convencerlo le mostró una medalla de uno de los Premios Juan Gualberto Gómez que había ganado y convertido en llavero donde estaba grabado el nombre de Francisco Díaz. Y continuó Paco diciéndole: Mire, yo no voy a tener problemas con usted porque yo le he hecho muchos reportajes al general que es mi amigo y no estoy aquí para perjudicarlo. El coronel vio tanta calma y seguridad en la respuesta que miró a Ocaña, este meneó la cabeza afirmativamente. El jefe del Moncada ya se marchaba cuando volvió la cabeza para decirle a Altuna: Dígale a su amigo que si lo veo por aquí yo mismo lo entierro.
Fuentes.
Revista Bohemia. Edición de la Libertad primera y segunda partes. Enero de 1959.
Discurso de Fidel Castro en el Campamento de Columbia el 8 de enero de 1959.
Conversación con Paco Altuna en Prensa Latina en marzo de 1953.
Entrevista con Ernesto Ocaña en el periódico Sierra Maestra el 24 y 25 de julio de 1973.
(Tomado de Cubaperiodistas)
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