Sólo los judíos humanitarios, progresistas y revolucionarios podrán frenar
la furia homicida del Estado de Israel. Otras fuerzas están coadyuvando:
Hamás en Gaza, Hizbulá en Líbano, países como Irán y Siria o la corrompida
Autoridad Nacional Palestina de Cisjordania inclusive, resisten las
embestidas del pueblo elegido.
Sin embargo, sobre los judíos conscientes (y en particular los de Estados
Unidos) empieza a recaer el peso mayor para contener a la bestia alimentada
por Washington. La creciente incidencia del movimiento antisionista
internacional pregunta qué va primero: ¿ser judío, o ser humanitario,
progresista y revolucionario?
Ser o no ser. ¿Ser qué? ¿No ser qué? Nuestra escala de valores coincide con
la inculcada por Arnulfo Romero, Leónidas Proaño, Samuel Ruiz o, sin ir
lejos, el padre Miguel Concha, quienes enaltecen las convicciones y fe de
las personas que, sobre sus credos, consagran los valores de la dignidad y
la decencia.
Que la premisa nos permita reiterar que los gobernantes de Israel no son
judíos. Son asesinos. Asesinos que lejos de velar por la seguridad de su
Estado, o de transmitir la filosofía de tolerancia del judaísmo, responden
al mesianismo financiero de Wall Street y a la agenda imperial de Estados
Unidos en el mundo.
Bajo la dictadura de Hitler, no ser nazi era exponerse a ser considerado un
alemán a medias. Y en Israel, progresivamente, se fue implantando la idea de
que el buen judío sólo podía ser sionista. Hay que terminar, entonces, con
la doctrina que asocia judaísmo y sionismo para justificar las atrocidades
de un Estado terrorista.
Hace sólo 65 años, luego de que la ex Unión Soviética pulverizó a los
invencibles ejércitos de Alemania, las democracias del llamado mundo libre
consintieron en realizar lo impensable: disolver y juzgar al Estado nazi,
por genocidio y crímenes de guerra.
Hoy, lo impensable es imaginar que el Estado sionista será disuelto y
juzgado por iguales motivos. ¿Hay otra salida? Desde su fundación, Israel ha
boicoteado todas las iniciativas de paz, usándolas como zanahoria para
encubrir y avanzar en su política anexionista.
Dos estados… observemos el mapa de Palestina y preguntémonos si tienen
viabilidad. Para ganar tiempo y ocupar territorios, Israel forjó una piel de
leopardo cartográfica, en la que ya resulta imposible precisar qué pedacito
de tierra le correspondería a uno u otro Estado. Con temor, algunas almas
nobles apoyan el proyecto de dos estados. Y omiten la exigencia de Israel:
que uno de los estados carezca de fuerzas armadas, aeropuertos, controles
sobre su territorio o partidos políticos que califica de fundamentalistas.
Las nuevas generaciones de israelíes (palestinos y árabes incluidos)
requieren cohabitar en un Estado seguro. O sea, liberado del sionismo.
Porque el enemigo principal no está fuera de las fronteras imprecisas de
Israel, sino en la ideología pervertida que hizo de Dios, su Dios, el primer
soldado de la seguridad nacional y el pueblo elegido.
La idea de pueblo elegido consiste en negar al otro. Naturalmente, en
distintas etapas de la historia no han faltado los imperios que, manipulando
los credos religiosos, se sintieron elegidos. ¡Dios lo quiere! En efecto.
Sólo que Israel posee un arsenal de bombas nucleares para demostrarlo.
En agosto de 1945, las imágenes de los hongos nucleares sobre Hiroshima y
Nagasaki perturbaron y quitaron el aliento a la humanidad. Ahí están los
documentos filmados y los informes que describen las consecuencias, el día
después, ampliamente divulgados. Pero en comparación, se trata de imágenes
que corresponden al paleolítico de la tecnología bélica moderna.
Las grandes potencias han venido usando sus arsenales nucleares para
negociar posiciones geopolíticas. Juego irracional y demente que, con todo,
conlleva matices racionales. Pues ya no estamos en 1945, cuando un solo país
disponía de la bomba.
¿Quién duda aún acerca de lo que Hitler (encarnación de otro pueblo elegido)
hubiese hecho en caso de haber tenido la bomba? De modo que si los políticos
al frente de la nave global continúan practicando la política del avestruz,
demos por seguro dos cosas: 1) que Israel usará sus armas nucleares sin
remordimiento alguno, y 2) que Washington dirá que Israel tenía derecho a
defenderse.
No se trata de un asunto lejano, o del odio entre árabes y judíos, tal como
sostienen los espíritus ligeros, desinformados o cómplices por omisión de
los crímenes del sionismo. No. Israel está listo y, en cualquier momento,
puede atacar con armas nucleares a sus enemigos. Momento a partir del cual
empezaremos a mirar con nostalgia este mundo que hoy nos parece irracional.
La derrota del sionismo será posible cuando los judíos de Estados Unidos
emplacen a los políticos guerreristas que los representan, poniendo punto
final a las impunidades del terrorismo israelí. No es imposible. Lo
imposible es discutir con Dios. Y más cuando, a pesar de su poder, se siente
víctima, débil y agredido.
José Steinsleger
La Jornada