El Día que…

 

En el constante hacer y trajinar por alcanzar un mundo más justo, todos y todas los que nos sentimos “Revolucionarios”, muchas veces caemos en yerros que en realidad echan por tierra lo que predicamos, con la misma facilidad con que el mar se lleva nuestros castillos de arena.

 

Si vamos a la etimología de la palabra “revolucionario” encontraremos acepciones como: “que produce cambios profundos”.

O la que se extiende argumentando que para serlo hay  condiciones sine qua non, que se ensamblan con la igualdad, la solidaridad, el despojo de actitudes incorporadas cultural y ancestralmente, y la capacidad de querer transformar un sistema que prioriza lo material a lo humano, la mentira ante la verdad.

 

Osadía, creatividad, arrojo, desprendimiento, humanismo, ternura, romanticismo, es lo que debemos poseer para considerarnos verdaderamente revolucionarios, aunque a la vez existan otras condiciones que muchas veces omitimos.

 

Imposible no recordar la frase que inmortalizó un inmortal, Ernesto “Che” Guevara, quien estampó su sello inolvidable al decir, pero sobre todo, al sentir:

“Recuerden que el eslabón más alto que puede alcanzar la especie humana es ser revolucionario”.

 

Sin pretender “arrojar la primera piedra” o mucho menos, levantar agitando el dedo acusador, creo que podríamos acercarnos al concepto que cada uno agregue del ser revolucionario, el día que:

 

  • …aprendamos a hablar de nosotros, no de mí.

  • …dejemos de pretender ser jefes, concientes de que hacen falta muchos soldados para girar esta historia en la que nos introdujeron a fuerza de olvido, marginación, propaganda, que tantas veces acabamos consumiendo.

  • …comprendamos que no hago, sino hacemos.

  • …seamos capaces de entender que nuestro compañero/a tal vez no transite la misma vía que transitamos, pero que la meta final de ambos puede ser la misma, y que al arribar debemos encontrarnos en el más fuerte abrazo, sin pensar cuál es el que llegó primero…

  • …ni se nos ocurra pensar que descalificando a nuestros pares, escalaremos los peldaños de la absurda escalera de la competencia exacerbada, símbolo innegable de lo que aseguramos “combatir”.

  • ...estemos realmente preparados para recordar que muchas veces nuestro pasado pudo ser muy similar al que hoy, por ahí, consideramos equivocado.

  • …tengamos la altura moral de sumarnos a la iniciativa de un compañero/a, aunque no se nos haya ocurrido antes.

  • …dejemos de pretender que sean solidarios con nosotros, por el sólo hecho de que somos solidarios con los otros. La solidaridad, no se cobra…

  • …logremos comprender que quien hoy  nos necesita, no necesariamente debe responder nuestras inquietudes, considerando que las circunstancias de los otros, tal vez no sean las mismas que las nuestras.

  • …aprendamos a ver dónde se sitúa el verdadero enemigo, sin sentirnos los únicos, los imprescindibles, pues para esto último hace falta que el otro nos sienta así.

  • …dejemos de conspirar, contra nosotros.

  • …nos despojemos de la soberbia.

  • …seamos capaces de dejar los personalismos.

  • …arranquemos de cuajo el criterio “yoísta”, tan pernicioso como funcional al sistema que reprobamos.

  • …asumamos nuestras propias debilidades.

  • …abandonemos el facilismo.

  • …seamos capaces de asumir nuestros errores.

 

Hace falta mucha coherencia en el decir y en el hacer, no caer en la absurda pretensión  de poseer “títulos o grados” alcanzados a costa hasta de inmoralidades, en los que nos apoyemos para trepar por sobre las cabezas de nuestros/as propios compañeros/as.

 

Ser “revolucionario” no es sentirse el mejor, sino tratar de ser cada día más humanos, menos altaneros y mucho, mucho más solidarios, de lo que tantas veces creemos ser.

Emplear la crítica pero jamás como un medio  descarnado que convierta a quien tenemos cerca, que es al fin quien sueña los mismos sueños tratando de alcanzar el mismo objetivo, como el enemigo más acérrimo, el más equivocado, el tonto o el ignorante…

 

Es dejar de ser pequeños engendros de soberbia,  seres “iluminados” entre las verdaderas sombras de nuestras propias miserias.

 

Somos únicos e irrepetibles, lo cual no indica que seamos irrepetiblemente únicos…

 

Ayudémonos entre nosotros, seamos capaces de enlazar almas y manos, corazones y sentimientos, porque los palos y las ofensas nos llegan diariamente de parte de quienes pretenden desmovilizar nuestro proyecto, pero al final de nuestra historia, tantas veces desdichadamente, terminamos tratando de utilizar las mismas armas que ellos usan, con la tremenda diferencia que nosotros las empleamos:

 

Contra nosotros mismos…

 

Ingrid Storgen

Setiembre de 2007

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