Primer aniversario del fallecimiento del jefe de las FARC

 


Sin Marulanda y con tantos problemas en el gobierno de Uribe, FARC remonta la crisis
Manuel Marulanda Vélez, alias “Tirofijo”, murió de un problema cardíaco el 26 de marzo del año pasado. Su desaparición coincidió con una serie de derrotas sufridas por las FARC, que ahora parecen empezar a remontarse.

Por Emilio Marín

De él dijeron tantas veces que había sido muerto por el Ejército colombiano, que al final, cuando sucedió, muchos dudaron. Doce veces habían publicado la necrológica, surgida del interés del Estado por terminar con una figura emblemática de la guerrilla. Manuel Marulanda sobrevivía a esas emboscadas mediáticas y seguía dirigiendo, como el guerrillero más viejo del mundo, a los frentes de su agrupación fundada en mayo de 1964.
Al final murió, pero porque su corazón dijo basta, no porque lo hubiera capturado alguna fuerza de elite colombo-estadounidense en el marco del “Plan Colombia”. Tenía 78 años y casi sesenta de lucha por la reforma agraria y la democracia política, pues su militancia inicial comenzó con el Bogotazo de 1948, cuando lo mataron a Jorge Eliézer Gaitán.
Sesenta años sin dejar de hacer lo que consideraba correcto contra el dominio de la oligarquía y su sistema bipartidista de conservadores y liberales. Este dato biográfico deja sin respuesta a los escépticos que filosofan sobre los casos de ciertos militantes de juventud y prósperos empresarios de la adultez. “A los 20 incendiario y a los 40 bombero” dice ese refrán desmentido por este trabajador de aserraderos nacido como Pedro Antonio Marín, que tomó el nombre de Marulanda en homenaje a un mártir, y que fue hasta su fallecimiento una persona con los mismos ideales.
Una obra colectiva no se explica por lo hecho por un dirigente, pero no hay dudas de que las FARC llegaron a ser una guerrilla muy fuerte y experta –no es una cuestión de número, frentes y armamentos- gracias a la labor de su comandante.
En una nota de fuerte tono reivindicativo, el sociólogo estadounidense James Petras escribió: “desde 1964 hasta su muerte, Marulanda derrotó o eludió al menos siete importantes ofensivas militares financiadas con más de siete mil millones de dólares de ayuda militar usamericana, que incluía miles de ´boinas verdes´, cuerpos especiales, mercenarios, más de 250.000 militares colombianos y 35.000 paramilitares integrados en escuadrones de la muerte”.
Si hubiera que definirlo en su esencia, habría que decir que Marulanda fue un campesino de extraordinaria inteligencia natural y gran talento organizativo. Pero sobre todas las cosas, fue un campesino, como el 70 por ciento de sus milicianos. Nunca salió del país y tampoco conocía Bogotá. Su medio era la selva, las montañas y valles. Allí nadaba “como pez en el agua”, aún cuando desde 1999 la administración Clinton y el presidente Andrés Pastrana pusieron en marcha el mencionado plan antiinsurgente, que lleva gastados 6.000 millones de dólares y utiliza 2.000 asesores militares norteamericanos. Toda esa parafernalia no pudo con él. El 26 de marzo de 2008, el corazón lo dejó plantado. Telesur informó que pasaría imágenes inéditas de su inhumación; los argentinos de a pie y aquellos a los que Multicanal-Cablevisión le manejan el control remoto, no podrán ver ese informe. Marche una ley de radiodifusión, ya.

Crisis de las FARC

La organización tuvo momentos de mayor desarrollo, como en 2001, cuando logró una zona desmilitarizada en San Vicente del Caguán, y otros donde sufrió durísimos golpes, como en 2008. Además de la desaparición física de su fundador, sufrió también el asesinato del segundo al mando, Raúl Reyes, luego del bombardeo a un campamento en Ecuador.
En ese año las recompensas millonarias ofrecidas a los desertores rindieron frutos a Alvaro Uribe y su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. Así fue ultimado otro miembro del Secretariado Central, Iván Ríos, por el jefe de su escolta. Hubo varias deserciones en niveles intermedios, que el gobierno elevó a rangos dirigenciales para atizar la desmoralización.
No todas fueron bajas en combate. Algunas, paradojalmente, se produjeron sin disparar un tiro, como el 2 de julio, cuando los militares llevaron a cabo la “Operación Jaque” con la que recuperaron a Ingrid Betancourt, tres estadounidenses contratistas de la CIA y otros militares y policías que estaban en campamentos de las FARC. Fue un golpe demoledor para el prestigio de ésta, porque reveló una importante infiltración de la inteligencia militar o bien un grado de descoordinación alarmante entre el mando central y los frentes, o una combinación de ambos factores.
Entre la muerte de Reyes, el 1 de marzo de 2008, y la liberación de esos cautivos, en julio, transcurrieron los meses más difíciles para la organización.
¿Acaso era inevitable sufrir esas pérdidas? En toda guerra hay derramamiento de sangre, sobre todo si enfrente se tiene a un ejército de 120.000 hombres, pertrechado con las últimas tecnologías del imperio, asesorado por la CIA y el Mossad israelí, con espionaje desde las bases de Manta (Ecuador), Aruba y el Comando Sur.
Pero los golpes no se explican sólo por ese poderío. Algunas cosas habrán hecho mal los guerrilleros para que Uribe les pegara de ese modo. La política es lo que decide esas cosas, y es lo que no analiza en absoluto el artículo de Petras, de un cierto unilateralismo.
Por ejemplo, ¿por qué la fuerza insurgente retuvo por la fuerza tantos años en condiciones deplorables a políticos? ¿Por qué no aplicó a los militares capturados en combate la línea que se dieron Mao Tsé tung y Fidel Castro, de aleccionarlos y dejarlos luego en libertad, al menos la primera vez? El prestigio fariano decayó cuando, en junio de 2007, once de los diputados del Valle del Cauca, retenidos, fueron muertos cuando aparentemente se cruzaron dos frentes propios y se confundieron con enemigos. Sólo un legislador, Sigifredo López, sobrevivió para contarlo, luego que la guerrilla dispusiera la libertad unilateral de los retenidos. Allí los rebeldes marcaron una diferencia positiva con Uribe, quien se niega al intercambio humanitario y mantiene bajo siete llaves a 500 prisioneros políticos.

Desastroso Uribe

Las violaciones a los derechos humanos y su obsecuencia con lo que diga Washington, vienen desgastando a Uribe. Y eso ayudó a las FARC, conducidas ahora por Alfonso Cano, a recomponer su situación.
A fines de 2007 había estallado el escándalo de narco-política, con decenas de senadores y legisladores terminaron procesados y presos por sus espesos vínculos con los paramilitares y narcotraficantes.
En octubre pasado hubo otro bochorno para la Casa de Nariño (presidencia), cuando se descubrió que una serie de jóvenes muertos como si fueran guerrilleros, eran secuestrados por el ejército en barriadas humildes. Al contarlos como guerrilleros abatidos, los mandos se adjudicaban éxitos inexistentes pero sobre todo ganaban ascensos y recompensas. Y daban una idea falsa de victoria sobre la guerrilla, intoxicando a la opinión pública.
El escándalo más reciente lo descubrió la revista Semana a fines de febrero, al dar cuenta que la DAS (dirección de inteligencia dependiente de la presidencia) había espiado telecomunicaciones y correos de opositores, periodistas y jueces. Entre los espiados había dos acérrimos enemigos del mandatario, los senadores Gustavo Petro y Piedad Córdoba, que hizo de mediadora para liberar a los últimos retenidos. ¿Quién puede creerle al jefe de Estado de que nunca dio una orden de espionaje?
Ante tantos despistes, en el gobierno plantean alternativas diferentes. El ministro de Defensa propuso disolver la DAS y crear una nueva estructura. El ex presidente Pastrana dijo que los “falsos positivos” deberían llamarse “crímenes de Estado”. Mientras algunos defienden el “Plan Colombia”, el vicepresidente Francisco Santos dijo que “era indigno”. Se avecina una dura interna previa a las presidenciales de 2010.
Y eso ha favorecido una recomposición guerrillera. El Tiempo de Bogotá, de la familia Santos, publicó que “de acuerdo con datos del Ministerio de Defensa, de enero último e incluyendo las últimas víctimas de Guaviare, al menos 74 militares y 28 policías han muerto este año en combates”. Uno de los golpes demoledores fue en el Guaviare, donde el 23/3 25 militares del batallón de contraguerrillas 62, perteneciente a brigada móvil adscrita a la Fuerza de Tareas Omega, estaban desaparecidos, tras ser emboscados.
El ex gobernador del Meta, Alan Jara, fue retenido por las FARC y puesto en libertad en gesto humanitario en febrero último. Al llegar a Villavicencio declaró: “Las FARC no están derrotadas ni debilitadas para nada; allá hay muchos, la mayoría jóvenes”. Los últimos partes de batallas parecen certificar esa opinión.

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