A pesar de que no seguí sus pasos políticos (ya que junto con otros compañeros me aboqué a formar el PCT), Carlos nunca dejó de sembrar una relación de afecto para conmigo. No había en él mezquindad alguna. Abría las puertas de su casa con sincera generosidad y sobre todo fraternidad. Sus reuniones siempre tenían como premisa compartir el pan, el vino y la política. Pero así como fomentaba la amistad, era implacable a la hora del debate, y estrictamente riguroso en lo ideológico. Al mismo tiempo, nunca dejaba de aprender, y de reconocer cuando se equivocaba. Un tipo sabio, se podría decir. Un marxista cabal, que a la vez que defendía sus posturas con pasión, era un férreo defensor de la democracia proletaria, ésa que muchas veces lo dejaba en minoría.
Últimamente, los vaivenes de la política nos habían empujado en direcciones encontradas, pese a lo cual nunca dejamos de practicar nuestra tradición de cenar juntos al menos una vez por mes, en mi casa o en la de él. Mucho habíamos compartido en los últimos años, mucho habíamos debatido e impulsado en la clase obrera. Sabíamos que teníamos el mismo objetivo: la Revolución y el Socialismo.
Voy a extrañar a este “trosko” inigualable. A su calidez, su alegría y su sonrisa eterna. No es poca cosa construir a pesar de los matices, y nosotros construimos una sincera amistad. Por eso el dolor de esta absurda muerte. Un par de días antes habíamos arreglado por teléfono cenar el viernes, como acostumbrábamos. El jueves el corazón ya baqueteado y mal tratado por un cigarrillo que se empecinaba en no dejar, dijo basta a tanta entrega, a tanta pasión por la causa revolucionaria. Fue la única vez que me falló.
Carlos Jacob, Carlitos, nos deja a quienes lo conocimos un tremendo vacío por su ausencia, pero un legado revolucionario que lo mantendrá siempre vivo entre los luchadores y en la clase obrera. El mejor homenaje que podemos hacerle es concretar sus sueños.
Carlos, Hermano, Hasta el Socialismo Siempre.
Gustavo Robles