El primer centenario de la Independencia Argentina que acaba de transcurrir
será recordado en los tiempos venideros con el mismo entusiasmo con que se
recuerda hoy la revolución libertadora de 1810. Así hablan a pleno pulmón
los venales pregoneros del patriotismo de este país tan grande y tan
desgraciado al propio tiempo. Nosotros también afirmamos que la semana de
Mayo que ha fenecido perdurará largamente en las memoria de las generaciones
venideras, pero no porque sus días hayan sido de grande, hondo regocijo
patriótico, sino por la magnitud de las ignominias cometidas en nombre del
orden y la autoridad de los tiranos del oro y del poder, que han convertido
al país en una factoría.
Alberto Ghiraldo
Hoy, 14 de mayo, se cumplen cien años de la noche en que, en el marco de la
celebración del Centenario de la Revolución de Mayo, “manifestaciones
patrióticas” de estudiantes, niños bien, policías y miembros de los clubes
elegantes destruyeron e incendiaron los locales de los periódicos obreros La
Vanguardia, La Protesta, La Batalla y Acción Socialista. También atacaron,
al grito de “Abajo la anarquía”, “Mueran los gringos”, “Muera el
anarquismo”, “Abajo la huelga”, “Mueran los obreros”, “Viva la patria” y
“Viva la ley de residencia” (1), la sede de México 2070, de la Confederación
Obrera Regional Argentina (CORA), la principal central sindical de la época,
donde encontraron resistencia, por lo que volvieron posteriormente, con
apoyo policial y de los bomberos, y destrozaron el local.
Esos actos de vandalismo, que incluyeron la destrucción de la librería de La
Vanguardia, cuyos libros destrozados fueron llevados como trofeos agitados
por los manifestantes ante el presidente de la República, Dr. José Figueroa
Alcorta, fueron precedidos por el encarcelamiento de los miembros del
Consejo Federal de la FORA y del Comité Central de la CORA (2), realizados
ilegalmente, antes de que en sesiones vertiginosas el Congreso Nacional
aprobara el pedido del Poder Ejecutivo de establecer el estado de sitio.
En una nota editorial del 27 de mayo de 2009, el diario La Nación admitió
que las celebraciones del Centenario de la Revolución de Mayo se realizaron
bajo el régimen del estado de sitio. Y atribuyó la necesidad de esa ley a
que “arribaban representantes extranjeros que, como en casi todos los
países, eran amenazados por los atentados anarquistas”. Semejante
tergiversación de la historia resulta coherente con la manera en que ese
mismo diario informó en mayo de 1910 acerca de lo que estaba ocurriendo en
las calles de Buenos Aires: el 15 de mayo se refirió a la “nota vibrante, la
primera de las fiestas nacionales [que] dieron los estudiantes
universitarios en la manifestación realizada en la mañana de ayer” que
culminó con un acto en la Plaza de Mayo, pero no publicó una sola línea
sobre los hechos ocurridos en la noche del 14. Tampoco lo hizo al día
siguiente, salvo para referirse vagamente a “que algunos manifestantes
habían sostenido diversos tiroteos en las calles” y “un incidente ocurrido
en aquella sección la noche anterior” (3), y a que “unos individuos que se
hallaban parapetados en la calle Méjico 2070 hicieron fuego de revólver
contra un grupo de estudiantes” (nada dice acerca del por qué de la
presencia de esos estudiantes en el lugar) e hirieron a cinco, por lo que
“sus compañeros, indignados por el ataque, penetraron en el local,
destrozando cuanto dentro de él había” (4).
En cambio, ese mismo día, se refirió a las manifestaciones “improvisadas por
la noche sin que mediase citación alguna, como si los estudiantes, deseosos
de exteriorizar los sentimientos que los agitan, se hubiesen concertado en
grandes masas por virtud de un ineludible impulso que a todos alcanzó con
igual vehemencia” (5), sin hacer la más mínima alusión a que los
manifestantes imponían un “severo castigo a quienes no se descubrieran a su
paso o no coreasen sus estribillos” (6), como le ocurrió al escritor, pintor
e ideólogo del movimiento modernista catalán, Santiago Rusiñol, que mientras
paseaba por la Avenida de Mayo fue acosado y golpeado por un grupo de
jóvenes porque no se descubrió y gritó “Viva la Patria” lo suficientemente
rápido. (7)
Existen, sin embargo, otras descripciones de estas manifestaciones
“patrióticas”: los relatos de tres testigos y protagonistas de los hechos y
del mismo Comité Ejecutivo del partido Socialista Alberto Ghiraldo, poeta
anarquista y director de la revista Ideas y Figuras se refiere así a esos
días del Centenario: “(...) mientras los grandes rotativos, con gerencia en
París algunos, aprovechaban la falta de fiscalización para mentir hechos y
entregar a la picota a todos los amigos de la libertad; (...) otros
acontecimientos se han desarrollado y que a pesar de haber hecho retroceder
en miles de años el espíritu de la civilización nadie se atreve a develar…”
(8). Sebastián Marotta, militante de la Confederación Obrera Regional
Argentina, describe a los manifestantes como “una muchedumbre de gente
adinerada, diputados, empleados de gobierno, sirvientes, policías y
militares” (9).
Eduardo G. Gilimón, militante anarquista y redactor de La Protesta,
caracteriza a las manifestaciones como “Nada más alejado del sentimiento
patriótico, que es por naturaleza, por ser sentimiento, espontáneo, que
aquellos malones organizados y dirigidos por la policía” (10). El Partido
Socialista las calificó de “turbas salidas de los clubes y garitos
elegantes, de los colegios de frailes y de la comisaría de investigación,
esa tenebrosa repartición titulada por sarcasmo de orden social”. (11)
Algunas de las descripciones incluyen entre los que encabezaron las
manifestaciones que culminaron en los ataques a los locales obreros a
figuras prominente de la política y la “sociedad” del momento: el barón
Antonio De Marchi, el ingeniero Carlos Aubone, el capitán Lara, los
diputados nacionales Carlos Carlés y Pedro Luro, Juan Balestra, el comisario
Reynoso y el estudiante Alonso Criado (12). Y hay suficientes indicios de
que no se trataba sólo de manifestaciones patrióticas que pudieran
presumirse espontáneas: en la Sociedad Sportiva Argentina (13), el Club
Gimnasia y Esgrima y la Sociedad Hípica (14) se realizaron reuniones “con el
fin de organizar una policía auxiliar de ciudadanos” (15). Ghiraldo afirma
que de la Sociedad Hípica salieron las armas utilizadas en los asaltos ya
referidos.
Pero probablemente no fue sólo de allí: instituciones religiosas pidieron
armas a la policía, cuyo jefe recomendó al ministerio del Interior
entregarlas (16); el ministro del Interior, Dr. Gálvez, manifestó que “(...)
muchos padres de familia alarmados (...) arman el brazo de sus hijos para
que hagan respetar la escarapela nacional que llevarán ese día” (17). Carlos
Saavedra Lamas, en su intervención en el debate sobre la ley de defensa
social, aludió a versiones que indicaban que mientras se realizaban estas
manifestaciones “(...) se abrían los cuadros de la policía para llevar la
colaboración de los estudiantes, introduciendo un principio absolutamente
desconocido de una acción conjunta de estudiantes y de soldados en el
cumplimiento de los deberes del estado para la conservación del orden y la
estabilidad social” (18), a lo que el ministro Gálvez respondió que “Hubo
muchos estudiantes que fueron a ofrecerse para servir de agentes de
investigaciones, de defensores del orden público, en momentos de verdadera
efervescencia popular” (19).
Las manifestaciones nocturnas no se limitaron al día 14. En la noche del 15
los manifestantes fueron al llamado “barrio judío” (20), donde destruyeron y
saquearon un almacén en Lavalle y Andes (hoy J. E. Uriburu) (21) y otro en
Lavalle y Talcahuano, cortaron barbas de “lamentables ancianos” (22),
violaron mujeres (23), destruyeron muebles en un restaurante y un prostíbulo
(24); una numerosa columna tiroteó e incendió la imprenta y librería de
Bautista Fueyo, ubicada en el Paseo de Julio, frente a la estación Retiro;
Fueyo, acusado de anarquista, se defendió a balazos e hirió a varios antes
de ser tomado preso por la policía sin que se supiera de su paradero durante
una semana (25).
El 16 la muchedumbre, al grito de “¡A la Boca! ¡A Barracas!”, amenazó con
atacar varias sedes sindicales, entre ellas la del Sindicato de Conductores
de Carros; pero cuando la columna había comenzado a marchar, el Dr. Balestra
llegó con la noticia de que en los barrios obreros se preparaban para
defender los locales sindicales; al grito de “A la pirámide de Mayo!” los
manifestantes decidieron no abandonar su territorio. A la noche siguiente,
después que el comisario de la seccional 26ª hizo desalojar a todos los
grupos obreros de almacenes y bares y detener a quienes estuvieran cerca del
Sindicato de Conductores de Carros, volvieron a reunirse los manifestantes,
pero nuevamente desistieron de ir a los barrios obreros, donde militantes
obreros se habían acantonado en las casas cercanas al local (26).
En esos días también fueron asaltados y destruidos los muebles del local de
la Federación Obrera Local, en La Plata, y locales obreros en Rosario, donde
hubo algunos heridos. Mientras tanto, continuaron los apresamientos de
militantes obreros, que llegaron a alrededor de 500, entre presos y
deportados. (27)
¿Qué había desatado esa furia que se presentaba como patriótica pero que era
fundamentalmente clasista, antiobrera? ¿Eran las amenazas de bombas contra
los dignatarios extranjeros, como atribuye hoy La Nación?
No. Fue la amenaza de declaración de una huelga general. Y esta huelga,
convocada para el 18 de mayo ¿era una huelga revolucionaria dirigida a
deponer al gobierno y transformar de raíz el sistema institucional jurídico
y político, a modificar el sistema económico basado en la propiedad privada
de los medios de producción y de cambio?
Tampoco. Era una huelga que reclamaba la libertad de los presos obreros
(muchos de ellos apresados en la Semana Roja de 1909 y que no habían sido
liberados a pesar del compromiso asumido por el gobierno), la derogación de
la ley 4144, llamada de Residencia (que permitía expulsar del país, sin
juicio ni defensa, a los extranjeros que el gobierno considerara
“indeseables) y la amnistía para los infractores a la ley de servicio
militar. En abril de 1910 el Consejo de delegados de la recientemente
formada CORA, surgida la unión de la UGT y sindicatos autónomos, resolvió
declarar una huelga general “en defensa de la libertad de la clase obrera en
la ocasión propicia del Centenario” (28).
El 1º de Mayo hizo público un manifiesto en ese sentido y reiteró la
decisión de declarar la huelga general si no se derogaba la ley de
Residencia. Entre otros conceptos el manifiesto decía que “La única
celebración que podemos hacer en las fiestas centenarias es que ellas sean
el motivo para que se consagre la conquista de una libertad. ¡Será así que
la libertad se conmemorará con la conquista de más libertad!” y anunciaba
que “Más y más luchas se han de producir hasta que del horizonte de la vida
combativa del proletariado desaparezca ese nubarrón [la Ley de Residencia]
que intercepta los rayos del sol de sus libertades”.
También reclamó la libertad de “los presos que yacen en las cárceles por
cuestiones obreras”, y anunció que, si no se aceptaban estas demandas, “la
huelga general estallará en la víspera del 25 de Mayo, como un mentís a
cuantas libertades quieren celebrarse y exhibirse ante el mundo civilizado”.
El inicio de la huelga se fijó para el 18 de mayo. Paralelamente, el día 8,
la FORA realizó un mitin multitudinario contra el maltrato a los presos en
la Penitenciaría Nacional y anunció que realizaría también la huelga general
desde el 18.
Especialmente ilustrativo de las metas de quienes declararon el estado de
sitio y de quienes realizaron los ataques a los locales obreros resulta el
asalto a La Vanguardia. El Partido Socialista privilegiaba la lucha
parlamentaria, rechazaba la huelga general revolucionaria y consideraba que
“La huelga general es en todo caso un procedimiento extremo y se acompaña de
graves inconvenientes para el pueblo (...) ejercita sentimientos, pero muy
poco o nada las aptitudes creadoras del pueblo.
No hace adelantar un paso su educación técnico-económica, si bien puede dar
impulso a su educación política” (29). Con ese fundamento el PS se oponía al
uso sistemático de la huelga general. Y específicamente se opuso a la
declarada por la CORA y la FORA en mayo de 1910: el periódico partidario,
“respetuoso del tradicionalismo sincero de muchos ciudadanos, había
combatido el propósito de perturbar las fiestas con agitaciones
extemporáneas” (30). Sin embargo, como ya se dijo, la noche del 14 de mayo
la sede de La Vanguardia. Confiado en su oposición a la huelga, el PS había
pedido protección a la policía. Craso error: “La policía armada, cuyo apoyo
habíamos solicitado en previsión de un ataque, estaba allí representada por
gran número de oficiales, y agentes a caballo y a pie; pero no para amparar
nuestro diario, que, demasiado confiados, habíamos dejado indefenso, sino
para traicionarnos, proteger a los asaltantes, prestarles sus armas, y
apartar del triste espectáculo a las personas del pueblo que contemplaban
atónitas tanta barbarie.
Y la administración de nuestro diario, su librería de obras escogidas y
clásicas, sus máquinas, la imprenta toda creada por el inteligente
sacrificio del pueblo, han sido destruidas a los gritos de Viva la patria!
Viva la policía!” (31). Cuando Juan B. Justo, director del diario, increpó
al comisario Reynoso presente en el lugar, para que detuviera el ataque,
recibió por contestación “Los muchachos están entusiasmados” (32). Después
del ataque “Toda la maquinaria, desde las graciosas minervas a la gran
rotativa, aparecía herida de muerte; los grandes rollos de papel yacían
acuchillados como víctimas propiciatorias de un salvaje odio, y entre los
muebles destrozados y cristales rotos y puertas astilladas a machetazos, un
busto de Marx, degollado (...)”(33). Según la declaración socialista, los
manifestantes llevaron “como trofeos jirones de libros y pedazos de máquina
de imprimir” para exhibirlos ante el presidente Figueroa Alcorta, a quien
vivaron a la salida de un banquete. (34)
No eran, pues, sólo los anarquistas ni las supuestas menazas de bombas, lo
que impulsó al gobierno a declarar el estado de sitio ni a los manifestantes
a destruir los periódicos y locales obreros. Todas las corrientes del
movimiento obrero (excepto los pro-patronales Círculos de Obreros Católicos)
eran consideradas enemigas por las clases dominantes.
Y el ataque contra aquellas no se desató por la amenaza de atentados
anarquistas sino por la declaración de la huelga general por la libertad de
los presos y la derogación de la ley de Residencia. En palabras de Manuel
Carlés “En las actuales circunstancias en que además de la fecha histórica
que celebramos, la República Argentina se siente cruzada por treinta y cinco
mil vagones que transportan quince millones de toneladas, fruto de veinte
mil hectáreas, que representan el trabajo de dos millones de almas, ¿es
posible suponer, señores diputados, que tanto esplendor, que tanta
prosperidad y trabajo puedan ser interrumpidos por las perturbaciones de
facciosos interesados en mantener el desorden?” (35).
Era la convicción de defender su posición social y sus negocios frente a lo
que consideraban una “degeneración”, un “crimen” que atacaba el orden social
establecido. Por eso los ataques a los locales obreros exceden largamente a
una acción policial; pueden aparecer como espontáneos, pero lo espontáneo no
es más que la forma embrionaria de lo consciente y resulta claro que es su
conciencia de clase propietaria lo que hace que la burguesía argentina
sienta amenazado su orden social.
Esto es lo que se evidenciará también, algo más de un mes después, cuando se
discuta en el Congreso Nacional el proyecto de ley de Defensa Social.
Nicolás Iñigo Carrera / Fundación Juan B. Justo
Notas:
1) Ghiraldo; “Nuestra crónica”, Ideas y Figuras , Año II, Nº 34, 1º de
octubre de 1910. Marotta; El movimiento sindical argentino; Buenos Aires,
Lacio, 1961; tomo II; pp. 74.
2) Abad de Santillán; La Fora; Utopía Libertaria, 2005;; pp. 206-7.
3) La Nación; 16/5/1910, p. 8.
4) La Nación; 16/5/1910, p. 11.
5) La Nación; 16/5/1910, p. 8.
6) Marotta; op. cit.; p. 72.
7) Marotta, op. cit. y Ghiraldo, op. cit.
8) Ghiraldo, op. cit.
9) Marotta, Sebastián; El movimiento sindical argentino; Buenos Aires,
Ediciones Lacio, 1961; tomo II, p.73.
10) Gilimón, Eduardo G.; Un anarquista en Buenos Aires; Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina; 1972, p.106.
11) Declaración del Comité Ejecutivo del PS de mayo de 1910; reproducida en
Oddone, Historia del socialismo argentino; Buenos Aires, La Vanguardia,
1934; tomo II, p. 79.
12) El barón Antonio De Marchi era yerno y vocero político del ex presidente
Roca, Director de Paseos de la Ciudad de Buenos Aires en 1910, fundador del
Automóvil Club Argentino y difusor del tango en París y en Buenos Aires; el
ingeniero Carlos Aubone había sido Secretario General de la Policía de la
Capital entre 1904 y 1906 por lo que ocupó la jefatura varias veces; Carlos
Carlés era hermano de Manuel, futuro fundador de la Liga Patriótica, y como
él, diputado nacional en 1910; Pedro O. Luro, casado con una sobrina de
Roca, también era diputado nacional en ese momento, fue varias veces miembro
de la Comisión Directiva del Jockey Club de Buenos Aires y fundador de la
Asociación Amigos de la ciudad, además de estar vinculado a la actividad
bancaria; Juan Balestra, varias veces diputado nacional hasta 1906, ex
gobernador de Misiones y ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública
durante la presidencia del Dr. Carlos Pellegrini, también fue miembro de la
Comisión Directiva de la Sociedad Rural Argentina.
13) Marotta; op. cit.; pp. 72-3.
14) Ghiraldo; op. cit.
15) Ghiraldo; op. cit.
16) Archivo General de la Nación - Fondo Ministerio del Interior, 1910;
Legajo 8; Documento sección 1 Letra P Nº 2133. La Policía de la Capital
solicitó 225 carabinas Remington, con sus correspondientes portamuniciones y
22.500 tiros de guerra “con destino a instituciones religiosas, que abrigan
temores de ataques por parte del elemento anarquista”. Las instituciones
eran el Asilo Dulce Nombre de Jesús, Convento Padres Argentinos, Colegio del
Huerto, Casa de Misericordia, Colegio de la Anunciación, Colegio Hijas del
Divino Salvador, Monasterio de las Monjas Teresas, Colegio José Manuel
estrada, Colegio Hermanas Dominicas, Iglesia del Carmen, Colegio Nuestra
Señora de la Misericordia, Casa San Antonio. El documento no deja en claro
si efectivamente se entregaron las armas.
17) Cámara de Diputados; Diarios de sesiones; 13 de mayo de 1910; p. 55.
18) Cámara de Diputados; op. cit.; p. 319-20.
19) Cámara de Diputados; op. cit.; p. 321. El ministro adujo que por eso fue
que el PE pidió la ley de Estado de Sitio “para evitar la acción de esa
juventud y del pueblo que se lanzaba a la calle (...)”, afirmaciones
refutadas tanto por los hechos que relataremos más abajo como por la
presentación del PE en la sesión donde se aprobó dicha ley.
20) La periodista y conferencista española, librepensadora, anticlerical y
anarquista, Belén de Sárraga, que estaba en Buenos Aires, escribió: “(...)
contemplé el barrio ruso, hasta donde llegó la cólera invasora, que
pretendía acaso vengar en inocentes la muerte de Falcón. Puertas arrancadas,
ventanas con los vidrios rotos, caras asustadas y recelosas; esto vi; y
sobre los mismos edificios heridos por piedras y machetes, en nombre de un
extravagante patriotismo, la bandera argentina puesta allí como pedido de
misericordia de las víctimas, parecía contener la furia de los victimarios”
(“Locura Patriótica”; en Ideas y Figuras; Año II, Nº 34, 1º de octubre de
1910; s/p.).
21) Marotta; op. cit.; pp. 75. Probablemente el mismo que Ghiraldo ubica en
Viamonte y Andes.
22) Ghiraldo; op. cit. Este mismo autor relata que “Está demostrado, decía
un sabelotodo en un tranvía: el 99 por ciento de los anarquistas son rusos,
si, señor, rusos”. Recuérdese que cinco años antes había estallado la
revolución de 1905 en el Imperio Ruso.
23) Boletín de la CORA citado en Marotta; op. cit.; p.76.
24) Ghiraldo; op. cit.
25) Ghiraldo; op. cit. Este autor no hace referencia a la resistencia armada
de Fueyo.
26) Marotta; op. cit.; pp. 76-7.
27) Marotta; op. cit.; p. 77.
28) Manifiesto de la CORA, citado en Marotta; op. cit., p. 422
29) Justo, Juan B.; Teoría y Práctica...; op. cit.; pp. 454-5.
30) Declaración del CE del PS de mayo de 1910; reproducida en Oddone, op.
cit.; p. 79.
31) Declaración del CE del PS reproducida en Oddone, op. cit.; p. 80. La
Vanguardia no pudo publicarse por tres meses; reapareció por una suscripción
popular que reunió $ 25.000.
32) Marotta; op. cit.; p. 73. Después de estos hechos el comisario de la
sección 14ª fue suspendido y ante la protesta formal de los socialistas, el
Jefe de la Policía de la Capital, Cnel. Dellepiane (futuro jefe de las
tropas que sofocaron a sangre y fuego las manifestaciones de la llamada
“Semana Trágica” de enero de 1919) ofreció pagar los daños con dinero de la
policía (Marotta; op. cit.; p. 73), lo que fue rechazado por el PS: “Para la
ofensa brutal y el daño que se nos ha inferido, no esperemos más reparación
que la que sepamos darnos nosotros mismos” (Declaración del CE del PS
reproducida en Oddone, op. cit.; p. 81).
33) Belén de Sárraga, op. cit.
34) Declaración del CE del PS reproducida en Oddone, op. cit.; p. 81.
35) Cámara de Diputados; op. cit, p. 57.