16
Creo
haber justificado suficientemente mi punto de vista: son más razones
que las que esgrimió el señor fiscal para pedir que se me condene a
veintiséis años de cárcel; todas asisten a los hombres que luchan
por la libertad y la felicidad de un pueblo; ninguna a los que lo
oprimen, envilecen y saquean despiadadamente; por eso yo he tenido
que exponer muchas y él no pudo exponer una sola. ¿Cómo justificar
la presencia de Batista en el poder, al que llegó contra la voluntad
del pueblo y violando por la traición y por la fuerza las leyes de
la Revolución? ¿Cómo llamar revolucionario un gobierno donde se han
conjugado los hombres, las ideas y los métodos más retrógrados de la
vida pública? ¿Cómo considerar jurídicamente válida la alta traición
de un tribunal cuya misión era defender nuestra Constitución? ¿Con
qué derecho enviar a la cárcel a ciudadanos que vinieron a dar por
el decoro de su patria su sangre y su vida? ¡Eso es monstruoso ante
los ojos de la nación y los principios de la verdadera justicia!
Pero hay una razón que nos asiste más
poderosa que todas las demás: somos cubanos, y ser cubano implica un
deber, no cumplirlo es un crimen y es traición. Vivimos orgullosos
de la historia de nuestra patria; la aprendimos en la escuela y
hemos crecido oyendo hablar de libertad, de justicia y de derechos.
Se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo glorioso de
nuestros héroes y de nuestros mártires. Céspedes, Agramonte, Maceo,
Gómez y Martí fueron los primeros nombres que se grabaron en nuestro
cerebro; se nos enseñó que el Titán había dicho que la libertad no
se mendiga, sino que se conquista con el filo del machete; se nos
enseñó que para la educación de los ciudadanos en la patria libre,
escribió el Apóstol en su libro La Edad de Oro: "Un hombre que se
conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país
en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre
honrado. [...] En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro,
como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres
sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos
hombres. Ésos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los
que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los
hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un
pueblo entero, va la dignidad humana..." Se nos enseñó que el 10 de
octubre y el 24 de febrero son efemérides gloriosas y de regocijo
patrio porque marcan los días en que los cubanos se rebelaron contra
el yugo de la infame tiranía; se nos enseñó a querer y defender la
hermosa bandera de la estrella solitaria y a cantar todas las tardes
un himno cuyos versos dicen que vivir en cadenas vivir en afrenta y
oprobio sumidos, y que morir por la patria es vivir. Todo eso
aprendimos y no lo olvidaremos aunque hoy en nuestra patria se esté
asesinando y encarcelando a los hombres por practicar las ideas que
les enseñaron desde la cuna. Nacimos en un país libre que nos
legaron nuestros padres, y primero se hundirá la Isla en el mar
antes que consintamos en ser esclavos de nadie.
Parecía que el Apóstol iba a morir en
el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre,
¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es
rebelde, su pueblo es digno, su pueblo su fiel a su recuerdo; hay
cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en
magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su
sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria.
¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!
Termino mi defensa, no lo haré como
hacen siempre todos los letrados, pidiendo la libertad del
defendido; no puedo pedirla cuando mis compañeros están sufriendo ya
en Isla de Pinos ignominiosa prisión. Enviadme junto a ellos a
compartir su suerte, es inconcebible que los hombres honrados estén
muertos o presos en una república donde está de presidente un
criminal y un ladrón.
A los señores magistrados, mi sincera
gratitud por haberme permitido expresarme libremente, sin mezquinas
coacciones; no os guardo rencor, reconozco que en ciertos aspectos
habéis sido humanos y sé que el presidente de este tribunal, hombre
de limpia vida, no puede disimular su repugnancia por el estado de
cosas reinantes que lo obliga a dictar un fallo injusto. Queda
todavía a la Audiencia un problema más grave; ahí están las causas
iniciadas por los setenta asesinatos, es decir, la mayor masacre que
hemos conocido; los culpables siguen libres con un arma en la mano
que es amenaza perenne para la vida de los ciudadanos; si no cae
sobre ellos todo el peso de la ley, por cobardía o porque se lo
impidan, y no renuncien en pleno todos los magistrados, me apiado de
vuestras honras y compadezco la mancha sin precedentes que caerá
sobre el Poder Judicial.
En cuanto a mí, sé que la cárcel será
dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de
ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia
del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos.
Condenadme, no importa, La historia me
absolverá.
Volver
|