A mediados de los años 90, en una tarde calurosa entrevisté a Alberto Korda. No fue inicialmente mi decisión, sino de mis jefes en Radio Reloj, emisora donde trabajaba entonces. Yo estaba haciendo entrevistas a fotógrafos y lógicamente Korda debía estar, pero había pospuesto el encuentro porque las referencias que tenía sobre él no eran buenas: que si tenía malas pulgas, que si siempre respondía lo mismo a todo el mundo, que si era muy pesado, en fin, una persona para la que había que prepararse muy bien. Tal vez porque lo hice, esa conversación periodística será una de las que nunca olvidaré.
Nada más que abrir la puerta aquel hombre enjuto, ágil y con una voz peculiar, me preguntó que si quería un trago de ron. Yo le dije que no, que hacía mucho calor. “¿Cerveza, entonces?”, y por supuesto acepté. Al verlo fumar a él encendí mi primer cigarro, a partir de entonces competimos en ver quien fumaba más rápido, y me ganó.
Grabadora en mano le hice la primera pregunta, no sobre las imágenes tomadas al Che y a Fidel, sino acerca de su época de fotógrafo de modas. Fue abrir una llave de tranquilidad y jovialidad en Korda. Me contó que para Alberto Díaz Gutiérrez, su nombre real, el objetivo vital era llegar a ser el Richard Avedon cubano, aquel fotógrafo que fijaba los parámetros de la moda. Y también sonriendo me dijo que lo de Korda nació porque el nombre de Alberto Díaz no vendía nada y por la época que decidió buscar un seudónimo comercial, se proyectaba en Cuba una película inglesa en la que participan los hermanos Korda, de origen húngaro y le gustó Korda que se parecía a Kodak, la famosa marca de productos fotográficos. Así junto a Luis y Genovevo Peilce abrió los Studio Korda en 1954.
En unos viejos apuntes que conservo leo que más o menos afirmó: “Mi ojo busca lo que propicia esa emoción, en mis fotos hay un 90 % de búsqueda y un 10 % de casualidad. Cuando uno hace trabajo publicitario, hay que pensar antes que nada en crear una buena imagen”.
Experto en la utilización de las sombras, hizo de las fotos de Norka Méndez verdaderas piezas de arte. Ella fue además de su modelo, estrella y musa, su esposa por muchos años y madre de sus dos hijos. Era “una mujer de una fuerza expresiva incontrolable”. Y me habló de la famosa miliciana con un fusil aparecida en una foto que impactó a Cuba y el mundo. Era Norka en un modelaje de nuevo tipo que propugnaba su esposo y amante.
Estudioso de la historia de la fotografía en Cuba y el mundo, comentó de la tradición insular: solo a un año de inventarse la fotografía ya había un cubano haciéndola. Riendo me cuenta de Joaquín Blez, que durante las primeras décadas del siglo XX retrató desnudas a “casi todas las muchachas de la mejor sociedad habanera”, según comprobaron en sus archivos.
Por supuesto, no paró en ningún momento de sazonar lo que decía con sus conceptos fotográficos: saber escoger el lente que lleva una foto, usar la película apropiada, en Cuba la 400 asas porque la luz es muy contrastante; pensar la foto, estar preparados…
Y yo me convencía de que con esas máximas y su camarita Leica estaba el 5 de marzo de 1960 en el acto por el entierro de las víctimas de la explosión del vapor La Coubre. Fidel hablaba y el Che permanecía en segunda fila, pero se asomó y entonces Korda tomó la foto que con el tiempo sería la más vendida y publicitada de la historia.
Aunque orgulloso de esa instantánea, me aseguró que tenía otras mejores de modas y de Fidel. Y a propósito, estaba convencido de que sus 12 mil negativos, tirados hasta 1969, conformaban una historia del máximo líder cubano y su revolución.
Con Fidel logró tal empatía que lo retrató en los momentos más comunes de un ser humano, no fue casual, lo buscaba según me confesó “quería enseñar al hombre, no al dirigente”. Lo retrató en la pesca submarina y así Korda se inició en esa difícil especialidad de la foto a los fondos del mar. Tenía miles de negativos de la época en la que fue fotógrafo del Instituto de Oceanología de la Academia de Ciencias, a él se le debe el Atlas de corales cubanos.
Me ratificó que en la fotografía se cumplía la máxima del Pequeño príncipe: “Lo esencial se ve solo con el corazón”. Y también su criterio de que un fotógrafo nace, aunque siempre necesita alguien que lo enseñe.
Dos horas después de empezar la entrevista yo seguía escuchando a Korda. Ya no usaba grabadora, se habían llenado los dos casetes. A mí se me habían acabado los cigarros y fumaba sin ningún reparo de los Populares de él, que seguía sirviéndose un trago de ron cada cierto tiempo. Yo, luego de la segunda cerveza no quise más. Salí pensando en la tareita que llevaba: transcribir todo ese material para cinco minutos de Radio Reloj.
Al domingo siguiente radiaron el texto, y para mi asombro, el lunes Korda me estaba llamando para agradecerme. “Me gustó mucho lo que publicaste, escribiste la esencia”, me dijo. Casualmente unos días después conocí a un fotógrafo italiano que quería un autógrafo de Korda. Titubeé en servir de puente o no; pero me dijo algo que me convenció “La imagen del Che no fue casualidad, fue búsqueda por parte de un profesional que mira con el corazón”.
Paquita Armas Fonseca | La Jiribilla