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En
el sumario de esta causa han de constar las cinco leyes
revolucionarias que serían proclamadas inmediatamente después de
tomar el cuartel Moncada y divulgadas por radio a la nación. Es
posible que el coronel Chaviano haya destruido con toda intención
esos documentos, pero si él los destruyó, yo los conservo en la
memoria.
La primera ley revolucionaria devolvía
al pueblo la soberanía y proclamaba la Constitución de 1940 como la
verdadera ley suprema del Estado, en tanto el pueblo decidiese
modificarla o cambiarla, y a los efectos de su implantación y
castigo ejemplar a todos los que la habían traicionado, no
existiendo órganos de elección popular para llevarlo a cabo, el
movimiento revolucionario, como encarnación momentánea de esa
soberanía, única fuente de poder legislativo, asumía todas las
facultades que le son inherentes a ella, excepto de legislar,
facultad de ejecutar y facultad de juzgar.
Esta actitud no podía ser más diáfana
y despojada de chocherías y charlatanismos estériles: u gobierno
aclamado por la masa de combatientes, recibiría todas las
atribuciones necesarias para proceder a la implantación efectiva de
la voluntad popular y de la verdadera justicia. A partir de ese
instante, el Poder Judicial, que se ha colocado desde el 10 de marzo
frente a al Constitución y fuera de la Constitución, recesaría como
tal Poder y se procedería a su inmediata y total depuración, antes
de asumir nuevamente las facultades que le concede la Ley Suprema de
la República. Sin estas medidas previas, la vuelta a la legalidad,
poniendo su custodia en manos que claudicaron deshonrosamente, sería
una estafa, un engaño y una traición más.
La segunda ley revolucionaria concedía
la propiedad inembargable e instransferible de la tierra a todos los
colonos, subcolonos, arrendatarios, aparceros y precaristas que
ocupasen parcelas de cinco o menos caballerías de tierra,
indemnizando el Estado a sus anteriores propietarios a base de la
renta que devengarían por dichas parcelas en un promedio de diez
años.
La tercera ley revolucionaria otorgaba
a los obreros y empleados el derecho a participar del treinta por
ciento de las utilidades en todas las grandes empresas industriales,
mercantiles y mineras, incluyendo centrales azucareros. Se
exceptuaban las empresas meramente agrícolas en consideración a
otras leyes de orden agrario que debían implantarse.
La cuarta ley revolucionaria concedía
a todos los colonos el derecho a participar del cincuenta y cinco
por ciento del rendimiento de la caña y cuota mínima de cuarenta mil
arrobas a todos los pequeños colonos que llevasen tres o más años de
establecidos.
La quinta ley revolucionaria ordenaba
la confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de
todos los gobiernos y a sus causahabientes y herededor en cuanto a
bienes percibidos por testamento o abintestato de procedencia mal
habida, mediante tribunales especiales con facultades plenas de
acceso a todas las fuentes de investigación, de intervenir a tales
efectos las compañías anónimas inscriptas en el país o que operen en
él donde puedan ocultarse bienes malversados y de solicitar de los
gobiernos extranjeros extradición de personas y embargo de bienes.
La mitad de los bienes recobrados pasarían a engrosar las cajas de
los retiros obreros y la otra mitad a los hospitales, asilos y casas
de beneficencia.
Se declaraba, además, que la política
cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos
democráticos del continente y que los perseguidos políticos de las
sangrientas tiranías que oprimen a las naciones hermanas,
encontrarían en la patria de Martí, no como hoy, persecución, hambre
y traición, sino asilo generoso, hermandad y pan. Cuba debía ser
baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo.
Estas leyes serían proclamadas en el
acto y a ellas seguirían, una vez terminada la contienda y previo
estudio minucioso de su contenido y alcance, otra serie de leyes y
medidas también fundamentales como la reforma agraria, la reforma
integral de la enseñanza y la nacionalización del trust eléctrico y
el trust telefónico, devolución al pueblo del exceso ilegal que han
estado cobrando en sus tarifas y pago al fisco de todas las
cantidades que han burlado a la hacienda pública.
Todas estas pragmáticas y otras
estarían inspiradas en el cumplimiento estricto de dos artículos
esenciales de nuestra Constitución, uno de los cuales manda que se
proscriba el latifundio y, a los efectos de su desaparición, la ley
señale el máximo de extensión de tierra que cada persona o entidad
pueda poseer para cada tipo de explotación agrícola, adoptando
medidas que tiendan a revertir la tierra al cubano; y el otro ordena
categóricamente al Estado emplear todos los medios que estén a su
alcance para proporcionar ocupación a todo el que carezca de ella y
asegurar a cada trabajador manual o intelectual una existencia
decorosa. Ninguna de ellas podrá ser tachada por tanto de
inconstitucional. El primer gobierno de elección popular que
surgiere inmediatamente después, tendría que respetarlas, no sólo
porque tuviese un compromiso moral con la nación, sino porque los
pueblos cuando alcanzan las conquistas que han estado anhelando
durante varias generaciones, no hay fuerza en el mundo capaz de
arrebatárselas.
El problema de la tierra, el problema
de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del
desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del
pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se
hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la
conquista de las libertades públicas y la democracia política.
Quizás luzca fría y teórica esta
exposición, si no se conoce la espantosa tragedia que está viviendo
el país en estos seis órdenes, sumada a la más humillante opresión
política.
El ochenta y cinco por ciento de los
pequeños agricultores cubanos está pagando renta y vive bajo la
perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las
mejores tierras de producción cultivadas está en manos extranjeras.
En Oriente, que es la provincia más ancha, las tierras de la United
Fruit Company y la West Indies unen la costa norte con la costa sur.
Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen una vara de
tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos y, en
cambio, permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses,
cerca de trescientas mil caballerías de tierras productivas. Si Cuba
es un país eminentemente agrícola, si su población es en gran parte
campesina, si la ciudad depende del campo, si el campo hizo la
independencia, si la grandeza y prosperidad de nuestra nación
depende de un campesinado saludable y vigoroso que ame y sepa
cultivar la tierra, de un Estado que lo proteja y lo oriente, ¿cómo
es posible que continúe este estado de cosas?
Salvo unas cuantas industrias
alimenticias, madereras y textiles, Cuba sigue siendo una factoría
productora de materia prima. Se exporta azúcar para importar
caramelos, se exportan cueros para importar zapatos,. se exporta
hierro para importar arados... Todo el mundo está de acuerdo en que
la necesidad de industrializar el país es urgente, que hacen falta
industrias químicas, que hay que mejorar las crías, los cultivos, la
técnica y elaboración de nuestras industrias alimenticias para que
puedan resistir la competencia ruinosa que hacen las industrias
europeas de queso, leche condensada, licores y aceites y las de
conservas norteamericanas, que necesitamos barcos mercantes, que el
turismo podría ser una enorme fuente de riquezas; pero los
poseedores del capital exigen que los obreros pasen bajo las horcas
caudinas, el Estado se cruza de brazos y la industrialización espera
por las calendas griegas.
Tan grave o peor es la tragedia de la
vivienda. Hay en Cuba doscientos mil bohíos y chozas; cuatrocientas
mil familias del campo y de la ciudad viven hacinadas en barracones,
cuarterías y solares sin las más elementales condiciones de higiene
y salud; dos millones doscientas mil personas de nuestra población
urbana pagan alquileres que absorben entre un quinto y un tercio de
sus ingresos; y dos millones ochocientas mil de nuestra población
rural y suburbana carecen de luz eléctrica. Aquí ocurre lo mismo: si
el Estado se propone rebajar los alquileres, los propietarios
amenazan con paralizar todas las construcciones; si el Estado se
abstiene, construyen mientras pueden percibir un tipo elevado de
renta, después no colocan una piedra más aunque el resto de la
población viva a la intemperie. Otro tanto hace el monopolio
eléctrico: extiende las líneas hasta el punto donde pueda percibir
una utilidad satisfactoria, a partir de allí no le importa que las
personas vivan en las tinieblas por el resto de sus días. El Estado
se cruza de brazos y el pueblo sigue sin casas y sin luz.
Nuestro sistema de enseñanza se
complementa perfectamente con todo lo anterior: ¿Es un campo donde
el guajiro no es dueño de la tierra para qué se quieren escuelas
agrícolas? ¿En una ciudad donde no hay industrias para qué se
quieren escuelas técnicas o industriales? Todo está dentro de la
misma lógica absurda: no hay ni una cosa ni otra. En cualquier
pequeño país de Europa existen más de doscientas escuelas técnicas y
de artes industriales; en Cuba, no pasan de seis y los muchachos
salen con sus títulos sin tener dónde emplearse. A las escuelitas
públicas del campo asisten descalzos, semidesnudos y desnutridos,
menos de la mitad de los niños en edad escolar y muchas veces el
maestro quien tiene que adquirir con su propio sueldo el material
necesario. ¿Es así como puede hacerse una patria grande?
De tanta miseria sólo es posible
liberarse con la muerte; y a eso sí los ayuda el Estado: a morir. El
noventa por ciento de los niños del campo está devorado por
parásitos que se les filtran desde la tierra por las uñas de los
pies descalzos. La sociedad se conmueve ante la noticia del
secuestro o el asesinato de una criatura, pero permanece
criminalmente indiferente ante el asesinato en masa que se comete
con tantos miles y miles de niños que mueren todos los años por
falta de recursos, agonizando entre los estertores del dolor, y
cuyos ojos inocentes, ya en ellos el brillo de la muerte, parecen
mirar hacia lo infinito como pidiendo perdón para el egoísmo humano
y que no caiga sobre los hombres la maldición de Dios. Y cuando un
padre de familia trabaja cuatro meses la año, ¿con qué puede comprar
ropas y medicinas a sus hijos? Crecerán raquíticos, a los treinta
años no tendrán una pieza sana en la boca, habrán oído diez millones
de discursos, y morirán al fin de miseria y decepción. El acceso a
los hospitales del Estado, siempre repletos, sólo es posible
mediante la recomendación de un magnate político que le exigirá al
desdichado su voto y el de toda su familia para que Cuba siga
siempre igual o peor.
Con tales antecedentes, ¿cómo no
explicarse que desde el mes de mayo al de diciembre un millón de
personas se encuentren sin trabajo y que Cuba, con una población de
cinco millones y medio de habitantes, tenga actualmente más
desocupados que Francia e Italia con una población de más de
cuarenta millones cada una?
Cuando vosotros juzgáis a un acusado
por robo, señores magistrados, no le preguntáis cuánto tiempo lleva
sin trabajo, cuántos hijos tiene, qué días de la semana comió y qué
días no comió, no os preocupáis en absoluto por las condiciones
sociales del medio donde vive: lo enviáis a la cárcel sin más
contemplaciones. Allí no van los ricos que queman almacenes y
tiendas para cobrar las pólizas de seguro, aunque se quemen también
algunos seres humanos, porque tienen dinero de sobra para pagar
abogados y sobornar magistrados. Enviáis a la cárcel al infeliz que
roba por hambre, pero ninguno de los cientos de ladrones que han
robado millones al Estado durmió nunca una noche tras las rejas:
cenáis con ellos a fin de año en algún lugar aristocrático y tienen
vuestro respeto. En Cuba, cuando un funcionario se hace millonario
de la noche a la mañana y entra en la cofradía de los ricos, puede
ser recibido con las mismas palabras de aquel opulento personaje de
Balzac, Taillefer, cuando brindó por el joven que acababa de heredar
una inmensa fortuna: "¡Señores, bebamos al poder del oro! El señor
Valentín, seis veces millonario, actualmente acaba de ascender al
trono. Es rey, lo puede todo, está por encima de todo, como sucede a
todos los ricos. En lo sucesivo la igualdad ante la ley, consignada
al frente de la Constitución, será un mito para él, no estará
sometido a las leyes, sino que las leyes se le someterá. Para los
millonarios no existen tribunales ni sanciones."
El porvenir de la nación y la solución
de sus problemas no pueden seguir dependiendo del interés egoísta de
una docena de financieros, de los fríos cálculos sobre ganancias que
tracen en sus despachos de aire acondicionado diez o doce magnates.
El país no puede seguir de rodillas implorando los milagros de unos
cuantos becerros de oro que, como aquél del Antiguo Testamento que
derribó la ira del profeta, no hacen milagros de ninguna clase. Los
problemas de la República sólo tienen solución si nos dedicamos a
luchar por ella con la misma energía, honradez y patriotismo que
invirtieron nuestros libertadores en crearla. Y no es con estadistas
al estilo de Carlos Saladrigas, cuyo estadismo consiste en dejarlo
todo tal cual está y pasarse la vida farfullando sandeces sobre la
"libertad absoluta de empresa", "garantías al capital de inversión"
y la "ley de la oferta y la demanda", como habrán de resolverse
tales problemas. En un palacete de la Quinta Avenida, estos
ministros pueden charlar alegremente hasta que no quede ya ni el
polvo de los huesos de los que hoy reclaman soluciones urgentes. Y
en el mundo actual ningún problema social se resuelve por generación
espontánea.
Un gobierno revolucionario con el
respaldo del pueblo y el respeto de la nación después de limpiar las
instituciones de funcionarios venales y corrompidos, procedería
inmediatamente a industrializar el país, movilizando todo el capital
inactivo que pasa actualmente de mil quinientos millones a través
del Banco Nacional y el Banco de Fomento Agrícola e Industrial y
sometiendo la magna tarea al estudio, dirección, planificación y
realización por técnicos y hombres de absoluta competencia, ajenos
por completo a los manejos de la política.
Un gobierno revolucionario, después de
asentar sobre sus parcelas con carácter de dueños a los cien mil
agricultores pequeños que hoy pagan rentas, procedería a concluir
definitivamente el problema de la tierra, primero: estableciendo
como ordena la Constitución un máximo de extensión para cada tipo de
empresa agrícola y adquiriendo el exceso por vía de expropiación,
reivindicando las tierras usurpadas al Estado, desecando marismas y
terrenos pantanosos, plantando enormes viveros y reservando zonas
para la repoblación forestal; segundo: repartiendo el resto
disponible entre familias campesinas con preferencia a las más
numerosas, fomentando cooperativas de agricultores para la
utilización común de equipos de mucho costo, frigoríficos y una
misma dirección profesional técnica en el cultivo y la crianza y
facilitando, por último, recursos, equipos, protección y
conocimientos útiles al campesinado.
Un gobierno revolucionario resolvería
el problema de la vivienda rebajando resueltamente el cincuenta por
ciento de los alquileres, eximiendo de toda contribución a las casas
habitadas por sus propios dueños, triplicando los impuestos sobre
las casas alquiladas, demoliendo las infernales cuarterías para
levantar en su lugar edificios modernos de muchas plantas y
financiando la construcción de viviendas en toda la Isla en escala
nunca vista, bajo el criterio de que si lo ideal en el campo es que
cada familia posea su propia parcela, lo ideal en la ciudad es que
cada familia viva en su propia casa o apartamento. Hay piedra
suficiente y brazos de sobra para hacerle a cada familia cubana una
vivienda decorosa. Pero si seguimos esperando por los milagros del
becerro de oro, pasarán mil años y el problema estará igual. Por
otra parte, las posibilidades de llevar corriente eléctrica hasta el
último rincón de la Isla son hoy mayores que nunca, por cuanto es ya
una realidad la aplicación de la energía nuclear a esa rama de la
industria, lo cual abaratará enormemente su costo de producción.
Con estas tres iniciativas y reformas
el problema del desempleo desaparecería automáticamente y la
profilaxis y al lucha contra las enfermedades sería tarea mucho más
fácil.
Finalmente, un gobierno revolucionario
procedería a la reforma integral de nuestra enseñanza, poniéndola a
tono con las iniciativas anteriores, para preparar debidamente a las
generaciones que están llamadas a vivir en una patria más feliz. No
se olviden las palabras del Apóstol: "Se está cometiendo en [...]
América Latina un error gravísimo: en pueblos que viven casi por
completo de los productos del campo, se educa exclusivamente para la
vida urbana y no se les prepara para la vida campesina." "El pueblo
más feliz es el que tenga mejor educados a sus hijos, en la
instrucción del pensamiento y en la dirección de los sentimientos."
"Un pueblo instruido será siempre fuerte y libre."
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