En El amor de las abejas obreras, obra escrita en 1923, fue el fruto de
lagunas experiencias autobiográficas y también de su descontento con NEP. Se
trata pues de una obra literaria escrita como representante de la Oposición
Obrera, y apunta una nada velada crítica a la sociedad soviética de entonces
y una apasionada exploración de un conflictivo ideal de pareja: no ser sólo
«marido y mujer», sino también «camaradas ».
Conviene no olvidar que las mujeres obreras jugaron un papel capital en la
revolución rusa, y algunas como Alejandra expresaron este papel con una gran
audacia, tomando parte en los grandes momentos y escribiendo ensayos y
novelas que escandalizaron a los hombres comunistas.
Hasta que se retiró a la diplomacia para ser una sombra de lo que había sido
el largo proceso del movimiento revolucionario ruso -que va desde el intento
insurreccional de los "decembristas" hasta la consolidación del
estalinismo-, e extraordinariamente rico en cuanto a su participación
femenina se refiere. Bastante reducido a una vanguardia muy estricta por las
propias exigencias de la clandestinidad, este movimiento fue llevado, hasta
la eclosión popular de 1905 y de 1917, por militantes surgidos,
fundamentalmente, -del seno de las clases opresoras. Se puede decir que,
sobre todo en su etapa final, no existió una familia perteneciente a las
clases privilegiadas que no tuviera una o varias «ovejas negras» entre los
suyos y que, entre éstos, no hubiera una mujer que, en ruptura con el
ambiente conservador, se lanzara a una incierta aventura revolucionaria que
equivalía a una terrible clandestinidad y casi invariablemente la cárcel,
los malos tratos, el destierro en Siberia o, en el mejor de los casos, el
exilio en Europa o en Norteamérica, donde la militancia revolucionaria se
curtía culturalmente absorbiendo ávidamente la producción cultural de la
izquierda occidental cuya producción intentaba aplicar y enriquecer en una
praxis interior en la que el diletantismo era muy difícil.
La historia de estas mujeres está en gran medida, todavía por hacer. Durante
su estancia en la Rusia soviética, la compañera de John Reed, Louise Bryant,
escribió un amplio reportaje sobre la aportación femenina a la revolución y
descubrió, algo que Lenin y los historiadores reconocerían más tarde, a
saber, que habían sido las mujeres las que habían desencadenado el proceso
revolucionario un 8 de febrero (8 de marzo, Día de la mujer trabajadora, en
el calendario occidental). Su testimonio no ha llegado hasta nosotros y
posteriormente los trabajos sobre el papel de la mujer en la revolución rusa
representan una ínfima porción dentro de la inmensa bibliografía escrita
sobre este acontecimiento.
La mujer rusa necesitaba todavía más que los hombres un cambio
revolucionario. Habían sido las esclavas de los esclavos y todavía, en pleno
siglo XX, la legislación zarista reconocía a los maridos el derecho de
maltratar a sus esposas. Sin embargo, aunque esta necesidad fuese
apremiante, el atraso cultural, la represión y por supuesto, la
incomprensión del propio movimiento revolucionario, hizo que la
incorporación de las mujeres a la lucha fuera tardía y subordinada. Rusia
careció de un período de libertades democráticas amplias que permitiera la
creación de organizaciones de mujeres con una sólida implantación, con un
importante número de cuadros capaces de establecer sus propios criterios...
La revolución, la guerra civil, el ascenso de la burocracia, la sucesión
vertiginosa de acontecimientos no permitió que las grandes ideas
desarrolladas por diferentes generaciones de mujeres revolucionarias rusas,
empezando por las audaces nihilistas y continuando por las que lucharon en
cada una de las ramas del movimiento revolucionario, cobraron cuerpo a
través de organizaciones estables y capaces de imponerse...Por todo ello, la
historia del feminismo revolucionario ruso se ilustra primordialmente a
través de las grandes individualidades, de figuras legendarias como lo
fueron las populistas Maria Spiridonova y Vera Figner, la menchevique Vera
Zasúlitch, o las bolcheviques Alejandra Kollontaï, Angélica Balabanov,
Larissa Reissner, Nadia Krupskaya, Inessa Armand, Elena Stássova, Eugenia
Bosch, etc.
No hay duda: ninguna de las mujeres que dieron vida a la revolución rusa han
alcanzado una popularidad internacional tan intensa como Alejandra Kollontaï,
a la que Jacques Saboul llamó "la egeria bolchevique del amor libre". Esta
gran popularidad se deriva, sobre todo, de la notable importancia de sus
escritos feministas, de su papel al frente de la efímera y polémica
Oposición Obrera, pero sobre todo del hecho de que fue la representante
femenina más cualificada del bolchevismo triunfante y como tal, fue una de
las «bestias negras» para la derecha, su candidata de mayor prestigio
(tercera en las listas para la Asamblea Constituyente), la primera mujer
ministra de la historia... Además, quizá nadie mejor que ella define el
alcance y las limitaciones, los aciertos y los errores de la revolución, y
representa más fielmente la corrupción que conllevó el surgimiento y la
consolidación de un poder burocrático cuya actitud hacia los derechos de la
mujer, refleja mejor que con cualquier otro ejemplo, su naturaleza
reaccionaria.
En un balance escrito ya en la vejez (1), la propia KollontaÍ establece su
trayectoria militante sobre una triple aportación: “Mi primera aportación,
naturalmente, es la que he dado en la lucha por la emancipación de las
mujeres trabajadoras y por el afianzamiento de su igualdad en todas las
esferas del trabajo, de la actividad estatal, la ciencia y demás. Con la
particularidad de que enlazaba indisolublemente, la lucha por la
emancipación y la igualdad con la doble misión de la mujer: la de ciudadana
y la de madre (...) segunda aportación a la lucha por la agitación de una
sociedad nueva es mi labor internacional, la agitación y la propaganda
realizadas en muchos países y, esencialmente, en los Estados Unidos de
Norteamérica durante la primera guerra imperialista. La labor realizada, por
indicación de Lenin, para apartar de la II Internacional a los elementos de
izquierda y sentar los fundamentos de la III Internacional (...) tercera
aportación a la política de fortalecimiento de la Unión Soviética es mi
actuación en la diplomacia, desde 1922 hasta marzo de 1945...” (2)
Quizás de acuerdo con Voltaire que afirma que “el amor propio dura toda la
vida”, Alejandra rescribe la historia en función de las exigencias de la
historia oficial. Ya no se presenta como una mujer sexualmente emancipada,
ni como una inconformista dentro de los rangos marxistas y bolcheviques, no
menciona para nada de nada a Stalin que viene a ser algo así -salvando las
distancias- como hablar del siglo de Pericles sin mencionar a Pericles. Se
sitúa bajo el amparo de Lenin con el que mantuvo sus acuerdos, pero también
sus desacuerdos y adapta su feminismo a la versión oficial del Estado: la
mujer debe ser ciudadana y madre.
No hay que ser excesivamente perspicaz para distinguir una ruptura muy
profunda entre la “egerie bolchevique del amor libre” y la diplomática. Ella
misma dice en sus Memorias: “...En realidad, puede decirse que he vivido
varias vidas y no una sola, por haber pasado a través de etapas tan
distintas. No ha sido una vida fácil ni un "camino de rosas", como dicen los
suecos. En mi vida ha habido de todo: logros, un trabajo tremendo,
reconocimiento, popularidad entre las amplias masas, persecuciones, odio,
cárceles, reveses e incomprensión de mi idea fundamental (en la cuestión
femenina y en el planteamiento del problema del matrimonio, muchas rupturas
dolorosas con camaradas y divergencias con ellos, pero también han existido
largos años de labor, unidad y compenetración en el partido (bajo la
dirección de Lenin” (3)
Su autobiografía no entra en el alcance de los conflictos que vivió, aunque
algo se insinúa. Sus etapas quedan disueltas por saltos y enormes lagunas en
sus recuerdos. Una biografía pormenorizada seguramente distinguiría varias
fases en su vida, pero a «grosso modo» tendría que establecer dos tiempos
totalmente diferenciados. El primero abarcaría desde su iniciación militante
hasta 1922, y entraría en él todas sus aportaciones en el terreno del
feminismo socialista y de la política marxista, también entrarían sus
grandes momentos: 1903, 1905, 1914, 1917, 1919... El segundo sería de una
absoluta oscuridad sin el anterior. Ningún historiador hubiera prestado
atención a una opaca y proba diplomática a no ser para acercarse a algunos
acontecimientos importantes (expulsión de Trotsky de Noruega, negociaciones
con los finlandeses durante la II Guerra Mundial, candidatura para el Nobel
de la Paz en 1943, etc.), y al hacerlo no hubiera distinguido en Alejandra
Kollontaï ningún rasgo independiente. Quizás lo más singular que tuviera
durante este período es que resultó ser una triste excepción: la del único
dirigente de la vieja guardia bolchevique que aún habiendo pertenecido a un
grupo opositor -la Oposición Obrera- sobrevivió las “purgas” de Stalin.
La vida de Alejandra se inicia en el corazón del industrialismo y de la vida
política rusa: San Petersburgo. El año es 1872 y sus padres pertenecían a la
clase media alta, él era un general de carrera y ella una hija de campesinos
acomodados. Las obligaciones militares del padre la llevaron a diferentes
lugares, entre ellos Bulgaria y Finlandia, a la sazón bajo el yugo zarista.
Por sus viajes, sus exilios y su formación, Alejandra será una
internacionalista formada en el seno de la II Internacional.
Sus padres pertenecían, políticamente, al sector liberal de la autocracia.
Se identificaban con una monarquía constitucional según el modelo inglés y
aborrecían los excesos de la dictadura. Sus costumbres eran relativamente
abiertas y su radicalismo era totalmente pasivo, así por ejemplo, aunque
simpatizaron con la ejecución de Alejandro II en 1881, nunca transgredieron
la ley conscientemente. Esta moderación se manifiesta ante el problema de la
educación de su hija: sus planes son totalmente tradicionales, hasta el
extremo que tratan de protegerla contra el contagio revolucionario que
atravesaban las escuelas y hacen que sea al revés: una aya la que la eduque
en casa. Pero el contagio es tal que la maniobra les sale al revés: la aya
simpatiza con los populistas.
De esta manera, Alejandra M. Domontovich, sufre su primera "infección"
socialista. La segunda le vendrá por su afición a la literatura romántica.
Mientras que sus padres planean un buen matrimonio social, ella sueña con
"una gran pasión". Esto le lleva a rechazar los preceptos paternos y escoge
ella misma su marido. Se trata de un primo suyo cuyo apellido era Kollontaï
y que se encontraba en un escalón social inferior. Según parece, el joven
marido no deja de ser bueno y afectuoso, pero resultaba poca cosa para los
sueños de Alejandra. En un primer momento ella intenta abrirse vías como
escritora, pero en éste no se parecía a George Sand. Escribió una novela que
envió al bueno de Vladimir Korolenko –el famoso escritor populista que
gustaba ayudar a los jóvenes y que fue decisivo en la carrera inicial de
Gorki-, y éste le contestó que era una mala novela pero que debía de
continuar en su empeño. Para el señor Kollontaï se trataba de un capricho
inútil y aceptó con condescendencia e ironía estas inclinaciones. Pero el
paso siguiente fue la lectura de propaganda antigubernamental. Esto era
demasiado. Los conflictos se profundizaron. A los tres años de su
matrimonio, Alejandra dejaba a su marido, entregaba su hijo a sus padres y
se metía de lleno en la actividad política.
De su marido solamente conservó el apellido. A pesar de su primera
influencia populista, Alejandra entró en contacto con los círculos de
propaganda marxista que ya gozaban, a finales del siglo XIX, de un notable
predicamento entre la oposición activa. Su formación literaria le ayuda y
pronto se encuentra dando clases en un centro de instrucción para obreros y
tomando parte en los debates intelectuales que tienen lugar en las grandes
mansiones de la oposición liberal. En una de ellas, concretamente en la de
la familia de Elena Stassova, conoce la existencia de una corriente que
pretende revisar el marxismo y que en Rusia tiene como traductores a los
llamados «marxistas legales» cuyo objetivo era la “modernización” de Rusia
como punto previo a toda consideración sobre el socialismo. Ella se inclina
por los radicales, pero quiere poseer una formación mayor y se traslada al
extranjero.
Alejandra sale de Rusia en 1898 y su primera etapa es Alemania. Allí será
notablemente influenciada por el feminismo de Clara Zetkin y conoce desde
primera fila los contendientes del debate sobre el "revisionismo". Rechaza a
Bernstein y simpatiza con Kautsky primero y con Rosa Luxemburgo después: “me
entusiasmé con Kautsky, dirá, devorando la revista Die Neue Zeit, editada
por él, y con los artículos de Rosa Luxemburgo. Me interesó particularmente
el librito de ésta Reforma o revolución, donde refutaba la idea
integracionista de Bernstein”.
Cuando regresa a Rusia a finales del mismo año ingresa en el recién fundado
partido socialdemócrata cuya dirección cae en manos de la policía. Militante
del partido, tomará parte en el Congreso de 1903 que será sacudido por la
controversia entre mencheviques y bolcheviques. Ahora la opción no le parece
tan clara. Aunque simpatiza con la intransigencia de Lenin, siente un gran
respeto por la vieja guardia que encabeza a la otra fracción. Tendrá que
venir el “ensayo general” de 1905 para que tome una posición clara a favor
del leninismo.
En este histórico "ensayo", Alejandra tomará parte como actora: “El "domingo
sangriento" de 1905 me sorprendió en la calle. Me dirigí con la
manifestación hacia el Palacio de Invierno y la visión de la matanza cruel
de los obreros desarmados se grabó para siempre en su memoria: aquel día de
enero extraordinariamente soleado, los rostros confiados en espera de la
señal fatídica de las tropas desplegadas en torno del palacio... los mares
de sangre sobre el blancor de la nieve, los látigos de cuero, los gritos,
los gendarmes, los muertos, los heridos... los niños muertos en las
descargas. El comité del partido (bolchevique) desconfiaba de esta
manifestación del 9 de enero. Gran número de camaradas, en las reuniones
obreras convocadas a tal efecto, trataron de disuadir a los obreros de
participar en la manifestación, que a ellos sólo le parecían una provocación
y una trampa. En cuanto a mí, opinaba que se debía de ir. Esa manifestación
demostraba la determinación de la clase obrera, se revelaba como una escuela
de actividad revolucionaria. Estaba entonces apasionada por las decisiones
del Congreso de Amsterdam sobre las "acciones de masas"”.
Su actuación será la de una feminista socialista que trata de organizar a
las mujeres obreras al margen y en contra de las moderadas mujeres
liberales, para las que el movimiento obrero sólo tiene que actuar para
conquistar las libertades renunciando a tener una política independiente.
Sigue los criterios de Clara Zetkin y forma una asociación de mujeres muy
vinculadas al partido. No obstante, a pesar de los brillantes resultados
iniciales, la asociación no logrará consolidarse y desaparece ante los
primeros embates de la represión.
Aunque se presenta en sus recuerdos como una bolchevique "de toda la vida",
lo cierto es que hasta 1917 osciló entre las dos corrientes fundamentales
del movimiento obrero ruso.
Después del retroceso de la revolución de 1905, Alejandra interviene en el
debate que separa internamente a los bolcheviques entre los partidarios de
participar en las elecciones en la Duma zarista -reconociendo que el
movimiento se encontraba en declive y había que aprovechar esta oportunidad
para hacer agitación-, y los que querían boicotearlas porque consideraban la
participación como una claudicación. Lenin se encontraba entre los primeros,
Alejandra entre los segundos. Esto le alejará del bolchevismo durante una
buena época durante la cual militará con los mencheviques y tomará parte en
los frustrados intentos de Trotsky por conciliar a unos y otros en un solo
partido como en Alemania.
En 1908 será expulsada de Rusia por dos cargos: por tratar de organizar a
los obreros textiles y por la llamada a la insurrección que había hecho en
su libro Finlandia y el socialismo. Años antes (1903), había ya publicado
Las condiciones de vida de los obreros finlandeses. Obras que darán la
medida de la capacidad de análisis y de investigación marxista de Alejandra
que trabajó durante cerca de tres años para escribir el segundo. Permanecerá
ahora nueve años en el exilio. Un largo período durante el cual la
internacionalista luchará como escritora y agitadora en Alemania, Francia,
Inglaterra -don. De polemizar agriamente con Beatriz Webb-, Suiza, Bélgica,
Dinamarca, Noruega y los Estados Unidos donde permanecerá durante cerca de
dos años. Durante todo este tiempo, Alejandra más que una representante de
una u otra tendencia es una figura notable dentro del socialismo ruso, que
mantiene sus propios puntos de vista que una vez coinciden con unos y otra
vez con otros. Ante la prueba decisiva de la Gran Guerra su actitud la
acerca paulatinamente a los bolcheviques...
Internacionalista activa, Alexandra escribe un folleto, ¿A quien sirve la
guerra? que tuvo una gran acogida y que denuncia los intereses imperialistas
y el patriotismo burgués como principales responsables de una contienda que
define en término de barbarie. Al principio de la guerra participa en la
redacción de la revista Nasche Slovo (Nuestra palabra), que anima en París
Trotsky. En campaña de agitación en Alemania, colaborará con Karl Liebknecht
hasta que será detenida y finalmente expulsada. En 1915 inicia su
acercamiento político definitivo a Lenin -en ocasiones tratará de ser más
«leninista» que Lenin-, y participa en varias conferencias internacionales
defendiendo sus criterios.
Este es el caso de la II Conferencia Internacional de las Mujeres
Socialistas y de la famosa Conferencia de Zimmervald. Regresará a Rusia poco
después de la revolución de Febrero. Desde el primer momento representa las
posiciones de Lenin al que describirá como un hombre por encima de la
humanidad, como la “encarnación de una fuerza cósmica”. Se opondrá por lo
tanto a la dirección del interior de los bolcheviques (Kamenev, Stalin), y
se manifestará contraria al apoyo que éstos dan críticamente al Gobierno
Provisional. Dentro del Comité Central será la única voz favorable a las
Tesis de abril escritas por Lenin rectificando sus anteriores premisas en
torno al carácter de la revolución por hacer: si antes propugnaba una
«dictadura conjunta de obreros y campesinos» para instaurar una República
democrática, ahora afirma que será socialista y proletaria. La
identificación de Alejandra con Lenin es tal que en la recién bautizada
Petrogrado circulaba una «chastushka» (una suerte de “corrido” ruso), que
decía: Lo que Lenin grita / la Kollontaï imita.
Su papel en la lucha revolucionaria fue notable desde el principio. Sería la
primera mujer elegida para el Comité Ejecutivo del Soviets de Petrogrado, y
más tarde miembro del Comité Ejecutivo Pan-Ruso de los Soviets. Su
popularidad como agitadora alcanzó su punto más alto en víspera de la
revolución, hasta el punto que los bolcheviques la nombraron en su ausencia
-se encontraba en las cárceles de Kerensky- para el CC, y como tercera para
las elecciones a constituyente. De las cárceles al poder sólo hubo un paso
que Lenin definió como de “vértigo”.
En unos días consiguió una celebridad mundial al ser nombrada “comisaría”
del Ministerio de Asistencia Pública. Su entrada en su nuevo puesto de
trabajo desdice toda la fama que le había creado la derecha. Los
funcionarios, hostiles a la revolución, la recibieron con una huelga.
Alejandra sorprendida sólo acertó a llorar. Luego vendría la guerra civil
con su secuela de terror, hambre y muerte. Su paso por el Ministerio fue
breve, pero mientras duró se hicieron más cambios de los que un gobierno
tradicional nunca sería capaz de hacer... Alejandra firmó la supresión de
los cultos, el reparto de las tierras de los monasterios a los campesinos,
la creación de guarderías estatales, el lanzamiento de una gran campaña para
la protección de la mujer-madre.
Mirando más globalmente se puede decir que: “...La mujer rusa, con la
revolución de 1917, alcanzaba su mayoría de edad total legalmente, podía
participar en todos los sectores de la vida pública en igualdad de
condiciones con los hombres; y estas enormes posibilidades iban acompañadas
por el ejemplo que constituían mujeres que, como Kollontaï y otras, con su
práctica en las gestiones públicas e incluso en su vida privada, adelantaban
las características de un tipo de mujer del futuro. La situación de igualdad
recién adquirida por las mujeres rusas las situaba en una posición ventajosa
respecto a las mujeres del resto de Europa.
Efectivamente, los países de la Europa "democrática" apenas empezarían a
reconocer el derecho a voto a las mujeres entre los años 20 y 30, y en otros
como Italia y Alemania daba comienzo un proceso reaccionario que iba a
significar para la mujer el retorno a los moldes judaicos y orientales más
primitivos con la legislación fascista y nazi”. (4)
En su famosa autobiografía, Alejandra Kollontaï se define como una mujer
emancipada, y si tenemos en cuenta el contexto en que vivió, no debe de
haber duda de que lo fue. A lo largo de su vida militante, llevó una lucha
constante y casi solitaria -no tuvo un movimiento femenino detrás como lo
tuvo Clara Zetkin- por los derechos de la mujer, excluida la libre
sexualidad. Esta actividad se concretó en su acción como agitadora tanto en
Rusia como en los numerosos países donde vivió, en sus aportaciones en
diferentes congresos y conferencias internacionales, en su acción dentro del
marxismo ruso por potenciar organizaciones autónomas de mujeres, y en el
proceso revolucionario soviético en la defensa de unas premisas que podemos
sintetizar así: Destruir la familia burguesa, liberar la sexualidad, oponer
al matrimonio monógamo la comunidad, desarrollar una mujer nueva con una
nueva moral en la construcción del socialismo.
En este proceso se habla de una “mujer nueva” que se distingue por ”...La
disciplina, en vez de la afectividad exagerada; la apreciación de la
libertad y de la independencia, en vez de la sumisión y de la
impersonalidad; la afirmación de su individualidad, en vez de los esfuerzos
ingenuos por llenarse de la forma de ser del hombre amado y reflejarlo.» Con
estas firmes palabras, Alejandra Kollontaï, certifica la paulatina pero
imparable lucha de las mujeres por transformar su destino en la sociedad
patriarcal, y con ello, el de toda la sociedad. La búsqueda de una síntesis
real, y no preestablecida, entre feminismo y socialismo es la clave de una
obra que continúa sorprendiendo por la inteligencia y audacia de los
problemas planteados (5).
Había tenido un buen número de amantes, y hablaba de la sexualidad con un
desenfado que sólo compartía en Rusia otra bolchevique: Inessa Armand. Esto
era demasiado para la derecha que la cogió como un ejemplo de la perversidad
revolucionaria. Un ejemplo de lo que decimos es el que tuvo lugar cuando,
con un grupo de obreros, intentaba apagar el incendio del Palacio de la
Maternidad que se había creado a instancia de su ministerio. El incendio
había sido provocado por los saboteadores, pero la jefe de las niñeras -en
una actitud sintomática de que en todo este período tuvo el funcionariado
zarista-, comenzó a gritar contra ella de forma histérica, clamando:
“¡Miradla! Esa es la Kollontaï, la bolchevique feroz. ¡Ella es quien ha
prendido fuego a nuestra casa! ¡Quería abrasarnos con estas criaturas! Para
que se condenaran nuestras almas cristianas. ¡Lo que quieren los comisarios
es quedarse con el racionamiento de los niños!...”.
Alejandra encontró en la primera fase de la revolución un amplio movimiento
protagonizado por las mujeres. Fue un momento único en la historia de Rusia.
En muy pocos días se tomaron medidas que poco antes parecían imposibles. Se
llegó a facilitar el derecho al aborto, y desapareció el concepto de hijo
ilegítimo. El matrimonio y el divorcio se redujeron a un trámite sin
complicaciones. En el terreno económico se abolieron las trabas que impedían
el acceso de la mujer a la industria ya la administración. Se crearon
innumerables comedores públicos, guarderías... La propia Alejandra hará en
1921, el siguiente balance de los primeros tiempos del poder de los soviets:
“...Durante los tres años de revolución, en los que se derribaron los
pilares fundamentales de la sociedad burguesa y se intentaba tenazmente
erigir con la mayor rapidez posible las bases para la sociedad comunista,
reinaba una atmósfera en la que las tradiciones rebasadas se extinguían con
rapidez increíble. En su lugar brotaban ante nuestros ojos formas totalmente
nuevas de sociedad humana. La familia burguesa ya no era indispensable. La
mujer por razón del trabajo general obligatorio para la comunidad, y en
ésta, se encontraba con formas de vida totalmente originales. Se hallaba
obligada a estar presente en el trabajo no sólo exclusivamente para su
propia familia, sino también para la colectividad; surgían nuevas
condiciones de vida y también nuevos tipos de matrimonio...”.
El propio partido bolchevique, que hasta el momento no había concedido a la
cuestión de la mujer el lugar que merecía, decía en su programa escrito en
1919: «En el terreno ideológico y educativo, la tarea principal del Partido
en este momento consiste en desterrar los prejuicios heredados
fundamentalmente por las capas más atrasadas del proletariado y los
campesinos. No podemos conformarnos con declarar la igualdad formal de la
mujer. Debemos liberarla de las cargas del trabajo doméstico, creando casas
comunales, comedores colectivos, guarderías infantiles, etc.". Pero el
proyecto bolchevique se desarrolló en un marco pleno de dificultades
políticas y materiales. La revolución que ya había heredado unas bases
económicas subdesarrolladas y una situación de crisis total motivada por la
Gran Guerra y el propio proceso revolucionario, se encontró además con un
cerco internacional y una guerra civil que destruyó todas las posibilidades
de una evolución coherente. La clase obrera y su fracción más avanzada
sufrieron un desgaste total. Los viejos proyectos que alumbraron Octubre
tuvieron que adaptarse a una salida de supervivencia; sus protagonistas
sociales se encontraron con un nuevo dilema: reconstruir el poder de los
soviets y extender la revolución internacional, o consolidar el camino de un
nuevo poder basado en la burocracia y buscar un “modus vivendis” con el
capitalismo internacional... La victoria de Stalin significó la segunda vía.
A estas condiciones impuestas por las graves circunstancias que rodearon la
revolución, hay que añadirle las derivadas de los errores y tradiciones
seculares de la clase obrera en el poder. El propio Lenin reconoció
dolorosamente que bajo el barniz de muchos comunistas se escondía un marido
tradicional, y los sectores burocráticos ahora predominantes fueron
desarrollando un «obrerismo» de marcado signo antifeminista. Se empezó a
decir que el feminismo representaba algo así como una desviación de la lucha
de clases, y se decía que la liberación de la mujer se garantizaría con el
triunfo de la revolución. Mujeres del temple de Clara Zetkin y de Alejandra
Kollontaï no fueron capaces de contraponerse a estos criterios. Incluso, en
el caso de esta última, se llega a teorizar una serie de desigualdades como:
1) la que conllevaba el acaparamiento masculino de la mayoría de puestos de
trabajo, y en éstos, de los más cualificados, al tiempo que las mujeres eran
relegadas al sector de servicios;
2) la que se derivaba de la elevación del salario familiar, de manera que el
hombre no necesitará que la mujer abandonara el hogar y que, por lo tanto,
se viera obligada a permanecer como esclava doméstica.
La cocinera siguió siendo la cocinera, cortada de la vida política y social,
sujeta a su marido. Con Stalin, la mujer soviética fue perdiendo todas sus
conquistas. Pero esta es ya otra historia ante la cual Alejandra Kollontaï
mantuvo un silencio aprobatorio. Entre aquella mujer que quería acabar con
la esclavitud femenina y ésta ya instalada en un sistema en el que el
machismo estaba plenamente institucionalizado aunque de una forma muy
diferente al de los tiempos del zarismo... hay un intermedio marcado por las
derrotas. La tendencia natural de Alejandra Kollontaï dentro del bolchevismo
fue la de inclinarse siempre hacia su sector más izquierdista. En víspera de
la revolución ya pesar de su plena admiración por Lenin, compartió las
posiciones de Bujarín y Piatakov que contraponían la dictadura del
proletariado contra derechos democráticos tradicionales como el de la
autodeterminación de las nacionalidades.
Durante los debates que tuvieron lugar alrededor de la pertinencia de los
acuerdos de Brest-Litovsk, Alejandra se alineó con el sector intransigente
que propugnaba su negativa a cualquier compromiso. Como miembro de los
comunistas de izquierda, dimitió como comisaría y declaró en el VII Congreso
del partido: “Si nuestra República Soviética ha de perecer, otros llevarán
más adelante su bandera”.
Ya no fue nunca más reelegida para el Comité Central. En 1920, unió su
prestigio al de Slíapnikov para crear la Oposición Obrera, una tendencia
dentro del bolchevismo cuyo programa redactó, este prestigio seguía intacto,
ya pesar de la virulencia del debate, Alejandra pudo expresar abiertamente
sus posiciones en el interior del partido e incluso a una instancia
superior, como en aquel tiempo se consideraba la Internacional Comunista. La
Oposición Obrera consideraba que la burocracia había esclerotizado al
partido. La burocratización desarrollada durante el "comunismo de guerra"
impedía, a sus ojos, cualquier iniciativa personal o colectiva de la clase
que, al menos teóricamente, ostentaba el poder. El partido se había ido
separando de la clase y había comenzado a establecer un rígido control
económico e ideológico sobre ella. En su opúsculo escrito de cara al X
Congreso del partido, definía así el problema: “El punto cardinal de la
controversia entre los dirigentes del partido y esta oposición, es el
siguiente: ¿a quién confiará el partido la edificación de la economía
comunista? ¿al Consejo Superior de Economía Nacional, con todos sus
departamentos burocráticos, o a los sindicatos industriales?”.
Los dirigentes del partido tachan a su grupo de «anarcosindicalista», y lo
cierto es queen su propuestas se encuentra la huella de Daniel de León y de
las teorías sobre la democracia industrial que imperaba entre la IWW
norteamericana (Obreros Industriales del Mundo). La Oposición defiende el
control obrero basado en un sindicalismo independiente del Estado, y plantea
que para «desterrar la burocracia que se alberga en las estructuras
soviéticas, hay que empezar por desterrar la burocracia del propio partido".
Para Lenin y Trotsky, la Oposición Obrera denuncia una realidad que
reconocen, pero la combate a través de grandes conceptos y no de una
situación concreta en la que el control obrero carece de un movimiento real
para aplicarse y en la que la supervivencia del Estado soviético pasa por
encima de cualquier otra consideración. La Oposición Obrera es derrotada y
Alejandra ya no volverá a levantar la cabeza como discrepante, y ello a
pesar de que los elementos de corrupción que denunciaba se fueron haciendo
cada vez más grandes. Solamente un pequeño grupo de militantes poco
conocidos siguen manteniendo su bandera hasta que las «purgas» de los años
treinta los barrerá definitivamente, como a todas las oposiciones.
Cuando ocurre esta claudicación de Alejandra, el feminismo revolucionario de
los primeros años, ya ha pasado a la historia. En los medios de opinión se
la trataba de
“georgedandista” (de George Sand) y carece de apoyos en el movimiento para
defender sus viejas ideas. Gradualmente, se va situando bajo la sombra de
Stalin. No se sabe cómo éste consiguió que la vieja dama inconformista se
adaptara a sus planes, pero no es descabellado pensar que concurrieron dos
alternativas: o arriesgarse a sufrir una gran campaña de desprestigio
apoyada sobre sus divergencias lejanas con Lenin y en su vida privada, o una
carrera diplomática al servicio del equipo dirigente. Está claro que optó
por lo segundo y así, la encontraremos, desde 1923 a 1925 en Noruega; desde
1925 a 1927, en México; desde 1927 a 1930, otra vez en Noruega, y desde 1930
a 1945, en Suecia...
Su colaboración con el estalinismo fue poco notable, con la excepción de su
incalificable intervención en 1927 para someter a Nadia Krupskaya, la mujer
de Lenin. Su novela, Un gran amor, trataba al parecer de las posibles
relaciones que tuvo el jefe bolchevique con Inessa Armand. De persistir en
su actitud militante a favor de la Oposición de izquierda, la novela se
publicaría siendo mucho más explícita...
Para Nadia Krupskaya, esto era demasiado. Alejandra Kollontaï había ya
puesto su vida a los pies del Estado al que serviría sin fisuras
manifiestas. Es más que posible que sufriera interiormente todo lo que pudo
contemplar, pero careció de valor para escoger el camino de la oposición.
Murió en 1952, olvidada como revolucionaria y recordada como diplomática. Su
casa era como un museo lleno de viejos muebles y de fotografías que
recordaban sus años jóvenes. Sus obras no aparecieron, incluso en su versión
adaptada a las nuevas circunstancia, hasta tiempo después de la muerte de
Stalin. El renacimiento del pensamiento revolucionario en los años sesenta
pasó también por ella, y tanto su figura como su obra anterior a 1921, ha
sido, desde entonces, un foco de atención para las nuevas generaciones (6).
El amor de las abejas obreras, obra aparecida en Moscú en 1923, y en ella
pueden descubrirse numerosos detalles autobiográficos de Aleksandra
Kollontai. Compuesta por dos relatos cortos (El amor de tres generaciones y
Hermanas) y una novela (Vasílissa Malyguina), tiene como protagonistas a
jóvenes mujeres, comunistas de pura cepa, comprometidas con el nuevo Estado
soviético pero a la vez críticas con sus carencias. Las mujeres que aparecen
en la obra rebosan energía y orgullo, no se resignan a que el Estado
soviético se quede a medias en la emancipación femenina y ponen sus
principios por delante de cualquier otra consideración, aunque tampoco
esconden sus dudas morales ante los acelerados cambios sociales…Los
personajes se plantean "uniones libres" más allá del matrimonio, se
preguntan si hay algo de malo en la promiscuidad femenina y si la
infidelidad es un hecho condenable o ha pasado a ser una derivada lógica y
asumible del amor libre.
Notas
---1). Memorias, Ed. Debate/Tribuna feminista, Madrid. En Rusia su título
fue De mi vida y trabajos, Moscú, 1974.
---2). Ob. cit., págs. 383, 383, 384.
---3). Ob. cit., pág. 386.
---4). Yolanda Marcos, prólogo a Autobiografía de una mujer emancipada y
otros escritos de Alejandra Kollontaï, Fontamara, Barcelona, 1976, pág. 47.
Esta introducción es quizás el trabajo biográfico más amplio y elaborado que
se ha publicado sobre Alejandra en el Estado español.
---5) Kollontaï, de Ana de Miguel Álvarez (Ed. Orto, Madrid).
---6) Alejandra Kollontaï fue ampliamente publicada en los años treinta
reeditada en los setenta, y entre otras ediciones cabe anotar obras y
antologías como El marxismo y la revolución sexual, Miguel Castellote, Ed.,
Madrid, 1976. Este texto fue publicado originalmente en 1909 como Las bases
sociales de la cuestión femenina; La oposición obrera, publicada el mismo
año por la misma editorial, junto con el texto de Paul Cardan, El papel de
la ideología bolchevique en la aparición de la burocracia. Existen otras
ediciones, en Fontamara, Anagrama... La mujer en el desarrollo social; en
Guadarrama, Barcelona, 1976, con un epílogo, Alejandra Kollontaï: entre el
feminismo y el socialismo, de Annemarie Troger. Otra edición posterior es la
de Fontamara con el título de Sobre la liberación de la mujer que recoge su
Conferencias en la Universidad de Sverdlov. En Los bolcheviques, de George
Haupt y Jean-Jacques. Marie, aparece su autobiografía escrita brevemente
para la Enciclopedia soviética Granac: La bolchevique enamorada, apareció en
La Sal, Barcelona, 1978; hay que registrar también unos Cuentos soviéticos
aparecidos Cenit, 1930 al principio
Pepe Gutiérrez-Álvarez