EL 27 de noviembre de 1955, con Haydee colocamos un retrato de Abel Santamaría en el Instituto de Segunda Enseñanza de Camagüey. Fue un acto memorable en el cual participaron varios oradores, en recordación del fusilamiento de los estudiantes de Medicina (1871), y en homenaje a Abel Santamaría y los héroes y mártires del Moncada. En aquellos días, el grupo de compañeros a quienes Fidel había encomendado, a su salida para México, la responsabilidad de organizar los preparativos para el apoyo de lo que más tarde sería la expedición del yate Granma, empezábamos nuestro trabajo en Cuba.
El hecho de develar un retrato de Abel Santamaría fue un suceso muy importante en los propios inicios de la organización del Movimiento 26 de Julio en Cuba. Promotores y organizadores de este hermoso encuentro fueron los inolvidables Jesús Suárez Gayol y Jorge Enrique Medonza, que estaban entre los fundadores del Movimiento en la provincia agramontina.
Expliqué en la magna concentración estudiantil lo que representaba Abel y rendí honor a su memoria y a los héroes y mártires de la epopeya del “Mocada”. En aquel tiempo, algunos creían y propagaban que se trataba de una locura. Dije ante aquel auditorio juvenil en 1955:
Locos, y han escrito en el único lenguaje que entienden los llamados cuerdos, en el lenguaje de los hechos, que Revolución es algo más que cambio de mando, que Revolución es transformación radical de nuestras condiciones de vida. Locos, y hoy miles y miles de jóvenes miran hacia el 26 Julio, porque el 26 de Julio ha escrito la tesis de la nueva generación revolucionaria, que hoy por hoy. es la única fuerza que enfrenta a la dictadura.
El mejor homenaje que yo pueda hacerle a Abel Santamaría en este acto, es el de decir que él comprendió mejor que nadie, porque sintió más que nadie, que el problema cubano no es político, como quieren los partidos plantear, que es esencialmente económico, es social, es también forjación de conciencia ciudadana. El comprendió que el 10 de marzo se habían liquidado todas las fuerzas políticas y surgía del subsuelo social una corriente histórica que se planteaba antes que solución, la toma revolucionaria del poder para sustituir todo el andamiaje sobre el que se sostenía el sistema vigente y la implantación de una serie de medidas encaminadas a sentar las bases de la genuina democracia. Sin estas ideas, sin este pensamiento no se hubiera podido llevar a cabo el único movimiento insurreccional que logró llegar hasta el combate abierto. Sin este enfoque de la realidad sería imposible servir a Cuba que lucha desenfrenada, frenética y terriblemente por ser algo más que un pedazo de tierra que pisan nuestras plantas, por ser, también, como dice el Apóstol en su histórica frase: “Patria es la comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas.” [1]
Y esa Cuba que ellos soñaron, esa Cuba a la que Abel Santamaría se entregó, es la Cuba que en el concierto de naciones libres, es la nación en la plenitud de su vigencia histórica, que Martí nos enseñó amar y conocer. Es la Cuba que aún no tenemos. Es la Cuba que hemos de lograr. Es la Cuba Universidad del Continente. [2]
Un repaso de La historia me absolverá cinco décadas después me ha dejado impresionado por la fuerza histórica y cultural de aquel documento. Puede parecer extraño que me sorprenda con su relectura porque hace ya medio siglo que se había grabado profundamente en mi conciencia. Es que el tiempo transcurrido ha iluminado aún más su dimensión y me inspira, por tanto, nuevas reflexiones que quiero trasmitirles a ustedes.
El célebre discurso de Fidel ante el Tribunal de Urgencia se presenta en el nuevo milenio como el alegato revolucionario más importante del siglo XX no solo cubano, sino latinoamericano y mundial. No encuentro un documento de mayor trascendencia jurídica y política que la defensa y denuncia del Comandante en Jefe en el Hospital Civil de Santiago de Cuba en octubre de 1953. Se trata, desde luego, del programa de la Revolución, es el acta de nacimiento del período histórico de los últimos 50 años, es decir, de la Revolución triunfante en 1959 y que en 1961 proclamó su carácter socialista.
Realizando una lectura actualizada podremos apreciar la continuidad histórica de la única revolución que ha existido en nuestro país, la iniciada el 10 de octubre de 1868, con la proclamación de independencia del país por Carlos Manuel de Céspedes, continuada el 24 de febrero de 1895, y reiniciada por Fidel con la heroica gesta del “Moncada”.
Máximo Gómez y José Martí habían suscrito en El Manifiesto de Montecristi, que la guerra iniciada en Yara y Guáimaro se reanudaba en 1895 fijando de esta manera la continuidad de la Revolución Cubana. De igual forma, Fidel, en 1953, destacó, en nuevas condiciones, esa continuidad. Situó el Moncada como un nuevo eslabón de la lucha por la independencia radical de Cuba. La historia me absolverá reivindicó el ideal de independencia o muerte de nuestros mambises y sentó las bases para la consigna que la generación del centenario exaltaría a primer plano: Libertad o muerte. Meses después, Fidel proclamó que en 1956, seríamos libres o mártires. Esto nos condujo a la victoria del 1º de enero de 1959 y posteriormente, el 16 de abril de 1961, a la proclamación del carácter socialista de la Revolución.
La historia me absolverá se enlaza con documentos posteriores: la Primera y Segunda Declaración de La Habana, en esta última se describen con profundidad las ideas socialistas cubanas; y también con otro documento El socialismo y el hombre en Cuba suscrito por el comandante Guevara. Se trata, pues, del hermanamiento entre la Revolución Cubana, la de Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Antonio Maceo y José Martí, y el ideal socialista del siglo XX. Por eso, pudo decir Fidel: Nosotros entonces hubiéramos sido como ellos, hoy ellos habrían sido como nosotros.
Por estas razones es indispensable, en el siglo XXI, dejar definitivamente esclarecida la relación entre el programa del “Moncada” contenido en La historia me absolverá y las ideas socialistas de la Revolución. Lo primero es señalar que los principales organizadores y actores de la gesta: Fidel Castro, Abel Santamaría, Raúl Castro, el núcleo fundamental de la misma poseían, desde entonces, una alta sensibilidad socialista y arraigadas convicciones martianas.
Resulta muy útil destacar que en la generación de los 50, es decir, la del centenario había un amplio consenso de ideas antiimperialistas e incluso socialistas que se nutrían de las enseñanzas de Julio Antonio Mella, fundador del Partido Comunista, y de sus continuadores. Hay otros documentos de la época que sirven para probar hasta dónde habían llegado las ideas socialistas a amplias capas de la población joven de Cuba.
El 13 de agosto de 1958 caían asesinados los hermanos Saíz, precisamente en una conmemoración del natalicio de Fidel. Ellos nos dejaron como testamento político el documento Por qué luchamos que escribieron prácticamente adolescentes en el que nos ofrecen una visión socialista profunda y radicalmente cubana. Su lectura, 45 años después de haber sido escrito, continúa conmoviéndonos. Otro es el documento suscrito por la Juventud del Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo, en 1948, acerca de las ideas de la juventud cubana de entonces. Estos documentos constituyen testimonios elocuentes del pensamiento socialista de muchos jóvenes de la generación del centenario. Para este esclarecimiento es necesario estudiar, de manera cada vez más profunda y documentada, los vínculos entre el ideario de Martí y el de los fundadores del pensamiento socialista: Marx y Engels.
Cuando procuramos establecer una relación entre el pensar de Martí y el de Marx, lo hacemos por dos razones, la primera, porque en el siglo XX ambas corrientes de pensamiento se articularon en la revolución cubana y ello reviste una gran importancia para la formación política y cultural de las nuevas generaciones; y la segunda, porque la necesidad de alcanzar la síntesis de diferentes corrientes del pensamiento socialista es una exigencia para la evolución intelectual y moral de la humanidad y por tanto, de Cuba, América y el mundo.
Es justo y necesario hacer un reconocimiento especial a las ideas socialistas cubanas que desde Julio Antonio Mella, Martínez Villena y sus continuadores no pusieron nunca en antagonismo el ideal socialista y la tradición revolucionaria cubana del siglo XIX, muy por el contrario, desde los tiempos de la fundación de nuestro primer Partido Comunista (1925) se soldó la más estrecha relación entre ambas fuentes forjadoras de las ideas cubanas de hoy.
Vayamos ahora al contenido concreto de La historia me absolverá. Se plantea la reforma agraria consecuente y, por tanto, la liquidación del latifundio. Una lectura cuidadosa de este texto permite observar cómo efectivamente, la reforma agraria, las ideas sobre la enseñanza, la salud del pueblo y en otra esferas están insertadas en el programa y todas ellas, objetivamente conducían al socialismo. Por demás, tales aspiraciones, ya estaban dispuestas, en cierta medida, en la Constitución de la República de Cuba de 1940 pero, desde luego, nunca se aplicaron pues no se dictaron jamás la leyes complementarias de la carta magna. Esto nos incita a invitar a los investigadores del derecho a profundizar cómo y porqué Cuba tenía una de las Constituciones más avanzadas del mundo occidental en 1940. Si se realiza un estudio de derecho comparado se tendrá una información consecuente de la profundidad de la Revolución Cubana en las décadas 40 y 50 y aún de antes. Esto se deriva del pensamiento de figuras excepcionales como Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena y Antonio Guiteras.
Baste señalar que la Reforma Agraria significaba un enfrentamiento al imperialismo como lo prueba la evolución ulterior del proceso cubano. Obviamente, las ideas de Fidel y los moncadistas habían rebasado, con mucho, las contenidas en aquella carta magna, pero sus principios estaban insertados en la cultura política cubana, los que fueron asumidos en su forma radical por la juventud de entonces.
Por otra parte, para concebir acciones como las del “Moncada” y convocar, a partir de ello a la huelga general revolucionaria, habría que haber conocido las enseñanzas de Lenin, como es el caso de Fidel. La lectura de El Estado y la revolución estaban en el trasfondo de dicha estrategia. Cuando el fiscal le señaló al Comandante en Jefe, críticamente, que en casa de Abel y Haydee Santamaría había libros de Lenin, Fidel respondió que quien no hubiera leído a Lenin y conocido el pensamiento socialista era un ignorante.
El antiimperialismo formaba parte de la conciencia de los estudiantes y de muchos intelectuales cubanos, incluso, las propias ideas socialistas —como queda expuesto— se hallaban en el sustrato del pensamiento de las generaciones revolucionarias de los años 50. Obviamente, el programa del “Moncada” no tenía que proclamar ese carácter porque, además, no lo poseía de manera expresa, pero su aplicación consecuente nos llevaba, incuestionablemente, a un enfrentamiento con el imperialismo en el orden económico y social. No podía ni debía formularse de esta manera porque Fidel había interpretado con claridad a José Martí cuando afirmó que todo lo que había hecho y haría era para evitar a tiempo al imperio yanqui y que en silencio había tenido que ser, porque hay cosas que han de andar ocultas, pues de proclamarse en lo que son levantarían obstáculos demasiado grandes para lograr sobre ellas el fin.
Aquí vale destacar la influencia y fuerza de la cultura en la Revolución. Recuérdese que los primeros moncadistas habían estudiado a Martí, a Mella y conocían la obra de Emilio Roig de Leuchsenring y de otros destacados forjadores de la conciencia antiimperialista, sabían de los efectos dramáticos de la intervención norteamericana en la guerra de independencia de Cuba, y estaban inspirados por una profunda sensibilidad moral.
La ética de José Martí y sus análisis sobre el imperialismo y las ideas que nos llegaban de la Revolución de Octubre, eran patrimonio espiritual de los jóvenes cubanos. Pero no solo esto, influían también sobre nosotros las ideas de la Revolución Mexicana (1910-1917), el antiimperialismo de Sandino y las luchas de los pueblos de América contra los gobiernos opresores. Esto estaba en lo más profundo del alma juvenil cubana. Por eso Fidel, en el juicio oral efectuado por el asalto al cuartel “Moncada”, respondió al Fiscal, ante una pregunta de rutina, que José Martí había sido el autor intelectual del asalto. Esto llegó a las fibras más íntimas de las nuevas generaciones. Es decir, ello llegó por vías culturales a muchos de nosotros.
Lo objetivo se encuentra en que la aplicación de aquel programa conducía al socialismo. Lo sabía muy bien el imperio, también lo sabía Fidel. Por tal razón, los círculos imperialistas hicieron lo indecible para impedir el triunfo de la Revolución fidelista.
La historia me absolverá constituye también un alegato jurídico en que además de abordar los temas de carácter histórico, social y cultural en general, lo hace con la pericia de un jurista y el manejo diestro de las legislaciones vigentes entonces. Esto responde a la tradición de cultura jurídica de la nación cubana. Se está confirmando hoy con los alegatos de nuestros cinco héroes ante los tribunales estadounidenses que constituirán, estoy seguro de ello, los primeros documentos jurídico-políticos del siglo XXI. Fidel es el más alto exponente de esta tradición jurídica. Precisamente La historia me absolverá es heredera de esta tradición. La lucha contra el régimen ilegal de Batista significó combatir a favor de la Constitución de 1940 y plantearse el tema de lo jurídico en un primer plano, ningún documento lo expresa con mayor nitidez. Obsérvese que se apoya textualmente para la aplicación de las medidas revolucionarias más importantes en preceptos de la Constitución de 1940 y en especial en el que validaba la resistencia nacional frente a las violaciones de la misma. Esta Constitución y su aplicación consecuente están insertadas en la historia filosófica y social de nuestro país y forma parte, además, de la mejor y más depurada tradición cultural universal.
La historia me absolverá permite estudiar la dialéctica de cómo las ideas cubanas se orientaron hacia el socialismo a partir de los mismos orígenes de la nueva etapa revolucionaria iniciada entonces. Sin proclamarse como tal, de hecho sentaba las bases para orientar la sociedad cubanas hacia ese objetivo superior. Y es que las ideas de Marx, Engels y Lenin, representan el escalón más alto en el siglo XIX europeo porque hay que decirlo, cualquiera que sea la interpretación que hagamos de los acontecimientos del siglo XIX, la más alta expresión del pensamiento europeo del XIX se halla en estos sabios.
La historia me absolverá, al describir de forma actualizada la evolución de las ideas políticas, sociales y filosóficas en relación con el derecho a hacer una revolución, alcanza una dimensión trascendente para el siglo XXI. No hay —como he dicho— en la vigésima centuria explicación más profunda y actualizada las historia de las ideas políticas, sociales y filosóficas de la civilización occidental en relación con los principios que avalan la lucha de los pueblos por derrocar los regímenes despóticos y por alcanzar el poder político e iniciar una revolución social. Podrán existir tales análisis en los tratados académicos o en textos especializados de esta disciplina, pero es que se trata de algo mucho más profundo y concreto dado que se expresaron en un alegato jurídico de defensa del derecho a una rebelión en concreto que fue, precisamente, la que dio comienzo al proceso más radical y consecuentemente revolucionario del siglo XX en occidente.
Exhortamos a los investigadores y estudiosos de las disciplinas filosóficas, jurídicas y políticas a emprender estudios sobre el alcance de este documento y extraer conclusiones que resulten válidas para enfrentar la actual quiebra del sistema jurídico, político, social y filosófico de los pueblos del llamado occidente.
Todo esto hoy se puede entender mejor porque los hechos ponen de relieve que el pensar revolucionario socialista de Cuba está mostrando una consecuencia muy profunda con la tradición humanista de la moderna civilización occidental, y a la vez, porque el imperialismo está revelando con su carácter brutal y deshumanizado la ruptura definitiva de esta civilización con los ideales que supuestamente le sirven de sustento. Se vistieron de demócratas y hoy están descarnadamente expresando su genuino carácter antidemocrático e inhumano. La Revolución Cubana, a la que quisieron vestir con otras ropas bien diferentes a las nuestras, está probando que con las ideas de Martí y de la historia nacional marchamos al socialismo como algo lógico y natural.
Desde La historia me absolverá a la proclamación, ocho años después, del carácter socialista de la Revolución, se ha mostrado una riqueza de ideas que expresa la más alta cultura política de la nación cubana, capaz de relacionarse con el pensamiento más avanzado del siglo XX. Además, puede mostrarse con rigor que en ese proceso no se estableció antagonismo alguno entre la tradición cubana y la socialista del siglo XX. Si se quiere confirmar de manera definitiva lo que expreso, estúdiese la definición de pueblo que brinda Fidel en La historia me absolverá[3] y se encontrará que en la composición social de la nación cubana de los años 50 no menciona a la burguesía criolla que hace mucho había devenido antinacional. En esto no hay una exclusión caprichosa, pues figuras procedentes de los sectores acomodados ocuparon su sitio en el proceso revolucionario del que Fidel nunca ha querido dejar fuera a nadie.
Esta definición de pueblo es una de las claves para descubrir lo que Julio Antonio Mella llamó el misterio del programa ultrademocrático de José Martí. España primero negó toda posibilidad al afianzamiento de un capitalismo nacional rechazando incluso las ideas de José Antonio Saco y de los reformistas y autonomistas cubanos. Después, la brutal intervención de Estados Unidos en Cuba continuó esa política imponiendo un desarrollo capitalista dependiente y deformado incapaz de representar y defender los ideales de independencia, soberanía y justicia social por los que había luchado tan duramente el pueblo cubano.
Las tesis expuestas en La historia me absolverá, la composición de clases que describe el propio documento dan la medida de cuáles son los orígenes históricos y sociales del socialismo en Cuba, El documento, por otra parte, tiene una redacción y un estilo propios de Fidel en que señala las más profundas ideas y fundamentos teóricos con un lenguaje sencillo, claro y asequible para todas las personas.
Resulta sumamente esclarecedora para enfocar acertadamente todo este proceso la definición del comunismo ofrecida por Federico Engels. Es tanto el falseamiento que se ha hecho de esta expresión que hay que volver a los forjadores para comprender el real significado que estos le conferían:
“Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal que ha de sujetarse a la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente”.
Esto fue lo que hizo la Revolución Cubana proclamada socialista el 16 de abril de 1961. Entonces nuestro Comandante en Jefe señaló que lo que no nos perdonaban era que le habíamos hecho una revolución de este carácter en sus narices. Es curioso observar que de un modo natural con una frase popular se hizo la proclamación formal del socialismo en Cuba. A Fidel, con su enorme saber e inteligencia, le fue posible explicar los fundamentos culturales del socialismo, en cuya cúspide están Marx, Engels y Lenin, sin tener que adscribirse formalmente a él.
Federico Engels decía que la civilización hasta el siglo XIX había creado prodigiosas riquezas por encima de la sociedad primitiva, pero utilizando las peores pasiones humanas y a costa de sus mejores disposiciones, y ¿cuáles son las mejores disposiciones de los hombres? Las que están expresadas en La historia me absolverá. En el recorrido de sus párrafos, el alegato de Fidel expone con brillantez el sentido ético y el contenido heroico de la historia cubana. Por todas estas razones, tiene valor como punto de referencia para los programas que pueden promoverse en el continente en este nuevo siglo a favor de un mundo mejor. No se trata de que se haga una copia mecánica, pero sí como un punto esencial de referencia.
En fin, las ideas de este documento programático toman renovada vigencia para conocer cómo Cuba transitó hacia el socialismo y cómo otros pueblos de nuestra América puedan disponer de métodos encaminados hacia la revolución social. En el fondo de la gesta del “Moncada” y La historia me absolverá está la comprensión ético-moral de combatir a la opresión y a la corrupción.
Hay cuatro ideas esenciales que desde los finales de la década del 40 y principios del 50 exaltaba la fuerza más progresista del país como consignas fundamentales:
- Libertad política,
- Independencia económica,
- Justicia social, y
- Vergüenza contra dinero[4].
Las tres primeras eran el reflejo de las luchas sociales y económicas que emprendía nuestro pueblo por su liberación. La cuarta expresa la necesidad de combatir la corrupción y la violación de los principios éticos. Esta última es cuestión clave para cualquier revolución socialista. Quien aspire al socialismo en América debe empezar como nuestro pueblo, hace más de 50 años, denunciando las violaciones de la ley y las inmoralidades, el vicio, el latrocinio y el robo de los políticos tradicionales. Por ahí empezó Cuba el camino hacia el socialismo y ahora más que nunca se empeña en ser leal a él. Es una reflexión que considero válida en las circunstancias actuales para cualquier proceso de cambio que se lleve a cabo en nuestros pueblos de América.
Como confirmación de lo expresado traigo a colación un párrafo del gran intelectual latinoamericano, el argentino Ezequiel Martínez Estrada:
“La historia me absolverá», que es la Apología de Sócrates, el Iconoclasta de Milton y la Autodefensa de Gandhi a un tiempo. Es el momento en que Fidel Castro inviste una representación, un mandato, en que «cuelga de un árbol marchito su muceta de doctor» para vestir la toga de tribuno de la plebe, de defensor de la justicia. Penetrando en la expresión de las imágenes se percibe que es el momento de la metamorfosis de quien ha muerto en el combate del Cuartel Moncada y renace, como el Fénix, en el combate por la libertad de Cuba, de América oprimida y de los pueblos humillados y expoliados. Ahora es el abanderado de la libertad, y está ahí, al lado de Martí, porque tiene que cumplir la consigna que una muerte valerosa truncó en su anterior campaña.[5]
La historia me absolverá, desde la perspectiva del medio siglo transcurrido, tiene mucho que decir para América y el mundo en el siglo XXI. Sus planteamientos y previsiones como programa forman parte ya de las realizaciones de la Revolución y del perfil revolucionario del cubano de hoy y ello le confiere una fuerza y un alcance redoblados para hacer frente a los dramáticos desafíos que tiene ante si la humanidad.
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[1] José Martí, Obras completas, t. 1, p. 93, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
[2] Armando Hart Dávalos. “Abel Santamaría”, Perfiles, Editorial Pueblo y Educación, 2002, p. 246.
[3] “ Nosotros llamamos pueblo si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento; a los quinientos mil obreros del campo que habitan en los bohíos miserables, que trabajan cuatro meses al año y pasan hambre el resto compartiendo con sus hijos la miseria, que no tienen una pulgada de tierra para sembrar y cuya existencia debiera mover más a compasión si no hubiera tantos corazones de piedra; a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del garrotero, cuyo futuro es la rebaja y el despido, cuya vida es el trabajo perenne y cuyo descanso es la tumba; a los cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya, contemplándola siempre tristemente como Moisés a la tierra prometida, para morirse sin llegar a poseerla, que tienen que pagar por sus parcelas como siervos feudales una parte de sus productos, que no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, plantar un cedro o un naranjo porque ignoran el día que vendrá el alguacil con la guardia rural a decirle que tienen que irse; a los treinta mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por la crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales; a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, , farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etc., que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica. ¡Ése es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje! A ese pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: “Te vamos a dar”, sino: ¡Aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sea tuya la libertad y la felicidad!”
Castro, Fidel. La historia me absolverá. Ediciones Políticas, p.p. 67, 69 y 71. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1975.
[4] Consigna política enarbolada por el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y su dirigente Eduardo R. Chibás y que alcanzó gran poder movilizativo popular en la lucha contra los gobiernos corrompidos de la época.
[5] Ezequiel Martínez Estrada: En Cuba y al servicio de la Revolución cubana, Ediciones Unión/Ensayo, UNEAC, 1963, pp. 14 y 15
Armando Hart Dávalos. Centro de Estudios Martianos