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Pero
el alma de la enseñanza es el maestro, y a los educadores en Cuba se
les paga miserablemente; no hay, sin embargo, ser más enamorado de
su vocación que el maestro cubano. ¿Quién no aprendió sus primeras
letras en una escuelita pública? Basta ya de estar pagando con
limosnas a los hombres y mujeres que tienen en sus manos la misión
más sagrada del mundo de hoy y del mañana, que es enseñar. Ningún
maestro debe ganar menos de doscientos pesos, como ningún profesor
de segunda enseñanza debe ganar menos de trescientos cincuenta, si
queremos que se dediquen enteramente a su elevada misión, si tener
que vivir asediados por toda clase de mezquinas privaciones. Debe
concedérseles además a los maestros que desempeñan su función en el
campo, el uso gratuito de los medios de transporte; y a todos, cada
cinco años por lo menos, un receso en sus tareas de seis meses con
sueldo, para que puedan asistir a cursos especiales en el país o en
el extranjero, poniéndose al día en los últimos conocimientos
pedagógicos y mejorando constantemente sus programas y sistemas. ¿De
dónde sacar el dinero necesario? Cuando no se lo roben, cuando no
haya funcionarios venales que se dejen sobornar por las grandes
empresas con detrimento del fisco, cuando los inmensos recursos de
la nación estén movilizados y se dejen de comprar tanques,
bombarderos y cañones en este país sin fronteras, sólo para guerrear
contra el pueblo, y se le quiera educar en vez de matar, entonces
habrá dinero de sobra.
Cuba podría albergar espléndidamente
una población tres veces mayor; no hay razón, pues, para que exista
miseria entre sus actuales habitantes. Los mercados debieran estar
abarrotados de productos; las despensas de las casas debieran estar
llenas; todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente.
No, eso no es inconcebible. Lo inconcebible es que haya hombres que
se acuesten con hambre mientras quede una pulgada de tierra sin
sembrar; lo inconcebible es que haya niños que mueran sin asistencia
médica, lo inconcebible es que el treinta por ciento de nuestros
campesinos no sepan firmar, y el noventa y nueve por ciento no sepa
de historia de Cuba; lo inconcebible es que la mayoría de las
familias de nuestros campos estén viviendo en peores condiciones que
los indios que encontró Colón al descubrir la tierra más hermosa que
ojos humanos vieron.
A los que me llaman por esto soñador,
les digo como Martí: "El verdadero hombre no mira de qué lado se
vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ése es [...] el único
hombre práctico cuyo sueño de hoy será la ley de mañana, porque el
que haya puesto los ojos en las entrañas universales y visto hervir
los pueblos, llameantes y ensangrentados, en la artesa de los
siglos, sabe que el porvenir, sin una sola excepción, está del lado
del deber."
Únicamente inspirados en tan elevados
propósitos, es posible concebir el heroísmo de los que cayeron en
Santiago de Cuba. Los escasos medios materiales con que hubimos de
contar, impidieron el éxito seguro. A los soldados les dijeron que
Prío nos había dado un millón de pesos; querían desvirtuar el hecho
más grave para ellos: que nuestro movimiento no tenía relación
alguna con el pasado, que era una nueva generación cubana con sus
propias ideas, la que se erguía contra la tiranía, de jóvenes que no
tenían apenas siete años cuando Batista comenzó a cometer sus
primeros crímenes en el año 34. La mentira del millón no podía ser
más absurda: si con menos de veinte mil pesos armamos cientos
sesenta y cinco hombres y atacamos un regimiento y un escuadrón, con
un millón de pesos hubiéramos podido armar ocho mil hombres, atacar
cincuenta regimientos, cincuenta escuadrones, y Ugalde Carrillo no
se habría enterado hasta el domingo 26 de julio a las 5_15 de la
mañana. Sépase que por cada uno que vino a combatir, se quedaron
veinte perfectamente entrenados que no vinieron porque no había
armas. Esos hombres desfilaron por las calles de La Habana con la
manifestación estudiantil en el Centenario de Martí y llenaban seis
cuadras en masa compacta. Doscientos más que hubieran podido venir o
veinte granadas de mano en nuestro poder, y tal vez le habríamos
ahorrado a este honorable tribunal tantas molestias.
Los políticos se gastan en sus
campañas millones de pesos sobornando conciencias, y un puñado de
cubanos que quisieron salvar el honor de la patria tuvo que venir a
afrontar la muerte con las manos vacías por falta de recursos. Eso
explica que al país lo hayan gobernado hasta ahora, no hombres
generosos y abnegados, sino el bajo mundo de la politiquería, el
hampa de nuestra vida pública.
Con mayor orgullo que nunca digo que
consecuentes con nuestros principios, ningún político de ayer nos vi
tocar a sus puertas pidiendo un centavo, que nuestros medios se
reunieron con ejemplos de sacrificios que no tienen paralelo, como
el de aquel joven, Elpidio Sosa, que vendió su empleo y se me
presentó un día con trescientos pesos "para la causa"; Fernando
Chenard, que vendió sus aparatos de su estudio fotográfico, con el
que se ganaba la vida; Pedro Marrero, que empeñó su sueldo de muchos
meses y fue preciso prohibirle que vendería también los muebles de
su casa; Oscar Alcalde, que vendió su laboratorio de productos
farmacéuticos; Jesús Montané, que entregó el dinero que había
ahorrado durante más de cinco años; y así por el estilo muchos más,
despojándose cada cual de lo poco que tenía.
Hace falta tener una fe muy grande en
su patria para proceder así, y estos recuerdos de idealismo me
llevaron directamente al más amargo capítulo de esta defensa: el
precio que les hizo pagar la tiranía por querer librar a Cuba de la
opresión y la injusticia.
¡Cadáveres amados
los que un día
Ensueños fuisteis de la patria mía,
Arrojad, arrojad sobre mi frente
Polvo de vuestros huesos carcomidos!
¡Tocad mi corazón con vuestras manos!
¡Gemid a mis oídos!
¡Cada uno ha de ser de mis gemidos
Lágrimas de uno más de los tiranos!
¡Andad a mi rencor; vagad en tanto
Que mi ser vuestro espíritu recibe
Y dadme de las tumbas el espanto,
Que es poco ya para llorar el llanto
Cuando en infame esclavitud se vive!
Multiplicad por diez el crimen del 27
de noviembre de 1871 y tendréis los crímenes monstruosos y
repugnantes del 26, 27, 28 y 29 de julio de 1953 en Oriente. Los
hechos están recientes todavía, pero cuando los años pasen y el
cielo de la patria se despeje, cuando los ánimos exaltados se
aquieten y el miedo no turbe los espíritus, se empezará a ver en
toda su espantosa realidad la magnitud de la masacre, y las
generaciones venideras volverán aterrorizadas los ojos hacia este
acto de barbarie sin precedentes en nuestra historia. Pero no quiero
que la ira me ciegue, porque necesito toda la claridad de mi mente y
la serenidad del corazón destrozado para exponer los hechos tal como
ocurrieron, con toda sencillez, antes que exagerar el dramatismo,
porque siento vergüenza, como cubano, que unos hombres sin entrañas,
con sus crímenes incalificables, hayan deshonrado nuestra patria
ante el mundo.
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