19 meses de brutalidad y tortura en las cárceles secretas de EE.UU. sin ser acusado
Dentro de los siniestros “lugares negros” de la CIA
 
Mark Benjamin
 
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
 

La CIA mantuvo a Mohamed Farag Ahmad Bashmilah en varias celdas diferentes durante su encarcelamiento en su red de prisiones secretas conocidas como “lugares negros.” Pero las pequeñas celdas eran todas bastante similares, tal vez de unos 2 metros de ancho por 3 metros de largo. A veces estaba desnudo, y otras esposado permanentemente durante semanas. En una celda lo encadenaron a un perno en el suelo. Había un pequeño inodoro. En otra celda sólo había un cubo. Videocámaras registraban cada movimiento. Las luces siempre estaban encendidas – no había día o noche. Un altavoz lo bombardeaba con continuo ruido blanco, o música rap, 24 horas al día.

Los guardianes llevaban máscaras negras y ropas negras. No pronunciaban una palabra mientras extraían a Bashmilah de su celda para interrogarlo – una de sus pocas interacciones con otros seres humanos durante todos sus 19 meses de encarcelamiento. Nadie le dijo donde estaba, o si sería liberado algún día.

Era suficiente para volver loco a cualquiera. Bashmilah trató finalmente de cortarse las venas con un pequeño trozo de metal, y pintó con sangre las palabras “soy inocente” en las paredes de su celda. Pero la CIA le puso parches.

Y Bashmilah dejó de comer. Pero, cuando su peso bajó a 40 kilos, lo arrastraron a una sala de interrogatorio, donde le hincaron un tubo por la nariz, hasta su estómago. Le bombearon líquido. La CIA no lo dejó morir.

En varias ocasiones, al deteriorarse peligrosamente la condición mental de Bashmilah, la CIA hizo algo más: Lo puso en manos de profesionales de la salud mental. Bashmilah cree que eran psicólogos o psiquiatras cualificados. “Trataban de levantarme el ánimo y de convencerme,” dijo Bashmilah en una entrevista telefónica, a través de un intérprete, hablando desde su patria, Yemen. “Una de las cosas que me dijeron fue que me dejara ir y llorara, y que respirara.”

En junio pasado, Salon informó sobre el uso por la CIA de psicólogos para ayudar en el interrogatorio de presuntos terroristas. Pero el papel de los profesionales de la salud mental que trabajan en los lugares negros de la CIA es un aspecto hasta ahora desconocido en la escalofriante historia kafkaesca de las prisiones de la agencia en ultramar.

Hasta ahora se ha hecho público poco sobre las condiciones del encarcelamiento de Bashmilah. Sus descripciones detalladas en una entrevista con Salon, y en documentos presentados recientemente al tribunal, suministran el primer informe a fondo, narrado en primera persona, sobre el cautiverio dentro de un lugar negro de la CIA. Propugnadores y abogados de los derechos humanos han reconstruido meticulosamente su caso, utilizando las descripciones de sus celdas y de sus aprehensores de Bashmilah, y documentos de los gobiernos de Jordania y Yemen y de la Oficina de Naciones Unidas del Alto Comisionado de Derechos Humanos para verificar su testimonio. Los registros de vuelos que detallan el movimiento de aviones de la CIA también confirman el relato de Bashmilah, rastreando su paso desde Oriente Próximo a Afganistán y de nuevo de vuelta mientras estaba en custodia estadounidense.

La historia de Bashmilah también parece mostrar en términos claros que era inocente. Después de 19 meses de encarcelamiento y de tormento a manos de la CIA, la agencia lo liberó sin ofrecer explicación alguna, tal como lo encarcelaron para comenzar. No enfrentó acusaciones de terrorismo. No le dieron un abogado. No vio a un juez. Simplemente lo liberaron, con su vida destrozada.

“Esto muestra realmente el impacto humano de este programa y que el programa de entregas de la CIA arruina vidas,” dijo Margaret Satterthwaite, abogada de Bashmilah y profesora en la Escuela de Derecho de la Universidad de Nueva York. “Se trata de tortura psicológica y de la experiencia de ser desaparecido.”

Bashmilah, que a los 39 años es ahora un hombre físicamente libre, todavía sufre las consecuencias mentales de su prolongada detención y abuso. Está siendo tratado por el daño que se le infligió a manos del gobierno de EE.UU. El viernes, Bashmilah presentó su historia en una declaración a un tribunal de distrito de EE.UU. como parte de un juicio civil iniciado por la ACLU [siglas en inglés de la Unión (US) Americana de Libertades Civiles] contra Jeppesen Dataplan Inc., subsidiaria de Boeing acusada de facilitar vuelos secretos de entregas de la CIA.

Bashmilah dijo en la entrevista telefónica que la angustia psicológica dentro de un lugar negro de la CIA es exacerbada por las abismales incógnitas que enfrentan los prisioneros. Aunque se imaginaba que estaba detenido por los estadounidenses, Bashmilah no sabía con seguridad por qué, donde estaba, o si volvería a ver a su familia algún día. Dijo: “Cada vez me doy cuenta que puede haber otros que siguen allí donde yo sufrí, siento lo mismo por esa gente inocente que simplemente cayó en una brecha.”

Podrá parecer extraño que la agencia suministre terapia a un prisionero mientras al mismo tiempo quiebra su mente – como si revelara un aspecto humanitario de un programa que de otra manera está calibrado para explotar el abuso psicológico sistemático. Pero también podría ser que profesionales de la atención sanitaria mental han sido alistados para que ayuden a hacer volver del límite a prisioneros que parecían peligrosamente dañados, cuyas mentes crispadas ya no eran doblegables por el interrogatorio. “Mi interpretación es que el propósito de tener psiquiatras presentes es que si el prisionero se siente mejor, podrá hablar más a los interrogadores,” dijo Bashmilah.

De modo realista, los psiquiatras en un escenario semejante pueden hacer poco respecto a los sufrimientos más profundos de los prisioneros a manos de la CIA. “En realidad no tenían autoridad para encarar esos problemas,” dijo Bashmilah sobre su angustia mental. Dijo que los doctores le dijeron que “esperara que un día llegaría a probar su inocencia o que un día retornaría a su familia.” Los psiquiatras también le dieron algunas píldoras, probablemente tranquilizantes. Analizaron sus sueños. Pero no había mucho más que pudieran hacer. “También me dieron un cubo de Rubik para que pudiera pasar el tiempo, y algunos rompecabezas,” recordó Bashmilah.

Su pesadilla comenzó en el otoño de 2003. Bashmilah había viajado a Jordania desde Indonesia, donde vivía con su mujer y trabajaba en el negocio de la vestimenta. Él y su mujer fueron a Jordania a ver a la madre de Bashmilah que también había viajado a ese país. La familia esperaba organizar una operación del corazón para la madre de Bashmilah en un hospital de Amman. Pero antes de partir de Indonesia, Bashmilah había perdido su pasaporte y recibido un reemplazo. Al llegar a Jordania, los funcionarios jordanos cuestionaron la falta de sellos en el pasaporte nuevo, y desconfiaron cuando Bashmilah admitió que había visitado Afganistán en 2000. Bashmilah fue detenido por las autoridades jordanas el 21 de octubre de 2003. No reapareció hasta que salió de un avión de la CIA en Yemen el 5 de mayo de 2005.

Es obvio que los funcionarios del Departamento de Inteligencia General de Jordania no se dieron cuenta de la evidente inocencia de Bashmilah. Después de su arresto, los jordanos lo golpearon brutalmente, acribillándolo con preguntas sobre al Qaeda. Fue obligado a correr por un patio hasta que se desplomó. Los agentes lo colgaron cabeza abajo con una correa de cuero, con sus manos atadas. Golpearon las plantas de sus pies y sus costados. Amenazaron con electrocutarlo con alambres. Le dijeron que violarían a su mujer y a su madre.

Fue demasiado. Bashmilah firmó una confesión de múltiples páginas, pero estaba demasiado desorientado y atemorizado hasta para leerla. “Me sentía seguro de que incluía cosas que no había dicho,” escribió en su declaración entregada el viernes al tribunal. “Estaba dispuesto a firmar cien páginas con tal de que terminaran el interrogatorio.”

Bashmilah fue entregado a la CIA en las primeras horas de la mañana del 26 de octubre de 2003. Los responsables jordanos lo entregaron “a un hombre blanco, de calvicie incipiente, alto, rollizo, con vestimenta civil y gafas de sol oscuras con pequeños cristales redondos,” escribió en su declaración. No tenía la menor idea de quienes eran sus nuevos apresadores, o de que estaba a punto de comenzar 19 meses de infierno, en la custodia del gobierno de EE.UU. Y aunque pocas veces lo golpearon físicamente mientras estaba bajo la custodia de EE.UU., describe un régimen de encarcelamiento diseñado para infligir extrema angustia psicológica.

Pregunté a Bashmilah qué fue peor: las golpizas físicas a manos de los jordanos, o el abuso psicológico que enfrentó por parte de la CIA. “Considero que la tortura psicológica que padecí fue peor que la tortura física,” respondió. Calificó su encarcelamiento por la CIA “casi como estar dentro de una tumba.”

“Cada vez que veía una mosca en mi celda, me llenaba de alegría,” dijo. “Aunque deseaba que se escapara por debajo de la puerta para que no estuviera también encarcelada.”

Después de un breve viaje en coche a un edificio en el aeropuerto, guardianes vestidos de negro, enmascarados, con guantes quirúrgicos, cortaron la ropa de Bashmilah.
Fue golpeado. Un guardia introdujo su dedo en el ano de Bashmilah. Lo vistieron con un pañal, una camisa azul y pantalones. Con los ojos vendados y con orejeras, lo encadenaron, lo encapucharon y lo ataron con una correa a una camilla en un avión.

Los registros de vuelos muestran que llevaron a Bashmilah en avión a Kabul. (Los registros muestran que el avión partió originalmente de Washington, antes de detenerse primero en Praga y Bucarest.) Después de aterrizar, lo obligaron a acostarse durante 15 minutos en un jeep que saltaba sobre los baches y lo condujeron a un edificio. Le quitaron la venda de los ojos, y lo examinó un médico estadounidense.

Luego lo colocaron en una celda sin ventanas, helada, de unos 2 por 3 metros. Había un colchón de espuma, una manta, y un cubo como inodoro que era vaciado una vez por día. Una bombilla desnuda permaneció constantemente encendida. Una cámara estaba montada sobre una puerta de metal sólido. Durante el primer mes tocaron estrepitosa música rap y árabe en su celda, 24 horas al día, a través de un agujero frente a la puerta. Los grilletes en su pierna estaban encadenados a la pared. Los guardianes no lo dejaban dormir, obligando a Bashmilah a levantar su mano cada media hora para demostrar que seguía despierto.

Las celdas estaban alineadas, con espacios entre ellas. Por encima de los cielos rasos bajos de las celdas parecía haber otro techo, como si la prisión estuviera dentro de un hangar para aviones.

Después de tres meses la rutina se hizo insoportable. Bashmilah trató infructuosamente de colgarse con la manta y se cortó las venas. Golpeó su cabeza contra la pared en un esfuerzo por perder la conciencia. Lo detuvieron en tres celdas separadas pero similares durante su detención en Kabul. En un momento, la celda al frente fue utilizada para interrogatorios. “Aunque a mí no me golpearon en la sala de tortura e interrogatorio, después de un rato comencé a escuchar los gritos de detenidos que eran torturados,” escribió.

Aunque no fue golpeado, Bashmilah fue interrogado frecuentemente. “Durante todo el período de mi detención allí, me tuvieron en confinamiento solitario y no vi a otra persona que a mis guardianes, interrogadores y otro personal carcelario,” escribió en su declaración. Un interrogador le acusó de estar involucrado en el envío de cartas a un contacto en Inglaterra, aunque Bashmilah dice que no conoce a nadie en ese país. En otros casos le mostraron fotos de gente que también dice que no conocía.

“Es una forma de tortura,” me dijo. “Especialmente cuando la persona sometida a ella no ha hecho nada.”

En su declaración, Bashmilah dejó claro que la mayoría de los funcionarios de la prisión hablaban inglés con acentos estadounidenses. “Los interrogadores también se referían frecuentemente a informes que llegaban de Washington,” escribió.

Después de seis meses fue transferido, sin advertencia ni explicación. El 24 de abril de 2004, o cerca de esa fecha, Bashmilah fue extraído de su celda y colocado en una sala de interrogatorio, donde lo desnudaron. Un médico estadounidense con una mano desfigurada le examinó, haciendo marcas peculiares en un diagrama en papel del cuerpo humano. Guardianes con máscaras negras volvieron a ponerle un pañal, pantalones de algodón y una camisa. Le vendaron los ojos, le pusieron grilletes, una capucha, lo obligaron a colocarse auriculares, y lo apilaron, acostado, en un jeep con otros detenidos. Luego recuerda que lo obligaron a subir escalones hacia un avión a la espera para un vuelo que duró varias horas, seguidas por varias horas en el piso de un helicóptero.

Al aterrizar, lo obligaron a entrar a un vehículo para un breve viaje. Entonces, Bashmilah dio varios pasos hacia otra prisión secreta – ubicación desconocida.

Lo obligaron a entrar a una pieza y a volver a desnudarse. Le tomaron fotos de todos los costados de su cuerpo. Lo rodearon unas 15 personas. “Todas ellas, excepto la persona que tomaba fotografías, estaban vestidas con el tipo de máscaras negras que los asaltantes llevan para ocultar sus caras,” escribió Bashmilah en la declaración.

De nuevo le examinó un médico, que hizo anotaciones en el diagrama del cuerpo humano. (Era el mismo formulario de Afganistán. Bashmilah vio su cicatriz de la vacuna marcada en el diagrama.) El médico estudió sus ojos, oídos, nariz y garganta.

Luego lo tiraron a una celda fría, y lo dejaron desnudo.

Era otra pequeñísima celda, nueva o renovada, con un lavabo de acero inoxidable y un inodoro. Hasta que llegaron ropas varios días después, Bashmilah se acurrucaba en una manta. En esa celda había dos cámaras de vídeo, una montada sobre la puerta y la otra en una pared. Sobre la puerta también había un altavoz. Ruido blanco, como estática, era transmitido constantemente, día y noche. Pasó el primer mes con esposas. En esta celda, su tobillo estaba sujeto por una cadena de 110 eslabones fijada a un perno en el piso.

La puerta tenía una pequeña apertura en la parte inferior por la que aparecía comida: arroz cocido, carne rebanada y pan, triángulos de queso, patatas hervidas, tajadas de tomate y aceitunas, servidos en un plato de plástico.

Los guardianes llevaban pantalones negros con bolsillos, camisas negras de mangas largas, guantes de goma o guantes negros, y máscaras que cubrían la cabeza y el cuello. Las máscaras tenían plástico de color amarillo sobre los ojos. “Nunca oí a los guardianes hablando entre ellos y nunca hablaron conmigo,” escribió Bashmilah en su declaración.

Continuaron los interrogatorios. Bashmilah recuerda a un interrogador que le mostró una conferencia de un erudito islámico en un ordenador portátil. El interrogador quería saber si Bashmilah sabía quien era el hombre, pero no lo conocía. Fue en este lugar donde Bashmilah se cortó las venas, e inició su huelga de hambre, sólo para ser alimentado por la fuerza mediante un tubo introducido por su nariz.

La CIA parece haberse dado cuenta de que Bashmilah no era un agente de al Qaeda en algún momento alrededor de septiembre de 2004, cuando fue trasladado a otra celda similar. No hubo más ruido blanco. Y aunque sus tobillos estaban sujetos con grilletes, no estaba sujeto al suelo con una cadena. Le permitieron que se duchara una vez por semana. Ya no lo interrogaron y en general lo dejaron solo.

Le dieron una lista de libros que podía leer. Cerca de un mes antes de ser liberado, le dieron acceso a una sala de ejercicios durante 15 minutos por semana. Y vio a profesionales de la salud mental. “Los psiquiatras me pidieron que hablara del motivo por el que estaba tan desesperado, interpretaron mis sueños, me preguntaron cómo estaba durmiendo y si tenía apetito, y me ofrecieron medicinas como ser tranquilizantes.”

El 5 de mayo de 2005, a Bashmilah lo esposaron, encapucharon y lo colocaron en un avión hacia Yemen. Documentos del gobierno yemenita dicen que el vuelo duró seis o siete horas y confirman que fue transferido del control del gobierno de EE.UU. Pronto supo que su padre había muerto en el otoño de 2004, sin saber hacia donde había desaparecido su hijo, o incluso si estaba en vida.

Al final de mi entrevista con Bashmilah, le pregunté si había algo en particular que quisiera que supiera la gente, “Quisiera que el pueblo estadounidense sepa que el Islam no es enemigo de otras naciones,” dijo. “El pueblo estadounidense debería expresarse para responsabilizar a personas que han dañado a gente inocente,” agregó. “Y cuando hay una trasgresión contra el pueblo estadounidense, no debiera ser compensada con otra trasgresión.”


http://www.informationclearinghouse.info/article18903.htm
 

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