Haití, un año después: Una crisis vigente en América Latina
Viernes 14 de enero de 2011
Sin duda cuando uno analiza Haití a 12 meses de un terremoto que significo más de 250.000 muertes, 300.000 heridos y más de 1.3 millones de personas desplazadas y sin techo, aparecen dos sentimientos: la urgencia y la complejidad de la situación.
La dimensión de la urgencia radica en que a un año del peor sismo de la historia hatiana que afectó las zonas de Puerto Príncipe, Leogane, Jacmel y Petit Goave del departamento del Oeste, más de 1 millón de personas continúan en campamentos en el espacio público (que supuestamente eran provisorios, pero que hoy se transformaron en los modos de sobrevivencia), con precarias condiciones de vida: hacinamiento, dificultades en acceso a agua segura como seguridad alimentaria y saneamiento básico con déficits en manejo de basura, excretas, entre otros problemas sanitarios. Aunque si consideramos la situación de zonas rurales como Leogane -epicentro del sismo- donde casi el 90% de la población e infraestructura fue víctima del sismo, resulta incluso precariedades en exceso donde muchas familias campesinas sobreviven aún hoy en carpas improvisadas con esteras y sábanas al aire libre.
Las dimensiones sociales, económicas y políticas de la crisis (pre/post sismo) en Haití son determinantes de la consecuente dimensión de la crisis epidemiológica que se cuenta en vidas de niños y mujeres (Haití tiene la mortalidad infantil y materna más altas de América latina), como en incidencia de endemias como malaria, tuberculosis, fiebre tifoidea, filariosis, VIH-SIDA, infecciones respiratorias, diarreas, abortos inseguros, la malnutrición estructural de la población, y actualmente la propagación de una epidemia de cólera en todo el país que ya implica según cifras del Ministerio de Salud Pública y Población de Haití y OPS más de 170.000 casos de cólera y 3700 defunciones. Podríamos seguir enumerando perfiles epidemiológicos destructivos que tienen que ver con los determinantes sociales y económicos que impactan negativamente sobre la salud de la sociedad civil haitiana.
De esto se trata cuando hablamos de Haití, de vidas.
Aquí aparece la necesaria reflexión sobre el derecho a la vida, o el valor de la vida en nuestros tiempos. Todos somos iguales según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero en realidad algunos somos más iguales que otros en este mundo sumamente injusto. O no somos tan iguales. La vida pareciera que tiene distintos valores en nuestro actual sistema social internacional. Un sistema que salva empresas y bancos en crisis, pero no apuesta a la vida. Pensemos sólo esto: en Haití murieron más personas que en las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Es decir, eso nos dá cierta dimensión del problema. Aunque algunos se obstinen en salud pública de mantener la categoría "desastres naturales", como lo demuestra la medicina social latinoamericana debemos considerar una nueva conceptualización de estas situaciones como "emergencias socio-ambientales", teniendo en cuenta que de acuerdo a las determinaciones sociales, a las desigualdades e inequidades imperantes en nuestras sociedades encontraremos formas diferenciales del impacto de las emergencias. Pongamos ejemplos concretos: un sismo en casi la misma escala Richter en Japón generó un muerto, un terremoto aún más virulento con tsunami incluido en Chile produjo 560 muertes aproximadamente. Pero en Haití produjo más de 250.000 víctimas. Esto de natural no tiene nada. Es decir: como vivimos, nos enfermamos y morimos. De acuerdo a nuestras condiciones de vida impactarán más o menos las emergencias socio-ambientales. Por eso necesitamos desarrollar desde nuestros pueblos del Sur una estrategia y sistemas universales de protección social que protejan la vida.
En cuanto a la dimensión geopolítica, esta juega un rol en la crisis en Haití. En estos momentos es la comunidad internacional y los Estados la que deben actuar y cumplir con los compromisos hechos a la población haitiana. Las condiciones de supervivencia siguen siendo extremadamente precarias y la población acumula desde hace mucho tiempo emergencias, frustración y desilusión. Por lo tanto, no sorprende ver, en este periodo electoral extremadamente sensible, cómo surgen críticas virulentas y razonables contra las Naciones Unidas, los Estados y a veces contra las organizaciones humanitarias. Los Estados están lejos de cumplir sus compromisos en materia de reconstrucción, compromisos que se encuentran estancados. De los 10.000 millones de dólares comprometidos en marzo de 2010 durante la Conferencia Internacional de donantes de las Naciones Unidas y los Estados Miembros en Nueva York coordinada por Bill Clinton, sólo unos 1200 millones de dólares han sido desembolsados (menos del 15% según OPS).
Los mismos países que en horas pusieron billones de millones de dólares para salvar bancos y empresas en la última crisis económica internacional, decidieron no invertir por Haití ni el 1% de esas cifras. Si bien la acción de las organizaciones humanitarias como Médicos del Mundo (MdM) resulta esencial en este contexto y la población haitiana víctima del sismo como de la epidemia de cólera reclaman que ésta prosiga, dicha acción no puede ni debe reemplazar el papel central que le cabe al Estado haitiano ni a los Estados como cooperantes públicos internacionales. Una vez más Médicos del Mundo ratifica que Haití necesita desarrollar un sistema universal público de protección social y salud para toda la población hatiana garantizando cobertura universal y gratuita, con acceso y calidad a servicios de salud en un país donde el 60% vive en zonas rurales y el otro 40% en zonas urbanas de Puerto Príncipe. Es decir, buscando dar respuestas integrales desde una estrategia de atención primaria de la salud con suficiente evidencia regional de ser la forma más efectiva y menos costosa de enfrentar las necesidades colectivas de salud de nuestras poblaciones en el continente.
Al analizar la dimensión de las políticas de salud, debemos decir también que algunas pocas grandes ONGs internacionales en el caso de la salud casi diríamos buscan reemplazar al Estado de Haití. Proveen servicios de salud hospitalarios de cierta complejidad y garantizan una privatización encubierta del propio sistema de salud haitiano bajo el ropaje de la solidaridad humanitaria avalando transferencia de responsabilidades del Estado hacia la sociedad, o peor aún, hacia organizaciones internacionales extranjeras. Esta sustitución del Estado por agentes privados (sea no gubernamentales o privados), de alguna forma produce el no desarrollo de soberanía sanitaria con institucionalidad pública del propio Haití.
Haití en más de un 70% tiene un sistema de salud con gasto privado, la inversión pública es la más baja en América Latina, donde la población debe pagar para conseguir cobertura y acceso a la atención en salud. Población que tiene un salario mínimo menor a 4 dólares, que en más de un 80 u 90% trabaja en economía informal. Hay una lógica de intentar realizar una política de seguros focalizados de salud para algunos grupos sociales que sin duda no es la respuesta a los problemas del sistema de salud en Haití cuando más del 50% de la población no tiene ningún tipo de cobertura ni acceso a la salud hoy. Además que estos seguros nos dicen quién paga, pero no quien provee los servicios de salud con la clara de situación que fondos de cooperación sean transferidos a sectores privados. En América Latina ya conocemos que esa receta de algunos organismos internacionales como el Banco Mundial del aseguramiento focal es una vía muerta y regresiva al derecho a la protección social y salud universal.
Es en este contexto, es que parece imprescindible 2 cuestiones: 1- La reconstrucción de Haití no puede ser sin Haití. Se debe dar especial participación y apostar a las capacidades inmensas humanas, técnicas, sociales y políticas de la sociedad civil haitiana. Sus organizaciones campesinas, de mujeres, de trabajadores, académicas son parte de la clave y todos los días lo demuestran desde su fortaleza y apuesta por la vida. 2- Fortalecer la ayuda humanitaria desde el MERCOSUR -desmilitarización mediante - y el UNASUR en una concepción de cooperación Sur-Sur que debería jugar un papel central marcando que América del Sur tanto sus Estados como sus pueblos estamos movilizados y solidarios con esta grave situación en Haití. Dando un fuerte gesto geopolítico. Los ejes de seguridad alimentaria como en el campo de la salud se pueda avanzar hacia un sistema público de salud para dar cobertura a millones que en Haití no tienen garantizado su derecho a la salud actualmente, parecen prioridades estratégicas donde se podrían aprovechar ejemplos regionales exitosos de sistemas universales de salud como el de Cuba, Costa Rica o Brasil. Ahora es cuando debe estar la presencia de la solidaridad latinoamericana. El reloj corre.
por Gonzalo Basile
* Presidente de Médicos del Mundo Argentina/Cono Sur
http://www.agenciacta.org/spip.php?article99
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