Peter Marchetti, 64 años, estadounidense de origen y centroamericano
por adopción (hace 30 años que vive en la región, y ahora es ciudadano
nicaragüense) fue sacerdote jesuita hasta hace dos años. Dejó de
serlo, pero no dejó sus convicciones revolucionarias, sus esperanzas
en un mundo de mayor justicia. Eso fue lo que lo hizo llegar a
Centroamérica hace ya tres décadas y trabajar siempre, como
especialista en economía agraria, con poblaciones golpeadas y
marginadas.
Ahora vive en Guatemala donde trabaja codo a codo con el movimiento
campesino. Autor prolífico, analista agudo y además muy buena persona,
querido por propios y extraños, fue entrevistado por ARGENPRESS a
través de su corresponsal para el área, Marcelo Colussi.
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Argenpress: ¿Cómo se dibuja el mapa político
para Centroamérica luego del golpe de Estado en Honduras y el montaje
del video del caso Rosenberg en Guatemala, que casi lleva también a
una desestabilización? ¿Cuál es la estrategia de Washington en todo
esto?
Peter Marchetti: Creo que para la gente que puede ver esta entrevista
fuera de la región, en el cono sur o en toda Suramérica, es importante
saber que Centroamérica siempre ha caminado en un tiempo distinto a
América del Sur. Por ejemplo, cuando en el sur se estaban dando los
procesos de derechización con las dictaduras militares y los planes
neoliberales de ajuste estructural, en Centroamérica se estaban dando
procesos revolucionarios con movimientos insurgentes de izquierda. Y
ahora, cuando en Suramérica asistimos a una ola de cambios con
procesos populares como los de Evo Morales en Bolivia, por ejemplo, o
Rafael Correa en Ecuador, otra vez la región centroamericana va con
otro tiempo. Se podría decir que habitualmente Centroamérica viene
tarde, repitiendo diez años después lo que hace el resto de América
Latina. La actual coyuntura es muy interesante: cuando el presidente
Manuel Zelaya incorpora Honduras al proyecto del ALBA, que coincide
con la elección de Daniel Ortega como presidente en Nicaragua y de
Mauricio Funes en El Salvador apoyado por el Farabundo Martí de
Liberación Nacional, todo eso trae una reacción fuerte del gobierno de
Estados Unidos. Todos estos cambios cuestionan las democracias
restringidas que venían aplicándose en Latinoamérica desde la década
de los ochenta del siglo pasado. En Centroamérica, al poco tiempo de
empezar a dibujarse estos cambios, hay una reacción fuerte de la
oligarquía para cortarlos. Y ahí está el golpe en Honduras. Al mismo
tiempo que se preparaba ese golpe, en Guatemala se pone en marcha todo
el montaje con el video del abogado Rosenberg, difundido ampliamente
por todo el mundo, con el que se buscó desestabilizar al gobierno de
Álvaro Colom. Pero aquí no es tan importante este golpe político
mediático sino el golpe económico que está dando la oligarquía,
asfixiando al gobierno por considerarlo demasiado popular, demasiado
volcado hacia el lado de los pobres, aunque Colom no anda ni cerca
siquiera de planteamientos bolivarianos, de izquierda. Pero unos
simples brotes de populismo tienen como respuesta un planteamiento
sumamente conservador en la política macro. Mientras que el resto de
América Latina ofrece bonos para endeudar al Estado y así responder a
la recesión generalizada, Guatemala sigue implementando políticas de
Margaret Tatcher y de Reagan, más neoliberales aún que la de ellos. Es
increíble: se sigue manteniendo una carga tributaria bajísima. En
definitiva: la oligarquía, que no ve con buenos ojos a la
administración de Colom, lo deja sin presupuesto. Y el gobierno
populista, constreñido económicamente por esa oligarquía que le cierra
el camino, trata de moverse dentro de esa camisa de fuerza; pero es
muy difícil hacer algo progresista con un planteo económico
ultraconservador. Pero es por eso, por ese planteo tibiamente
populista, que la oligarquía ataca y trata de desestabilizar el
gobierno. Lo intenta con el caso Rosenberg, que es una forma de
golpear la imagen política, pero más aún lo intenta con el manejo
económico, ahogándolo con el presupuesto nacional que no ha permitido
que salga como el gobierno necesita. La oligarquía prácticamente no
paga impuestos; en Guatemala el 10 % más pobre paga porcentualmente
más impuestos que el 10 % más rico. Por tanto al gobierno actual se le
hace muy difícil poder avanzar en sus medidas; en definitiva, se trata
de un golpe económico de la derecha contra el populismo. Lo que
estamos viendo ahora –con este golpe económico en Guatemala o con el
golpe de Estado técnico en Honduras– es una reacción conservadora
contra la ola política de cambios representada por Chávez, por Evo
Morales, por Rafael Correa. En Honduras tomó forma de una manera
brutal, y ahí la oligarquía hizo saber que no está dispuesta a tolerar
cambios populistas en la región. Centroamérica ha sido siempre una
región más conservadora que Suramérica. Y por eso, por ese
conservadurismo tan grande, es que en Centroamérica surgieron los
movimientos guerrilleros, como una reacción a esa derecha tan cerrada,
tan troglodita podríamos decir. En los tres países donde se dieron
esos movimientos: Nicaragua, Guatemala y El Salvador, se dieron
historias distintas, mientras que Honduras, el lugar desde donde se
manejó la estrategia contrainsurgente contra estos tres países,
Estados Unidos manejó a su antojo, haciendo de toda la nación una
propia base de operaciones militares. Primero la manejó
económicamente, a través de la bananera; y luego con la
contrainsurgencia. Y la historia se repite; quiero decir: en el fondo,
Estados Unidos está detrás del actual golpe de Estado en Honduras. Lo
que hacen las fuerzas políticas de derecha del país es lo que el
gobierno de Estados Unidos ha orientado durante décadas. En realidad,
las constituciones políticas de los países centroamericanos son apenas
democracias restringidas, concebidas para apoyar a las oligarquías
locales reduciendo los derechos sociales de las grandes mayorías. Son
constituciones de corte marcadamente neoliberal. Y está claro que a la
estrategia de dominación continental de Estados Unidos no le interesan
constituciones como, por ejemplo, la de Bolivia. El interés real de
Estados Unidos, aunque el presidente Obama hable en contra del golpe
de Estado en Honduras, es que no aparezcan constituciones ni procesos
políticos que cuestionen su hegemonía en la región. Es sabido que la
CIA estuvo directamente involucrada en este golpe. Además, y en
complementación de lo anterior, es sabido también que todo el aparato
represivo y de inteligencia de los países centroamericanos es el mismo
de hace 20 o 30 años. Es decir: todos los organismos de seguridad de
la región y de Estados Unidos, a través de la CIA, la DEA, los
servicios de inteligencia de sus embajadas, están articulados con los
intereses más conservadores y reaccionarios de las oligarquías
locales. Aquí no hay democracia; hay, en todo caso, democracias
restringidas, formales, asentadas en el triunfo sobre –o en la
negociación en desiguales condiciones con– las fuerzas revolucionarias
de las décadas pasadas. Aquí la democracia se asienta en el genocidio.
Es decir: esa ideología profundamente conservadora, de derecha, es el
trasfondo de lo que está pasando ahora en el área.
Hay que ver hasta qué punto el presidente Obama podrá cambiar el tipo
de aparato político de Estados Unidos en esta región. ¿Será que Obama
está en condiciones de abandonar el pacto que la extrema derecha
estadounidense tiene con las fuerzas conservadoras de Centroamérica?
En la primera conversación que tuvo la Secretaria de Estado Hillary
Clinton con el presidente Zelaya luego del golpe de Estado en
Honduras, le pidió tres cosas: primero, y fundamental, no tocar la
base estadounidense de Comayagua. Segundo: no aparecer mucho con el
presidente Chávez, y tercero: si vuelve al poder debe ofrecer una
amnistía completa a cualquier civil y/o militar que participó en el
golpe. Lo interesante es la base militar; eso muestra el interés de
Washington de mantener una presencia militar fuerte en la región.
Recuerdo Comayagua porque alguna vez, cuando vivía en Honduras,
intentamos cerrar la base, allá por 1983. En ese entonces Honduras
buscaba generar una guerra con la Nicaragua sandinista, para permitir
así la presencia militar estadounidense en la región, pensando incluso
en su intervención directa contra el gobierno revolucionario del país
vecino. Recuerdo que tratamos de movilizar a la opinión pública, para
lo cual tomamos como ejemplo un movimiento de 250 mujeres
estadounidenses, religiosas todas, que fueron a tratar de invadir
Comayagua. Lograron con su movilización quitar al jefe de las fuerzas
armadas, un tal general Álvarez, y el hecho movilizó a buena parte de
la sociedad civil hondureña. Hoy, con una base militar de Estados
Unidos que sigue inamovible, hay numerosas pruebas que indican que
hubo personal y recursos de Washington metidos tras el golpe en
Honduras. En ese sentido es hipócrita Obama cuando sale a decir que
Latinoamérica protesta siempre por las invasiones de Estados Unidos en
la región, pero ahora pide la intervención. Es hipócrita porque dice
que Washington no va a intervenir, cuando la intervención militar ya
se cumplió, puesto que el golpe fue totalmente apoyado por el gobierno
de Estados Unidos.
El problema es cómo limpiar la basura de la política de Estados Unidos
en la región. No es que ahora se esté pensando si intervenir o no;
¡hace 35 años que la Casa Blanca está interviniendo en los asuntos
internos de Honduras!
Argenpress: ¿Hipocresía por parte de Obama, o eso estaría mostrando
que el presidente no maneja realmente todos los hilos de la política
del país? Lo cual nos lleva a otra pregunta de fondo: el golpe de
Estado en Honduras, ¿podría tomarse como un mensaje del gobierno de
Estados Unidos, o de algunos sectores del gobierno al menos, hacia
Latinoamérica en el sentido de decir “no más populismos, no más unión
latinoamericana ni Petrocaribe, basta de Chávez en la región”?
Peter Marchetti: Por supuesto. Es un mensaje muy claro. Y aunque quizá
Obama no lo decidió, él es hipócrita en el análisis de lo que pasó,
porque pese a que no haya sido el responsable directo del golpe, ha
dejado actuar al aparato militar y de inteligencia. Es muy probable
que la ultraderecha enquistada en el Estado lo esté manejando a él.
Eso puede verse en que no ha podido nombrar una sola persona de su
confianza en cargos altos para la política de Washington hacia
Latinoamérica. Y si no pudo siquiera hacer nombramientos, mucho menos
va a poder cambiar los objetivos estratégicos de esa política
exterior, que pareciera que él no maneja. Se podrá evaluar si va a
haber cambios o no, pero por lo pronto el discurso del presidente es
hipócrita. Porque es evidente que el interés principal de Estados
Unidos es que no le toquen su base militar en Honduras, centro de
operaciones contrainsurgentes para toda la región centroamericana.
¿Qué haría Obama si, por ejemplo, Alemania o China decidieran plantar
una base militar en el medio del territorio estadounidense? Diría que
eso es intervencionismo, por supuesto. Por tanto, el golpe de Estado
en Honduras es un claro mensaje para toda América Latina, es un
mensaje de los sectores más conservadores de Estados Unidos y de
Centroamérica hacia el resto de Latinoamérica. Lo que buscan es que no
haya ningún cambio real, ningún cambio en las constituciones
políticas.
Aquí, en Guatemala, si bien no dieron un golpe de Estado político, han
puesto en marcha un golpe económico contra el gobierno de turno, para
ahogarlo. Buscan hacer una nueva constitución que elimina de plano
todos los derechos sociales; es una constitución ultra liberal. En
realidad, es eso lo que persiguen. Las reformas que estaba proponiendo
Zelaya para la constitución de Honduras no traían ningún cambio de
fondo; pero así todo, lo quitaron del camino, porque ya sonaba a
demasiado a la izquierda.
Argenpress: Es decir que este golpe no augura buenas perspectivas para
el campo popular, ni en Centroamérica ni en Suramérica. ¿Podríamos
entenderlo como una avanzada de los sectores más reaccionarios de
Estados Unidos hacia toda Latinoamérica? Lo cual, además, se
potenciaría con la instalación de las polémicas bases militares en
Colombia. ¿Siguen las malas noticias para el pobrerío entonces?
Peter Marchetti: Muchos creen eso. Una nueva política económica en lo
interno y un período de cambios dentro de Estados Unidos no significa
que vaya a haber también una nueva política exterior. Las expectativas
de cambio que trajo en su momento la presidencia de Kennedy tuvieron
como contrapartida en la política externa cosas como Bahía de los
Cochinos o Vietnam. Es decir: no hay ninguna garantía que diga que la
política exterior de Obama no va a presionar más a Latinoamérica.
Quizá va a ser una presión más sutil, pero presión al fin. Porque nada
hace pensar o deja ver en este momento que se esté trabajando para
desarmar el aparato diplomático-militar conservador ya acostumbrado a
intervenir que ha caracterizado a Estados Unidos estos últimos años.
¿Quién puede garantizar que vaya a haber un cambio en los poderes
ocultos de la CIA, de la DEA? Pero junto a esto yo me atrevería a
decir que no es sólo mala noticia lo que pasó en Honduras. Se vive
ahí, en este momento, una primavera de posibilidades de democracia
real, de democracia radical, como no se había dado nunca. Honduras
siempre vivió un formal bipartidismo, que en la práctica significaba
un control absoluto que no permitía el avance de la organización
popular. En esa lógica, los partidos de izquierda nunca logran más que
el 2 o 3 % del voto. En esta nueva coyuntura un partido de izquierda
probablemente puede sacar un 20 %, o hasta un 30 incluso. Por un lado
Manuel Zelaya, por no consolidar sus alianzas con toda la sociedad
civil progresista, y al mismo tiempo por no consolidar alianzas dentro
de su propio partido, pone el golpe en bandeja de oro para los
golpistas. Es decir: hace una alianza con sectores de izquierda de
América Latina, con Chávez, entra en Petrocaribe, pero no tenía
solidificadas esas alianzas con la izquierda y con el campo popular
dentro de su propio país. Eso fue una debilidad, un error. Pero por
otro lado, la llegada de Micheletti al poder a través de un golpe de
Estado tan burdo, abre la posibilidad a la izquierda y al campo
popular de Honduras de organizarse y cobrar fuerzas como nunca antes
en su historia. Por primera vez hay una unión de sectores populares
con un objetivo común, mostrando que la democracia o es cosa popular,
desde abajo, o si no no sirve. Esto ha traído una rápida maduración de
sectores populares, juveniles en muchos casos, que salen a defender
sus derechos. Y esto ha hecho crecer mucho la conciencia de lucha. Por
eso digo que este golpe de Micheletti abre una verdadera primavera de
posibilidades en término de lucha a largo plazo. El problema es que la
izquierda hondureña pasó tres años atacando a Zelaya, y ahora debe
recomponerse para defenderlo, o para salvar la institucionalidad que
él representa. La izquierda en Honduras tiene una gran debilidad
histórica, si bien existe y tiene una vieja tradición de lucha. No
habiendo podido desarrollar una estrategia de lucha armada como en los
países vecinos, intentaron trabajar en el Partido Liberal, el mismo de
Manuel Zelaya, para transformarlo desde dentro a largo plazo.
Por otro lado la Iglesia Católica sigue siendo de derecha y golpista.
Y la izquierda está bastante fragmentada. Todo eso abre un
interrogante sobre las perspectivas futuras de Honduras: ¿podrá el
campo progresista hacer un frente único contra el golpe como una
fuerza política en las próximas elecciones? No importa cómo se termine
reconfigurando la oposición al golpe, lo cierto es que hay una
primavera de lucha popular, de calor popular que no se había visto
nunca anteriormente. Antes la lucha política estaba concentrada
básicamente en la costa norte del país, pero el proceso actual
desbordó por todos lados. Todo el país está movilizado, y
especialmente la juventud.
Argenpress: Este despertar político, esta “primavera de posibilidades”
como la llamaste que se está dando en Honduras, nos lleva a
preguntarnos entonces: ¿cuáles son los caminos actuales de la
izquierda, del campo popular, ante tanta fragmentación que vivimos,
ante esta parálisis histórica que estamos sufriendo ahora?
Peter Marchetti: Es real que hay mucha fragmentación, en toda la
izquierda, en el campo progresista. Incluso con el movimiento de las
ONG’s puede verse. No hay dudas que la situación no es fácil. Es más:
podemos decir que América Latina está avisada con este golpe de
Honduras que Estados Unidos no está entrando en un período de apertura
para la zona, y por el contrario, es una señal contra los procesos de
cambio en marcha. De todos modos esta agresión de Washington puede
permitir más concientización, más toma de posición por parte de
sectores ahora acallados; es decir: esto puede llevar, en un mediano
plazo, a una mayor radicalización de los pueblos, tratando de repetir
procesos en curso como el de Bolivia por ejemplo. Bolivia es en este
momento el único país donde las organizaciones sociales tienen
hegemonía real sobre el Estado. En otros términos, todo esto abre
posibilidades de nuevas luchas, de nuevas configuraciones para el
campo popular, para la búsqueda de transformaciones en la estructura
social. Ahora, en este momento, la sociedad civil vive aún dentro de
estrictos moldes neoliberales, con economías totalmente liberales y
con pequeñas cuotas de participación política muy restringidas. Pero
hoy sabemos que hay que ir más allá, que hay que buscar un poderoso
movimiento político de la sociedad civil. Algo así como lo que estamos
viendo en Bolivia, donde hay una fuerte movilización política de los
sectores populares, que son los que realmente impidieron el intento de
golpe de Estado de la oligarquía del Oriente.
En general en toda América Latina hay que saber que los ritmos
políticos se mueven según la industria de extracción. Todas las
reformas agrarias modernizantes y las estrategias de desactivar el
poder de los latifundistas sobre el Estado pasó sólo en los países en
que había industrias de extracción, como petróleo o minerías
importantes. Esos procesos no se dieron donde el Estado no tenía una
base fuerte de extracción primaria. Por eso los procesos de reforma
agraria en Centroamérica, si bien son profundos, no terminan de
consolidarse; y eso se debe a que el Estado no tiene una caja chica
proveniente del petróleo o de la minería como en Venezuela, en Bolivia
o en México. O en Chile. Yo conocí ese proceso, y ahí el dinero que
daba el cobre sirvió para hacer la reforma agraria contra los
latifundistas. En Centroamérica eso se suma al grado de pobreza
crónica que define a estos países, lo cual da como resultado unas
derechas políticas mucho más conservadoras. Y ante la ola de cambios
que se mueve por Suramérica, esas oligarquías y el imperialismo toman
rápidamente la iniciativa. Es una situación compleja, por lo que es
difícil decir qué va a pasar.
Argenpress: Justamente porque no tenemos bolas de cristal para ver el
futuro, pensando en las iniciativas actuales, como por ejemplo la
propuesta de unión latinoamericana como el ALBA, ¿qué perspectivas
tienen a mediano y largo plazo?
Peter Marchetti: No hay dudas que hoy el ALBA es aún débil, pero es
también lo suficientemente fuerte para que el Fondo Monetario
Internacional lo tome en cuenta. De hecho muchos de los fondos de los
países que conforman el ALBA no cuentan en los presupuestos nacionales
sino en los partidos en el poder o en los movimientos sociales que son
sus bases. Si el FMI quiere tenerlo en cuenta, eso significa que la
capacidad económica en juego no es tan despreciable. Al contrario;
esto indica que el ALBA no es tan débil. Ciertamente representa una
amenaza al imperialismo económico gringo de siempre. Por supuesto aún
hay debilidades. Los tratados de libre comercio, al menos para los
pueblos, han fracasado. Lo interesante con el ALBA es que, detrás de
la unificación económica está la posibilidad de unificación política
de América Latina. En Europa, antes que la Unión Europea fuera una
realidad política, era una realidad económica. Lo mismo está haciendo
el ALBA. Aquí se están buscando todos esos mecanismos de integración
económica, con tasas de interés común, el Banco del Sur, etc.; todo
eso es la base para aspirar a tener una unión política fuerte
posteriormente. Creo que vamos hacia el esquema de bloque regional con
un dinero unificado, con una política económica y social unificada, y
con un parlamento regional unificado. El camino, definitivamente, es
la integración.
Argenpress: Claro que habrá que ver cuál de los dos modelos de
integración en juego triunfa finalmente: el modelo del ALBA, con una
propuesta más progresista y buscando la disminución de las grandes
diferencias entre los países, o el modelo de Mercosur, que es un
planteo enteramente capitalista con un Brasil a la cabeza como
mini-imperio regional.
Peter Marchetti: Claro, por supuesto que son dos modelos totalmente
distintos. Pero lo cierto es que hay presiones reales para la
unificación. Hay que ver a mediano plazo cómo se va dando este
proceso. Ahora, en el período que se viene, habrá más presión imperial
sobre el ALBA. Eso puede resultar como en Honduras: creando más
posibilidades de una sociedad civil más clara, más consciente, que
pueda ver que la opción no es un Mercosur sino que hay que buscar una
opción bolivariana. Lo cierto es que los pobres no tienen mayores
opciones dentro de esquemas nacionales hoy en día. El Estado-nación
por supuesto que es muy importante, pero el Estado-nación económico no
tiene mayores opciones frente a la globalización. Países pequeños, con
diez millones de habitantes, o menos, no tienen posibilidad de salir
adelante si no es en unión con otros similares. Entre todos juntos,
unidos, puede haber opciones.
Argenpress: Hoy asistimos a un protagonismo político de sectores que
años atrás, y más aún desde una perspectiva clásica de izquierda, no
se veían como los motores de cambio. Me refiero a movimientos
campesinos y movimientos indígenas. ¿Ves en eso un verdadero fermento
revolucionario?
Peter Marchetti: A largo plazo, sí. En el corto plazo, al menos en
Centroamérica, es muy difícil. Es un tema muy complejo. Lo que uno ve
es que, por ejemplo, el movimiento sindical urbano está divorciado de
estos movimientos agrarios indígenas, y no se interesan uno por el
otro. El punto importante es la construcción de sociedad civil en este
período tan oscuro de neoliberalismo revisionista. Construir
alternativas posibles para superar el neoliberalismo es más difícil
que criticar al Consenso de Washington. No hay dudas que hoy la
sociedad civil está muy fragmentada sectorialmente. Sociedad civil no
es un sector por aquí y otro sector por allá; sociedad civil es la
capacidad de flujo de información entre distintos sectores. Eso es lo
que uno ve: sectores agrarios e indígenas por un lado, sindicatos de
maestros por otros. Por eso lo de Honduras se ve interesante: a partir
del golpe empieza a darse una sociedad civil más o menos unida, donde
se comienzan a integrar los distintos sectores. Antes se discutió
mucho sobre, por ejemplo, si el partido político es parte de la
sociedad civil. Por supuesto que lo es. Sucede que el neoliberalismo
nos hizo pensar que no lo era, no desunió, nos fragmentó. Por eso es
importantísimo ir creando alianzas multisectoriales. A propósito creo
que es muy aleccionadora la experiencia del movimiento campesino
indígena donde trabajo ahora en Guatemala: la Plataforma Agraria.
Vemos ahí la dificultad de avanzar en las alianzas con otros sectores
de la sociedad, pero al mismo tiempo la necesidad estratégica de
hacerlo, por la potencialidad que eso implica. Si se logran unir
distintos sectores de la sociedad civil, eso crea un movimiento
político de fuerza. Y se está tocando el terreno de los partidos, con
nombre o sin nombre, eso no importa, pero con verdadera incidencia
política. Por supuesto que es muy complejo todo esto, porque no
tenemos la bola de cristal, sin dudas. Pero vamos caminando. Lo que
hace la derecha, en definitiva, aunque sea horrible, va a recibir
siempre respuestas desde el campo popular. Eso es lo interesante, lo
que da esperanzas. Ahí está Honduras como ejemplo: es la primera vez
que distintos sectores sociales se unen, se movilizan, se politizan. Y
ahí está la esperanza: en la unión.
Marcelo Colussi (Desde Guatemala, especial
para ARGENPRESS.info)
Foto: Peter Marchetti. / Autor: IADB
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