Pablo Lafargue fue el esposo de Laura, la segunda hija del célebre pensador
alemán a cuyo talento se atribuye la fundación del socialismo científico
Las casualidades suelen ser caprichosas y ubicuas. Una de ellas quiso que un
compatriota nuestro fuera yerno de Carlos Marx, el pensador alemán a cuyo
talento se atribuye la fundación del socialismo científico. ¿El nombre de
este paisano? Pablo Lafargue.
Hijo único de un colono francés de origen judío, nació en Santiago de Cuba,
el 15 de enero de 1842. Su genealogía retrata el mestizaje: nieto por vía
paterna de una mulata haitiana y por la materna de una aborigen cubana; sus
abuelos, Jean Lafargue y Abraham Armanagc, franceses. Pablo tuvo excelente
educación en Cuba. La completó al radicarse la familia en Francia, donde
culminó el bachillerato.
En la Universidad de París inició sus estudios en Medicina y perfiló su
formación política. Topó con el positivismo de Compte, los textos de Kant,
Feuerbach y Darwin, y los pensadores socialistas Fourier y Proudhon.
Su asistencia a un congreso estudiantil en Bélgica hizo que los centros
superiores franceses le prohibieran acceder a sus aulas.
Lafargue tuvo que marchar a Londres para reiniciar sus estudios
universitarios. En 1865 participó allí en la fundación de la Primera
Internacional y conoció a Carlos Marx en el mitin de Saint-Martin´s Hall.
Comenzó a frecuentar su casa londinense. Allí conoció a Laura, segunda hija
del alemán, de la que se enamoró y fue correspondido.
Meses después, Marx, preocupado tal vez por la fogosidad manifiesta del
joven, señal irrebatible de su estirpe tropical, le escribió a Lafargue, en
carta fechada el 13 de agosto de 1866, lo siguiente:
«Si quiere continuar sus relaciones con mi hija Laura tendrá que
reconsiderar su modo de hacer la corte. Usted sabe que no hay compromiso
definitivo, que todo es provisional; incluso si ella fuera su prometida en
toda regla, no debería olvidar que se trata de un asunto de larga duración.
La intimidad excesiva está fuera de lugar, si se tiene en cuenta que los
novios tendrán que habitar la misma ciudad durante un período necesariamente
prolongado de rudas pruebas y de purgatorio (…)
«El amor verdadero se manifiesta en la reserva, la modestia e incluso la
timidez del amante ante su ídolo, no en la libertad de la pasión y las
manifestaciones de una familiaridad precoz. Si usted defiende su
temperamento criollo, es mi deber interponer mi razón entre ese temperamento
y mi hija».
Finalmente, la pareja formalizó relaciones en 1866. Acordaron que la boda se
celebraría cuando Lafargue culminara su carrera de médico en la universidad
inglesa. En 1868 la terminó y se efectuó la boda el 2 de abril de ese año.
Carlos Marx no solo encontró en Pablo a un yerno que haría feliz a su hija,
sino también a un auxiliar inteligente y a un intérprete fiel de su obra
revolucionaria. En 1867, le presentó a Federico Engels, con quien el cubano
entablaría sólida amistad.
Después de la muerte de su suegro en 1883, Pablo Lafargue prosiguió con sus
responsabilidades como organizador, propagandista y teórico del socialismo.
En el Congreso de la Internacional Socialista de 1889, fue iniciativa suya
la adopción del Primero de Mayo como jornada de reivindicación obrera a
escala mundial.
Algunos de sus biógrafos le censuran su casi nula solidaridad con la causa
independentista cubana del siglo XIX. Cuando una delegación de patriotas
criollos lo visitó para pedirle apoyo para la guerra contra España,
respondió: «Una huelga en Francia vale más que todas las guerras cubanas».
Tomó parte en numerosos congresos, fundó periódicos y participó en la
creación del Partido Obrero Francés. Sufrió persecución, exilio y arrestos,
sobre todo luego de la matanza de los comuneros en París (1871). Se
identificó tanto con ellos que tuvo que huir a España tras su derrota. Allí
desempeñó un papel importante en la introducción de las ideas marxistas en
la nación ibérica.
Lafargue escribió varios libros. El más conocido y polémico fue El derecho a
la pereza (1880), uno de los más difundidos de la literatura socialista
mundial.
El 25 de noviembre de 1911, convencidos de que habían vivido ya el tiempo
suficiente, Pablo y Laura Lafargue se suicidaron de común acuerdo, luego de
pasar una espléndida tarde en un cine de París y de haberles regalado a sus
paladares unos pasteles de hojaldre.
Ante sus tumbas hablaron personalidades tan relevantes como Jean Juárez, la
máxima figura del socialismo francés, y un revolucionario ruso exiliado que
respondía al nombre de Vladimir Ilich Ulianov, más conocido en aquellos
predios por el seudónimo de Lenin.
En su carta testamento, hecha pública después del suceso, Pablo Lafargue
explicó las razones de su sorprendente y súbita decisión:
«Sano de cuerpo y espíritu, me doy muerte antes de que la implacable vejez,
que me ha quitado uno tras de otro los placeres y goces de la existencia, y
me ha despojado de mis fuerzas físicas e intelectuales, paralice mi energía
y acabe con mi voluntad, convirtiéndome en una carga para mí mismo y para
los demás. Desde hace años me he prometido no sobrepasar los setenta años;
he fijado la época del año para mi marcha de esta vida, preparado el modo de
ejecutar mi decisión: una inyección hipodérmica de ácido cianhídrico. Muero
con la suprema alegría de tener la certeza de que muy pronto triunfará la
causa a la que me he entregado desde hace cuarenta y cinco años».
Juan Morales Agüero
Juventud Rebelde
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