El 27 de mayo se cumplieron 34 años de la desaparición del cineasta Raymundo
Gleyzer, quien en 1976 fue secuestrado por un comando militar a la salida
del Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina y visto por última
vez en el Centro Clandestino de Detención "El Vesubio". La exploración
audiovisual que se desenvuelve en sus filmaciones expresa el compromiso
-desde el punto de vista del cine militante- con las luchas que se
desarrollaron en la Argentina durante las décadas de los 60 y 70.
Por ANRed - L
Raymundo Gleyzer no fue un cineasta más. El objetivo que perseguía en cada
una de sus producciones era convertir al cine en un arma de
contrainformación para intervenir en la lucha social. Estos lineamientos se
traslucían en cada intervención fílmica que generaba. La constitución de
Cine de la Base en 1973 marca el inicio de un fortalecimiento acerca de las
metas que se debían concretar desde el punto de vista de la acción política.
De todos modos, los trabajos desarrollados por Raymundo y su equipo antes de
1973 siempre expresaron la intención de ser parte de la lucha por la
Revolución y acompañar con la cámara los acontecimientos políticos que se
iban desarrollando.
La primera etapa de Gleyzer encuentra un conjunto de trabajos que recorren
el interior del país. Retrata vidas, luchas. Muestra en esas imágenes las
consecuencias del insondable avance del sistema capitalista. Y, al mismo
tiempo, da la palabra a mujeres y hombres que no se resignan y con su
trabajo salen a dar pelea. Huellas. Exploraciones. Búsquedas. Estas imágenes
se encuentran en films como "Ocurrido en Hualfin" (1965), "Ceramiqueros de
tras la Sierra" (1966), "Pictografías del Cerro Colorado" (1966) y "La
Tierra Quema" (1967). Aquí el cineasta y su equipo de trabajo se sumergen en
tres pueblos diferentes: Catamarca, donde comparte su estadía con
integrantes de la comunidad aymará y construye imágenes que los representan
y grafican contextualizando su existencia y la lucha por sobrevivir. Córdoba
y los trabajadores de la cerámica que relatan sus modos de vida y sus
sueños. También allí, a 164 km de esa provincia, ilustra con las imágenes el
modo de vida de los pueblos originarios, Comechingones y Sanivores, los
primeros dueños de la tierra. El noreste de Brasil y una familia que busca
su lugar en el mundo en medio de una situación de éxodo y abandono.
La cámara denuncia, interpela, presenta lo oculto. Se interna en pasajes
olvidados y se contacta con instancias cotidianas que deben ser exploradas,
develadas y a través de ellas revela un estado de situación, producto de las
condiciones reales de existencia.
Estos objetivos y lineamientos se vislumbran y expresan claramente en cada
una de las producciones. Los materiales de contrainformación producidos van
adquiriendo formas cada vez más comprometidas con las luchas que se gestan
durante aquellas épocas de constante efervescencia.
Y precisamente esta herramienta de denuncia que Raymundo transformaba en
arma de combate se mezclaba en las ollas populares, actuaba como un
guerrillero, denunciaba la represión, las masacres, el hambre, la pobreza.
No era ajena ni miraba sorprendida los acontecimientos, sino que pretendía
ser era uno más en las barricadas, en las asambleas de los obreros.
En la etapa que se abre con el Cordobazo en 1969, pero que encuentra su
mecha en 1966, inicios de la dictadura de Onganía, las revueltas originadas
en aquel período demuestran ya la unidad obrero estudiantil en un frente que
daba batalla ante el avance de la represión. Situación que se encontraba
fortalecida por el desarrollo de las fuerzas en el resto de Latinoamérica.
Se identifica en esta época la existencia de una crisis orgánica y un
agotamiento estructural del capitalismo argentino acompañado del verdadero
carácter de masas del proceso.
Gleyzer discute este proceso y cuestiona el modo de trabajo, plantea la
forma que debe adquirir una producción audiovisual que sirva a la clase
trabajadora, que se plantee como instancia de discusión y análisis, que
llegue a los ámbitos donde se entreteje la lucha por el poder: "Pero el
problema reside en cómo llegar a la base y no sólo en términos teóricos, que
indican siempre que hay que hacer un cine para la base, un cine para la
clase, etc., sino el método concreto, la práctica que lo permita. De teoría
podríamos hablar aquí varios días, el problema es cómo llegar a un hombre
concreto, ese que se está jugando el pellejo, que se está jodiendo la vida
trabajando en la fábrica y que tiene el derecho a que por lo menos le
aportemos un mensaje, contribuyamos a su propio esclarecimiento". En este
extracto de un diálogo que mantuvo con el cineasta Tomás Gutierrez Alea en
Cuba en 1970, el cineasta expresa con increíble claridad el objetivo
planteado y su necesidad de incorporarse a una organización determinada. El
proyecto político donde encontró plasmado sus lineamientos y necesidad de
acción concreta fue el desarrollado por Partido Revolucionario de los
Trabajadores (PRT) y su brazo armado Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP):
"(...) con quién necesitábamos tomar contacto era con el pueblo, ese pueblo
que estaba combatiendo en la calle"
Desde la conformación de Cine de la Base, las discusiones en torno a los
inconvenientes de índole técnico y de recursos de producción formaron parte
de una primera etapa de constitución del grupo. La fase de levantamientos
insurreccionales desarrollados a lo largo del país y las profundas huellas
dejadas por la Revolución Cubana, la vida del Che y de Fidel Castro, los
intercambios de matiz más política y de intervención respecto a la
herramienta audiovisual adquirían cada vez mayor peso: "Nos dimos cuenta
nosotros mismos de que nuestro trabajo como Cine de Base no era tal hasta
tanto no lográramos incorporarnos a la tarea concreta de un grupo que
estuviera luchando por la toma del poder en un plano político, porque sino
no somos cineastas políticos, somos diletantes de un proceso intelectual
ajeno al proceso nacional que vive el pueblo" , declaraba Raymundo, como una
afirmación y convicción irrevocable a sus propias prácticas como cineastas.
Ya lo expresara el periodista Rodolfo Walsh, como la descripción exacta del
posicionamiento de todo intelectual frente a los tiempos de lucha que se
libran. El escritor define a aquel hombre y aquella mujer que, imbuidos por
sus riquezas teóricas, no se comprometen de lleno en las prácticas
revolucionarias. Y también califica al erudito que pierde de vista que es en
las asambleas, en las tomas de fábrica, en las barricadas donde el pueblo
trabajador y excluido se anuncia. Precisamente esta contradicción andante
que critica Walsh, desde su grandiosa experiencia como activo militante
comprometido, es también el aspecto que Gleyzer cuestiona desde la óptica de
cineasta.
El cine en la fábrica, la lucha obrera en la pantalla
"El cine por su propio engranaje, por su propia metodología de trabajo y
estructura (hace falta una sala, oscuridad, un proyector) no permite que se
vaya a una fábrica, por ej., a proyectar un film para obreros", calificaba
Raymundo allá por la década del 70. Pensaba con razón e insistencia en las
posibilidades de acercar el cine a los ámbitos de trabajo, a los barrios
humildes. Llegar a la base como Cine de la Base. Formar parte de esa
experiencia y conformarse también como herramienta de poder al servicio de
la lucha y denunciando no sólo la explotación capitalista al interior de las
industrias sino también los manejos de la burocracia sindical. Necesaria y
consecuentemente, el film debía terminar con la mirada de ese espectador
para el cual la película había sido creada, con el debate entre los obreros,
con los explotados, con los excluidos de la tierra.
Nacen "Los Traidores", la primera ficción. Corría el año 1973 y se concreta
este trabajo que desarrolla críticamente la temática de la burocracia
sindical peronista, el modo de accionar de los burócratas que terminan
colaborando con las dictaduras de turno. Con la llegada de este film la
concreción de construir salas y canales de distribución comenzaba a ser cada
vez más urgente. Con lo mínimo: un proyector, un tacho, bancos.
También varios fueron los materiales fílmicos donde los comunicados de la
guerrilla eran difundidos de manera clandestina. En este sentido, en "Swift"
(1971) y "Comunicado Nº 5 y 7º del ERP sobre la detención y juicio
revolucionario al cónsul ingles y gerente del frigorífico Swift de Rosario"
la organización guerrillera pide a cambio de la liberación una mejora
sustancial de las condiciones de trabajo de los obreros. "B.N.D" (1972) y
"Comunicado Nº 2 del ERP sobre la acción al Banco Nacional de Desarrollo"
relatan la expropiación de 450 millones de pesos por parte de la guerrilla.
"Ni Olvido ni Perdón" (1973) es un material que denuncia la desinformación
de los medios oficiales sobre la primer operación conjunta de las tres
principales organizaciones revolucionarias, ERP, FAR y Montoneros: la fuga
de 110 militantes del penal de de Rawson. Mientras seis logran escapar a
Chile, diecinueve quedan amotinados en el aeropuerto de Trelew. El 22 de
agosto éstos fueron fusilados en prisión y sólo tres sobrevivieron. Esta
masacre fue justificada por los medios como "Intento de fuga". Ante esta
tergiversación de los hechos se produce el corto para denunciar la verdad de
lo sucedido.
También la cámara de Gleyzer se entremezclaba con los cantos de los obreros
de la fábrica INSUD, con su lucha y persistencia, como un integrante más de
ese conjunto de obreros que reclamaban por mejores condiciones de trabajo:
"El ejemplo lo tenemos que dar los obreros como en muchas oportunidades.
Invitamos a todo el pueblo de La Matanza a sumarse a esta concentración,
porque no se trata de un problema solamente de INSUD sino de un problema
prácticamente del país. Nosotros vamos al Congreso para que salga una ley
que favorezca a la clase obrera argentina. Golpearemos todas las puertas que
tengamos que golpear. Esto tenemos que llevarlo adelante cueste lo que
cueste". El plomo los estaba matando y la patronal y la UOM no los
escucharon: "Hoy vinimos al Congreso a exigir la solución y que sea ahora
mismo. Se va a acabar la prepotencia patronal", entonaban los obreros luego
de varios días de toma de fábrica y olla popular. "Me matan si no trabajo y
si trabajo me matan" (1974) es el producto fílmico de este conflicto obrero,
que encontró también el compromiso del abogado de presos políticos,
militante comprometido con el movimiento, cuya trayectoria se reivindica en
el corto: "Rodolfo Ortega Peña, ese guerrillero del Pueblo", se lee en una
placa mientras se escucha las palabras que brindaba a los allí presentes:
"la lucha no se libra en el Congreso sino que la libran los trabajadores". Y
también se denuncia su asesinato, el 1º de agosto de ese mismo año por la
"siniestra organización paramilitar la AAA pagadas y armadas por este
gobierno pro patronal y pro imperialista".
El fusil de la contra-información, la mirada de la denuncia
Raymundo Gleyzer se encontraba en Estados Unidos cuando se da inicio al
genocidio de Estado perpetrado por la última dictatura militar argentina.
Inmediatamente vuelve al país. El 27 de mayo de 1976 las fuerzas de la
represión lo secuestran, allanan su casa y lo conducen al centro clandestino
de detención. Estuvo en el campo de concentración "El Vesubio", junto al
escritor Haroldo Conti. Ambos se encuentran desaparecidos.
"Nosotros no hacemos films para morir, sino para vivir, para vivir mejor. Y
si se nos va la vida en ello, vendrán otros que continuaran", afirmaba
Gleyzer en el mismo año de su desaparición. Raymundo había dejado no sólo
varios films que documentaban procesos socio-políticos sino que había
demostrado que el cine -y toda instancia comunicativa- era también una
construcción colectiva.
En este sentido, la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre creó un amplio
espectro de militantes de la comunicación alternativa que con sus
herramientas de difusión retrataron la represión por parte de las fuerzas de
seguridad, el despliegue asesino y también la autodefensa en las asombrosas
barricadas.
En esa construcción de imágenes y textos fueron creciendo varios grupos de
contra-información que se plantearon la necesidad de denunciar el discurso
oficial y darle voz a los sectores de la sociedad acallados, velados,
reprimidos, excluidos. En estos trabajos comienza a reivindicase y a hacerse
más notable un modo de militar la palabra y la imagen desde el compromiso y
la acción militante.
Y, en estos recorridos, la figura de Gleyzer representó y representa para
muchos un ejemplo de lucha, resistencia, denuncia. Lugar donde el film, la
foto, el texto, la voz deben dar cuenta de la superficie olvidada, la
periferia, la miseria que persiste y acrecienta, la lucha obrera que no se
detiene, los barrios marginales que se organizan: "por más clara o
revolucionaria que sea una película nuestro trabajo no sirve si no la ve el
conjunto de gente, jugándonos para llegar a ellos del mismo modo como hemos
jugado para producirla en forma clandestina", afirmaba el realizador a fines
del régimen dictatorial del Onganía.
El relato de los sobrevivientes describe el encono y precisión con el que
fue torturado Raymundo. ¿Sabrán las manos asesinas que su visión
comprometida y su cámara-fusil revolucionaria dejó la impecable producción
de un luchador consecuente con su época? Y esos ojos perseverantes no dejan
de abrirse en cada lucha, barricada, piquete, toma de fábrica. En cada
insurrección y levantamiento por venir, aquí y en todas partes.