Durante 50 años de agresión contra Cuba, la Agencia Central de Inteligencia ha manteniendo en el Sur de la Florida un mecanismo que montó la fracasada invasión de Playa Girón, intentó asesinar al líder de la Revolución Cubana y participó en el complot para matar a John Kennedy.
La CIA creó organizaciones terroristas, sembró la muerte en Cuba, en los propios Estados Unidos y el resto del mundo, penetró el aparato gubernamental norteamericano y sigue distorsionando su política hacia la Isla.
Lo demuestran investigaciones de comisiones del Congreso estadounidense, miles de documentos hoy desclasificados y decenas de encuestas de especialistas cubanos y norteamericanos que culminan con el reciente libro
Operación Exterminio del ex Jefe de la Inteligencia cubana, Fabián Escalante.
Al igual de todos sus compinches del sur del continente, los elementos más repugnantes de la dictadura de Fulgencio Batista siempre consideraron al Sur de la Florida como el santuario donde lavar el producto de sus robos, invertir en propiedades y retirarse bajo la protección de quien se beneficiaba de su desfachatez.
El propio Batista se exiló en la ciudad de Daytona Beach –terreno de juego de la juventud dorada yanqui– durante ocho años mientras preparaba su regreso al poder. Y a apenas tres semanas del derrumbamiento de su régimen —lo señala Escalante— recibió una propuesta de la CIA, a través de un corresponsal millonario que tenía en la cercanía del tirano, William D. Paley, para asilarse de nuevo en su propiedad floridana de la cual nunca se deshizo.
Si la CIA luego descartó un regreso a este lugar del personaje, por ser demasiado escandaloso, reclutó luego a fondo en el abundante personal de politiqueros descarados y de esbirros sanguinarios que desembarcó en la Florida el día primero de enero de 1959 y en los meses siguientes.
Aparecieron en Miami, con la pistola en el cinturón y cientos de millones de dólares robados al Estado cubano en sus maletas, asesinos tales como Esteban Ventura, Rolando Masferrer, Julio Laurent, Pilar García, quienes durante años se habían dedicado a torturar y desaparecer a jóvenes rebeldes, así como politiqueros batistianos que ya colaboraban con la antena CIA de la embajada norteamericana en La Habana y se dedicaron luego a implementar sus estrategias anexionistas en territorio yanqui.
Tan apresurada se encontraba la inteligencia norteamericana para restaurar un poder pro-yanqui en La Habana que el primer grupo terrorista "anticastrista", la Rosa Blanca, se fundó el 29 de enero, a menos de dos meses de la caída del dictador. Y que —nos recuerda también Escalante— ya en los últimos días de febrero, el oficial de la CIA Frank Bender se reunía con el dictador dominicano Trujillo, entonces huésped de Batista, y el jefe de su inteligencia, coronel Johnny Abbes García, para analizar planes de un intento de invasión que luego fracasó.
Pronto se supo que la agencia ya tenía infiltrados a topos en las filas revolucionarias desde antes de la toma del poder: Frank Sturgis, Pedro Díaz Lanz, William Morgan y John Maples Spiritto son los casos más flagrantes.
De inmediato, con la llegada de las tropas rebeldes a La Habana, la agencia situó de jefe de sus actividades en la capital cubanas a James Noel, quien se encargó entonces —con 30 oficiales— de orientar las primeras conspiraciones para socavar desde dentro a la joven Revolución.
Pronto seleccionó personalmente a los "líderes" de una oposición inventada: Manuel Artime Buesa, Humberto Sorí Marín y Huber Matos Benítez, quienes ya en septiembre de ese mismo primer año de la Revolución se reunían con el primer secretario de la embajada, Edward C. Wilson, para confirmar formalmente su colaboración mercenaria.
Constituyen legiones luego las conspiraciones, los planes asesinos, las marañas subversivas que intentó concretar la agencia de espionaje e injerencia norteamericana. La explosión provocada del barco belga La Coubre en el puerto de La Habana que provocó 65 muertos, la operación Peter Pan que secuestró a 15 000 niños, la creación de decenas de bandas paramilitares asesinas, el abastecimiento en bombas incendiarias de núcleos de agentes cubanos, fueron solo algunas de las pretendidas propuestas de la inteligencia norteamericana en los primeros años de Revolución.
A estas dudosas hazañas cuya procedencia luego se confirmaron sin lugar a la menor duda, se añadieron los innumerables planes de asesinato que se concibieron para eliminar al Jefe de la Revolución cubana y a los principales dirigentes del gobierno revolucionario.
Observada en su conjunto, la intensa actividad de la CIA e incluso su costo multimillonario parece delirante.
En su discurso en la reciente Cumbre de Brasil, el presidente Raúl Castro señaló todo lo infernal de la Operación Mangosta que puso en marcha un programa subversivo y de sabotaje de colosal dimensión concebido, expresamente, para provocar una crisis económica, generar descontento y alcanzar una soñada sublevación. Una orientación que, fundamentalmente, nunca se abandonó.
BUNKER DE LA CONTRARREVOLUCIÓN CONTINENTAL
A finales de 1962, la base JM/WAVE de la CIA se había convertido en una verdadera industria de la contrarrevolución – 4 000 agentes con un presupuesto de 100 millones anuales – que acabará de transformar a la ya retrógrada ciudad de Miami en búnker de la contrarrevolución continental.
Del enorme personal del cual dispone en esta ciudad, la CIA también sacará muchos de los más famosos mercenarios con el cual alimentará su red mundial de intervencionismo encubierto.
Recuerda el investigador José Luis Méndez cómo los cubanoamericanos entrenados para sembrar el terror, torturar y asesinar "sirvieron como soldados de fortuna en el conflicto del Congo ex belga; en la agresión a Vietnam; en la guerra en Centroamérica, que derivó en el escándalo Irán-Contras; en la Operación Cóndor, como asesores de la represión en Venezuela, Argentina, Perú, Bolivia, por solo mencionar algunos casos muy conocidos".
En cuanto al mundo político de Estados Unidos, la CIA desarrolló desde Miami una intensa actividad que culminó con la creación de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) por su agente estrella Jorge Mas Canosa, que logró construirse un instrumento de penetración de la escoria batistiana en los órganos más elevados del poder federal.
UNA JAURIA ENCABEZADA POR UN AHIJADO DE BATISTA
Con el respaldo de la FNCA, surgió una jauría de politiqueros, encabezados por el ahijado de Batista e hijo del fundador de la Rosa Blanca, Lincoln Díaz Balart, que lograron consolidar los desacreditados planes de los elementos más obsesionados de la agencia y de la extrema derecha imperial.
El mecanismo CIA de agresión contra Cuba establecido en Miami ha alcanzado, en el curso de estas cinco décadas, una extensión que lo convierte en un pulpo al servicio de todas las oligarquías de América Latina.
Mientras ni uno solo de los asesinos de la dictadura de Batista asilados en Miami fue jamás extraditado como es requerido por las autoridades cubanas, ahí encontraron luego refugio decenas de delincuentes políticos latinoamericanos, desde el agente de la policía política de Pinochet que asesinó al general Prats en Buenos Aires hasta golpistas venezolanos que liquidaron al fiscal Danilo Anderson. Y siguen apareciendo sin interrupción residuos criminales de los gobiernos oligárquicos desmembrados de Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
No puede precisarse cuántos narcotraficantes surgidos de la guerra subterránea librada contra la América Latina han encontrado en Miami un lugar seguro para prosperar, invertir su dinero lavado y terminar su carrera criminal.
El mecanismo CIA de agresión contra Cuba establecido en Miami se extiende a todas las esferas de esa ciudad ocupada, desde los establecimientos escolares hasta la alcaldía, desde la policía hasta los tribunales. Mafiosos determinan quien será juez al tribunal supremo estatal, quién manejará la oficina local del FBI, quién se apoderará de los más jugosos contratos federales.
De los 45 millones derrochados en el 2008 en sus guerras sicológicas contra Cuba por la USAID — la agencia para la desestabilización internacional— una dependencia del Departamento orientada por la CIA, la mayoría fue a parar a las manos de representantes de la mafia local vinculados a la agencia.
Hasta el ex jefe de la Sección de Intereses norteamericana en La Habana – encargada de reclutar agentes y estimular la actividad subversiva en la Isla— no titubeó hace poco en ponerse al servicio de esta sulfurosa conexión para recoger personalmente fondos proveídos por un traficante mafioso destinados a sus agentes de la Cuba.
El caso del agente CIA Luis Posada Carriles, terrorista, torturador y asesino, cuya extradición se enfrenta a fuerza de procedimientos dilatorios, es mantenido a distancia de los grandes canales de información.
Más escandaloso aún, el caso de los Cinco cubanos acusados y condenados por espionaje en el país que desde estos 50 años desencadenó su gigantesca agencia de espionaje, con miles de hombres y presupuestos sin límites, en contra de esta pequeña isla caribeña, a la vez que la estrangulaba económicamente, la difamaba y la amenazaba de agresión militar.
¿Quién logrará desactivar el mecanismo CIA de Miami? ¿Quién logrará derrotar a las fuerzas ocultas que desde Washington aseguran, desde hace medio siglo, la sobrevivencia de su maquinaria infernal?
Jean-Guy Allard
Granma Internacional