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Señores
magistrados: Yo soy aquel ciudadano humilde que un día se presentó
inútilmente ante los tribunales para pedirles que castigaran a los
ambiciosos que violaron las leyes e hicieron trizas nuestras
instituciones, y ahora, cuando es a mí a quien se acusa de querer
derrocar este régimen ilegal y restablecer la Constitución legítima
de la República, se me tiene setenta y seis días incomunicado en una
celda, sin hablar con nadie ni ver siquiera a mi hijo; se me conduce
por la ciudad entre dos ametralladoras de trípode, se me traslada a
este hospital para juzgarme secretamente con toda severidad y un
fiscal con el Código en la mano, muy solemnemente, pide para mí
veintiséis años de cárcel.
Me diréis que aquella vez los
magistrados de la República no actuaron porque se lo impedía la
fuerza; entonces, confesadlo: esta vez también la fuerza os obligará
a condenarme. La primera no pudisteis castigar al culpable; la
segunda, tendréis que castigar al inocente. La doncella de la
justicia, dos veces violada por la fuerza.
¡Y cuánta charlatanería para
justificar lo injustificable, explicar lo inexplicable y conciliar
lo inconciliable! Hasta que han dado por fin en afirmar, como
suprema razón, que el hecho crea el derecho. Es decir que el hecho
de haber lanzado los tanques y los soldados a la calle, apoderándose
del Palacio Presidencial, la Tesorería de la República y los demás
edificios oficiales, y apuntar con las armas al corazón del pueblo,
crea el derecho a gobernarlo. El mismo argumento pudieron utilizar
los nazis que ocuparon las naciones de Europa e instalaron en ellas
gobiernos de títeres.
Admito y creo que la revolución sea
fuerte de derecho; pero no podrá llamarse jamás revolución al asalto
nocturno a mano armada del 10 de marzo. En el lenguaje vulgar, como
dijo José Ingenieros, suele darse el nombre de revolución a los
pequeños desórdenes que un grupo de insatisfechos promueve para
quitar a los hartos sus prebendas políticas o sus ventajas
económicas, resolviéndose generalmente en cambios de unos hombres
por otros, en un reparto nuevo de empleos y beneficios. Ése no es el
criterio del filósofo de la historia, no puede ser el del hombre de
estudio.
No ya en el sentido de cambios
profundos en el organismos social, ni siquiera en la superficie del
pantano público se vio mover una ola que agitase la podredumbre
reinante. Si en el régimen anterior había politiquería, ha
multiplicado por diez el pillaje y ha duplicado por cien la falta de
respeto a la vida humana.
Se sabía que Barriguilla había robado
y había asesinado, que era millonario, que tenía en la capital
muchos edificios de apartamentos, acciones numerosas en compañías
extranjeras, cuentas fabulosas en bancos norteamericanos, que
repartió bienes gananciales por dieciocho millones de pesos, que se
hospedaba en el más lujoso hotel de los millonarios yanquis, pero lo
que nunca podrá creer nadie es que Barriguilla fuera revolucionario.
Barriguilla es el sargento de Weyler que asesinó doce cubanos en el
Guatao... En Santiago de Cuba fueron setenta. De te fabula narratur.
Cuatro partidos políticos gobernaban
el país antes del 10 de marzo: Auténtico, Liberal, Demócrata y
Republicano. A los dos días del golpe se adhirió el Republicano; no
había pasado un año todavía y ya el Liberal y el Demócrata estaban
otra vez en el poder, Batista no restablecía la Constitución, no
restablecía las libertades públicas, no restablecía el Congreso, no
restablecía el voto directo, no restablecía en fin ninguna de las
instituciones democráticas arrancadas al país, pero restablecía a
Verdeja, Guas Inclán, Salvito García Ramos, Anaya Murillo, y con los
altos jerarcas de los partidos tradicionales en el gobierno, a lo
más corrompido, rapaz, conservador y antediluviano de la política
cubana. ¡Ésta es la revolución de Barriguilla!
Ausente del más elemental contenido
revolucionario, el régimen de Batista ha significado en todos los
órdenes un retroceso de veinte años para Cuba. Todo el mundo ha
tenido que pagar bien caro su regreso, pero principalmente las
clases humildes que están pasando hambre y miseria mientras la
dictadura que ha arruinado al país con la conmoción, la ineptitud y
la zozobra, se dedica a la más repugnante politiquería, inventando
fórmulas y más fórmulas de perpetuarse en el poder aunque tenga que
ser sobre un montón de cadáveres y un mar de sangre.
Ni una sola iniciativa valiente ha
sido dictada. Batista vive entregado de pies y manos a los grandes
intereses, y no podía ser de otro modo, por su mentalidad, por la
carencia total de ideología y de principios, por la ausencia
absoluta de la fe, la confianza y el respaldo de las masas. Fue un
simple cambio de manos y un reparto de botín entre los amigos,
parientes, cómplices y la rémora de parásitos voraces que integran
el andamiaje político del dictador. ¡Cuántos oprobios se le han
hecho sufrir al pueblo para que un grupito de egoístas que no
sienten por la patria la menor consideración puedan encontrar en la
cosa pública un modus vivendi fácil y cómodo!.
¡Con cuánta razón dijo Eduardo Chibás
en su postrer discurso que Batista alentaba el regreso de los
coroneles, del palmacristi y de la ley de fuga! De inmediato después
del 10 de marzo comenzaron a producirse otra vez actos
verdaderamente vandálicos que se creían desterrados para siempre en
Cuba: el asalto a la Universidad del Aire, atentado sin precedentes
a una institución cultural, donde los gangsters del SIM se mezclaron
con los mocosos de la juventud del PAU; el secuestro del periodista
Mario Kuchilán, arrancado en plena noche de su hogar y torturado
salvajemente hasta dejarlo casi desconocido; el asesinato del
estudiante Rubén Batista y las descargas criminales contra una
pacífica manifestación estudiantil junto al mismo paredón donde los
voluntarios fusilaron a los estudiantes del 71; hombres que
arrojaron la sangre de los pulmones ante los mismos tribunales de
justicia por las bárbaras torturas que les habían aplicado en los
cuerpos represivos, como en el proceso del doctor García Bárcena. Y
no voy a referir aquí los centenares de casos en que grupos de
ciudadanos han sido apaleados brutalmente sin distinción de hombres
o mujeres, jóvenes o viejos. Todo esto antes del 26 de julio.
Después, ya se sabe, ni siquiera el cardenal Arteaga se libró de
actos de esta naturaleza. Todo el mundo sabe que fue víctima de los
agentes represivos. Oficialmente afirmaron que era obra de una banda
de ladrones. Por una vez dijeron la verdad, ¿qué otra cosa es este
régimen?...
La ciudadanía acaba de contemplar
horrorizada el caso del periodista que estuvo secuestrado y sometido
a torturas de fuego durante veinte días. En cada hecho un cinismo
inaudito, una hipocresía infinita: la cobardía de rehuir la
responsabilidad y culpar invariablemente a los enemigos del régimen.
Procedimientos de gobierno que no tienen nada que envidiarle a la
peor pandilla de gangster. Hitler asumió la responsabilidad por las
matanzas del 30 de junio de 1934 diciendo que había sido durante 24
horas el Tribunal Supremo de Alemania; los esbirros de esta
dictadura, que no cabe compararla con ninguna otra por la baja, ruin
y cobarde, secuestran, torturan, asesinan, y después culpan
canallescamente a los adversarios del régimen. Son los métodos
típicos del sargento Barriguilla.
En todos estos hechos que he
mencionado, señores magistrados, ni una sola vez han aparecido los
responsables para ser juzgados por los tribunales. ¡Cómo! ¿No era
éste el régimen del orden, de la paz pública y el respeto a la vida
humana?
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