La máscara de la llamada guerra antiterrorista y en
pro de la democracia y la libertad ha caído por
completo como hoja seca en otoño. El rostro es
negro: la Casa Blanca y Downing Street imponen a
Irak contratos leoninos en materia de petróleo. Los
favorecidos serán los de siempre: BP-Amoco, Shell,
ExxonMobil, Chevron, la francesa Total y la italiana
ENI. Sus representantes integran el Centro
Internacional de Impuestos e Inversiones (CIII) que
presiona al gobierno títere de Bagdad para que
adopte la Ley iraquí de hidrocarburos (LIH). Nuri al
Maliki aceptó su primera versión en enero de este
año, un texto preparado por la empresa consultora
gigante Bearing Point por encargo del Departamento
de Estado norteamericano. El primer ministro no
contaba con la reacción contraria que provocó en el
Parlamento colaboracionista, y menos con la de los
26.000 trabajadores del sector petrolero iraquí.
El periodista Arthur Lepic recuerda en el Réseau Voltaire (20-6-07) que el 4 de junio pasado aquéllos lanzaron una huelga que paralizó la zona productora principal del sur del país y cortó durante varios días las exportaciones de petróleo, que llegan a dos millones de barriles diarios, según cifras oficiales. Antes de la invasión, se elevaban a 3,5 millones, un 50 por ciento más, y Paul Wolfowitz, uno de los arquitectos de la intervención, predecía que la producción de energéticos de Irak financiaría rápidamente los costos de la guerra. Se equivocó, claro, como cuando le aumentó el sueldo a la novia ya de presidente del Banco Mundial. La guerra ha entrado en su quinto año y no parece cercano el final, pero Irak posee el 10 por ciento de las reservas mundiales de petróleo y hay que saciar el apetito de las megaempresas del ramo, especialmente en momentos en que se comprueba que la producción mundial de oro negro declinará en los próximos años por agotamiento de las reservas hoy explotadas.
La Federación iraquí de sindicatos del petróleo exige que se anule el aumento del precio interno de los hidrocarburos, que agrava una situación económica casi insostenible, y denuncian que la LIH privatizaría los ingresos del país procedentes del petróleo “en condiciones escandalosamente beneficiosas” para las compañías extranjeras. Al Maliki ordenó cercar a los huelguistas con tropas iraquíes y lanzó órdenes de arresto contra los líderes del movimiento, mientras cazas norteamericanos sobrevolaban las manifestaciones. No pudo quebrar la huelga e hizo vagas promesas que, se sabe, están destinadas a la errancia. El proyecto de ley, que el Parlamento iraquí no termina de aprobar, es absurdo y aun increíble.
La LIH sancionaría el método del “contrato de
coparticipació
Este plan es viejo. El Departamento de Estado
diseñó en abril del 2002 –un año antes de la
invasión– el proyecto “Futuro de Irak” y en su
elaboración participaron altos funcionarios del
gobierno Bush, representantes de las megacompañías
petroleras y exiliados iraquíes como Ibrahin Bahr al
Ulum, casualmente nombrado ministro del Petróleo
después de la invasión. Una de las conclusiones de
tal proyecto es que Irak “debe abrirse a las
compañías internacionales lo más rápidamente posible
al terminar la guerra”. Que ya estaba prevista. Otra
conclusión: “El país debe crear una atmósfera
propicia a fin de atraer las inversiones en los
recursos del petróleo y el gas natural”
(www.gwu.edu, 1-9-06). John Negroponte, el segundo
del Departamento de Estado, acaba de visitar Bagdad
para apurar la promulgación de la LIH: lo
respaldaban 160.000 efectivos militares
estadounidenses y un ejército de civiles contratados
aún mayor. ¿Alguien suponía que esta guerra es por
petróleo? ¿Eh?
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