LOS
TRABAJADORES DEL MUNDO
La irrupción del movimiento
anticapitalista a escala mundial en los últimos dos años y medio, ha planteado
bajo formas nuevas muchas viejas preguntas. La más importante es la pregunta
relativa al sujeto de la acción –cuáles son las fuerzas capaces de desafiar al
sistema y transformar al mundo.
Chris Harman
Para el marxismo clásico, la respuesta era simple. El crecimiento del
capitalismo venía acompañado necesariamente por el crecimiento de la clase a la
que explotaba, la clase trabajadora, y esta sería el centro de la rebelión
contra el sistema. Pero esta visión es atacada hoy desde varias direcciones, no
solamente por la la socialdemocracia, sino también por algunos de los voceros
más reconocidos del movimiento anticapitalista. En particular, la noción de
“multitud” propuesta por Michael Hardt y Antonio Negri,[1] es vista por muchos
como una categoría más relevante que la noción de “clase trabajadora”.
Esta no es la primera vez que la posición del marxismo clásico al respecto, es
cuestionada. Ocurrió varias veces durante el siglo XX. La expansión del
movimiento revolucionario desde Europa occidental y América del norte al resto
del mundo, enfrentó a muchos con la pesada realidad de que la clase trabajadora
no era la “abrumadora mayoría” de la humanidad, sino todavía una pequeña
minoría. Esto impulsó en Rusia a una tendencia socialista –los narodniks– a
poner su esperanza en los campesinos y no en los trabajadores. Llevó a otra –los
mencheviques– a declarar que la revolución rusa no podía ser una revolución
obrera y menos aún socialista. Lenin, por el contrario, insistía en el papel
central e independiente que correspondía a la clase trabajadora, incluso en los
años previos a 1917, cuando afirmaba que la revolución no produciría un Estado
obrero sino una “dictadura democrática”. Trotsky fue más allá y adoptó una
posición que fue aceptada de hecho por Lenin durante 1917: los trabajadores
tenían que tomar el poder, aunque su éxito final en avanzar hacia el socialismo
dependiera de la extensión de la revolución a los países más desarrollados.
Esto no puso fin a la discusión. Tras la Revolución rusa el debate apareció
nuevamente fruto del surgimiento de movimientos revolucionarios en lo que ahora
llamamos el Tercer Mundo. La estalinizada Internacional Comunista confiaba desde
la mitad de la década de 1920, en que la “burguesía nacional” de los países
coloniales sería una aliada de la revolución internacional. En las décadas de
1950 y 1960, después de las victorias revolucionarias en China y en Cuba, la
visión prácticamente dominante en la izquierda a escala mundial, era que los
campesinos constituían la principal esperanza para la revolución. Los sociólogos
de moda declaraban que sectores como los trabajadores de las fábricas de
automóviles se habían “aburguesado”,[2] y esto fue aceptado por muchos en la
izquierda, quienes los veían como la “aristocracia obrera”.[3] Esto solo empezó
a cambiar después que los trabajadores jugaran un papel central en los eventos
del Mayo francés de 1968 –pero incluso ocurrido esto, los ejemplos de China,
Cuba y Vietnam fueron vistos como definitorios en todos lados menos en Europa
occidental, América del norte, Australia y Japón.
Una vez que comenzaron a disminuir las luchas entre fines de los 60s y comienzos
de los 70s, volvió a crecer el cuestionamiento al papel de la clase trabajadora.
El socialista francés André Gorz escribió un libro cuyo título Adiós a la clase
obrera, representaba la actitud típica de un sector creciente de la izquierda.
En Italia, los pensadores “autonomistas” comenzaron a presentar a la clase
trabajadora con empleo estable como un grupo privilegiado, separado de la clase
trabajadora “real”. En todas partes, los académicos que habían coqueteado con el
marxismo comenzaban a insistir en que las cuestiones de género y la etnicidad
eran tanto o más importantes que las de clase –y esas categorías, finalmente,
fueron ahogadas por un diluvio de “identidades” en competencia.
El ascenso del movimiento anticapitalista ha llevado a intelectuales tan
distintos como Susan Goerge, James Petras, Naomi Klein, Michael Hardt y Toni
Negri a enfrentar la enorme fragmentación derivada de la “política de la
identidad”. Pero ninguno de ellos ha puesto a la clase trabajadora en el centro
de la escena. La identificación con los zapatistas llevó a un nuevo énfasis
sobre el papel de los campesinos y los pueblos indígenas. La respuesta más común
a la fragmentación resultante de la política de las identidades, ha sido llamar
a alianzas entre los distintos fragmentos, sin que ninguno juegue un papel
estratégico central. En el libro No logo de Noami Klein, se presenta a una clase
trabajadora totalmente debilitada por la expansión de la globalización, “un
sistema de fábricas errantes que emplean a trabajadores errantes”.[4] En
Imperio, Hardt y Negri teorizan sobre un “nuevo sujeto social”, la “multitud”:
“En una época anterior la categoría de proletariado se centraba y a veces estaba
efectivamente subsumida bajo la de clase obrera industrial, cuya figura
paradigmática era el obrero masa de la fábrica... Hoy esa clase obrera ha
desaparecido de la vista. No ha dejado de existir, pero ha sido desplazada de su
posición privilegiada en la economía capitalista”.[5]
Para ellos la “multitud” se transforma en el sujeto del cambio –una suerte de
actualización de la coalición arcoiris de las identidades fragmentadas:
“Este es un nuevo proletariado y no una nueva clase obrera industrial... Se hace
cada vez más difícil mantener las distinciones entre el trabajo productivo,
reproductivo e improductivo. A medida que el trabajo sale de las paredes de la
fábrica, se hace más difícil mantener la ficción de cualquier medida de la
jornada laboral, y así también separar el tiempo de producción del tiempo de
reproducción, o el tiempo de trabajo del tiempo de ocio... El proletariado
produce todo en su generalidad, en todas partes y durante todo el día”.[6]
Las demanadas clave que organizan a esta multitud ya no conciernen a la
duración, intensidad o pago del trabajo, sino que se centran en “un salario
social y un ingreso garantizado para todos”, ya que “el salario social se
extiende más allá de la familia a toda la multitud, incluso a aquellos que están
desocupados, porque toda la multitud produce, y su producción es necesaria desde
el punto de vista del capital social”.[7]
Se encuentran ecos de estas nociones en todo tipo de escritos que surgen de este
nuevo movimiento. Así el filósofo y escritor argentino León Rozichtner ve a las
asambleas populares de Buenos Aires como la encarnación de la alternativa al
capitalismo:
Anteriormente, en la era del capital productivo, se podía pensar, con Marx, que
el lugar del enfrentamiento radical de las clases explotadas era la fábrica y el
sindicato. Ahora, cuando las transformaciones del capital financiero han llegado
a dominar a las naciones y a todo el aparato productivo y sus servicios, el
campo de la explotación se ha extendido hasta curbrir todos los aspectos de la
vida cotidiana: su poder ha penetrado y ha disuelto las relaciones sociales,
dispersando a la gente, haciendo antagónico al interés personal y al poder
social colectivo; la fábrica ha dejado de ser el único lugar donde nace la
fuerza social de la resistencia. El campo de la expropiación se ha extendido
desde la fábrica al conjunto de la sociedad... No es sólo la clase obrera
industrial la que puede detener el funcionamiento de esta máquina social
infernal: es la sociedad en su conjunto la que está construyendo dentro de ella
la fuerza requerida para enfrentar a la globalización.[8]
Ciertos cambios en el capitalismo durante el último cuarto de siglo parecen
darle la razón a estas visiones. La reestructuración de la producción a escala
mundial ha llevado a la contracción de ciertas industrias y ha relocalizado a
otras. Pero el resultado es muy diferente al que proponen Hardt, Negri y el
resto. Lejos de contraerse globalmente, la clase trabajadora ha seguido
creciendo. Y las distinciones entre esta clase trabajadora y los grupos
oprimidos, lejos de volverse marginal, es tan central como cuando Lenin y
Trotsky polemizaban contra los narodniks.
Una imagen global
“La clase trabajadora [existe] como nunca antes, como una clase en sí... con
un núcleo de quizás 2.000 millones de personas”, alrededor del cual hay otros
2.000 millones cuyas vidas están “sujetas de manera importante a la misma lógica
que su núcleo”. Esto escribí tres años atrás.[9] Un estudio detallado de la
fuerza de trabajo mundial realizado por Deon Filmer, muestra que mis cifras eran
bastante correctas.[10] El calculaba que 2.474 millones de personas participaban
en la fuerza de trabajo global a mediados de la década de 1990. De ellos,
alrededor de la quinta parte –379 millones de personas[11]– trabajaban en la
industria, 800 millones en los servicios [12] y 1.074 millones en la
agricultura.[13]
Cada sector de la fuerza de trabajo incluye a personas que emplean a otras
(grandes capitalistas y pequeños burgueses), personas que son autoempleadas, y
personas que reciben un salario de otras personas.
En la agricultura, gran parte de la gente continúa trabajando por cuenta propia
en tierras que poseen o que alquilan. La porción de cultivadores que dependen
completamente del trabajo asalariado en todo el mundo, todavía es
proporcionalmente pequeña –de acuerdo a las cifras de Filmer, sólo alrededor del
8%, y del 3,6% en las economías poco productivas. Sin embargo, no da cifras de
aquellos que dependen parcialmente del trabajo asalariado –y sabemos que esas
cifras son muy altas en China y en el sudeste asiático, que juntos dan cuenta de
al menos la mitad de los campesinos de todo el mundo.
La mayoría de la población mundial que cumple labores en el sector industrial y
en el sector servicios, son asalariados –el 58% de ellos en la industria y el
65% en los servicios. Pero esto todavía no toma en cuenta a una gran parte que
son autoempleados o que están involucrados en unidades productivas familiares.
Filmer concluía que el número absoluto de empleados en todo el mundo era de
alrededor de 880 millones, comparados con alrededor de 1.000 millones que
trabajaban por cuenta propia la tierra (mayormente campesinos) y 480 millones
que trabajaban por cuenta propia en la industria y los servicios.
La cifra de “personas empleadas” incluye a algunos grupos de no trabajadores,
así como de trabajadores. Hay un sector de la burguesía que recibe altísimos
salarios corporativos, y por debajo de ella, la nueva clase media que obtiene
pagos superiores al valor que crea, a cambio de ayudar a controlar a los
trabajadores. Esos grupos, probablemente, den cuenta de alrededor del 10% de la
población.[14] Esto reduce el tamaño de la clase trabajadora mundial a alrededor
de 700 millones, con aproximadamente un tercio de estos en la “industria” y el
resto en los “servicios”.
Pero el tamaño efectivo de la clase trabajadora global es mucho mayor que esta
cifra. La clase, también incluye a los que dependen del ingreso que proviene del
trabajo asalariado de los parientes o de los ahorros y pensiones que resultan
del trabajo asalariado anterior –es decir, esposas no empleadas, niños y
personas mayores retiradas. Si se agregan esas categorías, la cifra total de
trabajadores en el mundo llega a alcanzar los 1.500 o 2.000 millones de
personas. Cualquiera que crea que le hemos dicho “adiós” a esta clase, no está
viviendo en el mundo real.
La dinámica de clases
El estudio de Filmer no ofrece más que una imagen de una realidad que está
sufriendo cambios continuos. La última mitad del siglo ha visto dos procesos
relacionados que se extendieron por todo el mundo. Uno ha sido el movimiento de
masas de cientos de millones que fueron del campo a las ciudades.
Proporción de la población que vive en ciudades[15]
_____________________________________________________________________________________
Regiones/años |
el mundo |
países en desarrollo |
países menos desarrollados |
1970 |
37% |
25% |
13% |
1995 |
45% |
37% |
23% |
_____________________________________________________________________________________
Las estimaciones sugieren que para el año
2015, el 49% de las personas en los “países en desarrollo” y el 55% de la
población mundial va a vivir en ciudades –y una de cada cinco, en ciudades
mayores de 750.000 habitantes.[16]
Incluso en los países que frecuentemente se piensan como rurales, la población
urbana puede ser la mayoría –78% en Brasil, 73% en México, 59% en Ecuador y 56%
en Argelia. En otros lugares puede ser enorme –45% en Egipto, 30% en China, 34%
en Pakistán y 27% en India.[17]
La extensión de la urbanización está asociada, necesariamente, con la mayor
dependencia de la población respecto del mercado para sobrevivir. Una familia de
pequeños campesinos puede alimentarse, vestirse y procurarse una vivienda, casi
totalmente a partir del producto directo de su propio trabajo. Los habitantes de
las ciudades no pueden hacer esto. Probablemente se mueran de hambre a menos que
pueden vender algo –su propio trabajo o los productos de su trabajo. E incluso
en el campo, se ha visto en las últimas décadas un importante crecimiento de la
producción para el mercado.
La agricultura frecuentemente es complementada con formas de artesanía o
industria primitiva: “Un informe muestra que el 15% de los países en desarrollo
donde hay estadísticas recientes disponibles, el porcentaje de la fuerza de
trabajo rural que participa en labores no rurales era del 30% al 40% y seguía
creciendo”.[18]
Esta tendencia es muy marcada en China, donde más de 100 millones de personas
que viven en hogres campesinos, buscan al menos un trabajo asalariado temporario
cada año en las ciudades:
Desde 1980, los campesinos chinos han buscado mejorar sus ingresos trabajando en
áreas no agrícolas, tales como empresas de aldea o villas locales y negocios
familiares, o migrando a las ciudades para buscar empleo urbano… En los 90s, sin
incluir la migración dentro de cada provincia, entre el 15% y el 25% de los
trabajadores rurales a nivel nacional migraron a las ciudades por al menos seis
meses o más. El 50% de ellos eran menores de 23 años… A nivel nacional, la
proporción del ingreso no agrícola en el ingreso total de los hogares campesinos
ha aumentado del 10% en 1980, al 25% en 1985 y al 35% en 1995.[19]
Muchos de los que viven en comunidades campesinas trabajan en empleos
asalariados. Avanzar en “dos botes” es un dicho chino que describe a las
personas que tienen dos trabajos para poder asegurarse su avance social y
económico... Para la generación más joven, adquirir empleos no agrícolas se ha
vuelto crucial para evitar el destino de la vida campesina y escapar de la
pobreza rural.[20]
En Egipto una muestra de hogares rurales ha demostrado que el 50% de los
ingresos venían del trabajo rural, y el 25% de “salarios obtenidos fuera de la
aldea”.[21]
Si agregamos los “campesinos trabajadores” a las personas que dependen
completamente del trabajo asalariado, obtendremos una cifra que debe estar entre
el 40% y el 50% de la población mundial. En otras palabras, alrededor de un
núcleo de 1.500 o 2.000 millones de trabajadores, hay un número similar de
“trabajadores campesinos”.
El mito de la desindustrialización
El argumento de que la clase trabajadora ha desaparecido, usualmente se
sostiene sobre impresiones superficiales de lo que está ocurriendo con la vieja
clase trabajadora industrial, al menos en las economías avanzadas. Se habla
mucho de la “desindustrialización”, de la “sociedad postindustrial” o de la
“economía inmaterial”.
La reestructuración de la economía a través de sucesivas crisis económicas,
ciertamente ha causado la desaparición de algunos antiguos rasgos centrales de
la escena industrial. Al mismo tiempo ha habido un aumento de la inseguridad en
el empleo, y un incremento de la proporción de los puestos de trabajo de tiempo
parcial o con contratos por corto tiempo. Pero esto no justifica la conclusión
de que la clase trabajadora ha desaparecido.
Tomemos, por ejemplo, la cifra de trabajadores industriales en la economía más
importante del mundo, la de Estados Unidos. A fines de los 80s hubo un gran
pánico en Estados Unidos por la “desindustrialización”, frente al desafío que
significaba mantener la superioridad industrial norteamericana en campos como la
producción de automóviles o computadoras. Pero en 1998 el número de trabajadores
en la industria era casi 20% mayor que en 1971, casi 50% mayor que en 1950 y
cerca de 300% que en 1900:
Trabajadores en la industria de Estados Unidos[22]
1900: 10.920.000
1950: 20.698.000
1971: 26.092.000
1998: 31.071.000
El número de empleos en el sector manufacturero de Estados Unidos hoy está en el
nivel más alto de la historia. Las “viejas” industrias no han desaparecido ni se
han ido al exterior. Como han señalado Baldoz, Koeber y Kraft, “Ahora hay más
norteamericanos empleados en la fabricación de autos, buses y autopartes que en
cualquier otro momento desde la guerra de Vietnam”.[23]
Este cuadro es completamente distinto del que presentan Hardt y Negri cuando
escriben que la tendencia es hacia “un modelo de economía de servicios...
liderado por Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá. Este modelo implica una
caída rápida en los empleos industriales y un aumento correspondiente en el
sector servicios”.[24]
Las cifras de Japón son incluso más sorprendentes. La fuerza de trabajo
industrial ha crecido más del doble entre 1950 y 1971, y tuvo un aumento del 13%
en 1998.
Es verdad que el empleo industrial ha caído agudamente en algunos países en las
últimas tres décadas –en Gran Bretaña y Bélgica cayeron una tercera parte, y en
Francia lo hicieron más de una cuarta parte. Pero eso no representa la
desindustrialización del mundo industrialmente avanzado, sino más bien la
reestructuración de la producción industrial. El número de empleos industriales
en los países industrialmente avanzados era de 112 millones en 1998, 25 millones
más que en 1951 y sólo 7,4 millones menos que en 1971. Existe un gran peligro al
ver el mundo a través del prisma británico o francés, y no ver lo que realmente
ocurre a escala global. La Italia de Toni Negri puede ser distinta a Estados
Unidos o Japón, pero los trabajadores industriales ciertamente no
desaparecieron. Hace cuatro años había 6,5 millones, sólo un sexto menos que en
1971.[25]
Industria y Servicios
Se debería agregar que estas cifras relativas al empleo industrial,
subestiman la importancia económica de la industria en general y de la
manufactura en particular. Como Bob Rowthorn ha señalado correctamente: “Casi
toda actividad económica concebible en la sociedad moderna utiliza bienes
manufacturados... Gran parte de la industrias de servicios en expansión usan
gran cantidad de equipamiento”.[26]
La pequeña disminución de la fuerza de trabajo industrial referida, no se debe a
que la industria se ha vuelto menos importante, sino a que la productividad por
trabajador en la industria ha crecido más rápidamente que en los “servicios”.
Una cantidad ligeramente menor de empleados manufactureros están produciendo
muchos más bienes que hace tres décadas. Su importancia para la economía no ha
cambiado. Entre 1973 y 1990, la producción en los países de la OCDE creció al
año un promedio de 2,5% en la industria, sólo algo menos del 3,1% que creció la
producción de servicios. Pero el crecimiento de la productividad en la industria
fue de 2,8% al año, y en los servicios sólo del 0,8%.[27] Los trabajadores
industriales son tan importantes hoy para la economía capitalista como a
principios de los 70s. Las declaraciones fáciles como las de Hardt y Negri sobre
su menor significación, no podrían ser más equivocadas.
Pero esto no es todo. La distinción habitual entre “industria” y “servicios”
oscurece más de lo que revela. La categoría “servicios” incluye muchas
actividades que tienen poca importancia intrínseca para la producción
capitalista (por ejemplo, las hordas de sirvientes que trabajan para los
parasitarios capitalistas individuales). Pero siempre ha incluido cosas que son
absolutamente centrales para éste (como el transporte de mercancías y la
producción de software para computadoras). Más aún, una gran parte del viraje de
la “industria” hacia los “servicios” se debe a cambios de nombre, dado que los
trabajos son esencialmente similares. Una persona (usualmente hombre) que
trabajaba con una máquina de escribir para un periódico hace 30 años, hubiera
sido clasificado como un trabajador industrial (un trabajador gráfico); una
persona (usualmente mujer) que trabaja en una computadora procesando textos para
un periódico en la actualidad, será clasificada como una “empleada de
servicios”. Pero el trabajo desempeñado sigue siendo esencialmente el mismo, y
el producto final también. Una persona que trabaja en una fábrica poniendo
comida en una lata para que la gente pueda calentarla y comerla en su casa, es
un “trabajador manufacturero”; una persona que trabaja en un restorán de comida
rápida que provee idéntica comida a la gente que carece de tiempo para
calentarla en su casa, es un “trabajador de servicios”. Una persona que procesa
pedazos de metal para hacer una computadora es un “trabajador manufacturero”;
alguien que desarrolla software para esta computadora en un teclado, es un
“trabajador de servicios”.
La tendencia en los últimos años fue que las firmas tercerizaran ciertas
operaciones que usualmente hacían ellas mismas –por ejemplo la limpieza y la
seguridad. El resultado es que empleos antes incluidos en la “industria”, ahora
aparecen bajo el rubro “servicios”. La Federación de Empleadores de la
Ingeniería en Gran Bretaña ha sañalado que:
La manufactura crea gran parte de la industria de servicios a través de la
tercerización de áreas tales como mantenimiento y limpieza… La manufactura
podría constituir hasta el 35% de la economía –bastante más del generalmente
aceptado 20%– si fuera medida usando las definiciones estadísticas
apropiadas.[28]
Rowthorn ha emprendido un desglose estadístico del total de la categoría
“servicios” para el conjunto de la OCDE. Sus cifras muestran que los servicios
relacionados a la producción de bienes daban cuenta del 25% del total del empleo
en 1970 y del 32% en 1990. Hay una pequeña caída en los “servicios relacionados
a los bienes” –del 76% de todo el empleo, al 69%.[29] Pero esta ciertamente no
es una transformación revolucionaria en el mundo del trabajo. El señala que en
1990 los “servicios” sólo daban cuenta del 31% de todo el empleo,[30] y concluye
que “la producción relacionada a bienes todavía está generando directa o
indirectamente alrededor de dos tercios de todo el empleo en las economías
avanzadas típicas, a pesar de todo lo que se habla de la economía
postindustrial”.[31]
La naturaleza del sector servicios no mercantilizado
Pero incluso las cifras de Rowthorn subestiman considerablemente el tamaño
de la clase trabajadora –la clase cuyo labor es esencial para la acumulación de
capital. Gran parte de los “servicios” de Rowthorn son esenciales para dicha
acumulación en el mundo moderno. Dos en particular, son absolutamente
indispensables para la acumulación capitalista en el presente –la provisión de
salud y de servicios educativos.
El núcleo del sistema de salud de cualquier país capitalista moderno se dedica a
asegurar que la fuerza de trabajo esté en forma y sea capaz de realizar su
labor. Está allí para asegurar que la próxima generación de la fuerza de trabajo
esté en forma, y de curar a los miembros de la actual generación si sufren
alguna enfermedad que los separe temporariamente de la producción. Incluso donde
esta provisión de salud es pública, es decir que no se vende ni se compra,
todavía es una compañía indispensable para la producción capitalista.
Esto es incluso más cierto respecto del servicio educativo. Este creció durante
el siglo XIX cuando el capitalismo descubrió que tenía que entrenar su fuerza de
trabajo en ciertos niveles básicos de alfabetismo y de disciplina para que fuera
productiva. A lo largo del siglo XX se extendieron los años de escolaridad,
según crecía el promedio de habilidades requeridas por el sistema. En casi todos
los países las estructuras principales del sistema educativo siguen en manos
estatales. Este no lo vende la educación como mercancía. Sin embargo, es
indispensable para la producción. Los que trabajan en este sector están
trabajando para la acumulación capitalista, aunque no produzcan nada que se
venda.[32]
La íntima conxión entre educación y acumulación de capital se enfatiza cada vez
que los gobiernos “modernizadores” hacen sus planes de “reforma educativa”. No
ocultan su visión de que la educación o el entrenamiento de la población, es una
inversión económica, cuyo objetivo es producir una masiva y flexible fuerza de
trabajo, con conocimientos básicos de alfabetización, matemática y habilidades
tecnológicas, que pueda adaptar a las necesidades cambiantes del capital según
avanza la reestructuración industrial.
La expansión de la educación está relacionada con el aumento en la productividad
del trabajo en el “viejo” sector industrial. Por supuesto, este es en parte un
resultado de la mayor carga laboral sobre cada trabajador. Pero también es
producto de la necesidad de que la fuerza de trabajo tenga el suficiente
“entrenamiento” para ajustarse a los cambios. Un informe reciente sobre la
fuerza de trabajo británica mostró que el 37% de los hombres y el 25% de las
mujeres dijeron que requerían “niveles de habilidad tecnológica avanzados o
complejos en el trabajo que realizan”, mientras que el 51% de los obreros de
plantas dijeron que usaban tecnología informática en sus empleos.[33] La clase
capitalista no puede garantizar la existencia de una fuerza de trabajo con el
nivel requerido de habilidades “versátiles y adaptables” sin un crecimiento en
el sector educativo.[34] O para decirlo de otra forma, existe un rápido
crecimiento en la productividad de aquellos trabajadores que producen
directamente mercancías –y esto llevó a la reducción en sus cifras totales en
países como Gran Bretaña y Francia (pero no Estados Unidos). Pero este
crecimiento de la productividad depende en parte de un aumento en el número de
trabajadores cuya labor aumenta la productividad de esos otros trabajadores que
producen mercancías –es decir, un aumento en el número de los trabajadores
“indirectamente productivos” de la educación.
La cantidad de personas empleadas en los servicios de salud y en los servicios
educativos ha crecido continuamente a lo largo del siglo XX, como parte de la
expansión general del capitalismo. Hoy hay más de 10 millones en Estados Unidos
(alrededor de uno de cada 13 trabajadores) –el capitalismo norteamericano no
podría funcionar sin ellos. Al mismo tiempo, sin embargo, la clase capitalista
se niega a pagar más de lo estrictamente necesario para obtener sus servicios.
Como resultado, la tendencia de largo plazo es que estos se vean llevados cada
vez más a condiciones comparables a las de los trabajadores de la industria o
los empleados de oficina. Varios sistemas de medición del trabajo considerados
alguna vez como exclusivos para las “viejas” industrias, ahora se aplican a
estos sectores –pago por resultados, evaluación y sistemas de recompensas, mayor
preocupación por el ahorro de tiempo y códigos de disciplina. En Gran Bretaña en
el año 2000, un 6% más de empleados fue sometido a supervisión o evaluación
formal que ocho años atrás. Alrededor de un 5% más fue sometido a algún tipo de
pago individual mediante un sistema de resultados.[35]
Esto no significa que los trabajadores de la sanidad y la educación son
uniformemente “proletarios”. Los hospitales, las escuelas y los colegios están
organizados según líneas jerárquicas. Los escalones superiores cobran salarios
destinados a vincularlos al sistema de manera que puedan ser usados para imponer
el control sobre los más escalones bajos, y sobre la clase trabajadora que
utiliza estas instituciones. Son parte de la “nueva clase media” (e incluso, en
el caso de los que están en lo más alto de las elites universitarias, son parte
de la clase dominante).[36] Pero el grueso de la fuerza de trabajo está sometida
a la presión de trabajar por una remuneración determinada por el mercado de
trabajo. Por esta razón son parte de la clase trabajadora global, aunque muchos
continúen viéndose como superiores a los obreros manuales.
De hecho, en todas las economías “avanzadas” (y en muchas de las “no
avanzadas”), están ocurriendo dos procesos relacionados. Los trabajadores
manuales tradicionales están cada vez bajo mayor presión a medida que el capital
intenta exprimir más todavía su trabajo directo y obtener mayores ganancias. Al
mismo tiempo, la nueva clase trabajadora del “sector servicios” está sometida a
un proceso de proletarización, de la búsqueda del capital de reducir el costo de
la creciente masa de “trabajadores indirectos”.
La naturaleza de la fuerza de trabajo del sector servicios
Existe un mito ampliamente difundido de que la fuerza de trabajo empleada en
los “servicios”, consiste en personas bien pagas con control sobre su propia
condición laboral y que nunca necesitan ensuciarse las manos. Así un columnista
de The Guardian (y antiguo miembro del SDP) Polly Toynbee, escribió: “Hemos
visto la transformación de las clases sociales más rápida de la historia: la
masiva clase trabajadora de 1977, con dos tercios de las personas en empleos
manuales, se redujo a un tercio, mientras que el resto se convirtió en el 70% de
propietarios y clases medias de cuello blanco”.[37] Dicen Hardt y Negri:
“Los empleos en gran parte son altamente móviles, implicando calificaciones
flexibles. Más importante, están caracterizados en general por el rol central
que juega el conocimiento, la información, el afecto y la comunicación. En este
sentido muchos llaman a la economía postindustrial, economía informal... A
través de este proceso de postmodernización, toda la producción tiende hacia la
producción de servicios, a transformarse en informatizada”.[38]
Sin embargo, cualquier desglose de las cifras para el empleo en los “servicios”,
provee un cuadro muy distinto a este. Algunas de las “industrias de servicios”
más importantes, emplean mayoritariamente a “trabajadores manuales
tradicionales”. Recolectores de residuos, trabajadores de asilos de ancianos,
portuarios, camioneros, conductores de buses y trenes, trabajadores postales,
son parte de la fuerza de trabajo de los “servicios”. Y una parte muy grande. En
septiembre de 2001 los sectores de “distribución, hotelería y restoranes” daban
cuenta de 6,7 millones de empleos en Gran Bretaña, y los de “transporte y
comunicación” de 1,79 millones.[39]
En el país la proporción de personas con empleos manuales es, de hecho, mucho
mayor de un tercio. El documento Living in Britain 2000 de la Oficina Naciona de
Estadísticas muestra que el 51% de los hombres y el 38% de las mujeres, decía
estar en alguna categoría de “ocupación manual” en 1998.[40] Las cifras exagera
en parte el número de trabajadores manuales, ya que la categoría de “manual
calificado” incluye “capataces” y grupos de “cuentapropistas no profesionales”.
Pero contra esto se debe considerar el impresionante número de mujeres (50%) en
las categorías “intermedias no manuales”, donde los salarios son típicamente más
bajos que en la mayoría de las ocupaciones manuales, y las condiciones de
trabajo son con frecuencia al menos iguales. Un estudio muestra cuánto han
cambiado las cosas desde la época en que los trabajadores de oficina eran
considerados como un sector por encima de los trabajadores manuales de todo
tipo: “Hacia 1978 el promedio salarial de los hombres semicalificados, había
superado al de su contraparte oficinista por primera vez. Además, los
trabajadores manuales han conseguido gran parte de las condiciones de empleo
tradicionalmente superiores de los trabajadores de oficina”.[41]
En Estados Unidos en 2001, las ocupaciones relacionadas con los servicios
implicaban a 103 millones de personas, incluyendo a 18 millones en ocupaciones
de “servicios rutinarios” de características decididamente manuales (incluyendo
casi un millón en “servicios del hogar”, 2,4 millones en “servicios de
protección”; 6 millones en “servicios de comida”, 3 millones en “servicios de
limpieza y portería”, y 3 millones en “servicios personales”). Había también 18
millones en empleos rutinarios de oficina y 6,75 millones de asistentes de
ventas.
La gran mayoría de los trabajadores de cuello blanco son mujeres de orígen
obrero. En Gran Bretaña, un tercio de las trabajadoras de oficina realizó antes
algún trabajo manual, un tercio había realizado otro trabajo de oficina y sólo
un tercio había realizado labores profesionales-gerenciales”.[42] Mientras que
sus abuelas muy probablemente se quedaron en su casa después del matrimonio,
criando a la próxima generación de trabajadores, ellas esperan trabajar toda su
vida adulta, combinando el empleo pago con la carga del cuidado de los niños y
el trabajo doméstico. Lo que está ocurriendo es una feminización de gran parte
del trabajo asalariado. Esto no es lo mismo que decir “aburguesamiento” o
incluso “informatización”.
De conjunto hay un mínimo de 42 millones de trabajadores del “sector servicios”
en ocupaciones manuales o empleos rutinarios de cuello blanco en Estados Unidos.
Se debe agregar que estas son ocupaciones que se han expandido más rápidamente
en los últimos años con la “creación” de una masa de empleos con pagas muy
bajas. Muchos trabajadores en otras categorías ocupacionales hacían un trabajo
que era bastante similar –por ejemplo, gran parte de los 3,2 millones de
“vendedores” y de los 4,3 millones de trabajadores “técnicos y auxiliares”. Del
mismo modo, gran parte en el sector de “evaluación de la salud y ocupaciones
relacionadas” (83% mujeres, a diferencia de la categoría de “diagnóstico de
salud”, por encima de ella, en la que el 75% son hombres), y muchos de los 5,3
millones de maestros de escuela (75% mujeres).[43]
Esos grupos juntos constituyen más de la mitad del “sector servicios”. Si les
agregamos los 33 millones de trabajadores en industrias manuales tradicionales,
tenemos que alrededor de tres cuartas partes de la población norteamericana está
compuesta de trabajadores. Si la “clase obrera” ha “desaparecido” de la vista
para gente como Hardt y Negri, es porque han mirado en la dirección equivocada.
Por el contrario, las cifras en ocupaciones que frecuentemente son vistas como
reemplazando tipos de trabajo tradicionales son muy pequeñas. En Estados Unidos
en 2001, había sólo 2,1 millones de matemáticos y científicos especializados en
computación. Esas cifras no pueden dar cuenta de una economía “informatizada”
donde el trabajo manual sea marginal. Muchos puestos de trabajo del viejo estilo
manual o de los empleos rutinarios de cuello blanco, pueden exigir las mismas
calificaciones básicas en tecnología informática. Pero el número de
especialistas en esas habilidades es relativamente pequeño. En Gran Bretaña en
el 2000, en el punto más alto del boom de la Internet: había 855.000 personas
empleadas en ocupaciones relacionadas con las tecnologías de la información
(TI), un aumento del 45% en sólo cinco años. La región con la proporción mayor
de empleados en TI fue Londres con el 4,8%, seguida por el sudeste con el 4,4%.
Juntas, esas regiones dan cuenta del 41% de todos los que trabajan en TI...
Irlanda del Norte, Gales y el noreste tenían bajas proporciones de trabajadores
en TI: 1,3%, 1,6% y 1,9% respectivamente.[44]
No todos los que trabajan por un salario son trabajadores. Hay una “nueva clase
media” asalariada pero que recibe sus retribuciones de los gerentes, por
ayudarlos a controlar al resto de la fuerza de trabajo, y se les paga sumas
mucho mayores que cualquier valor que puedan crear. Pero este grupo es una
porción relativamente pequeña del total de la fuerza de trabajo. Hace 15 años yo
decía que:
El grupo comprende sólo el 9,7% de los hombres entre las edades de 31 y 75 años.
Esto parecería coincidir con la estimación para el tamaño de la “nueva clase
media” a la que uno llega sobre la base de las cifras del ingreso, las
calificaciones y la autoridad gerencial. Es una proporción significativa, tanto
para la población total y para la fuerza de trabajo de cuello blanco. Pero no se
acerca a la clase trabajadora manual tradicional en tamaño y significación.[45]
Las estadísticas más actualizadas en Gran Bretaña y Estados Unidos dejan este
juicio casi intacto.
Flexibilización y clase trabajadora
Un tema central para todos los que ven que la clase trabajadora está
desapareciendo, es que los empleos actuales son tan precarios que poco queda de
las organizaciones y comunidades permanentes de la clase trabajadora, que solían
existir. El argumento incluye las elaboraciones postmarxistas de los últimos 15
años, desde las socialdemócratas a las autonomistas.
Estamos atravesando la cuarta gran crisis de la economía mundial en menos de 30
años. Cada crisis ha implicado aumentos repentinos en el desempleo –en algunos
casos de forma permanente– y el aniquilamiento de viejos centros de producción
establecidos (fábricas, puertos, minas, etc.).
También ha acelerado enormemente la reestructuración de la industria, no sólo a
nivel nacional, sino también regional y global.[46] El capital y sus apologistas
han intentado sacar ventaja de los crecientes niveles de desocupación y de los
sentimientos de inseguridad de los trabajadores, para remodelar la vida de la
fuerza de trabajo según requerimientos continuamente cambiantes. Sus consigna es
la “flexibilidad” en el tiempo, en los métodos y en el mercado de trabajo. Uno
de sus gritos de guerra ha sido que “el empleo de por vida pertenecía a una
época pasada”. Muchas investigaciones académicas tomaron estos reclamos como
verdades incuestionables. Como ha escrito Raymond-Pierre Bodin, Director de la
European Foundation for the Improvement of Living and Working Conditions:
Hoy hablar del desarrollo de formas atípicas de trabajo en las economías
occidentales, se ha vuelto un lugar común... Los trabajos que destacan la
erosión de las condiciones fordistas de empleo, encarnadas en el contrato
permanente como la principal forma de organización del mercado de trabajo y de
integración a la vida social, ahora son innumerables... el término flexibilidad
también parece corresponderse con los cambios que tienen lugar en este
campo.[47]
Pero esto no significa que en realidad el capital haya sido capaz de aplastar la
resistencia de los trabajadores ante esta flexibilización, o incluso que pueda
seguir acumulando sin reproducir continuamente una fuerza de trabajo
relativamente permanente. Un estudio reciente de Gran Bretaña demuestra que:
Muchas de las suposiciones comúnmente sostenidas sobre el actual mundo del
trabajo deben ser seriamente cuestionadas. Existe una gran brecha entre la
retórica familiar y la hipérbola que escuchamos diariamente sobre nuestro
mercado de trabajo flexible y dinámico, y las realidades de la vida en los
lugares de trabajo. La evidencia simplemente no sostiene la visión de que
estamos ante la emergencia de un “nuevo” tipo de relaciones de trabajo,
expresadas en la “muerte del empleo permanente de por vida”.[48]
Frecuentemente no se ven los límites de lo que puede lograr el capital en
términos de “mercados laborales flexibles”, porque se mezclan formas bastante
distintas de empleo: empleo de tiempo parcial, empleo temporario, empleo en base
a contratos de corto plazo y autoempleo en parte de las firmas. Pero el empleo
de tiempo parcial también puede ser permanente –como es usualmente entre las
mujeres en Gran Bretaña. De modo similar, se renuevan mes a mes o año a año los
contratos de corto plazo. Estos trabajadores carecen de derechos a largo plazo y
son los primeros en resultar despedidos cuando golpea la crisis, pero no entran
y salen del puesto de trabajo todo el tiempo. Finalmente, los empleos
genuinamente temporarios pueden ser indispensables para la producción y son
provistos sobre una base de largo plazo, pero intermitente por agencias que son
empresas importantes y dependen de mantener una plantilla permanente de trabajo
para ofertar a otras firmas.
Esas formas de empleo han crecido en las últimas décadas en diferentes grados y
dentro de distintas industrias y países –y frecuentemente dentro de regiones
particulares dentro de cada país. Así en España el 35% de los trabajadores
estaban en “empleos precarios” en 1992, en Gran Bretaña y Francia el 16%, y en
Alemania sólo el 12%. En hoteles y restoranes el 72% del empleo en toda Europa
era precario, pero sólo el 13% en el transporte y las comunicaciones, y el 11%
en la “intermediación financiera”.[49] Y había una concentración del empleo
precario entre los trabajadores jóvenes –un tercio de los que tienen contratos
temporarios o de duración establecida tienen menos de 25 años y dos tercios
menos de 35 años”.[50]
El patrón de conjunto puede ser muy distinto de lo que normalmente se dice. Así,
en Europa en la segunda mitad de los 90s no hubo aumento ni en la proporción de
autoempleados ni en el “empleo precario”:
“En el año 2000 la población europea con trabajo era de 159 millones de
personas, de las cuales el 83% eran empleados y el 17% autoempleados. En 1995,
la cifra era de 147 millones con la misma relación entre los autoempleados y los
empleados”.[51]
Con respecto al “empleo precario”:
“Mientras que este tipo de empleo aumentó sustancialmente durante la primera
mitad de los 90s, las proporciones relativas de empleos permanentes y no
permanentes quedó casi sin cambios entre 1995 y 2000: permanente 82% y no
permanente 18%”.[52]
En Europa occidental de conjunto “uno de cada cinco empleos han sido precarios
durante los últimos cinco años”[53] –pero esto todavía deja en pie cuatro
empleos permanentes de un total de cinco.
En Gran Bretaña, el último informe sugiere que la recuperación económica de
fines de los 90s fue acompañada por la caída en el empleo precario: “El 92% de
los trabajadores tenían contratos de empleo permanente en el año 2000, comparado
con el 88% ocho años atrás… Un mero 5,5% dijo que estaban trabajando con un
contrato temporario de menos de 12 meses de duración en el año 2000, comparado
con el 7,2% en 1992”.[54] El tiempo real que el trabajador pasa en el mismo
puesto no ha cambiado mucho. La proporción de empleados que habían estado en
empleos menos de tres meses fue del 5% en el año 2000, la misma que en 1986, y
la proporción de los que estuvieron menos de un año fue del 20%, contra el 18%
en 1986. En el otro extremo, la proporción de personas en el mismo empleo por
más de diez años fue del 31%, contra el 29%. El único cambio realmente grande
fue la caída en la proporción de trabajadores en el mismo puesto de trabajo por
más de dos pero menos de cinco años entre 1996 y 2000, del 21% al 15%.[55]
Estas cifras no prueban, como dicen algunas veces los apologistas del
capitalismo, que los sentimientos de inseguridad de la gente estén equivocados.
Los trabajadores pueden cambiar de empleo con frecuencia por dos razones
diametralmente opuestas –ya sea porque hay una demanda creciente para su
trabajo, permitiéndoles mejorar su situación obteniendo un empleo diferente, o
porque son despedidos por sus empleadores. Así, por ejemplo, pocas personas
estaban dispuestas a dejar voluntariamente sus empleos durante la recesión de
1990-1994 en Gran Bretaña, precisamente porque el empleo era menos seguro que
antes. Y en el año 2000, alrededor del 27% de trabajadores manuales no
calificados y semicalificados estuvieron en sus puestos por menos de un año, lo
que refleja la recesión que comenzó en la industria manufacturera, mientras que
en los servicios continuó el boom.
Sin embargo, las cifras muestran que “la duración promedio del empleo ha
permanecido relativamente estable desde 1975”.[56] La idea de que la clase
trabajadora había sido “flexibilizada” hasta perder su existencia, es
completamente errada. La mayoría de la gente continúa trabajando en el mismo
lugar, y sujeta a la explotación de los mismos empleadores, por períodos de
tiempo bastante prolongados. Por esto mismo, tienen el tiempo y la oportunidad
de conectarse con la gente que los rodea y de resistir a la explotación.
El mito de la movilidad instantánea
La suposición de que el trabajador “permanente” es una cosa del pasado está
relacionada frecuentemente con la de que el empleador puede trasladar la
producción –y los puestos de trabajo– en cualquier momento. Así, Hardt y Negri
escriben:
“La informatización de la producción y la creciente importancia de la producción
inmaterial han tendido a liberar al capital de los límites del territorio, y el
capital puede retirarse de la negociación con una población local dada
trasladándose a otro punto del globo... Poblaciones obreras enteras, que habían
gozado de cierta estabilidad y de poder contractual, se han encontrado así en
situaciones de empleo cada vez más precarias”.[57]
Esta es una exageración del movimiento del capital y de la facilidad con la que
las firmas pueden mover sus operaciones de un lugar a otro.
Como expliqué en otro sitio,[58] el capital-dinero puede moverse con tocar una
tecla de la computadora de un lugar a otro (aunque determinados gobiernos
todavía pueden impidir sus movimientos). Pero el capital como medio de
producción encuentra mucho más difícil hacer esto mismo. Tiene que desinstalar y
reinstalar el equipamiento, tiene que arreglar el transporte de las mercancías
producidas, encontrar una fuerza de trabajo con los requisitos de calificación,
etc. Es un proceso usualmente caro, que toma varios años y nunca meros segundos.
Más aún, la producción física depende del transporte de las mercancías a los
mercados, y por tanto, de la cercanía de los mercados es una ventaja.
El resultado es que la mayor parte de la reestructuración de la industria en las
últimas tres décadas, usualmente ha ocurrido dentro de las regiones
industrializadas del mundo ya existentes. Como explica Rowthorn:
“El mundo desarrollado está ahora mayormente dividido en tres bloques, que
comprenden Norteamérica, Europa occidental y Japón. Estos bloques en gran parte
se autosostienen con mercancías manufacturadas sofisticadas””.[59]
Así en 1992 las importaciones manufacturadas desde Japón sumaron sólo el 0,74%
del PBI de Europa occidental y el 1,5% del de Estados Unidos, mientras que las
importaciones manufacturadas desde Europa occidental sólo alcanzaron el 1,2% del
PBI de Estados Unidos. Y al mismo tiempo, las importaciones manufactureras
totales de Japón desde el conjunto de Asia, incluyendo China y Medio Oriente,
fueron menos del 1% del PBI de Japón.[60]
Por supuesto, ha habido un cambio en ciertas industrias manufactureras a Estados
que no eran industrializados hace 40 años –de lo contrario, el fenómeno de los
NICs y de ciertas industrias en expansión en los países “subdesarrollados” sería
inexplicable. Pero hay poca evidencia a favor de la suposición de que los
“países avanzados están abandonando la producción de bienes manufacturados. Gran
parte de las actividades manufactureras de uso intensivo de trabajo en las
economías avanzadas, tales como textiles o armado, han sido expulsadas de las
empresas por crecientes importaciones desde los países en desarrollo”, pero
estas importaciones han sido financiadas “no por la exportación de servicios”,
sino por “la exportación de otras manufacturas, especialmente bienes de capital
y productos intermedios tales como químicos”.[61]
Tomadas en su totalidad, las importaciones a países avanzados de la OCDE desde
países que no son de la OCDE, sólo creció del 1% al 2% del PBI entre 1982 y
1992.
Rowthorn estima que el total de la pérdida de empleos en los países avanzados
fruto de este cambio fue sólo de 6 millones de puestos de trabajo, o el 2% de
total del empleo (comparado con un desempleo total de alrededor de 35 millones
en esos mismos países).
Baldoz, Koeber y Kraft señalan que la reestructuración de la industria en
Estados Unidos no implicó un flujo neto de empleos al exterior: “Estados Unidos
ahora tiene un mayor porcentaje de fuerza de trabajo asalariada que en cualquier
otro momento desde los 50s –y sorprendentemente, trabajando más horas”.[62]
La reestructuración industrial norteamericana determina que gran parte de la
producción no tenga lugar en los viejos centros industriales, tales como los que
rodean Detroit, sino en el “cinturón del sol” de los Estados del oeste y del sur
del país. La mayoría de los trabajadores automotrices americanos ya no trabajan
directamente en las “tres grandes” –Ford, General Motors y Chrysler– sino en
“manufacturas trans-planta” para Honda, Toyota, Nissan, Mitsubishi y Daimler
Benz, o para nuevas manufacturas de autopartes desprendidas de GM, de modo tal
de debilitar a los sindicatos.[63] Esto está lejos del cuadro que alguna vez
presentaron de que todos los empleos en la industria automotriz de Estados
Unidos estaban desapareciendo y habían cruzado la frontera con México.[64]
Para algunas industrias es más fácil moverse que para otras. Por ejemplo, la
industria de la vestimenta tiene una línea de producción bastante móvil. El
equipamiento básico –tijeras de corte, máquinas de coser, prensas– es liviano,
barato y los productos son relativamente sencillos de transportar de una parte
del mundo a otra.[65] No es sorprendente que muchas de las historias de fábricas
que cierran y se trasladan ante el aumento de los costos laborales u otros
costos, pertenecen a esta industria. Pero incluso aquí hay limitaciones para la
movilidad. La producción de bienes de alta calidad puede estar basada en países
avanzados. Había 112.190 trabajadores de la vestimenta en la ciudad de Nueva
York en 1990. Y ciertamente no eran todos trabajadores “informatizados” –64.476
eran operarios de producción (la mayoría extranjeros) y sólo 13.522 eran
“profesionales y gerentes”.[66] En ese momento, el número total de trabajadores
de la vestimenta en Estados Unidos rondaba los 300.000.
Otra industria cuya movilidad supuesta ha resultado inflada por los
comentaristas de izquierda y de derecha, es la del software. Implica
relativamente poca inversión de capital y los costos de transporte prácticamente
desaparecen, porque los datos procesados se envían casi instantáneamente por
enlaces de comunicación cada vez más baratos a miles de kilómetros. Los
programas de software pueden editarse en Bangalore en la India por firmas cuyas
oficinas centrales están en Chicago, y los boletos de avión ordenados en Londres
pueden ser tipeados en terminales de computadoras en Nueva Delhi. Muchos países
del Tercer Mundo tienen grandes cantidades de hablantes que hablan de manera
fluída el inglés, altamente educados y capaces de hacer estas tareas: la India
sola tiene 4 millones de personas con antecedentes técnicos y 55.000 graduados
en ingeniería y ciencias por año.[67] Esta industria parece encajar en la
descripción de Negri y Hardt de “fuerzas productivas” que están “completamente
deslocalizadas”, en las que “los cerebros y los cuerpos... producen valor” pero
sin requerir necesariamente “capital y sus capacidades para orquestar la
producción”.[68] Y ciertamente, la producción de software en la India ha estado
creciendo a gran velocidad –de emplear entre 2.500 y 6.800 personas en 1985 pasó
a 140.000 en 1996, de las que 27.500 estaban en el sector exportador.[69]
Pero una mirada más detenida a la industria en la India muestra que todavía
depende de la inversión de capital fijo y no puede moverse de una localidad a
otra en un momento. Bangalore ha crecido y se ha transformado en el centro de
software más grande del país porque tiene facilidades, muchas provistas por el
Estado local, que otras partes del país no tienen. Como explica un estudio sobre
la industria:
“A causa de su medio ambiente libre de polvo, el gobierno de la India estableció
en Bangalore entre 1956 y 1960 grandes emprendimientos del sector público como
Bharat Electronics Limited (BEL) y Hindustan Aeronautics Limited (HAL), junto
con laboratorios de investigación de la defensa nacional y el Instituto Indio de
Ciencias... En los 70s también se ubicó en Bangalore la Organización de
Investigación Espacial y Bharat Heavy Electronics Limited (BITEL)”.
“El resultado de esta concentración de industrias electrónicas y aeronáuticas en
Bangalor fue la creación de lazos entre el atraso y lo más avanzado...
Bangaloren fue, por lo tanto, una ubicación natural para la industria de
tecnologías de la información y de la computación... Más aún, Bangaloren es la
capital de Estado que tiene más ventajas en términos de proximidad a los centros
del poder político y a las oficinas del gobierno... y al aeropuerto”.[70]
“Hubo un esfuerzo concentrado de los políticos para crear en Bangalore un medio
en el que pudieran florecer las industrias high-tech... El objetivo era proveer
las facilidades e infraestructura necesaria para promover la inversión en la
industria electrónica, incluyendo el suministro garantizado de electrticidad,
facilidades de telecomunicaciones y un centro de entrenamiento técnico”.[71]
Sin la seguridad de tener garantizado el suministro de electricidad y agua
limpia –ninguna de las cuales está garantizada en la mayoría de las ciudades del
Tercer Mundo– la industria no podría haber despegado. De hecho, con la expansión
de la industria, las firmas ya no pueden obtener esas cosas sin emprender
inversiones costosas por su propia cuenta.[72] La firma Infosys “gasta más de
U$S 201.000 por cada nueva persona incorporada en gastos de capital y
entrenamiento... Los empleados tienen acceso a lo último en tecnología –una
política que se espera lleve a una mayor productividad”.[73]
Las firmas que han encontrado una ubicación adecuada para la producción de
software y que han invertido en entrenar a la fuerza de trabajo no tienden
simplemente a mudarse a otro lado de un momento a otro. Por la misma razón, las
firmas con instalaciones existentes en América del norte, Europa o Japón no
cerraron para mudarse a Bangalore.[74] Sus operaciones en Bangalore han sido una
respuesta a las dificultades para reclutar la fuerza de trabajo calificada que
necesitan en sus propias localidades. El relativamente pequeño tamaño de la
fuerza de trabajo de software en Bangalore es una prueba de esto. “No es un gran
empleador, especialmente para los estándares indios. Las estimaciones sugieren
que emplea actualmente (1996) entre 7.000 y 15.000 personas en Bangalore”. Estas
cifras son muy pequeñas comparadas con la fuerza de trabajo global en la
industria. Mientras tanto, la escasez de fuerza de trabajo en la India están
causando una suba en los salarios de alrededor del 30% al año y algunos
pronósticos preven “un tiempo en el que la India ya no será considerada como un
lugar de salarios bajos”,[75] porque la industria está empezando a sufrir los
problemas ambientales creados por su propia expansión (polución, escasez de
electricidad, agua, y congestión de carreteras).
India en general y Bangalore en particular han encontrado un nicho en el mercado
mundial de software. Pero el nicho está limitado en su extensión y no es
ciertamente una prueba de que el software como industria simplemente puede
venderse de una parte del mundo a otra.
Las cosas son ligeramente diferentes con el procesos menos calificados de
ingreso de datos en terminales de computadoras. Esto requiere un equipamiento
menos extensivo y sofisticado, y un nivel menor de entrenamiento de la fuerza de
trabajo. Por esta razón están más dispersas en India que la producción de
software. Como en la industria de la vestimenta, las operaciones menos
calificadas son más móviles que las calificadas. Pero incluso en esas industrias
hay límites. La fuerza de trabajo tiene que tener las habilidades lingüísticas
correctas (el urdu fluido no es bueno para el ingreso de datos de las aerolíneas
americanas) y tiene que ser entrenada y estar comprometida con la precisión (los
errores en el ingreso de datos pueden llevar a gastos considerables), mientras
que el equipamiento de comunicaciones (y por lo tanto el suministro de
electricidad) tiene que ser confiable. Cuando una compañía tiene todas estas
cosas, no va a abandonarlas sin un motivo poderoso.
La producción de software, como la producción capitalista en general, está
sujeta a una racionalización y reestructuración reiteradas en momentos de
crisis. Esto lleva a que las industrias con base en un mismo lugar se contraigan
y desaparezcan, mientras que otras se expandan o emerjan por primera vez. Pero
no es sencillo que tengan la capacidad para trasladarse sin esfuerzo de un lugar
a otro. La tendencia general del capitalismo hoy en día es aún la producción
concentrada en los países avanzados. Algunos tipos de producción se ha
transferido a unas pocas áreas favorecidas del tercer mundo –los NICs del Este y
del Sudeste asiático, y a China oriental. Pero el capital todavía encuentra más
rentable, en general, ubicarse en las regiones que habían sido industrializadas
a mediados del siglo XX. Los trabajadores usualmente pueden recibir una mejor
pago allí, pero la combinación de niveles de calificación establecidos e
inversiones existentes en plantas e infraestructura implica que también son más
productivos, y producen mucha más plusvalía para el sistema que la mayoría de
sus hermanos más pobres del Tercer Mundo. Esto explica por qué el cuadro de gran
parte de América Latina ha sido de un crecimiento promedio muy lento o de
estancamiento, y para la mayoría de Africa de caída absoluta.
Patrones de empleo. La clase trabajadora mundial y el “Tercer Mundo”
El capitalismo ha creado una clase trabajadora mundial en el último siglo y
medio. La industria y el trabajo asalariado existen hoy virtualmente en todo
sitio del planeta. La clase trabajdora industrial tiene una presencia mundial.
Pero el desarrollo desigual y combinado del sistema implica que está distribuida
de manera muy diferente entre las distintas regiones. Cálcuos aproximados
indican que el 40% de los casi 270 millones de trabajadores industriales están
en los países de la OCDE; alrededor del 15% en China, América Latina y la ex
Unión Soviética; aproximadamente el 10% en Asia y alrededor del 5% en
Africa.[76]
Esta desigualdad no sólo existe entre los viejos países industriales y el resto
del mundo sino también dentro del “Tercer Mundo”.
La urbanización y extensión de las relaciones de mercado no son necesariamente
idénticas al crecimiento del trabajo asalariado. Esto es especialmente así en
países donde la crisis determinó un crecimiento económico más lento o uno
negativo. Así “se informa que el empleo asalariado ha caído en términos
absolutos en varios países africanos” –el 33% en la República de Africa Central,
27% en Gambia, 13,4% en Nigeria y 8,5% en Zaire[77]– y las tasas de desempleo
urbano en la región fueron entre el 15% y el 25% (un 10% más que a mediados de
los 70s).[78] Para el Africa subsahariana tomada de conjunto, “El principal
empleo en áreas rurales es el autoempleo”.[79] Aunque la actividad manufacturera
da cuenta de alrededor del 20% del empleo en áreas rurales, usualmente es de un
tipo muy rudimentario –herrería, elaboración de cerveza, sastrería o molienda,
siendo generalmente empresas de una sola persona.
El Africa subsahariana es la excepción más que la norma para el sistema mundial,
e incluso en relación con sus regiones empobrecidas. En Asia y América Latina ha
habido un crecimiento del trabajo asalariado. Pero frecuentemente ha sido por
fuera de lo que se suele llamar el “sector moderno” y ha sido acompañado por un
aumento igualmente rápido del autoempleo.
En América Latina el número de empleados no agrícolas se elevó de 68 millones en
1980 a 103 millones en 1992 (durante lo que se llamó la “década perdida” de
crisis económica y estancamiento). Pero los empleados en “grandes empresas” sólo
crecieron de 30 a 32 millones. Por el contrario, el número de pequeñas empresas
creció de 10 a 24 millones, el número de empleados públicos de 11 a 16 millones,
en el servicio doméstico de 4 a 7 millones, y en el llamado “sector informal” se
multiplicó de 13 a 26 millones.[80] Tomado de conjunto, el sector informal y la
pequeña empresa de labores no agrícolas, creció del 40% en 1980 al 53% en
1990.[81]
“Los empleos informales per se casi representan un tercio de los trabajadores no
agrícolas de la región... La mayor parte del incremento en el sector informal
está concentrada en trabajadores por cuenta propia”.[82] En 1980, casi la mitad
de la población urbana ocupada de Brasil no tenía “empleos formales”,[83] aunque
más de la mitad de ellos eran trabajadores asalariados sin protección formal ni
beneficios legales, y 18,4 millones de trabajadores declararon en 1990 que
querían tener un empleo formal.[84] Esto no significa “desindustrialización”, y
ciertamente tampoco la desaparición de la clase trabajadora en América Latina.
La economía india creció a un promedio mayor que la mayoría de los países
latinoamericanos durante las últimas dos décadas, aunque partió de un nivel
mucho más bajo que la mayoría de ellos. El producto per cápita aumentó, mientras
que ha caído en la mayor parte de América Latina, y la porción de la industria
en la producción total está ahora en el entorno del 19%. Pero el crecimiento en
el empleo, como en América Latina, ha sido abrumadoramente en los sectores
informales.
En los 80s, “a pesar de una aceleración significativa de la tasa de crecimiento
industrial... la porción de la manufactura en el empleo total... cayó” con un
crecimiento “negativo” del empleo en “el sector manufacturero privado organizado
[es decir, el sector formal]”.[85] Entre 1977-78 y 1993-94 la proporción de la
fuerza de trabajo masculina urbana en “empleos regulares” cayó del 46,4% al
42,1% (aunque la cifra total aumentó, ya que la población urbana creció
masivamente en esos años), mientras que la proporción de los “autoempleados”
creció ligeramente del 40,4% al 41,7% y de los empleados casuales aumentó del
13,2% al 16,2%.[86]
La mayoría de los trabajadores autoempleados no tiene privilegiado alguno. Un
informe de Ahmedabad muestra que sólo el 10% de los hombres autoempleados tienen
“un lugar para el negocio”. Un tercio trabajaba en la calle como vendedores,
conductores de carros para uno o dos pasajeros, etc. Hay 200.000 hombres que
cargan estos carros en Bombai, 80.000 en Ahmedabad y 30.000 en Bangalore,
mientras que Calcuta tiene alrededor de 250.000 vendedores ambulantes.[87]
El patrón que se aplica a India también se aplica, en distintos grados, a
Pakistán y Bangladesh.[88] También se encuentra en otros países “en desarrollo y
más avanzados”. En Turquía el empleo en “grandes establecimientos
manufactureros” era de 979.839 en 1987, contra 550.670 en “pequeñas empresas”.
El 44,2% de los trabajadores en el conjunto de la industria estaba en firmas con
más de 100 obreros, contra sólo el 24,2% en firmas con menos de 10
trabajadores.[89] No es sorprendente que dado este nivel de concentración de la
industria, entre el 50% y el 55% de los trabajadores estaban sindicalizados.[90]
Pero la cifra en el sector urbano “informal” era de 1.854.000 en 1988 –y había
crecido a 2.152.000 en 1992.[91]
Frecuentemente combinados con el sector informal, están aquellos a los que el
capitalismo les niega toda oportunidad de empleo: los desocupados. Sus cifras
varían considerablemente de región a región y de país a país –dependiendo en
parte de la facilidad que tenga la gente para sobrevivir de alguna forma en el
sector informal. En Medio Oriente de conjunto, el desempleo informado es del
15%.[92] Pero alcanza al 25% y al 30% en Libia, Argelia, Irán y Yemen.[93] En
1995, en el gran San Pablo, se informó que el desempleo alcanzaba a 1.102.000
personas, de una fuerza de trabajo de 8.221.000.[94]
En China el gobierno está siguiendo una política conciente de reestructurar el
sector estatal de la economía. El número de empleados en las empresas elegidas
cayó de 45 millones en 1993 a 27 millones en 1998.[95] Algunos de esos
trabajadores encontrarán otros empleos, pero de ninguna manera todos –una fuente
nos dice que había sólo 1,54 millones de puestos de trabajo disponibles en
agosto de 2001 para los 2,2 millones de trabajadores registrados en las agencias
oficiales de empleo en 82 ciudades.[96] Ciertamente muy pocos empleos para
responder a las aspiraciones de los millones de personas que vienen a la ciudad
desde el campo buscando empleo. Hay “150 millones de vagabundos que vienen del
campo, que viajan de una ciudad a otra busando empleo manual”.[97]
La acumulación capitalista está causando un crecimiento rápido de las ciudades
en amplias franjas del globo y de las ocupaciones que implican producción para
el mercado. En la mayoría de las regiones (aunque no en la mayoría de Africa)
hay también un crecimiento en el número de trabajadores asalariados de un tipo
relativamente productivo en centros de trabajo de dimensiones medianas y
grandes. Pero es más rápida la expansión de vastas masas de personas que
precariamente intentan sobrevivir por medio del trabajo casual, vendiendo cosas
en las calles, intentando sobrevivir trabajando por cuenta propia. En un
extremo, esta masa se funde con la pequeño burguesía de pequeños empleadores; en
otro extremo, se funde con la pobreza desesperada de aquellos que no pueden
ganarse el sustento –48% de la población urbana de Brasil vive por debajo de la
línea de pobreza, y dos de cinco de ellos por debajo del ingreso de “indigencia”
necesario para satisfacer exclusivamente las necesidades alimentarias.[98]
_____________________
Notas
Este trabajo fue publicado en la revista británica trimestral International
Socialism, Número 96, correspondiente a Septiembre de 2002. Claudia Cinatti de
la publicación Estrategia Internacional fue quien tradujo este artículo. A su
traducción, Javier Carlés hizo algunas modificaciones de contenido y redacción,
que consideramos pertinentes.
Chris Harman es editor de International Socialism (www.isj.org.uk), revista
teórica y política marxista publicada en Gran Bretaña por el Socialist Workers
Party (SWP). Y también autor de numerosos libros, entre los que se destacan
Economics of the Madhouse (1995), The Lost Revolution: Germany 1918 to 1923
(1997), A People’s History of the World (1999) y Explaining the crisis. A
marxist re-appraisal (2001). Además de activista del movimiento anticapitalista
y antiguerra.
1. M Hardt y A Negri, Empire (Harvard, 2001).
2. For a survey of the literature taking this approach, see ‘Introduction’, in J
H Goldthorpe, D Lockwood et al, The Affluent Worker in the Class Structure
(Cambridge, 1971).
3. This was how many people saw Argentina’s car workers in the city of
Cordoba—until they played a vanguard role in the Cordobazo uprising of 1969. So
Aricó wrote in 1964 that ‘the industrial proletariat of the big
enterprises...constitutes in a certain sense a relatively privileged group, a
labour aristocracy...which enjoys high wages because their class
brothers—unskilled workers, peones, rural proletarians, etc—earn miserable
wages’, while Carri saw their unions as ‘the principal means of imperialist
penetration in the working class’. Both quoted in R Munck et al, Argentina From
Anarchism to Peronism (London, 1987).
4. N Klein, No Logo (London, 2000), p223.
5. M Hardt and A Negri, op cit, p53.
6. Ibid, pp402-403.
7. Ibid, p403.
8. L Rozichtner, ‘El lugar de resistencia’, Página 12 (Buenos Aires), 26
February 2002.
9. C Harman, A People’s History of the World (London, 1999), p615.
10. D Filmer, ‘Estimating the World at Work’, background report for World Bank,
World Development Report 1995 (Washington DC, 1995). Available on World Bank
website: monarch.worldbank.org
11. That is, ‘Mining and quarrying, manufacturing, gas, electricity and water,
and construction.’
12. That is, ‘Trade, transport, banking, commercial services, not adequately
defined or described.’
13. There are another 1,200 million people of working age whose labour is for
their own households, and so is not counted, even though many of them,
especially in the countryside, would also have been involved in assisting in
other sorts of work.
14. See, for example, my calculation for the size of the new middle class in
Britain, in C Harman, ‘The Working Class After the Recession’, International
Socialism 33 (Autumn 1986).
15. UNDIP, Human Development Report 1998, Table 21, p175.
16. Ibid.
17. Ibid.
18. S Rodwan and F Lee, Agrarian Change in Egypt (Beckenham, 1986).
19. Danyu Wang, ‘Stepping on Two Boats: Urban Strategies of Chinese Peasants and
Their Children’, in International Review of Social History 45 (2000), p170.
20. Ibid.
21. S Rodwan and F Lee, op cit.
22. Figures given by C H Feinstein, ‘Structural Change in the Developed
Countries in the 20th Century’, Oxford Review of Economic Policy, vol 15, no 4
(Winter 1999), table A1.
23. ‘Introduction’, in R Baldoz et al, The Critical Study of Work: Labor,
Technology and Global Production (Philadelphia, 2001), p7.
24. M Hardt and A Negri, op cit, p286.
25. All the figures in this section are from C H Feinstein, op cit.
26. R E Rowthorn, ‘Where are the Advanced Economies Going?’, in G M Hodgson et
al (eds), Capitalism in Evolution (Cheltenham, 2001), p127.
27. Ibid.
28. Report in Financial Times, 12 February 2002.
29. R E Rowthorn, op cit.
30. Ibid.
31. Ibid, p131.
32. I spelt out some of the arguments here in greater depth in C Harman,
Explaining the Crisis: A Marxist Reassessment (London, 1984), pp105-108.
33. R Taylor, Britain’s World of Work: Myths and Realities (ESRC Future of Work
Programme Seminar Series, Swindon, May 2002).
34. The phrase used ibid. Much of the discussion on the left over skills over
the last quarter of a century has been influenced by the ‘deskilling’ argument
presented in H Braverman, Labor and Monopoly Capital (New York, 1974). But
disappearance of particular skills learnt through long years of apprenticeship
in industry has, in general, been accompanied by the rise in the average level
of literacy and numeracy required to handle a range of jobs continually changing
due to technological innovation. For a more sophisticated investigation of these
issues than Braverman’s, see C McGuffie, Working in Metal (London, 1985).
35. R Taylor, op cit, p18.
36. I discuss the notion of the ‘new middle class’ at greater length in C
Harman, ‘The Working Class After the Recession’, op cit, pp22-25.
37. The Guardian, 5 June 2002.
38. M Hardt and A Negri, op cit, pp285-286.
39. Office for National Statistics, Labour Force Survey (London, 2001).
40. Office for National Statistics, Living in Britain 2000, table 3.14,
available on www.statistics.gov.uk
41. R Crompton and G Jones, White Collar Proletariat (London, 1984), p27.
42. Ibid, p20.
43. All the figures are from ‘Employed Persons by Occupation, Age and Sex’, on
ftp://ftp.gov/pub/pub.specia.requests/lf/aat9
44. Office for National Statistics, Social Trends 2001 (London, 2001), p82.
45. C Harman, ‘The Working Class After the Recession’, op cit, pp22-25.
46. As I have argued elsewhere, restructuring within the three great regions of
the industrialised world—North America, Europe and East Asia—has been more
important than restructuring across the whole globe. See C Harman,
‘Globalisation: A Critique of a New Orthodoxy’, International Socialism 73
(Winter 1996).
47. R-P Bodin, ‘Wide-Ranging Forms of Work and Employment in Europe’, The Future
of Work, Employment and Social Protection, International Labour Organisation,
www.ilo.org, p1.
48. R Taylor, op cit, p7.
49. R-P Bodin, op cit, pp3-4.
50. Ibid, p5.
51. Ibid, p2.
52. Ibid, p2.
53. Ibid, pp2-3.
54. R Taylor, op cit, p12. The slight discrepancy between these figures and the
European figures for Britain is not significant, since they are based on
different surveys that come to very similar results.
55. These figures are from Office for National Statistics, Social Trends 2001,
op cit, table 4.6, p88. The results are very similar in the survey in R Taylor,
op cit, p13.
56. Office for National Statistics, Social Trends 2001, op cit, p88.
57. M Hardt and A Negri, op cit.
58. See C Harman, ‘The State and Capitalism Today’, International Socialism 51
(Summer 1991), and C Harman, ‘Globalisation: A Critique of a New Orthodoxy’, op
cit.
59. R E Rowthorn, op cit, p136.
60. Ibid, p135.
61. Ibid, pp131-132.
62. R Baldoz et al, op cit, p9.
63. Ibid, p7.
64. This, for instance, is the impression given by Naomi Klein in No Logo, when
she writes about 'General Motors...moving production to the maquiladores and
their clones around the globe', N Klein, op cit, p223.
65. Although, I personally was quite surprised at the sophistication of the
equipment, with computer terminals attached to sewing machines, in the Bruckman
factory in Buenos Aires, which had been occupied by its workforce.
66. F Palpacuer, 'Development of Core-Periphery Forms of Organisation: Some
Lessons from the New York Garment Industry', International Labour Organisation,
www.ilo.org
67. Figure given in A Lateef, Linking Up with the Global Economy: A Case Study
of the Bangalore Software Industry (International Labour Organisation, 1997),
www.ilo.org
68. M Hardt and A Negri, op cit, p294.
69. Figure given in A Lateef, op cit, ch 2, p9.
70. Figure given ibid, ch 4, p1.
71. Ibid, p3.
72. Ibid, p15.
73. Ibid, p9.
74. Ibid, p10.
75. Ibid, p11.
76. Very rough calculations using and adjusting the figures contained in the
tables in D Filmer, op cit.
77. International Labour Office, African Employment Report 1990 (Addis Ababa,
1991), p31.
78. Ibid, p26.
79. Ibid, p44 .
80. Figures from PRELAC Newsletter (Santiago, Chile), April 1992, diagram 3.
81. Ibid.
82. Ibid.
83. P Singer, Social Exclusion in Brazil (International Labour Office, 1997), ch
2, table 7, available at www.ilo.org
84. Ibid, p17.
85. P Nayak, Economic Development and Social Exclusion in India, ILO 1994, ch 2,
p1, available at www.ilo.org. Figures on employment from the 2001 census are not
yet available.
86. Figures in J Unni, 'Gender and Informality in Labour Markets in South Asia',
Economic and Political Weekly (Bombay), 30 June 2001, p2367.
87. The figures are provided, with sources, ibid, p2369.
88. Ibid.
89. T Bulutay, Employment, Unemployment and Wages in Turkey (Ankara, 1997),
p196.
90. Ibid, p193.
91. Ibid, p200.
92. Economic Trends in the MENA Region, 2000, www.erf.org.eg
93. Ibid, ch 4.
94. P Singer, op cit, ch 2, table 10.
95. Yun-min Lin and Tian Zhy, 'Ownership Restructuring in Chinese State
Industry', China Quarterly, June 2001, p307.
96. China Labor Bulletin, Hong Kong, 2001.
97. According to Financial Times, 26 October 2001. Callum Henderson suggests a
similar figure for the total number of unemployed in China. See C Henderson,
China on the Brink (New York, 1999), p20.
98. P Singer, op cit, ch 2, p3.
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