Desde hace más de medio siglo, llevo en el corazón las reformas de Córdoba como parte integral de los fundamentos de mi pensamiento político y cultural. Hoy, a nueve décadas de aquellos memorables acontecimientos académicos de 1918, se ve más claro la enorme trascendencia que tuvieron en toda América Latina y en la gestación de las ideas socialistas cubanas del siglo XX. En ellos están, con los antecedentes martianos y la interpretación leninista del pensamiento de Marx y Engels, las raíces más profundas de la revolución de Fidel y del Che.
Las reformas universitarias, a partir de sus antecedentes en 1918 en la ciudad de Córdoba, Argentina, están insertadas en la historia del movimiento de las ideas políticas y sociales del siglo XX. Aparecieron paralelamente al triunfo del leninismo en Rusia, a la Primera Guerra Mundial, que puso de manifiesto su carácter imperialista con el reparto de colonias y mercados y la radicalización que el plano de las ideas ello significó.
Por esas circunstancias podemos afirmar que en la historia del socialismo en América Latina, las reformas de Córdoba tuvieron un punto esencial de referencia. Fue por la vía de la cultura y del pensamiento universitario como llegaron a nuestra América las ideas socialistas y fue, desde la Argentina, donde primero se recepcionaron y multiplicaron.
Quiero subrayar el destacado lugar que en todo aquel proceso tuvieron las ideas de José Ingenieros, uno de los grandes pensadores de América. Al estudiar los jóvenes universitarios cubanos del siglo XX sus ideas, encontramos paralelo con las de José Martí. Sus textos llegaron desde el extremo sur de nuestra América a su porción más al norte, es decir, en las fronteras mismas con el imperio yanqui, y se sembraron para dejar una perdurable influencia. Tuvo conciencia de la trascendencia de Córdoba para Nuestra América y así lo señaló:
El generoso movimiento de renovación liberal iniciado en 1918 por los estudiantes de Córdoba va adquiriendo en nuestra América los caracteres de un acontecimiento histórico de magnitud continental. Sus ecos inmediatos en Buenos Aires y México, en Santiago de Chile y la Habana, en Lima y Montevideo, han despertado en todos los demás países un vivo deseo de propiciar análogas conquistas (1).
Recordemos sus ideas a favor de la integración y de la defensa de la soberanía de nuestras patrias expuestas en el documento de Constitución de la Unión Latinoamericana:
Propiciamos la Unión Latinoamericana viendo en ella la única defensa posible de nuestras respectivas soberanías nacionales contra los peligros comunes con que nos amenazan los imperialismos extranjeros, y de todos los peligros, lo declaramos sin ambages, el más inmediato en la hora actual está representado por Estado Unidos (2).
La generación revolucionaria cubana de los años 20 y 30 del pasado siglo que nos representamos en personalidades como las de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Antonio Guiteras y Raúl Roa, entre otros, y aquella que desempeñó un papel protagónico en el Directorio Revolucionario de 1927 y en el de 1930, se sintió poderosamente influida por los programas de Córdoba que incluían entre sus principios la autonomía universitaria, el cogobierno, la extensión universitaria, la periodicidad de las cátedras, los concursos de oposición, la modernización científica y la gratuidad de los estudios.
Fue una luz que se extendió por América. En Cuba aquella simiente encontró un terreno abonado por la tradición patriótica y antiimperialista del XIX, cuya cúspide más alta está, precisamente, en José Martí. Es decir, el pensamiento de Córdoba y el socialismo fructificaron en Cuba en el siglo XX a partir de la tradición cultural decimonónica, le dimos continuidad a aquel legado cultural. He ahí una clave esencial de la revolución triunfante en 1959 y cuya significación es bien conocida.
Este significativo aniversario de aquel movimiento iniciado en Córdoba nos compromete a honrar la cultura de Martí y de Ingenieros, y ello constituye una necesidad para forjar el ideario latinoamericano del siglo XXI. Será posible en la medida en que nos apoyemos en la tradición independentista vinculada a la lucha por la liberación social y nacional iniciada por Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo O'Higgins, Tiradentes y tantos más en el siglo XIX, y en la de Aníbal Ponce, José Carlos Mariátegui, José de Vasconcelos, Augusto César Sandino, Emiliano Zapata, entre otros, en el XX.
Julio Antonio Mella y los revolucionarios cubanos de la década del 20, inspirados en estas ideas, se propusieron descender de la colina, en cuya cima se encuentra ubicada la Universidad de La Habana, ascender al pueblo y tomar el cielo por asalto con la revolución social.
En 1925, Julio Antonio Mella escribió al escritor y médico argentino Araoz Alfaro lo siguiente: "Creo que la Reforma Universitaria no podrá ser definitiva con este régimen social, ni que los estudiantes podrán, ellos solos, obtener todos los fines. (…) la Reforma Universitaria es parte de una gran cuestión social, por esta causa, hasta que la gran cuestión social no quede completamente resuelta, no podrá haber Nueva Universidad"(3).
Había comprendido el joven dirigente estudiantil, asesinado con solo 25 años en México por la tiranía proimperialista de Gerardo Machado, que las verdaderas soluciones a los problemas de los estudiantes universitarios sólo eran factibles con una revolución social. Así, fundó la Federación Estudiantil Universitaria, la Universidad Popular José Martí, el Partido Comunista de Cuba, en 1925, la Liga Antiimperialista de las Américas. Como un recordatorio permanente de la influencia esencial de aquellas ideas redentoras tenemos a nuestra vista la revolución cubana, la de Fidel, la del Che. Ella nació y se desarrolló en la tierra abonada por las ideas de Córdoba.
Para una comprensión cabal de los procesos que se desarrollaron en nuestro país en las primeras décadas del siglo XX hay que tener en cuenta algunas singularidades de nuestro devenir histórico. En 1892, José Martí había organizado el Partido Revolucionario Cubano y convocado a la guerra necesaria contra el imperio español y que resultó ser la antesala del combate al naciente imperio yanqui. Julio Antonio Mella recibió esa cultura, la de Córdoba y la de Martí y asumió el reto de completar la revolución trunca por la intervención de Estados Unidos.
¿Qué enseñanza podemos extraer hoy, en el 2003, de estos orígenes y sus consecuencias ulteriores? La primera y más importante lección está en que el déficit principal de lo que se llamó izquierda en la centuria concluida fue haber divorciado las luchas sociales y de clases de la mejor tradición cultural latinoamericana. Las desviaciones que dramáticamente tuvieron lugar se derivaron del dogmatismo, hijo del divorcio entre la práctica política socialista y la cultura representada en Córdoba. Por esto, venimos con la memoria histórica a repasar esos sucesos y a solicitar que juntos, cubanos y argentinos, estudiemos cómo y porqué sucedió. Para tales fines hacen falta, como he dicho, investigaciones concienzudas cargadas de inteligencia y amor. Permítanme referirme ahora a los procesos históricos que marcaron las ideas políticas cubanas en el siglo XX.
Las ideas contenidas en las aspiraciones de redención socialista que comenzaron en Córdoba fueron después enturbiadas por la mediocridad intelectual y moral, señaladas por Ingenieros en las conclusiones de sus investigaciones sicológicas y filosóficas. Esa mediocridad está en el fondo del hecho de que no fructificara de forma arrolladora el pensamiento socialista en nuestra patria grande. Si América se distanció del ideal socialista fue precisamente porque predominaron la torpeza y la mediocridad. Por esto, invito a estudiar de forma actualizada a José Ingenieros en relación con el tema esencial de la mediocridad humana. Para ello es necesario investigar el papel de las ideas, de un lado y, del otro, el factor que entorpece su crecimiento, es decir, la incultura, la ignorancia y las ambiciones mezquinas.
Debemos trabajar con la vista puesta en unir con amor e inteligencia todos los componentes sociales que constituyen la mayoría de América. Como antecedentes de estos principios está la tradición educacional, política y cultural de nuestra América que viene desde la época de Simón Rodríguez, el maestro de El Libertador, y aun de antes; ella se expresa en la aspiración a la integración de nuestras patrias. La esencia de esta cultura tiene fundamentación y raíces sociales en el objetivo de la liberación humana y de la justicia con alcance universal; es lo que se ha llamado la cultura de emancipación. Una caracterización de ella está expresada en este pensamiento de José Martí: "Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores (4)."
Así fue como muchos universitarios de las décadas anteriores al triunfo de la Revolución llegamos al pensamiento socialista y, dadas las dificultades existentes en aquella época, pienso que haber vencido muestra la validez del pensamiento de Marx y Engels, porque a pesar de tales dificultades, asumimos el más radical ideario socialista que está en Fidel y en el Che. Desde luego, disponemos del esclarecimiento que nos brinda la cultura de emancipación de nuestra América, cuya más alta expresión teórica se halla en José Martí.
Precisamente, su aporte singular a la historia de las ideas políticas universales se fundamentó en iluminar y esclarecer con su inmensa cultura y erudición las formas prácticas de hacer política a favor de los intereses de las grandes mayorías y de la nación en su conjunto. Sobre la base de la tradición de estas enseñanzas martianas, Fidel Castro, en la segunda mitad del siglo XX forjó la unidad de nuestro pueblo para hacer la Revolución, mantenerla, desarrollarla y vencer los inmensos obstáculos que le oponían el imperialismo y las condiciones internacionales. No es fácil encontrar en la historia de los países occidentales a políticos de la estatura de Fidel Castro y de su maestro, el héroe de Dos Ríos. Esto se fundamenta en los principios éticos de valor universal de nuestra cultura y en la sólida argumentación filosófica que resulta indispensable estudiar con mayor profundidad en nuestro país y ampliar su conocimiento universal.
Cuba encontró a partir del pensamiento de Julio Antonio Mella y los que propiciaron, desde los tiempos ya remotos de Córdoba, reformas universitarias radicales y las halló en el entronque de estos principios con las ideas que venían de Lenin. Esto, desde luego, sobre el fundamento de la tradición y el pensamiento de José Martí.
Hoy, frente a la crisis de la civilización burguesa imperialista que está a nuestra vista estamos llamados a encontrar las respuestas, y por consiguiente las acciones, que demandan los colosales desafíos que tiene ante sí la humanidad. Solo asumiendo con rigor las ideas esenciales que integran el legado de los próceres y pensadores de nuestra América y de todo el mundo, incluida la mejor tradición popular y democrática del pueblo de Estados Unidos podremos articular una acción política dirigida a lograr cambios en las relaciones objetivas actuales de dominación económica del capital transnacional.
Para impedir la tragedia y alcanzar ese mundo mejor al que aspiran millones de seres humanos en todo el planeta desterremos definitivamente los ismos que debilitan la actividad creadora del hombre. Consideremos a los sabios, llámense Einstein, Newton, Marx, Aristóteles, etc., o llámese también Che Guevara, no como dioses que todo lo resolvieron adecuadamente sino como gigantes, que descubrieron verdades esenciales que son puntos de partida para descubrir otras verdades que ellos, en su tiempo, no podían encontrar. Esto es, afirmarse en el pensamiento del Che Guevara, de Marx, Engels, Lenin, Martí y de todos.
Para establecer la verdadera significación y alcance del pensamiento de los grandes pensadores de la historia universal es necesario tomar en cuenta sus vínculos y relaciones con otras figuras sobresalientes de la historia. A manera de ejemplo podemos analizar los nexos entre las ideas y acciones de Eloy Alfaro con las de Simón Bolívar, Benito Juárez, Félix Varela que tiene en común representar la mejor cultura jurídica y ética de la tradición liberal latinoamericana y caribeña que es bien distinta a la de Europa y Estados Unidos.
Por eso he afirmado que hay dos liberalismos, el europeo, que nació con la Revolución francesa con su célebre consigna de libertad, igualdad y fraternidad pero referida al derecho de propiedad y que en la práctica abarcó incluso que unos hombres tuvieran derecho de propiedad sobre otros hombres, es decir, la esclavitud. La mejor tradición del siglo XVIII francés se trasformó así, sobre todo a partir de Napoleón y la Santa Alianza, en la negación de los derechos universales del hombre.
En cambio, en América Latina y el Caribe, la revolución de Haití condujo a la liberación de los esclavos y se promovieron principios liberales fundamentados en el derecho de libertad, igualdad y fraternidad de todos los hombres sin excepción. Aquí seguimos otro camino radicalmente diferente al europeo.
Es decir, lo que diferencia el liberalismo latinoamericano y caribeño del europeo norteamericano está en la raíz misma de su surgimiento y desarrollo a finales del XVIII y principios del XIX. Precisamente por estas razones, las ideas y cultura que representan el liberalismo latinoamericano se pudieron articular con el ideario socialista en el siglo XX. El cubano Julio Antonio Mella y el peruano José Carlos Mariátegui, constituyen símbolos de ese empalme ideológico entre la tradición liberal y las ideas socialistas que esta presente con fuerza en los acontecimientos que se iniciaron Córdoba.
Tiene, por tanto, una gran importancia teórica y práctica identificar la existencia de dos liberalismos diferentes: uno que pudo enlazarse con el pensamiento más elevado de Europa en el siglo XIX y principios del XX, el de Marx, Engels y Lenin; y otro que quedó estancado en las ideas decimonónicas que permitieron la sobrevivencia de la esclavitud en Estados Unidos hasta Lincoln, en 1865. Sus secuelas de discriminación racial llegan hasta nuestros días y se observa, además en el tratamiento que se les da a los inmigrantes. Estados Unidos es una sociedad integrada por inmigrantes que discrimina a todos los que no son blancos sajones.
Articular esas ideas nos facilitará encontrar los caminos que nos conduzcan al pensamiento filosófico que necesita el siglo XXI.
Nuestro sentido homenaje a todos los que lucharon y continúan luchando desde la Universidad por las radicales transformaciones que nuestros países reclaman haciendo realidad aquel mandato martiano contenido en estas dos ideas: "Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas (5)" . "Ser culto es el único modo de ser libre (6)".
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1 - Citado por Raúl Roa, La actitud política y social de José Ingenieros. Bufa subversiva, Habana, 1935. Conferencia leída el 31 de octubre de 1929 en la Asociación de Estudiantes de Derecho, Universidad de La Habana. p. 29
2 - Ibídem p. 33
3 - Froilán González y Adys Cupull. Hasta que llegue el Tiempo, Editora Política. 1989 P. 197
4 - José Martí, Obras completas, t. 6, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 19.
5 - J. Martí, O. C. Nuestra América, t. 6 p. 18
6 - J. Martí, O.C. t. 8, p. 289, Editora Nacional de Cuba, 1964
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