Cercano
a la frontera con el Paraguay, en la calurosa provincia de
Formosa hay un paraje llamado La Primavera. En esos terrenos
se calcula que habitan unas ochocientas familias. Todos
ellos son aborígenes tobas, qom según su propia lengua. Son
nómades, y su lugar de asentamiento lo deciden por
conveniencia, según la estación. Es un terreno de más de
5000 hectáreas por el que circulan, montes en los que saben
vivir desde tiempos anteriores a la llegada civilizatoria de
la Europa blanca y el criollaje incipiente.
Como comunidad, sabiamente viven en
armonía con el bosque, los pájaros, el agua, y así lo
relatan. Atinados, dicen que esa tierra que los rodea y
acoge no les pertenece, porque ellos son los que pertenecen
a la tierra. Estratégica y provisoriamente fabrican sus
casas o ranchos con ingeniosas mezclas de adobe, palmas y
paja en zonas que intuyen como propicias para recolectar o
cazar. No son grandes comerciantes porque no generan ese
consagrado énfasis llamado excedente, pero su comercio con
la Tierra parecen resolverlo en un buen péndulo de
necesidad, equilibrio y gasto. Como testigo de este
mecanismo podemos invocar el tiempo de comunión entre ambos,
que no estará guardado en anaqueles o versado por
historiadores, pero que emana de la añosa amistad que se
profesan casi sin saberlo.
Félix Díaz es miembro de la comunidad toba de La Primavera y
llegó a Buenos Aires como emisario de la tristeza de su
pueblo y por haber sido elegido en votación abierta como
natagalá (cacique o cabecilla) por el 95% de los votantes de
su comunidad. Narrar los orígenes del problema sería
recapitular gran parte de la historia latinoamericana, pero,
a grandes trazos, a la comunidad la acosan desde los cuatro
puntos cardinales: esos sombríos vectores confluyeron en un
doble homicidio el último 23 de noviembre. La Primavera está
en la mira de la empresa Nidera (productores de soja y
algodón transgénico) para adosarla a su emporio. El segundo
postor para las tierras es la familia Celía, de larga
tradición en estos escamoteos. Los acosos a los qom por
parte de los latifundistas vienen de la época en que el
ilustre Basilio Celía -miembro de la Sociedad Rural- fue
elegido intendente de facto de la zona de Laguna Blanca
entre 1981 y 1982. Ahora, los Celía continúan con el
hostigamiento a La Primavera. Hace dos años, en complicidad
con la policía local llevaron preso a su líder Félix. A
cambio de la libertad, lo invitaron a firmar un papel en el
que reconocía la posesión de los terrenos al clan Celía. La
Universidad de Formosa no se queda atrás: comenzó la
construcción del edificio de su pretendido Instituto
Universitario Agropecuario, contratando topadoras para que
accionen el terreno que corresponde a La Primavera –
supuestamente fue Celía quien donó estos terrenos a la
Universidad-. También los qom se quejan de los miembros del
Parque Nacional del Río Pilcomayo, de quienes dicen no
recibir trato de “buenos amigos”. El gobernador, el
personaje llamado Gildo Insfrán, que vive tan solo a 2km de
la comunidad, fue quien cedió al parque tierras que están
bajo la órbita de la gente de La Primavera.
La convocatoria fue a las 15hs, en el lujoso hotel Savoy, a
pocas cuadras del Congreso. La sala que en primer lugar se
dispuso para la conferencia quedó escasa: era más chica que
un aula de colegio. Una ilustración: en menos de un minuto
se me vinieron encima los cuerpos del gigante Luis D’Elía y
de la periodista Sandra Russo. Media hora antes del
comienzo, la densidad de población en el recinto ya era
mayor a la soportable, y el aire acondicionado perdía la
gaseosa batalla con los vapores personales. La gente
insultaba por lo bajo. Los organizadores, piadosos -que al
parecer no habían supuesto que este asunto podría ser de
gran convocatoria-, propusieron la movilización a una sala
más espaciosa.
La llegada de Félix Díaz fue el primer momento de conmoción
en la tarde: saludando a sus compañeros, emocionado, se
abrió paso entre la pescadería humana y llegó finalmente a
la mesa que lo esperaba para que cante lo que tenía que
decir. Sonaban cuernos, maracas, gritos, se agitaban
banderas. Los fotógrafos hacían su trabajo y la gente los
increpaba. Una señora indígena, gravemente indignada,
gritaba: “¡Ahora les interesa!” y otra: “¡Tiene que haber
muertes para que vengan!” y una que se sumaba al alboroto:
“¡Saquen fotos en los pueblos, basuras!”. Mis ojos no
pudieron reconocerlo, pero por la voz, creo que fue el
atrevido periodista de TN quien gritó a voz pelada:
“¡Siempre nos interesa!”. Y algunos lo miraron como para
comérselo ahí nomás, como dicta la receta oriental: bien
crudo. Hubo una breve ebullición, vía parlantes rogaron
repetidas veces por algo de calma y los ánimos descendieron
unos grados. En la mesa estaban el periodista Horacio
Verbitsky, en su calidad de presidente del Centro de
Estudios Sociales y Legales (CELS), el actor Claudio Morgado,
director del Inadi, y el Premio Nobel de la Paz, Adolfo
Pérez Esquivel. El asunto estaba tenso, pero llegó la voz de
Díaz y todos parecieron caer desarmados. Su gola, que estaba
cortada, angustiosa, muy cansada, puso las cosas en orden:
comenzó la conferencia con unos comentarios en su idioma.
Después, arrancó: “Me asusta estar en medio de estos
impresionantes comunicadores, porque mi mundo es otro,
relacionado con la Tierra, el bosque, los pájaros.” Esas
palabras, dichas en una sala de conferencias pensada para
que hombres trajeados se ocupen de sus golosinas, no
tuvieron un buen asiento en la atmósfera. Con todo, el
efecto era casi mágico, si uno cerraba los ojos. Félix
recordaba La Primavera con poderosa nostalgia y hacía solo
unas pocas horas que la había abandonado. “Contrataban
civiles para robarnos las pocas cosas que teníamos. Ni
siquiera el Defensor del Pueblo se interesó.”
Comenzaron los encuentros cuando tres criollos –sí, la
familia Celía- aparecieron denunciando que los tobas habían
cortado el alambre de púas de un “terreno privado”. Por ese
gran delito se hicieron presentes 18 efectivos de la
policía, que presenciaron, sin mucho asombro, como dos de
los Celía –el tercero era el abogado de la familia,
profesional de alta gama con gran reputación- montados a
caballo, apuntaban a Félix con un revólver. Ensayaron unos
tiros. Y Félix: “Yo para defenderme saqué una hondita que
usaba para cazar cuando era chico.” Salió ileso.
Recapitulando, los qom, luego de agotar por varios años las
instancias legales –en las que tuvieron que instruirse
porque no conseguían abogados que enfrenten al poder
provincial- para impedir el despojo de su tierra, sin
obtener respuestas, ninguneados, hartos de esquivos, el día
27 de julio optaron por cortar la ruta 86, que linda con su
paraje. “Salimos a la ruta sin ningún plan, sin ninguna
estrategia. Estábamos seguros de que el gobierno no
permitiría criminalizar la manifestación” dijo hoy Félix
Díaz. En su buena fe se equivocaba: las autoridades de
Formosa, agobiadas por asuntos de importancia para la
prosperidad de su territorio demoraron cuatro meses en
atender los reclamos de la Comunidad Primavera, pero
finalmente - con todo el lujo que se le podría exigir a una
administración provincial- enviaron a la ruta quinientos
embajadores engalanados de azul marino, con estrellas
doradas sobre el pecho y para no escatimar ni un poco tan
notable ceremonia se empeñaron en adornar su comitiva con un
lindísimo desfile de caballos falopeados, en anticiparse a
los festejos de fin de año con bombas de gases lacrimógenos
y en clausurar el evento con un campeonato de una disciplina
histórica, meritoria del orgullo nacional: tiro al negro.
Esos embajadores eran en realidad del grupo “antimotines” de
las fuerzas del orden de la provincia. El motín era una
intriga planeada por un sedicioso grupo de hombres, mujeres,
niños y ancianos que se manifestaban pacíficamente para
conservar aquello que les dio la vida. Así comenzó todo
según el recuerdo de Díaz: “El comisario a cargo del
operativo me encaró y me dijo: ‘si querés seguir con vida,
salí de la ruta’. Le pregunté si tenía la orden judicial
para el desalojo y me respondió: ‘Vengo a cumplir órdenes y
vos no me vas a detener, indio de mierda’. Ahí entonces
desenfundó el arma, empezó a cargarla y gritó: ‘¡A este
indio hay que matarlo!’.
Presionado por sus compañeros que aseguraban en medio de los
balazos “la lucha tiene que continuar”, Félix huyó mientras
oía que a sus espaldas los policías gritaban “¡A ese
mátenlo!” Ahora, en un salón sobrecargado en la capital del
país, recuerda: “El 23, a la hora 19, era un día lluvioso,
resbaladizo. Nadie sabía de los otros.” Su derrotero lo
llevó a caer desmayado en el monte. Una hora estuvo tirado,
inconciente, hasta que lo encontraron los jóvenes.
Con los tobas dispersos y atemorizados, el grupo policial,
ávido de mostrar sus dominios místicos practicó con las
posesiones de los qom un rito particular por medio del cual
ofrendó sus casas, sus documentos de identidad, y sus
bicicletas –entre otros homenajes- al dios fuego. Por eso,
cuando en el atardecer del 23 de noviembre Félix Díaz se
despertó, las primeras imágenes que capturaron sus ojos
fueron negras cortinas de humo: el signo le bastó para
saber. Después, eran sus oídos los que no querían creer
cuando le dijeron, recién salido Félix del desmayo: “A tu
esposa la metieron presa”.
Entre los otros presos había nenes, mujeres embarazadas, y
el trato que les daban era mantenerlos con grilletes y
tirarles con agua caliente para que no se durmieran. El
resultado de la emboscada fueron dos personas asesinadas:
Roberto López, de 53 años de edad. El otro, un agente de
policía, Heber Falcón, quien presuntamente falleció por una
bala perdida de sus propios compañeros. Samuel Garcete, de
la comunidad, está internado desde ese mismo día en un
hospital de Formosa, en estado de coma farmacológico. El
viernes pasado llamaron a Félix a declarar por la muerte del
policía. Por estas horas, en Formosa, el juez Gabriel Garzón
busca en los qom a las responsables de los hechos.
En esta historia hay dos repeticiones documentadas. La
primera -noticia no muy sorprendente- es que la comunidad
qom ya sufrió asesinatos causados por balas de la policía de
Formosa y por eso se habla de un plan sistemático, siempre
premeditado. Los asesinatos, recordados como la Masacre de
Napalpí de 1924, son relatados por Darío Aranda en su
reciente libro Argentina Originaria:
“Fue el 19 de Julio de 1924 a las 9 de la mañana. La policía
rodeó la Reducción Aborígen de Napalí, de las etnias Qom y
Mocovi, y durante 45 minutos fatigaron los fusiles. No
perdonaron a los ancianos, a las mujeres ni a los niños. A
todos los mataron. Para exhibirlos como trofeos de guerra en
Quitilipi, una localidad cercana, cortaron orejas,
testículos y penes.
Los asesinados fueron más de 200 aborígenes que se negaban a
seguir siendo explotados del modo más vil, que reclamaban un
pago más justo por cosechar el algodón de los grandes
terratenientes. Para justificar la matanza, la versión
oficial esgrimió: `Sublevación indigena`. En aquel tiempo,
mientras se masacraba a los obreros en la Patagonia, en el
norte argentino solía hablarse de rebeliones aborígenes para
justificar el asesinato de los pobladores originarios que se
resisitían a ser devorados por un mercado de trabajo que
exprimía sus vidas.
Mientras denunciaban los maltratos y la explotación de los
terratenientes, los ingenios de Salta y Jujuy ofrecieron
mejor paga. Hacia allá intentaron ir, pero el gobernador
Centeno les prohibió abandonar el Chaco. Y en julio de 1924
los pobladores originarios toba y mocoví de la Reducción
Aborígen de Napalpí, a 120 kilómetros de Resistencia, se
declararon en huelga.
La única opción para el indígena era seguir cosechando el
algodón ajeno a cambio de un pago mísero. Y se resistió.
El 18 de julio, con la excusa de un supuesto malón indígena,
Centeno dio la orden. El 19 de Julio por la mañana 130
policías y algunos civiles partieron desde la localidad de
Quitilipi hacia Napalpí. Después de 45 minutos de descargar
los Winchester y los Máuser contra todo lo que se movía, el
silencio se hizo audible. Entre la humareda de los fusiles
buscaron a los sobrevivientes para rematarlos a machetazos.”
(págs 46, 47, libro citado. Publicado por lavaca editora)
La segunda repetición es el viaje. En 1939 el Cacique de la
comunidad llamado Trifón Sanabria decidió viajar a Buenos
Aires. Sin mucho dinero, la comunidad le otorgó todo lo
recolectado (”mariscar” es la palabra que utilizan para esa
actividad) para que Trifón lo venda en Formosa capital y
consiga el dinero necesario para la epopeya. Viajó en barco,
junto con dos o tres compañeros. Ya en Buenos Aires
-historia misteriosa- consiguió una entrevista con el
presidente. Un año después un decreto nacional los hacía
poseedores a los qom de las hectáreas que hasta ahora ocupan
y que hoy están en peligro.
Esto dijo el cacique toba, promediando su racconto: “No
quiero ser tomado como un héroe o como una persona
importante. Quiero que mi gente viva con dignidad. Ojalá que
puedan entender mi mensaje.”
Luego del relato de Félix, tomó la palabra Julio Montero, de
Amnistía Internacional. Por último, cerró la charla Pérez
Esquivel, quien –en un efusivo y festejado discurso- llamó a
no quedarse solo en la queja, a pedir la renuncia del
gobernador, la destitución del comisario y los policías que
participaron en el operativo, y a procesarlos por crímenes
de lesa humanidad.
Desde agosto del 2009 los tobas de La Primavera manejan su
propio portal:
comunidadlaprimavera.blogspot.com