Julius Fucik aún se hace escuchar

 


Por encima de todo tipo de barreras, Julius Fucik continúa siendo para todos los practicantes de la profesión periodística el artífice de una clase magistral. Por ello, cada 8 de septiembre, fecha de su muerte se le rinde homenaje y se celebra, además, el Día Internacional del Periodista.
Con escalofriante vigencia resuena su advertencia póstuma: ¡Hombres, os he amado. Estad alertas! Aunque con ella se dirigiera a la humanidad en pleno, cualquiera habría pensado que el mártir checoslovaco exhortaba especialmente a sus colegas de profesión, los de entonces y los de hoy.
Muchos profesionales de la prensa, deudores de las causas justas, han hecho de esta sentencia el pilar de su ética periodística, a la par que han convertido en patrimonio gremial el último reporte del héroe.
En un mundo en el que aún emergen testimonios de crímenes de guerras pasadas, para sumarse a los del presente, sus notas desde la cárcel son capaces de seguir sumando adeptos en todo el mundo. Durante casi 70 años la obra de Julius ha sido leída en al menos 90 lenguas. Por su valor testimonial y excelente prosa, Reportaje al pie de la horca no cesa de circular en las librerías, menos aún con los hallazgos de fin de siglo.
Textos desconocidos del luchador antifascista fueron encontrados en la pasada década de los 90 por miembros de la sociedad que lleva su nombre, fundada en las postrimerías del siglo en Praga. Ese aporte de historiadores, periodistas y críticos literarios miembros de la Sociedad Julius Fucik revalorizó tanto su obra como su ejemplo patriótico y humanista.
Tal labor de rescate se hizo especialmente necesaria tras el derrumbe del campo socialista, a partir del cual, impelidos por intereses anticomunistas, hubo quienes trataron de invalidar y sepultar en el olvido el escalofriante relato del mártir praguense.
Los integrantes de la Sociedad revelaron que Rudolf Slánský, secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia, le pidió a Gusta Fucikova, la viuda de Julius, que omitiera ciertos párrafos antes de llevar el reportaje a imprenta por primera vez en septiembre de 1945, como en efecto se hizo.
Las razones de esa decisión han quedado en el marco de la especulación. Se plantea, por ejemplo, que la obra contenía datos cuya revelación podía considerarse sensible, si se toma en cuenta que aún estaban por realizarse los juicios de Nuremberg y muchas de las potenciales víctimas que habían logrado salvarse del fascismo aún corrían peligro.
Debido a esas y otras consideraciones, a los lectores del mundo entero se les privó de alrededor del dos por ciento del texto escrito por Fucik. Se dice que algo semejante ocurrió con la primera edición del Diario de Anna Frank.
En el caso del Reportaje al pie de la horca, las mayores omisiones corresponden a la parte final. En sus últimos momentos, Julius entrevió que varios amigos suyos del universo cultural checo corrían peligro. Por ello resolvió, a base de falsas pistas, jugar una riesgosa partida de astucia con la Gestapo.
Hasta entonces, los oficiales de la policía política alemana habían tratado de hacerlo hablar, sin conseguirlo, recurriendo a las vías más humillantes de coacción. Precisamente en los últimos párrafos de Reportaje… Julius plasmó su decisión de "colaborar". ¿Debilidad de última hora? No, astucia. A fuerza de ingenio, logró desviar la atención fascista por caminos errados y proteger la vida de aquellos luchadores que aún se encontraban en libertad, como luego se comprobaría.
La versión completa del libro se presentó en Cuba por primera vez el pasado 2006 y fue dedicado a los cinco luchadores antiterroristas cubanos, cuyo injusto encarcelamiento en Estados Unidos los emparienta con el mártir checoslovaco. Esta constituyó, además, la primera edición enriquecida del texto en lengua castellana y vio la luz gracias al empeño de la Casa Editora Orego.
Anteriormente, contaba con varias ediciones en nuestro país. En las bibliotecas aparecen ejemplares editados en 1961, apenas dos años después del triunfo de la Revolución. Con posterioridad, las editoriales Ciencias Sociales, Pueblo y Educación, y Arte y Literatura —esta última en dos ocasiones— lo reeditaron.

DEL REPORTERO, MÁS ALLÁ DE SU OBRA

"La fraternidad de los oprimidos —comentaba Julius en su Reportaje…— está sometida a una presión que la concentra, la fortalece y la hace más sensible. Atraviesa los muros, que viven, hablan y transmiten mensajes".
Esta verdad halló sustento en su propia historia. Nunca fueron más libres sus ideas que cuando estaba preso. Desde la ocupación de su natal Checoslovaquia por las hordas hitlerianas en mayo de 1939, estuvo publicando bajo seudónimo artículos sobre las figuras más descollantes de la cultura de su país, causa por la cual fue detenido.
Reportaje al pie de la horca, basado en su estancia en la cárcel de Pankrác, a la que ingresó en 1942, fue redactado en las propias narices de los guardias de la Gestapo, o para ser más exactos, con apoyo de uno de ellos.
A. Kolinsky le facilitó los medios para escribir y luego le ayudó a extraer su testimonio de la fortaleza, hoja por hoja. El texto clandestino, de 167 cuartillas, fue custodiado por varias personas hasta que la viuda de Julius, sobreviviente de un campo de concentración, se encargó de reunirlas y publicarlas. El autor no fue testigo de aquella publicación, pues en el verano de 1943 fue trasladado a Berlín, donde fue condenado a muerte y ejecutado poco después.
Pablo Neruda alguna vez escribió que los escritores contemporáneos compartían una gran responsabilidad, la de vivir en un período que mañana sería reflejado en la literatura como el período Fucik: un momento de simple heroísmo. El poeta chileno sugirió, además, que quizás no hubiera un trabajo más grande y simple que el de Reportaje al pie de la horca, y ninguno escrito en tan horrendas circunstancias.
Esta obra maestra del periodismo testimonial y los anteriores trabajos de Fucik como redactor de Rudé Právo y Tvorba, son recordados por sus colegas de profesión revolucionarios y progresistas desde 1968. Ese año, la Organización Internacional de Periodistas instituyó el 8 de septiembre, como Día Internacional del Periodista.
En Cuba, aunque elegimos celebrar como Día de la Prensa Cubana el 14 de marzo (aniversario de Patria, el periódico que José Martí fundara en Nueva Cork, en 1892), no olvidamos la presente fecha, motivo de unión para quienes comparten un mismo ideal antifascista y humanitario.
Julio Fucik nació el 23 de enero de 1903 en Praga, en el seno de una familia obrera; estudió Filosofía en la Universidad de Pilsen, y en 1921 ingresó en el Partido Comunista y consagró su vida a la causa de los obreros y campesinos. Desde muy temprano nació su vocación por el periodismo, y cuando sólo contaba 12 años de edad fundó un periódico escolar.
Frente a la dictadura franquista, defendió al pueblo español y apoyó a la entonces Unión Soviética, Cuando el ejército hitleriano ocupó Checoslovaquia siguió publicando con seudónimo, y recuperó las figuras claves de la cultura progresista de su país. En abril de 1942 fue detenido por la Gestapo y trasladado a Berlín en el verano del siguiente año.
Confinado a una mazmorra de los invasores, Fucik ofreció un viril ejemplo de resistencia y se mantuvo firme en sus principios, sin denunciar a sus compañeros de lucha clandestina ni negar su filiación comunista, desde la ocupación de su país natal por las hordas hitlerianas el 15 de mayo de 1939.
Sacado hoja por hoja de la cárcel y publicado en 1945, su texto "Reportaje al pie de la horca" adquirió resonancia internacional, y ha sido traducido a ochenta idiomas. Con un alto valor narrativo, constituye un impresionante testimonio que transmite un mensaje de perenne actualidad.


IVETTE LEYVA GARCÍA

 

EL RESCATE DE JULIUS FUCIK, UNA FIGURA OLVIDADA

 


El alegato de un idealista

Capturado por los nazis, el militante checo escribió en cautiverio un texto estremecedor y emblemático: Reportaje desde el patíbulo.

Fue en Berlín, hace hoy exactamente sesenta y cinco años. En medio de la noche y el silencio de la cárcel, el prisionero checo Julius Fucik entonaba a los gritos “La Internacional” mientras esperaba su ejecución. Dicen que los nazis tuvieron que amordazarlo para que se callara. Cuando salió el sol se cumplió la sentencia, y en el suelo quedaron los restos de lo que había sido un idealista. Fucik, sin embargo, ya vivía en otra parte: las torturas y el cautiverio no le habían impedido escribir uno de los textos más potentes que puedan leerse sobre la resistencia al autoritarismo, su olvidado Reportaje desde el patíbulo.
Esas páginas rescatadas de celdas mugrosas –que no hace mucho fueron reeditadas en Argentina por Punto Crítico– se fusionaron de tal manera con el recuerdo de su creador que es imposible separar sus historias. En 1939, Hitler ordenó la invasión de Checoslovaquia ante la indiferencia de las potencias occidentales. Por entonces Fucik –de origen obrero– ya era un intelectual comprometido, y la descripción que hacía sobre el despertar de su vocación se confirmaría luego en Reportaje desde el patíbulo: “Me di cuenta de que había libros que hablaban y otros que eran mudos. Decidí, por consiguiente, que debía luchar porque no existieran libros mudos o mentirosos. Me lo propuse como mi tarea en la batalla por un mundo mejor”, contaba el escritor y periodista.
A dos años de la ocupación, casi todo el Comité Central del Partido Comunista Checoslovaco había caído en manos de la Gestapo. A Fucik lo capturaron poco después, y lo encerraron en la cárcel de Pánkrac. Ahí se enfrentó a los dilemas de la tortura y la ambivalencia de los guardias, y de hecho fue gracias a uno de ellos –un tal Adolf Kolinsky– que consiguió papel y lápiz. Equipo mínimo contra el aparato que desgajaba su cuerpo, y sin embargo suficiente para repetir las palabras que lo harían célebre: “He vivido por la alegría, por la alegría he ido al combate y por la alegría muero. Que la tristeza no sea nunca unida a mi nombre”.
A lo largo del siglo lo siguieron lectores ilustres. Carlos Bermúdez Rodríguez, uno de los guerrilleros que desembarcaron en Cuba en 1956, cuenta que poco antes de abordar el Granma acompañó al Che a una librería y que éste le regaló el famoso Reportaje como una forma de introducirlo a los tiempos que vendrían. Por otro lado, Pablo Neruda no llegó a conocer a Fucik, pero lo admiró y compartió con él las mismas dosis de idealismo e ingenuidad frente a la dictadura estalinista. En el quinto libro de Las uvas y el viento (1954) lo retrató: “el clandestino de la medianoche/ y el alba organizada/ la circular que mancha/ con su tinta fresca/ y así calle tras calle/ Fucik, con tus consignas/ Fucik, con tus folletos/ con tu viejo sombrero/ sin orgullo/ ni humildad”.
Por aquí también prendió la semilla. Eduardo Luis Duhalde ha apuntado que “Reportaje fue libro de lectura casi obligatoria para los jóvenes argentinos de los sesenta y los setenta”, incluidos aquellos que perdieron la vida y sufrieron en carne propia la locura genocida.
Sólo en idioma checo se publicaron un millón de ejemplares de la obra, y eso trajo sus consecuencias. Manipulada como modelo durante la guerra fría, la figura de Fucik fue progresivamente bastardeada a medida que se desmoronaba el bloque socialista. A Daniel Silber, docente y presidente de la Federación de Entidades Culturales Judías de la Argentina, no le sorprende ese ensañamiento. “Tras el proceso de retorno al capitalismo ocurrido en los países de Europa central y oriental, difícilmente los ámbitos oficiales promuevan una figura tan definida –analiza–. Sería muy contraproducente mostrar a un comunista como un patriota de cabo a rabo, sin dobleces, firme en sus convicciones e invencible ante el enemigo.”
La última tanda de reflexiones que alcanzó a garabatear Fucik data del 9 de junio de 1943. Ese día se despachó con dieciséis carillas. “Un cinturón cuelga ante mi celda. Mi propio cinturón. El signo de la partida”, observó. Sus hojas salieron de la prisión a escondidas y él fue conducido a Berlín para enfrentar un juicio en el que –según el historiador inglés John Callow– hasta su propia defensa pidió la pena máxima.
Terminada la Segunda Guerra, el guardia Kolinsky buscó a Augustina –la viuda del autor, que acababa de salir de un campo de concentración– y le entregó los manuscritos. Al ordenarlos cronológicamente leyó la última oración que habían trazado las manos de su esposo: “Hombres, yo los amé ¡Estén alertas!”.

Facundo García
Lunes, 8 de septiembre de 2008

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