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Se
ha repetido con mucho énfasis por el gobierno que el pueblo no
secundó el movimiento. Nunca había oído una afirmación tan ingenua
y, al propio tiempo, tan llena de mala fe. Pretenden evidenciar con
ello la sumisión y cobardía del pueblo; poco falta para que digan
que respalda a la dictadura, y no saben cuánto ofenden con ello a
los bravos orientales. Santiago de Cuba creyó que era una lucha
entre soldados, y no tuvo conocimiento de lo que ocurría hasta
muchas horas después. ¿Quién duda del valor, el civismo y el coraje
sin límites del rebelde y patriótico pueblo de Santiago de Cuba? Si
el Moncada hubiera caído en nuestras manos, ¡hasta las mujeres de
Santiago de Cuba habrían empuñado las armas! ¡Muchos fusiles se los
cargaron a los combatientes las enfermeras del Hospital Civil! Ellas
también pelearon. Eso no lo olvidaremos jamás.
No fue nunca nuestra intención luchar
con los soldados del regimiento, sino apoderarnos por sorpresa del
control y de las armas, llamar al pueblo, reunir después a los
militares e invitarlos a abandonar la odiosa bandera de la tiranía y
abrazar la de la libertad, defender los grandes intereses de la
nación y no los mezquinos intereses de un grupito; virar las armas y
disparar contra los enemigos del pueblo, y no contra el pueblo,
donde están sus hijos y sus padres; luchar junto a él, como hermanos
que son, y no frente a él, como enemigos que quieren que sean; ir
unidos en pos del único ideal hermosos y digno de ofrendarle la
vida, que es la grandeza y felicidad de la patria. A los que dudan
que muchos soldados se hubieran sumado a nosotros, yo les pregunto:
¿Qué cubano no ama la gloria? ¿Qué alma no se enciende en un
amanecer de libertad?
El cuerpo de la Marina no combatió
contra nosotros, y se hubiera sumado sin duda después. Se sabe que
ese sector de las Fuerzas Armadas es el menos adicto a la tiranía y
que existe entre sus miembros un índice muy elevado de conciencia
cívica. Pero en cuanto al resto del Ejército nacional, ¿hubiera
combatido contra el pueblo sublevado? Yo afirmo que no. El soldado
es un hombre de carne y hueso, que piensa, que observa y que siente.
Es susceptible a la influencia de las opiniones, creencias,
simpatías y antipatías del pueblo. Si se le pregunta su opinión dirá
que no puede decirla; pero eso no significa que carezca de opinión.
Le afectan exactamente los mismos problemas que a los demás
ciudadanos conciernen: subsistencia, alquiler, la educación de los
hijos, el porvenir de éstos, etcétera. Cada familiar es un punto de
contacto inevitable entre él y el pueblo y la situación presente y
futura de la sociedad en que vive. Es necio pensar que porque un
soldado reciba un sueldo del Estado, bastante módico, haya resuelto
las preocupaciones vitales que le imponen sus necesidades, deberes y
sentimientos como miembro de una familia y de una colectividad
social.
Ha sido necesaria esta breve
explicación porque es el fundamento de un hecho en que muy pocos han
pensado hasta el presente: el soldado siente un profundo respeto por
el sentimiento de la mayoría del pueblo. Durante el régimen de
Machado, en la misma medida en que crecía la antipatía popular,
decrecía visiblemente la fidelidad del Ejército, a extremos que un
grupo de mujeres estuvo a punto de sublevar el campamento de
Columbia. Pero más claramente prueba de esto un hecho reciente:
mientras el régimen de Grau San Martín mantenía en el pueblo su
máxima popularidad, proliferaron en el Ejército, alentadas por ex
militares sin escrúpulos y civiles ambiciosos, infinidad de
conspiraciones, y ninguna de ellas encontró eco en la masa de los
militares.
El 10 de marzo tiene lugar en el
momento en que había descendido hasta el mínimo el prestigio del
gobierno civil, circunstancia que aprovecharon Batista y su
camarilla. ¿Por qué no lo hicieron después del 1º de junio?
Sencillamente porque si esperan que la mayoría de la nación
expresase sus sentimientos en las urnas, ninguna conspiración
hubiera encontrado eco en la tropa.
Puede hacerse, por tanto, una segunda
afirmación: el Ejército jamás se ha sublevado contra un régimen de
mayoría popular. Estas verdades son históricas, y si Batista se
empeña en permanecer a toda costa en el poder contra la voluntad
absolutamente mayoritaria de Cuba, su fin será más trágico que el de
Gerardo Machado.
Puedo expresar mi concepto en lo que a
las Fuerzas Armadas se refiere, porque hablé de ellas y las defendía
cuando todos callaban, y no lo hice para conspirar ni por interés de
ningún género, porque estábamos en plena normalidad constitucional,
sino por meros sentimientos de humanidad y deber cívico. Era en
aquel tiempo el periódico Alerta uno de los más leídos por la
posición que mantenía entonces en la política nacional, y desde sus
páginas realicé una memorable campaña contra el sistema de trabajos
forzados a que estaban sometidos los soldados en las fincas privadas
de los altos personajes civiles y militares, aportando datos,
fotografías, películas y pruebas de todas clases con las que me
presenté también ante los tribunales denunciando el hecho el día 3
de marzo de 1952. Muchas veces dije en esos escritos que era de
elemental justicia aumentarles el sueldo a los hombres que prestaban
sus servicios en las Fuerzas Armadas. Quiero saber de uno más que
haya levantado su voz en aquella ocasión para protestar contra tal
injusticia. No fue por cierto Batista y compañía, que vivía muy bien
protegido en su finca de recreo con toda clase de garantías,
mientras yo corría mil riesgos sin guardaespaldas ni armas.
Conforme lo defendí entonces, ahora,
cuando todos callan otra vez, le digo que se dejó engañar
miserablemente, y a la mancha, el engaño y la vergüenza del 10 de
marzo, ha añadido la mancha y la vergüenza, mil veces más grande, de
los crímenes espantosos e injustificables de Santiago de Cuba. Desde
ese momento el uniforme del Ejército está horriblemente salpicado de
sangre, y si en aquella ocasión dije ante el pueblo y denuncié ante
los tribunales que había militares trabajando como esclavos en las
fincas privadas, hoy amargamente digo que hay militares manchados
hasta el pelo con la sangre de muchos jóvenes cubanos torturados y
asesinados. Y digo también que si es para servir a la República,
defender a la nación, respetar al pueblo y proteger al ciudadano, es
justo que un soldado gane por lo menos cien pesos; pesos es para
matar y asesinar, para oprimir al pueblo, traicionar la nación y
defender los intereses de un grupito, no merece que la República se
gaste ni un centavo en ejército, y el campamento de Columbia debe
convertirse en una escuela e instalar allí, en vez de soldados, diez
mil niños huérfanos.
Como quiero ser justo antes de todo,
no puedo considerar a todos los militares solidarios de esos
crímenes, esas manchas y esas vergüenzas que son obras de unos
cuantos traidores y malvados, pero todo militar de honor y dignidad
que ame su carrera y quiera su constitución, está en el deber de
exigir y luchar para que esas manchas sean lavadas, esos engaños
sean vengados y esas culpas sean castigadas si no quieren que ser
militar sea para siempre una infamia en vez de un orgullo.
Claro que el 10 de marzo no tuvo más
remedio que sacar a los soldados de las fincas privadas, pero fue
para ponerlos a trabajar de reporteros, choferes, criados y
guardaespaldas de toda la fauna de politiqueros que integran el
partido de la dictadura. Cualquier jerarca de cuarta o quinta
categoría se cree con derecho a que un militar le maneje el
automóvil y le cuida las espaldas, cual si estuviesen temiendo
constantemente un merecido puntapié.
Si existía en realidad un propósito
reivindicador, ¿por qué no se les confiscaron todas las fincas y los
millones a los que como Genovevo Pérez Dámera hicieron su fortuna
esquilmando a los soldados, haciéndolos trabajar como esclavos y
desfalcando los fondos de las Fuerzas Armadas? Pero no: Genovevo y
los demás tendrán soldados cuidándolos en sus fincas porque en el
fondo todos los generales del 10 de marzo están aspirando a hacer lo
mismo y no pueden sentar semejante precedente.
El 10 de marzo fue un engaño
miserable, sí... Batista, después de fracasar por la vía electoral
él y su cohorte de politiqueros malos y desprestigiados,
aprovechándose de su descontento, tomaron de instrumento al Ejército
para trepar al poder sobre las espaldas de los soldados. Y yo sé que
hay muchos hombres disgustados por el desengaño: se les aumentó el
sueldo y después con descuentos y rebajas de toda clase se les
volvió a reducir; infinidad de viejos elementos desligados de los
institutos armados volvieron a filas cerrándoles el paso a hombres
jóvenes, capacitados y valiosos; militares de mérito han sido
postergados mientras prevalece el más escandaloso favoritismo con
los parientes y allegados de los altos jefes. Muchos militares
decentes se están preguntando a estas horas qué necesidad tenían las
Fuerzas Armadas de cargar con la tremenda responsabilidad histórica
de haber destrozado nuestra Constitución para llevar al poder a un
grupo de hombres sin moral, desprestigiados, corrompidos,
aniquilados para siempre políticamente y que no podían volver a
ocupar un cargo público si no era a punta de bayoneta, bayoneta que
no empuñan ellos...
Por otro lado, los militares están
padeciendo una tiranía peor que los civiles. Se les vigila
constantemente y ninguno de ellos tiene la menor seguridad en sus
puestos: cualquier sospecha injustificada, cualquier chisme,
cualquier intriga, cualquier confidencia es suficiente para que los
trasladen, los expulsen o los encarcelen deshonrosamente. ¿No les
prohibió Tabernilla en una circular conversar con cualquier
ciudadano de la oposición, es decir, el noventa y nueve por ciento
del pueblo?... ¡Qué desconfianza!... ¡Ni a las vírgenes vestales de
Roma se les impuso semejante regla! Las tan cacareadas casitas para
los soldados no pasan de trescientas en toda la Isla y, sin embargo,
con lo gastado en tanques, cañones y armas había para fabricarle una
casa a cada alistado; luego, lo que le importa a Batista no es
proteger al Ejército, sino que el Ejército lo proteja a él; se
aumenta su poder de opresión y de muerte, pero esto no es mejorar el
bienestar de los hombres. Guardias triples, acuartelamiento
constante, zozobra perenne, enemistad de la ciudadanía,
incertidumbre del porvenir, eso es lo que se le ha dado al soldado,
o lo que es lo mismo: "Muere por el régimen, soldado, dale tu sudor
y tu sangre, te dedicaremos un discurso y un ascenso póstumo (cuando
ya no te importe), y después... seguiremos viviendo bien y
haciéndonos ricos; mata, atropella, oprime al pueblo, que cuando el
pueblo se canse y esto se acabe, tú pagarás nuestros crímenes y
nosotros nos iremos a vivir como príncipes en el extranjero; y si
volvemos algún día, no toques, no toques tú ni tus hijos en la
puerta de nuestros palacetes, porque seremos millonarios y los
millonarios no conocen a los pobres. Mata, soldado, oprime al
pueblo, contra ese pueblo que iba a librarlos a ellos inclusive de
la tiranía, la victoria hubiera sido del pueblo.
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