Los tres años de gobierno de Kirchner
La Plaza de la mentira
El gobierno de Kirchner ha plebiscitado, una vez más, el consenso popular de sus políticas. Pero, como en otras ocasiones, fue la misma administración del santacruceño la que determinó de qué manera y bajo qué parámetros medir ese consenso. ¿Qué queremos señalar con lo expuesto? Habrá que desmenuzar los acontecimientos para argumentar lo más correctamente posible nuestra posición contraria a la oficial. Habrá que recordar que el gobierno del 22% de los votos en el 2003, propagandizó haber recibido una avalancha de votos que lo legitimó en el 2005, cuando la realidad indica que el total de los votos positivos sólo fue del 65% del padrón (la cifra más baja desde la recuperación de la "democracia"), lo cual deja establecido que el kirchnerismo sólo obtuvo el 26% de los votos del padrón electoral, número insuficiente para autoproclamarse legitimado por las mayorías populares. Sin embargo, la estrategia engañosa de manejar los números a su conveniencia le dio –y por ahora parece seguir dándole- resultado.
Esta vez el lugar elegido fue la Plaza de Mayo, sitio emblemático de la agitada vida política y social de los argentinos. Todo aquél que haya querido hacer una demostración de fuerza en nuestra historia ha tenido como lugar obligado de convocatoria la plaza lindante a la Casa Rosada. Y el gobierno, como hacía rato no sucedía, hizo la suya propia para festejar sus tres años de administración del Estado nacional. La respuesta fue impresionante, pues según fuentes oficiales de las que se hizo eco toda la prensa, alrededor de trescientas mil personas colmaron la Plaza y sus adyacencias.
Sin embargo, más allá del innegable apoyo de algunos sectores de la población, cabe preguntarse: ¿la convocatoria fue genuinamente popular, o sólo fue una muestra del poder del aparato justicialista? Algunos datos incontrastables de la realidad nos sirven para desentrañar una verdad por todos conocida o al menos sospechada, pero que las clases dominantes, sus instituciones y sus medios de comunicación se encargan permanentemente de ocultar, para que se mantenga sólo en el nivel oficioso del imaginario popular:
Visto desde esa perspectiva, la convocatoria pierde toda legitimidad. Kirchner invitó a festejar el "cumpleaños" de su gobierno pagándole a los invitados para que concurrieran a la fiesta. Sin ciudadanos autoconvocados, la movilización fue sólo de aparatos.
Sin embargo, el gobierno salió a enrostrarle a sus opositores y a la ciudadanía en general su poder de convocatoria. No es de extrañar de quienes hacen del engaño una práctica constante: lo mismo ocurre cuando le pegan a los organismos de crédito internacional pero le pagan mejor que nadie; o cuando dicen que "nos libramos del FMI" pero reciben, un par de días después, a sus funcionarios para auditar el desenvolvimiento del programa económico; o cuando cuentan como ocupados a los beneficiarios de los planes de ¡$150! para mejorar los índices de desocupación; o cuando dicen defender los derechos humanos pero reprimen salvajemente la protesta social, ostentando la mayor cantidad de presos por ejercer ese derecho desde que volvió la "democracia". Ni qué decir de sus embates discursivos contra los empresarios, a quiénes no les tocó ni uno solo de sus privilegios, para seguir explotando a los trabajadores, saquear nuestros recursos estratégicos y aumentar la brecha entre los que más ganan y los que menos tienen.
Mucho peor se pone la cosa cuando analizamos los componentes de la convocatoria. Es verdaderamente doloroso ver cómo algunos grupos que han luchado por un país distinto durante décadas, incluso jugándose la vida, se mezclan en evidente decadencia ética con los peores exponentes de la sociedad, traidores a la clase trabajadora, cómplices de la estructuración de la injusta realidad que sufrimos millones de argentinos. Ver a las Madres de la Plaza, a las Abuelas, compartiendo la escena con los gordos de la CGT o con los intendentes del conurbano; a Hebe de Bonafini mezclada con Barrionuevo, Moyano, Pedraza, Cavallieri, Quindimil, Cacho Baldomero Alvarez, Gerardo Martínez, West Ocampo, Lezcano, Solá, Cariglino, Curto, Othaceche, De la Sota, Obeid, provoca más tristeza que indignación ¿dónde habrá quedado la pureza ética de antaño? Esta vez no se la vio a la paqueta señora de Carloto exigir el micrófono en el escenario para protestar por la presencia de tan nefastos personajes. Ni al petardista D’elía enojado por compartir el acto con duhaldistas y menemistas.
Indigna el doble discurso kirchnerista, que ha tenido la maquiavélica capacidad política de abarcar y amontonar todo ese heterogéneo espectro bajo su ala. Pero si una de las patas de su discurso es la renovación de la política, la Plaza del último 25 de Mayo ha demostrado que eso es sólo pura retórica. Los que debían irse se han quedado todos. En la supuesta lucha entre lo alguna vez límpido contra la mugre, es muy claro qué sector se impondrá, pues sus vicios son imprescriptibles. En realidad los dos sectores se han mezclado, y en esa mezcla es mucho más factible el desprestigio de los buenos, a que los mafiosos se transformen en honrados.
Eso, en definitiva, es lo que ha dejado la Plaza del 25, un festejo que debió ser "patrio" y se transformó en "partidista" y oficialista.
Eso es lo que es, trágicamente, el kirchnerismo: mentira, engaño y mugre para seguir con la obra de los que pergeñaron un país para pocos, con millones de explotados y desposeídos; y nuestro sudor, nuestro sacrificio, nuestros sufrimientos y los recursos estratégicos que nos pertenecen a todos servidos a la mesa del imperialismo.
Gustavo Robles
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